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Crítica de la Razón Táctica

Eurosport
PorEurosport

Actualizado 17/07/2017 a las 19:44 GMT+2

Entre febrero y marzo de 2007 Eurosport publicaba un trabajo obra de Gonzalo Vázquez cuya motivación resumían gráficamente dos líneas de la primera entrega: "Padecen nuestro lugar y época una morbosa inclinación a estimar poco menos que nocivo el baloncesto NBA y, muy al contrario, de una calidad incontestable el baloncesto en Europa". La objeción del autor dio lugar a una serie de diez entregas.

RT P

Fuente de la imagen: Getty Images

I

En fecha reciente se valía el admirable Ettore Messina de un elogio hacia Theo Papaloukas, nombrado Player of the Year por FIBA Europe, para establecer una diagnosis comparativa entre el Baloncesto NBA y el Baloncesto en Europa. El italiano se refería al heleno en estos términos: "He tremendously improved his ability to read the game, and control its tempo. He mastered the ability to play both a slow pace and a high pace". Se desprendía de aquella hermosa entradilla la idea de que encerraba Papaloukas algún misterio incógnito al otro lado del Atlántico. Así Messina eludía toda referencia a jugadores con iguales facultades como Steve Nash, Chauncey Billups o Deron Williams, al tiempo que pasaba por alto que el sistema frecuentado por el CSKA con Papaloukas en pista, se fundamenta en el llamado penetrate-and-pitch, un recurso que K.C. Jones elevó a su máxima expresión durante los años ochenta y George Karl reavivó en sus Sonics de 1996 al punto de representar hoy día una herramienta al uso en la NBA por modelos tan diversos como Utah, Detroit, San Antonio, Phoenix o sus familiares Raptors.
En días próximos, un partido entre Phoenix y Memphis (15/I/07) con 137 a 122 para los primeros motivaba un falso debate en un importante medio de comunicación en España bajo el título: "¿Es esto baloncesto?". Sin que ninguno de los intervinientes hubiese visto el partido, las conclusiones coincidían con la premisa formulada por el medio sin lugar a réplica. La más dura, en palabras de Monsalve, decía no creer "en absoluto en ese baloncesto, no tiene ningún contenido y no lleva a ningún lado". En abril de 1988 el mismo Monsalve se deshacía en elogios en el programa Cerca de las Estrellas de TVE hacia un New York-Chicago de 118 a 121 para los Bulls con 47 puntos de Michael Jordan, 27 tiros de campo suyos y 39 pérdidas de balón conjuntas, seis más que en la noche del FeDex. Aquella vez sin embargo el sabio refirió la velada como "de inspiración absoluta" con especial énfasis a "la intensidad defensiva de los Knicks".
Tan sólo dos de los cientos de ejemplos que mensualmente proliferan a este lado del mundo son suficientes para el enérgico fenómeno que da motivo a esta serie, de la que hoy asoma no más que una imprecisa visión general.
Padecen nuestro lugar y época una morbosa inclinación a estimar poco menos que nocivo el baloncesto NBA y, muy al contrario, de una calidad incontestable el baloncesto que se viene practicando en Europa (urge precisar Europa en lugar del demasiado amplio FIBA). Esta particular indulgencia con lo propio y como implacable severidad con lo ajeno no es nueva. Sólo que el siglo largo de absoluta e incuestionable superioridad del discurso NBA respecto de cualquier otro, mantuvo en razonable silencio toda posible invectiva.
El fenómeno verdaderamente nuevo irrumpe en los albores de siglo al amparo de las derrotas NBA en citas internacionales, se manifiesta como firme creencia en una presunta superioridad de los valores europeos sobre los americanos y encuentra su rasgo más acusado en trascender la higiene crítica hacia terrenos de abierta y descarnada hostilidad, una compacta corriente que guarda sorprendente similitud, en fondo y forma, con aquel rechazo que durante la primera mitad del pasado siglo confinó el baloncesto negro en América fuera del denominado establishment; un equivalente actual de xenofobia deportiva que busca oponer baloncesto culto a baloncesto bárbaro.
Sorprende sin embargo que el baloncesto europeo, ahora que se hermana en intensa cruzada, no haya sabido o querido ejercer hasta la fecha una verdadera evaluación de sí mismo más allá del ámbito político. Mueve a esta ausencia un doble motivo: uno, no ver nada que reprobar; y dos, no haber quien lo haga. La suma de ambos no revela si no el escaso carácter democrático que movió siempre al baloncesto en Europa, cuyo predicamento experimenta hoy un orgullo sin precedentes muy próximo a la arrogancia denunciada durante tanto tiempo hacia el otro lado.
La historia del baloncesto europeo es Historia con mayúsculas. No sería posible entender este deporte sin la genuina interpretación del viejo continente con arreglo a un ideario que, en lo básico, apenas ha variado desde que, como juego inmigrado, arribase tímidamente a Praga en 1897 a través del profesor de Educación Física Josep Klenda. En el curso fluvial de la historia, el baloncesto europeo discurrió siempre con relativo equilibrio, sin grandes oleajes, sin violentas crestas ni depresiones cuyo motivo pudiera ser la experimentación. No ha lugar a ella por un fenómeno de tan crucial importancia que una pocas líneas no podrían hacerle justicia; un fenómeno fundamental que acompaña al cuerpo histórico del baloncesto europeo como su alma; un fundamento universalmente conocido que sin embargo carece de concreción léxica y que referiremos por primera vez como Razón Táctica.
Se comprende la Razón Táctica como un determinismo: un modo de hacer y pensar el baloncesto basado en un repertorio cardinal de preceptos y fórmulas que transferir de la teoría a la práctica, del papel a la pista, que contempla a los jugadores como engranajes de un orden vertebrado en posiciones específicas de jerarquía horizontal que desplazan la libertad individual en favor del sistema. Sobre la aceptación de este poderoso cuerpo doctrinal los técnicos actúan como sumos sacerdotes, depositarios de un instituto mayor, la Razón Táctica, cuyo magisterio trasladan religiosamente a la pista. Ellos determinan la disposición espacial del juego y sus tiempos. Ellos hacen del juego lo que el juego propiamente representa. Ellos son al juego su manto y ello a pesar de la puntual intervención de los jugadores, pues en la balanza de poderes la masa de la Razón Táctica ejerce la norma que raramente al jugador, por sí mismo, vale quebrantar.
