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Blog De la Calle: El espía del Estadio de los Cipreses

Fermín de la Calle

Publicado 25/04/2017 a las 18:07 GMT+2

Roma, 1960. El velocista Dave Sime saluda al saltador Igor Ter-Ovanesyan en la pista de calentamiento. Detrás de ese gesto hay un plan de deserción de la CIA...

Dave Sime, Armin Hary

Fuente de la imagen: Eurosport

Dave Sime murió a los 79 años después de luchar durante años con una larga enfermedad. Reconocido oftalmólogo en la cálida metrópoli de Miami, contó entre su renombrada clientela con ilustres como Richard Nixon o Sugar Ray Leonard. Más allá de su carrera médica, Sime pudo ser una joven estrella en el deporte que hubiese querido. De hecho, recibió ofertas de 23 universidades para alistarse en su equipo de fútbol americano y se cuenta que llegó a recibir una oferta de los New York Giants para convertirse en una estrella del béisbol.
Pero Sime tenía claro que su prioridad era estudiar Medicina y por eso eligió una universidad de postín como Duke, donde recibió una beca de béisbol, deporte en el que presumía de un buen porcentaje de bateo y destacaba especialmente por su facilidad para robar bases. En Duke también se animó a probar durante una temporada con el equipo de fútbol americano, en el que se estrenó interceptando un pase de touchdown gracias a su velocidad. Algo que repitió habitualmente, hasta el punto de ser drafteado por Detroit. Ofrecimiento que rechazó al no persistir con este deporte.
En su segundo año en Duke se entrevistó con el entrenador de atletismo, al que había llamado poderosamente la atención su velocidad. El récord mundial de 100 yardas se encontraba por entonces en 9.3 segundos y Sime paró el cronométro en 9.8 en su primera tentativa y en 9.6 en su primera carrera oficial. Aquel pelirrojo aspirante a médico acabaría acumulando cinco récords mundiales al aire libre y cuatro en pista cubierta. Tal era su proyección que Arthur Daley, cronista deportivo de The New York Times, escribió: “Sime podría ganar al menos tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne" (1956). Pero la mala suerte se cebó con él y una lesión que se produjo montando a caballo le privó de disputar los Juegos en la ciudad australiana.
En 1960 el prometedor Sime, con 24 años, ya era una realidad de la velocidad mundial. Dave era uno de los favoritos para ganar el oro en los 100 metros en la final de los JJOO de Roma, que se disputaba en el remozado Estadio de los Cipreses, una de las joyas de la Ciudad de los Deportes ideada en 1928. Ciudad que renombranda como Foro Mussolini en principio y posteriormente como Foro Itálico. Pese a ser favorito, protagonizó una pésima salida. “Salió de los tacos como un borracho con patines”, escribió el especialista de Sports Illustrated. Pero se rehizo y cruzó primero la meta en su duelo con el alemán Armin Hary. Lástima que el estadounidense metiese la pierna y no el torso, que es lo que contaba, por lo que se tuvo que conformar con la plata por tres milésimas.
Aquellos Juegos de Roma marcaron la vida de David Sime mucho más allá de lo deportivo. Antes de acudir a la cita había sido reclutado por la Agencia Central de Inteligencia, la CIA, para convencer a atletas de otros países para que desertaran en un programa de captaciones selectivas ideado por el Gobierno yankee. En plena Guerra Fría, el Gobierno se fijó en un saltador de longitud soviético con aire occidental de complicado nombre: Igor Ter-Ovanesyan, El saltador de Kiev ostentaba el récord del mundo de longitud el día que Beamon destrozó los registros con su histórico salto de 8,90 en México. La CIA vio en Ter-Ovanesyan a un talento interesante susceptible de ser reclutado si le convencían para desertar. A sus 22 años presentaba cierto aire occidental, hablaba Inglés, escuchaba jazz e idolatraba a Jesse Owens. Reunía todas las condiciones y el hombre elegido para atraerle a las redes de la CIA no fue otro que Sime.
Dave entabló contacto con Ter-Ovanesyan en la pista durante un entrenamiento. Se acercó, le saludó y comenzaron a hablar amigablemente. Rápidamente se estableció cierta empatía y acabaron quedando para cenar. Durante el posterior encuentro hablaron sobre la forma de vida de ambos. Ter-Ovanesyan confesó que pese a vivir en la Unión Soviética disfrutaba de privilegios como tener su propio apartamento, un coche y una generosa beca de deportes en la universidad. Además le habían prometido un suculento premio si ganaba la medalla, algo que se daba por hecho. El estadounidense buscó razones para engatusarle con una mejor vida y le habló “de la soleada California, las estrellas de cine, mujeres guapas y coches rápidos”. Aquello sonó bien a Ter-Ovanesyan, que accedió a reunirse con un "amigo" de Sime (en realidad era un espía de la CIA) fuera de la Villa Olímpica.
El encuentro se produjo en una cafetería, lejos del bullicio olímpico, y sin la presencia de Sime. Algo no gustó al saltador soviético que apreció una actitud extraña en aquel yankee que le hablaba atropelladamente. Temeroso de que fuera una trampa tendida por la KGB se levantó, regresó a la Villa Olímpica y jamás volvió a hablar con nadie del episodio de su posible deserción. No se tuvo conocimiento del asunto hasta muchos años después, en 2008, cuando David Maraniss lo reveló en su libro ‘Roma 1960: Los Juegos Olímpicos que cambiaron el mundo’.
Sime dejó el atletismo, pero no el deporte, ya que practicó el golf, el tenis y el patinaje. Superó tres tumores de cáncer antes de fallecer y en 1981 fue elegido miembro del Salón de la Fama de atletismo de su país. El velocista estadounidense se llevó la plata en los 100 metros en Roma, los únicos Juegos a los que concurrió; mientras Ter-Ovanesyan ganó el bronce en longitud, medalla que repetiría en Tokio. El soviético, que fue el primer saltador de Europa en romper la barrera ocho metros, batió ocho veces el récord continental y en dos ocasiones el del mundo. Y en en 1963 llegó a ser invitado a participar en los campeonatos indoor de Estados Unidos, donde se proclamó ganador. Pero en aquella ocasión nadie se acercó a él para convencerle para que desertase. Aquel episodio sucedido en Roma se quedó en algo entre Sime, la CIA e Igor. Al menos hasta que Maraniss lo reveló al mundo casi 60 años más tarde.
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