Todo ello expresaría en términos positivos una estable regularidad en el universo del juego pero, al mismo tiempo, viene a subrayar la mística creada en torno a un sistema de valores profundamente conservador que dificulta al extremo la posibilidad de que el baloncesto europeo se trascienda a sí mismo. El ideario que subyace a la puesta en escena de 1956, año del reloj de 30 segundos, como a la final de la Euroliga de 1993 o a la final de Copa del Rey de 2007, han variado poco o nada. Porque se trata en el fondo de un baloncesto que se sustenta a través de la fiel reproducción de un modelo que se asume como dogma. Y sin embargo, a pesar de esa nula variación, aparenta hoy este baloncesto observar al mundo desde una atalaya donde saludar con compasiva indulgencia a sus pares y arrojar su desprecio muy particularmente hacia el mundo NBA. Y cabría entonces formularse no tanto el porqué de esta joven tendencia como si existen verdaderamente motivos para dejar intacta esta legitimidad europea y si las diferencias abiertas con otros modelos presentan a su paradigma como lo superior o más deseable para el resto.
Nunca antes como ahora se ha preguntado el aficionado europeo dónde estriban las diferencias entre uno y otro baloncestos. Tiene su lógica: puede por fin Europa mirar de cara a Estados Unidos donde antes no podía. Sin embargo las respuestas dadas hasta la fecha, basadas en su gran mayoría en innumerables detalles cuánticos con la pista y los jugadores por motivos, no han rozado siquiera la diana. Por supuesto que es allí, en el corazón de la escena, donde median los abismos. Pero la verdadera clave reposa en algo muy anterior y radical que no se ha movido un ápice y se expresa en términos de Poder. A saber: todo el poder concedido en Estados Unidos al público lo concentra en Europa una pequeña élite de individuos. Toda la soberanía que detenta en la NBA el espectador, cliente absoluto del producto baloncesto, se halla confinada en Europa a los entrenadores, sujetos que sin formar parte activa del juego son propiamente el juego. Históricamente el peso del juego recayó en Estados Unidos en el espectador y en Europa sobre una figura con inmenso poder llamada entrenador. Así el baloncesto en Europa fue siempre el resultado de un compacto corpus erudito concentrado en muy pocos sujetos de rígida permeabilidad.
La explicación a ello no hay que buscarla en el deporte. La razón es mucho más profunda y forma parte raíz de la cultura: de dos modelos ideológicos que, sin oponerse mutuamente, sí muestran en cambio diferencias insoslayables, la más crucial de las cuales reside en que mientras en EE UU el espectador es consumidor o cliente, soberano destinatario de toda actividad, ocupa el espectador en Europa un papel esencialmente pasivo, ornamental y subordinado. No existe en Europa el feed-back como recurso útil y por ello la intervención del público en el curso histórico del baloncesto, consultiva o vinculante, brilla por su ausencia en forma de silencio. La final de Copa 2007, como ejemplo más reciente, resultó ampliamente impopular en su desarrollo. Pero aun concibiendo un resultado peor, no tendrá el público el menor influjo sobre la realidad de su deporte, un cuerpo herméticamente blindado a sus posibles ambiciones. Contrariamente, sobrepuja en Estados Unidos la opinión pública (a través de índices de consumo) en forma de comités que atienden escrupulosamente a posibles demandas. El Fleischer Comittee de 1979 o el Colangelo Comittee de 2000 figuran como dos meridianos ejemplos de flexible apertura y amplio consenso de representantes para una posible intervención. Los grandes cambios acontecidos en el laboratorio de la NBA como quirurgia exterior, desde el reloj de posesión en 1954 a la inversión del proceso especulativo de los años noventa -cuyos resultados ya asoman- pasando por la anomia simbólica de los últimos setenta, tuvieron por motivo al espectador como hegemónico detonante de toda corrección. En Europa, en cambio, no hubo jamás la menor alteración del decurso histórico atendiendo a posibles demandas del consumidor.
He aquí un raro ejemplo de cómo la mercantilización de una sociedad -la NBA en este caso- repercute en el sustrato democrático que precisamente permite la existencia del baloncesto como fenómeno de masas. Todo lo contrario que Europa, donde continúa discurriendo el baloncesto de manera autónoma, al margen de posibles demandas del espectador y, con frecuencia, en abierta oposición a él.
El espectro político verifica una realidad aún más inquietante. No se trata de remontar a los años en que países como Italia o Yugoslavia ejercían un decisivo influjo en el acontecer continental o, tal que hoy, domestiquen los grandes clubes las competiciones europeas a su antojo evitando el riesgo económico de quedar fuera de ellas. Se trata, en el fondo, de un eterno presente que se manifiesta a diario a espaldas del gran público. Poniendo por caso, Josean Querejeta, no más que un alto directivo de un solo club, concentra mayor poder sobre el curso del baloncesto en España y su marco de competición que la suma conjunta de todo el público que acuda a los pabellones ACB durante toda una temporada. O diez. Quien suscribe estas líneas sabe perfectamente que ante la confidencia de un directivo al presidente de la ACB y la consecuente molestia de este, el Foro de ACB.COM, el mayor archivo del planeta en habla hispana con el baloncesto por motivo, sería cerrado de manera fulminante al día siguiente sin mediar más contrapeso que el de un pequeñísimo ramillete de individuos loables que trabajan por impedirlo. Así de frágil la realidad del aficionado. Toda la base humana que sustenta ese Parlamento y conforma el sustrato mismo de la generación venidera posee, en términos reales, un valor cero para la oligarquía detentadora del Poder político y su mecenazgo sobre los sacerdotes de la Razón Táctica, igualmente opacos al público que da sentido a su cargo. Un fenómeno de esta naturaleza es impensable en los Estados Unidos, donde una sola entrada mal gestionada daría lugar a indemnización como derecho conculcado, a la manera de palcos y gradas de favor. Y es que sigue Europa preservando en el espectador su papel de melódica comparsa en la escena. Y aun peor: a consentimiento suyo.

II

El aficionado medio en Europa, particularmente en España, se halla tentado a concluir que como ahora puede su baloncesto competir con éxito frente al baloncesto NBA en citas internacionales, atraviesa su deporte una especie de Edad Dorada. Sobre esa creencia en resolver la ecuación intercontinental a través del podio olímpico o mundialista, orbita otra certeza, aún más equívoca y peligrosa, que magnifica el canon europeo como vanguardia que exportar al mundo entero.
Y olvida esta tendencia un hecho fundamental: que como en la práctica totalidad de los fenómenos sociales del último siglo aquello que se manifiesta en Europa lo hizo previamente en los Estados Unidos: de la contracultura al pick&roll, el reloj de posesión, el triple, los cuartos, los 8 segundos de transición, el juego por encima del aro y todo ideario táctico conocido. A lo sumo, como acertaba Popovich a modo de reconocimiento, "the Euros and foreign players and coaches are doing things in some ways we have forgotten about and used to do". Contrariamente a lo que sucede en Europa, América es consciente de sus posibles males y actúa contra ellos; es intervencionista porque reconoce a un público que satisfacer. Muy al contrario, el poder en Europa prescindió de la grada para su ejercicio, que osciló siempre entre la élite directiva y la élite de los banquillos, una tecnocracia del juego para la que el espectador, como los focos o asientos, nada tiene que decir.
Cierto que la filosofía de juego en Europa -fiel a su tradición- atraviesa un correcto estado de salud que ha despertado el elogio internacional ahora que otros flaquean. Pero según vamos acercando la vista, el panorama se nubla y complica. Atender hoy a la realidad nacional de cada Liga en Europa es contemplar un desfile de paisajes próximos a la desolación. Italia, durante años referente continental en calidad y gestión deportivas, se encuentra sumida en la peor depresión desde sus dorados ochenta. El baloncesto balcánico sufre una sangría sin precedentes que lo convierte en una dispersa competición sub-20 a precio de saldo. "Los jugadores se marchan más pronto que nunca -lamentaba Bozidar Maljkovic-, sin que haya posibilidad de formarlos como hemos hecho siempre. Nuestras selecciones son la primeras en notarlo". Mientras Francia continúa ocupando su histórica tibia posición continental, Rusia, Grecia y Turquía se deben como entidades a un escasísimo ramillete de poderosos equipos (CSKA, Dynamo de Moscú, Unics, Panathinaikos, Olympiakos, Efes) de cuya imagen sobreviven a nivel continental a la manera de Israel y su intocable Maccabi. Las diferencias entre esos pocos ricos y el resto de muchos pobres son demasiado grandes como para pasarlas por alto. "Europa se aferra a la Euroliga como su mejor representación dando la falsa impresión de que sean la misma cosa. Y no es posible obtener una representación del baloncesto europeo a través de sus ocho mejores equipos -objetaba Pablo Malo de Molina- porque las diferencias con el resto son gigantescas. El baloncesto continental a nivel de clubes está en caída libre. Las distintas ligas están atravesando recientemente un momento delicado y es probable que sólo la ACB esté manteniendo un promedio de competición elevado". El desalojo del baloncesto de las televisiones públicas está contagiando a todo el continente, así como la reducida asistencia de público a los pabellones. La misma Liga LEB puede mirar de cara a primeras ligas nacionales en Europa. Con todo, el nuevo europeísmo continúa proclamando autista su orgullosa bandera de sentir Europa como el patrón a imitar.
Y es que el espectador europeo viene haciendo suyo un particular espejismo. Proyecta sobre todo el continente el exclusivo buen hacer de los mejores clubes. Según esta curiosa óptica CSKA y ViveMenorca, Panathinaikos y Alba de Berlín, Maccabi y Livorno, practican igual baloncesto, representan el mismo magnífico canon y beben conjuntamente de ese árbol de la ciencia que figura la Europa de hoy sin parangón en el mundo. Sin embargo, cuando toca referir la NBA, el proceso opera a la inversa: la mala salud de ciertos equipos de ciclo bajo o en formación, como Memphis, Philadelphia o New York, vale para la entera NBA como enfermedad general. De ahí que el europeísmo cuestione el juego 1x1 y 2x2 del que presuntamente vive América y, sin embargo, haga la vista gorda al fragrante 1x5 del vigente subcampeón de Europa, a los 15 puntos anotados en una mitad por el subcampeón de Copa o al festival de triples de la semifinal olímpica de Atenas entre Italia y Lituania. Esta particular distorsión óptica la ejercen con total impunidad los entrenadores europeos a través de una curiosa metamorfosis que los hace, raramente, disfrazarse de espectadores.
Los entrenadores en Europa que cultivan el seguimiento de la NBA podrían contarse con los dedos de una mano. La total ausencia de artículos o trabajos de cierta profundidad con la NBA por motivo hacen de esta sospecha una cruda evidencia. Dos razones asoman para ello: carecen de tiempo por la intensa profesión a que se deben y la mayoría cuenta con familias que atender. No obstante y con inusitada frecuencia, opinan y consideran abiertamente sobre ella. Es entonces cuando abandonan su frío empaque de entrenadores y adoptan, de súbito, el papel de espectadores, en el que parecen sentirse cómodos denunciando en modo crítico ciertos males allí normativos y aquí intolerables. Las más de esas críticas se asientan sobre tópicos y lugares comunes que se repiten una y otra vez y que, en suma, cabrían holgadamente en un pequeño párrafo a modo de pancarta. Pero tan pronto como vuelven la vista a su baloncesto, callan. No hay males que reprobar a excepción del robo de jugadores a manos de la NBA. Dicho lo cual regresan de inmediato a su rol de entrenadores. He aquí, pues, la metamorfosis referida: el entrenador europeo se viste de espectador para con la NBA pero se niega a hacerlo con su propia casa.
Si lo hiciera podría asumir que en su baloncesto no es oro todo lo que reluce y difícilmente un colectivo actúa contra sí mismo. Hace bien poco Pepe Laso se hacía eco de esta conducta generalizada en términos de "falta de autocrítica, aburguesamiento general y persistencia". Un reconocimiento admirable cuando el propio Laso figura como firme detractor de lo que ocurre al otro lado.
Si preguntásemos al gran público qué aspecto resulta más molesto del juego, con seguridad las faltas ocuparían una posición destacada. En Estados Unidos la proliferación del silbato ha sido uno de los últimos detonantes del cambio. Ningún contacto en el perímetro (no handchecking) y defensa real en la pintura. "You've really got to hit hard to get a foul now", apuntaba Donnie Walsh. Observemos, en cambio, cómo actúa la Razón Táctica en Europa mediante tres ejemplos elegidos un tanto al azar y en terreno español. Cuando la FIBA adoptó el triple después de los JJ OO de Los Ángeles, no pocos entrenadores se mostraron contrarios al invento. El triple había demostrado el poder de descongestión para el que fue concebido, pero la Razón Táctica, a la manera que denunciaba Díaz Miguel, observaba en ellos, por encima de todo, una intolerable reducción en la posibilidad de forzar faltas a los pívots rivales. A finales de los años noventa la FIBA estudiaba cómo poner fin a aquellas faltas cometidas con la intención de impedir la canasta fácil del rival que escapaba libre de marca hacia el aro. Se debatía entonces la llamada ley de la ventaja. Nuevamente los técnicos alzaron la voz. Aíto García Reneses lo hacía en estos términos: "¿Por qué es más importante una canasta que cargar con una falta más a un jugador contrario? ¿Por qué es más importante una canasta más que entrar antes en el 'bonus' que da derecho a dos tiros libres?". Por último, como tercer ejemplo de que con demasiada frecuencia los intereses de la Razón Táctica y los del espectador discurren en sentido opuesto, vale recordar una de las conclusiones expuestas el pasado verano por el presidente de la Asociación de Entrenadores, Joan María Gavaldá, durante el curso de entrenadores de la FEB: "Si un equipo pierde dos balones se debe pedir tiempo muerto para no perder credibilidad". Credibilidad, se entiende, entre la propia élite de los banquillos. En definitiva, a quienes vivimos en riguroso directo los difíciles años del Basket Control , cuyo genocidio de aficionados al baloncesto en Europa se cuenta por millones, todo este subterráneo típicamente táctico, la prevalencia de la falta sobre la acción de canasta, el tiempo muerto sobre el tiempo vivo, y el estrangulamiento del crono, no sólo remonta a esta moderna expresión del déjà vu sino que, en rigor, partido tras partido, nada más actual y presente que ese eterno manufacturar el juego tan propiamente europeo.
Pudiera desprenderse del artículo inicial que la Táctica fuera cosa mala o lastre del juego. Y nada más lejos. La táctica es al baloncesto lo que la gramática al lenguaje: su logos. Por eso urge precisar que táctica en absoluto equivale a Razón Táctica, de la que aquella no es más que una parte y ésta su hinchazón. En otras palabras: de lo que la táctica es fundamento hace la razón táctica un fundamentalismo. Y cabría recordar que la táctica en el baloncesto es un instrumento y no el baloncesto mismo.
Permanecen en la más selecta memoria del espectador europeo, incluso el más exigente, determinados apogeos inscritos en la historia de su baloncesto con letras de oro. Más que momentos y partidos, acuden modelos de juego y equipos que hicieron de la Victoria algo fresco, ventilado y hermoso; cúspides que dieron orgullo a la butaca geográfica que nos ha tocado ocupar. La generación yugoslava que abría los años noventa, con su cénit mundialista en Argentina y europeo de Split, así como la épica gesta helena en su Europeo de 1987, la soviética olímpica un año después o el aplastante Maccabi anfitrión de 2004, por reducir unos ejemplos, forman amplio consenso sobre ello. Sorprende, sin embargo, no hallar para esos casos la esplendente realidad de que precisamente lo fueron por escapar al yugo de la Razón Táctica. Que lo que dio su irresistible atractivo a la irrepetible Jugoplastika fue precisamente la huida de los jugadores de sus férreos barrotes. No se entienda mal esto. Ivkovic o Maljkovic preparaban a aquella generación de modo estajanovista, como de Boza recuerda el propio Perasovic: "La dureza de los entrenamientos fue tal que aún hoy día me pregunto cómo pudimos aguantarlos. (...) Nosotros sólo queríamos matarle". Sin embargo, al crucial momento de la puesta en escena, una vez inflamado el calor de pista, ese sacrificio debía de dar sus frutos por sí mismo, sin una quirúrgica y sistemática intervención sobre el discurso de juego. El humilde Bosna de Sarajevo sorprende en Grenoble al poderoso Emerson Varese de Meneguin y Bob Morse en la final de Copa de Europa de 1979 con 45 puntos de Varajic y 30 del inigualable Mirza Delibasic. Aquel modelo, representado de manera elegante y silenciosa por el legendario Novosel y que serviría hoy para denunciar los abusos individuales que presuntamente afectan a la moderna NBA, distinguía abiertamente la preparación del escenario, allá donde dar rienda suelta al talento con arreglo a una suave formulación táctica por el grupo compartida. Hoy el talento en Europa es una facultad que, lejos de nacer libre, debe mucho antes pasar por la caja fuerte de la Razón Táctica.
Esa transición de la represión a la libertad es lo que Pesic recordaba como el "reconocido espíritu de la famosa escuela yugoslava". Curiosamente Pesic haría por fin del Barcelona un campeón de Europa, pero renunciando en la práctica a aquel hermoso predicamento que parecía defender.
El entrenador en baloncesto experimenta con el paso del tiempo un proceso que rara vez ha sido expuesto con firmeza: cuando su carrera comienza, allá por las tiernas categorías inferiores, es una figura de inclinación paternalista que, por lo general, atiende al mayor volumen de detalles posible con especial atención al aspecto humano de los jugadores. Es entonces más psicólogo que técnico, más maestro que coronel. A medida que su carrera asciende, a medida que el éxito lo aproxima a la élite, su amplitud de miras se va gradualmente estrechando hasta un punto extremo en que ya nada lo distancia del marcador. Es en ese fatídico momento cuando un entrenador es ya sólo el marcador, su mercenario y esclavo, y como tales sólo al marcador se debe. En en ese fatídico momento cuando el espectador le resulta, de todos, el elemento más prescindible y molesto en el ejercicio de su ciencia. "Cuando el equipo favorito no rinde a su nivel -escribía Reneses- la Opinión Pública no comprende cómo es posible que suceda". A lo que sugiere dos salidas: "Que cambie la Opinión Pública o que nuestro pensamiento no se vea tan influido por ésta". Se trata, en el fondo, de un proceso imperativo sin posible renuncia. Pero no por ello se debe renunciar a exponer algunas consecuencias derivadas de un fenómeno tan universal como éste que históricamente encontró en Europa su terreno ideal.

III

A la llegada de Avy Lester a Split, sentó Pavlicevic a sus jugadores para que observaran el 1x1 que había preparado entre el americano y un junior con el fin de tomar el pulso al nuevo, del que nada sabía. Al primer tiro de Lester, Pavlicevic reaccionó con disgusto. Recelaba de su mecánica de tiro y ordenó corregirla en el acto. "Así no, quiero que tires así", situándole el balón entre las manos. Durante media hora Lester lo falló todo, provocando al cabo las airadas protestas del técnico por aquel incomprensible fichaje. Pavlicevic estaba en un error. Había ordenado a Lester lanzar con la derecha siendo éste naturalmente zurdo. Y toda vez que Lester había tratado de hacerse escuchar, fue ordenado callar. Sólo cuando el jugador comprobó que estaba en juego su propia supervivencia en el nuevo equipo, se vio literalmente forzado a romper el protocolo. "¡Soy zurdo, coach, soy zurdo!" .
Los JJ OO de Roma resultaron decisivos para Nino Buscató. La visión del tiro en suspensión de Jerry West le causó tal impacto que dedicaría en adelante todo su esfuerzo a descifrar los misterios de aquella técnica. No contó sin embargo con una firme oposición. "Los entrenadores me decían que no lo hiciera". Convencido, tuvo Buscató que desarrollar aquel tiro a escondidas hasta hacer de su nueva técnica un acierto incontestable.
A fines de noviembre de 2004 los Rockets estaban sumidos en un desolador inicio de temporada. Su mejor jugador, Tracy McGrady, tocaba fondo en su hasta entonces rasgo más acusado,la voluntad de tiro, y lo hacía por decreto táctico. Promediando 13 tiros por noche los Rockets acumulaban cuatro derrotas consecutivas (6-11) y mostraban enormes dificultades para alcanzar los 75 puntos por velada. Al caer ante Denver, McGrady definió el papel de los jugadores como meros "perros de presa" poco después de avisar: "Yo no estoy tirando tanto a canasta. No es una excusa sino una simple exposición de lo que va a ser mi juego este año" . Van Gundy captó el mensaje de su jugador y del hostil enjambre de aficionados que acostumbraba a aguardar fuera del Toyota para corearle "Fire Van Gundy!". El siguiente partido dio con 106 puntos de los Rockets frente a los poderosos Mavericks, 48 de los cuales fueron obra de McGrady (19/36). De los siguientes 27 duelos, 18 se contaron por victorias.
Mueve a estos tres variopintos ejemplos un fondo común. Y es que pocas cosas suscitaron mayor nerviosismo en los entrenadores de todo lugar y época que el tiro. Pero mientras la NBA ha llegado a explorar ciclos de auténtica banalización del tiro, no es posible encontrar en Europa un solo período de abundancia en las últimas dos décadas. Ni siquiera con la reducción del reloj de posesión. Poco después de llegar los 24 segundos el mismo Zeljko Obradovic se valía de un circunloquio para justificar que, pese a la reducción de 6 segundos en el tiempo de ataque, el tiro podía -y seguramente debía- seguir cotizándose a igual alto precio que con los 30. "Ahora hay más tiros, pero no necesariamente buenos tiros. (...) Los tiros son ahora más difíciles. (...) Evitar estos tiros es muy difícil, y tirarlos, también". Pocas verdades asoman con igual claridad: el paso del tiempo ha ido reduciendo en Europa la voluntad de tiro en los jugadores hasta hacer del tiro un bien demasiado preciado como para entregarlo generosamente los entrenadores. Y posee este rasgo tal vigencia hoy en día que acaso las generaciones más jóvenes tomen como natural lo que no es más que un efecto generalizado obra de la Razón Táctica.
Puede que no haya aspecto del juego donde la Razón Táctica haya venido ejerciendo un influjo más decisivo que en el tiro. Durante décadas el tiro era un arma en absoluta propiedad del jugador; y en mucha menor proporción, del entrenador. Un tirador lo era al margen de aquellos sistemas de juego que condujeran al tiro. Hoy día vive el tiro radicalmente vinculado a dos apelativos: buen tiro o mal tiro. Pero no por el factor canasta, como indicaría la lógica. Sino por producirse con arreglo a sistema (buen tiro) o fuera de él (mal tiro); por ajustarse a Razón Táctica o no hacerlo. En su obra Al Ataque el periodista Jordi Román expresa este fenómeno en términos de "malos tiempos para los anotadores, y mucho peores para los tiradores, a los que el baloncesto contemporáneo ha llegado a estigmatizar. Los conceptos de buen tiro y mal tiro les han pasado factura, porque para un tirador el tiro no necesita adjetivo: es simplemente un tiro, y sólo hay que ejecutarlo". Así la versatilidad, el combustible del que se ha servido la Razón Táctica para ejercer sus plenos poderes, elevó el subterráneo técnico de los jugadores pero, al mismo tiempo, rebajó las cualidades y talentos que antaño aparecían como desnudos. "Ya no existen diferencias entre los jugadores. Ya no hay jugadores que marquen diferencias excesivas con respecto a los demás" , reconocía sin lamentos Ettore Messina en nombre del factor humano o de adaptación al sistema, según él, único espacio susceptible de biodiversidad hoy día.
Con el tiro por objeto, a la generación simultánea de Dalipagic, Oscar, Petrovic, Riva, Epi, Cvjeticanin, Margall, Korfas o Yannakis, ha sucedido otra, masiva y dispersa, en la que la decisión del tiro se cotiza en exceso cara, al punto que dos o tres fallos consecutivos del mismo hombre hagan sonar la bocina del cambio con severa exactitud. Esta espectral represión -que de modo insuperable representaban los europeos que recién llegaban a la NBA- actúa sobre los jugadores como alarma latente, lo que provoca menos tiros a libre voluntad y, a menudo, una paralela pérdida de eficacia de exclusivo origen psíquico. "Muchas veces te quedabas en situaciones de no tirar o de hacer malos lanzamientos porque se agotaba el tiempo de posesión", confesaba el último Rafa Jofresa. Contra este irresistible encarecimiento de la voluntad de tiro alegará la Razón Táctica que los espacios todos han quedado ya bajo amenaza, sin que exista a la vez más socorrida coartada para los entrenadores que recurrir a la Defensa como explicación a toda indigencia en el tiro y porcentajes.
Zeljko Obradovic (2007)
Mediante esta sofisticada maniobra los cuerpos técnicos disimulan hábilmente el absoluto predominio que ejercen sobre el juego y lo presentan a ojos del espectador como el producto de una colisión espontánea con sus propias leyes e imprevistos. Resulta impensable que la élite de los banquillos pueda reconocer que ha convertido el tiro, la herramienta última que dota de libertad y sentido a la figura del jugador, en una concesión sometida al riguroso principio de premio y castigo. Premio si el tiro se ajusta a Razón Táctica (minutaje) y castigo si no lo hace (cambio y banquillo). La maniobra referida se explicaría tal que así: cuando la voluntad de tiro discurre a la baja con victoria se recurre a la prevalencia de una fórmula, acaso la más real de todas, que desde Sainz a Perasovic, de Pesquera o Ivanovic, de Maljkovic a Yannakis, de Scariolo a Messina, ha venido sirviendo como auténtico credo para el baloncesto de este lado mundo. Esta fórmula dice: "atacar es minimizar errores", que la práctica traduce en ataques diluidos en especulación sin que el público perciba su origen. Y sin embargo, cuando el equipo que toca fondo en la voluntad de tiro ha caído derrotado la decisión del tiempo de tiro, como vergüenza de que escapar, ya no corresponde a error propio, sino a virtudes ajenas. Sobre este pacto de recíprocas alabanzas se asienta buena parte del protocolo expuesto al natural en las innumerables ruedas de prensa, donde mayores diplomacias acostumbra a promover el entrenador en Europa. "La defensa, contrariamente al ataque, puede llegar a ser un elemento homogéneo", enunciaba Messina, incluso en la mutua protección del colectivo.
Contra esta situación pocos técnicos han alzado la voz y muy particularmente lo ha venido haciendo una de las más libertarias mentes del juego de este lado del mundo. Su nombre: Pepu Hernández. El vigente campeón del mundo denunciaba hace dos años en un clínic celebrado en Granada un fenómeno referido como "abuso del bote". Literalmente objetaba: "cuando uno bota los demás no juegan". Y con algo tan sencillo hacía tambalear los cimientos del mayor santuario mental de nuestro tiempo, según el cual cuando un jugador en Europa consume balón y el crono discurre a placer, los demás necesariamente estarán actuando en rica formación táctica. Y muy al contrario cuando un jugador en la NBA consume balón y crono lo hace a decisión propia y por motivos remotos al interés general del equipo. He aquí una doble mentira basada en un dogma muy propio de nuestro continente. De cuántas ocasiones se vio al Real Madrid de Maljkovic consumir la posesión sin una paralela ventilación de juego para llegar a los últimos segundos a la caza y captura de Louis Bullock a la manera en que el Limoges entregaba su expiración del ataque a Michael Young, debiera servir como esclarecedor ejemplo. Y lo mismo cabe para uno de los máximos exponentes de la Razón Táctica, el italiano Sergio Scariolo, quien en nombre del pase extra como imperativo y el castigo a las esquinas al kick-out, asfixia las posesiones con sistemática frecuencia sin un paralelo debilitamiento del espacio rival. El resultado es el enquistamiento generalizado de ataques "a continuidad" que raramente el jugador se atreve a quebrantar, un tejido cuya densa trama se encuentra predeterminada de principio a fin en aquello que Dan Peterson llamaba programación y Monsalve refería como firme creencia en "un juego donde la responsabilidad individual está predefinida". En medio de este rocoso panorama debiera el espectador preguntarse por qué profundas razones un jugador como Ricard Rubio despierta en el ánimo tal frescura y novedad, tal imprevisión y ruptura, tan firme oposición entre el significado de Razón Táctica y una figura, a la que más tarde volveremos, que pudiéramos referir como Razón Espontánea por la que el baloncesto fue durante tanto tiempo, incluso a este lado, uno de los deportes más imprevisibles del mundo. Acaso los motivos se antojen demasiado claros.
Curiosamente emergen, como excepción a la regla, extrañas veladas en las que de pronto los equipos renuncian no ya a Razón Táctica sino directamente al juego a través del triple, el más sencillo recurso con que ahorrarse el trabajo de sortear la espesa malla defensiva. Resulta ingenuo hablar de riqueza táctica en modelos que, al modo de Lituania o Italia en Atenas, promediaran respectivamente 27.6 y 25.7 triples intentados por partido. Y acude igualmente lo ocurrido en la cuarta jornada ACB cuando Bilbao y Fuenlabrada arrojan conjuntamente la friolera de 57 triples en una propoción muy superior a los tiros de dos (11 de 36 triples el Pamesa de la última jornada). Es como si, rara vez, fuera necesario proporcionar a los jugadores la fugitiva terapia de romper por un día la insoportable tensión táctica a que sistemáticamente se hallan sometidos. De ahí que Pepu Hernández ironizase sobre un extendido fenómeno por el cual los jugadores "juegan el sistema aunque se caigan tres defensores" .
En el caso de España la selección con Pesquera experimentaba el excedente de represión táctica a un punto que con Pepu Hernández parecía no darse. Prueba de ello es el mayor acierto, poniendo por caso, en el lanzamiento triple (29.9 con Pesquera, 37 con Hernández) con una rotación más amplia de jugadores. Lo que conduce a pensar que una razonable concesión a los jugadores repercute positivamente en la útil liberación de sus talentos. No es de extrañar así que los dos equipos más anotadores del campeonato fueran Estados Unidos (103.3) y España (88.6) y asimismo los mejores porcentajes de tiro correspondieran a ellos (50.6/49.8). La confianza del entrenador en sus jugadores libera a éstos de aquellos temores que asociamos más arriba a la voluntad de tiro que determina la Razón Táctica.
Sorprende sin embargo que mientras los actuales cuerpos técnicos inciden a tal importancia en el tempo y espacio del tiro, haya quedado su progreso técnico a expensas del jugador como horas extras de trabajo en solitario. Señalaba en fechas recientes esta paradoja Vicente Salaner sobre el Joventut y en igual sentido el legendario Jordi Bonareu lamentaba que "ahora no haya técnicos dispuestos a enseñar, sino sólo a ganar". La victoria resultó siempre el mayor de los imperativos, pero nunca antes como ahora pareció ir tanto la vida en ello fruto de la llamada profesionalización del Deporte. Es aquella identidad entrenador-marcador que destacamos en la segunda entrega y que, sin que apenas lo percibamos, en tal grado desalojan las ambiciones y talentos de los jugadores. Nunca se hará suficiente hincapié en el sordo resentimiento acumulado durante años por multitud de jugadores, incluso los más grandes, hacia la figura de quienes, en nombre de la Victoria, forzaron a padecer en silencio la dramática represión de sus posibilidades.

IV

Cuando en la entrega anterior subrayamos que padece el jugador en Europa una sorda represión en la voluntad de tiro y nos servimos de una pequeña mención a antiguos tiradores puros, pudiera verse el lector asaltado por la idea de que medie el factor distancia en la figura del tiro reprimido, esto es, que tan sólo los tiros a distancia fueran objeto de represión. Urge precisar que en absoluto. La deflación en la voluntad de tiro interviene sobre todo lanzamiento, sea cual sea su naturaleza. Y resulta un pobre argumento concebir que tal represión sea debida, única y exclusivamente, a la actual expansión de las potencias defensivas, fugitivo ideario del que usa la Razón Táctica para justificar la actual devaluación del jugador sujeto. Por eso hicimos notar el crucial interés de la Razón Táctica en hacer creer que así sea.
Bozidar Maljkovic
Llegados a este punto cabe entonces preguntarse cómo es posible que la altísima cotización del tiro no despierte en el espectador la menor reprobación. Qué ha tenido que ocurrir para que el tiro haya pasado de ser una necesidad básica a un bien de lujo. Es de crucial interés formular una posible respuesta.
Asistió Europa en el ecuador de la pasada década al apogeo de una extrema interpretación del juego, conocida como Basket Control y reflejada en la más grave devaluación anotadora en la historia del baloncesto europeo desde 1956, cuyo sentido tan precisamente expresó Jordi Román como el "resultado lógico de reducir al máximo el número de posesiones (y por tanto, de tiros), a lo largo de un partido. Y a anotaciones bajas, diferencias cortas; y a diferencias cortas más finales igualados; y en finales igualados, más posibilidades de éxito para los equipos técnicamente inferiores" . Es lugar común recurrir al Limoges de Maljkovic como paradigma, no ya por alcanzar el cetro europeo de 1993, sino por renunciar expresamente a toda la riquísima herencia táctica del viejo continente mediante una artimaña: congelar sistemáticamente el reloj hasta hacer llegar el balón a Michael Young y entregar todo el universo del juego a su terminal improvisación. El Basket Control exigía del observador cerrar los ojos durante 25 segundos y abrirlos el resto. Durante ese primer lapso el baloncesto prescindía de su elemento hegemónico: el soporte canasta. En términos no tan figurados la quimera del Basket Control pasaba por la supresión de los aros y los naturales apetitos ofensivos de todo jugador.
En España, poco antes, habíamos asistido con el Caja de Ronda a una interpretación aún más extrema si cabe en la que incluso se exprimía la salida con el balón desde el fondo a la manera de los primeros años cincuenta. Así recuerda Fede Ramiro: "Pesquera me ordenaba subir el balón andando o pasar la línea de medio campo a los siete u ocho segundos". Pocos años después, y ante el flagrante riesgo de quedar el baloncesto en manos de mercenarios del marcador, siguiendo el mismo proceso por el que el arte desalojó a las masas para convertirse en un arte para artistas que era preciso entender en lugar de disfrutar, la inmensa mayoría de entrenadores en Europa, viendo acaso peligrar su propio futuro, convino que no todo podía valer y que aquél no era el camino. Así la FIBA decretó por aplastante consenso la posesión de los 24 segundos casi medio siglo después de idearla Biasone en Estados Unidos. Cambio que Reneses celebró siguiendo la lógica piramidal, destacada en la primera entrega, según la cual Europa no dio voto al jugador ni voz al espectador: "Los señores Kostas Rigas y Alan Richardson se reunieron con todos los entrenadores de la Euroliga y se produjo un hecho muy diferente a lo que venía sucediendo con la FIBA. Para empezar estas reuniones no existían. Además, no importaba cuál era la opinión de los entrenadores". La especulación fue remitiendo gradualmente, pero lejos discurre el proceso de haberse invertido en su totalidad. Prueba de ello es la ausencia de alternativas diametralmente opuestas al Basket Control. "No le gustaban los ataques descontrolados", terminaba Ramiro.
Quedó apuntado anteriormente que pocas cosas suscitaron mayor nerviosismo en los entrenadores que el tiro. Pues la más valiosa de ellas reside en la velocidad del juego, y más concretamente, en una línea de ritmo ofensivo pasada la cual puedan sentirse los entrenadores ajenos al acontecer de pista o incapaces de ejercer su debido control. La Razón Táctica entiende que un incremento en el tempo de juego equivale a una transferencia inmediata de poder a los jugadores. Una entrega vedada a tolerar. Ningún otro pulso entre el banquillo y la pista hizo perder en mayor medida la sensación de control sobre el juego a los entrenadores que el incremento de la velocidad. Una fobia hacia un estado de cosas que Joan María Gavaldá traducía como "inercia de llegar a una zona hiperactiva" de juego que por todo medio los entrenadores evitar. Así la Razón Táctica ha establecido en Europa con incuestionable éxito la peor privación que conoce el baloncesto en el mundo y lo ha conseguido mediante una sutil analogía. Según ella, equivale el juego rápido a precipitación y la precipitación a balón perdido, como concreción de un fugitivo perjuicio que representaría el juego malo o mal juego.
El credo europeísta no percibe así el inmenso engaño de que es objeto. Vive convencido de que su baloncesto proporciona diversidad cuando de la infinita escala de velocidades ha liquidado de raíz nada menos que su mitad, de suerte que todo el yacimiento táctico efectivo hace del juego rápido no una posibilidad sino un accidente. Asistir en Europa a una ligera secuencia de contraataques, de privaciones defensivas por velocidad, de partidos cuyo consumo de posesión por posesión prescindida no haya resultado en conjunto de proporción 18/6, es una auténtica utopía. No se corre por sistema y no hay sistemas para el juego vivo de continuidad. Procede éste accidentalmente de aquella "zona hiperactiva que por todo medio evitar". El baloncesto en Europa es lento por definición. Se basa, de raíz, en aquel correaje mental referido por Scariolo que convierte al jugador en un engranaje obligado a "parar, leer, llamar y empezar el sistema". Y del mismo modo que la Razón Táctica establece una férrea analogía basada en que juego rápido equivale a juego malo, hace lo propio con juego lento, rehogado, sistémico, como equivalente a buen juego y sobre todo, a baloncesto culto. Qué inmensa mentira encierra todo ello y qué enorme privación supone su realidad al baloncesto cuando a tal punto se halla encorsetado. Ya advertía hace unos años Trifón Poch de que, a este lado del mundo, "se asocia el juego lento, duro y defensivo al éxito" al tiempo que Pepu Hernández describía el proceso como "sistemas largos para castigar defensas duras" . Fue éste un proceso que experimentó con manifiesta intensidad la NBA durante la segunda mitad de los noventa y que parece hoy comenzar a menguar.
Mucho más a menudo de lo que se observa la Razón Táctica se expresa además mediante opacos silencios. El equipo que ataca aguarda la propuesta defensiva rival. Y ésta, aguarda su ajuste por la propuesta ofensiva que recibe. El resultado es un visible coágulo, un absurdo y paradójico fenómeno que el propio Gavaldá sancionaba en términos de sorpresa: "A veces la sorpresa del rival es ver que el tiempo empleado en preparar el ataque contra tu defensa es inútil, porque no la utilizas". En este tipo de casos que pueden devorar cuartos enteros de no pocos partidos el espectador no percibe el engaño que supone la espectral puesta en escena de dos equipos que en lugar de proponer, aguardan propuestas que a su vez no se producen. El dogma europeo refiere esto como "riqueza táctica".
Lejos queda, en efecto, el Basket Control. Pero no tanto el espíritu que dio lugar a él. La Europa posterior a 1990 ignora absolutamente el High Pace. Jamás se atrevió a penetrar su misterio. Lo suyo es reposar sistemáticamente en un tibio terreno instalado entre el Slow Pace y el, llamémosle con generosidad, Middle Pace. Así toda consideración sobre superar la velocidad consensuada nacerá muerta. No verá la luz. Se trata además de un statu quo que el colectivo no tiene reparo en disimular. Cada vez "los jugadores y los entrenadores arriesgan menos" , apuntaba hace unos años Joan Montes. "El exceso de presión -reconocía Manel Comas- hace que juguemos ultraconservadoramente" . Así el sentido de aquellas palabras de Lolo Sainz observando el baloncesto como "un juego de cambios de ritmo" puede haber perdido hoy toda su original fuerza.
Con el inicio de siglo Europa asiste con asombro a la puesta en escena de dos patrones de transgresión que, en la práctica, duraron demasiado poco y discurrieron demasiado solos: la Bennetton de Mike D'Antoni y el Maccabi de Pini Gershon. Ambos patrones fueron rápidamente devorados. La línea continuista de Messina en Treviso se vio apagada tras su marcha así como el adiós de varios símbolos en Tel Aviv puso fin a un corto pero intenso ciclo dorado amarillo. La extremada calidad de los jugadores en aquellos modelos no basta para atenuar la crucial relevancia de la intención táctica promovida. Y no es posible obtener una representación europea a través del escasísimo ramillete de equipos punteros de vocación, además, excepcional. "De 2002 a esta parte hay una mayor intención ofensiva que de 1995 a 2002. Pero no es menos cierto que en la práctica toda esa intención parece estar ahora remitiendo masivamente", apuntaba Pablo Malo de Molina. Y es que subyacen paralelamente otros modelos de muy diverso origen que van desde la velada resurrección del Basket Control por el Maroussi de Yannakis -cuya expresión residual hallamos en Grecia, la Francia de Begeaud o la Turquía de Tanjevic-, al Gran Canaria de Martínez y Maldonado, el Dynamo de San Petersburgo de Katsikaris, el Efes de Mahmuti y el mismísimo Barça de Pesic e Ivanovic, cuyo arranque de temporada se convirtió en una odisea por alcanzar los 55 puntos por partido. Así sería equívoco obtener una radiografía de Europa a través de los modelos más ralentizados como lo sería a través de las excepciones a la regla derivadas de accidentales ritmos de alto voltaje. Dado que éstos no existen, lo más justo sería hablar de Europa como un dignísimo escenario donde el baloncesto se cocina normativamente a fuego lento. Puede que nada haya que reprobar, a excepción de que quizá sea hora de reconocer que encierra el baloncesto como deporte y como juego un colosal yacimiento de posibilidades estructuralmente vedadas al viejo continente. Y deberá emigrar el espectador que pretenda explorar ambas interpretaciones al otro lado del Atlántico.
Así sorprende que el europeísmo más actual no sienta el menor rubor en repetir, como estribillo, que Toronto Raptors "juega a la europea" por el mero hecho de integrar ese equipo varios jugadores europeos. Y nada más remoto a la realidad. Toronto frecuenta un ritmo de juego, una ventilación de perímetro y una voluntad de tiro que Europa absolutamente ignora. En fecha reciente el propio Calderón era preguntado por esa vulgar inercia, típicamente ibérica, a considerar la NBA como el "sistema en que llega uno y se la tira". En este punto literal el extremeño disentía con rotundidad matizando de inmediato que allá se dispone de "más libertad para hacer eso; no se da tanta importancia a que se falle un tiro por haber tirado rápido puesto que hay más posesiones, hay más jugadas y las posesiones son más cortas que en España". En la actual NBA un solo equipo, uno solo, Dallas Mavericks, concentra en sí mismo todos y cada uno de los ritmos desplegados por Europa en la actualidad. Todos más uno: el High Tempo, desconocido en estos lares donde correr -no en una o dos acciones, sino ser capaces de correr un partido- representa un satánico escenario que eludir.
Todo ello hace de Europa un bonito escenario donde disfrutar del juego en relativa serenidad, en un universo estratégico naturalmente rehogado, pero al mismo tiempo, representa Europa un panorama absolutamente laminado por la renuncia al juego rápido. No es ocioso el término renuncia, pues basa buena parte de su fundamento la Razón Táctica en una serie de renuncias de las que hasta ahora hemos visto dos: el tiro como voluntad de juego y el ritmo como respiración del mismo.
Escribía no hace mucho Sergio Scariolo estas hermosas palabras: "Nos hemos formado todos, un poco, estudiando grandes ataques históricos (del T-Game de Dean Smith a las continuidades del give&go de Gamba y Sales, al "10" de Valerio Bianchini, etc.), copiándolos, ajustándolos a las características de nuestros equipos, buscando variaciones y matices, pero siempre en el ámbito de un principio general: el ataque fluía en continuidad, teóricamente al infinito" . La realidad, sin embargo, empeña en demostrarse remota a satisfacer tan poética expectativa. Sistemáticamente desaloja la Razón Táctica del baloncesto aquel "infinito" de situaciones y posibilidades donde no haya empleo propiamente táctico. Mediante esta insonsable renuncia, la Razón Táctica ejerce su más grave consecuencia: decretar cómo ha de ser el baloncesto y cómo habrá de ser en el futuro. Con reciente suerte de compartir mesa y mantel con un ex entrenador ACB, en alarde de sinceridad, aseguraba: "Prefiero ver baloncesto LEB que baloncesto ACB. No es por calidad. Es que aquel me resulta, por lo menos, algo más imprevisible. En el otro, créeme, es todo el rato lo mismo, lo mismo y lo mismo. A estas alturas todos (los entrenadores) sabemos lo que hacemos, repetirnos unos a otros hasta la saciedad". En igual sentido un Pepe Laso embriagado por regresar a los orígenes contemplando el torneo Sub-20 de Platja D'Aro, clamaba contra una situación que alcanza peligrosamente a las categorías inferiores, una situación que trata de liquidar de raíz al jugador sujeto. "Cuesta trabajo valorar la calidad individual de los jugadores -lamentaba-. En el juego colectivo con el que los equipos tapan sus posibles verguenzas individuales pasan inadvertidos talentos de más valor del que muestran. Se juega demasiado en conjunto, casi siempre 5x5 y la improvisación y el talento individual se oscurece" . Laso, en su papel actual de espectador con tribuna pública, con demasiadas décadas de baloncesto a sus espaldas, advertía de la peligrosa corriente que tiende a anular lo individual precisamente cuando la realidad del baloncesto se empeña en demostrar que "la acción individual siempre va antes y es más definitiva que la ejecución de la jugada y suele ser el motivo del éxito o del fracaso de aquella idea colectiva preconcebida" . Observando cómo los jóvenes renunciaban de manera tan manifiesta a la expresión de sus potencias sin haber desarrollado aún un pleno entendimiento de lo férreamente colectivo, terminaba refiriendo la escena como sumergida en la tibia "mediocridad de la cooperativa" . Alegaba Imbroda en igual sentido que "el baloncesto ahora está muy espeso, hay demasiados sistemas y eso va contra la creatividad del jugador". Puede que sea preciso llegar al 5x5 previo paso por todos los demás productos que inicia el 1x1, y no a la inversa, a la manera de la vieja escuela yugoslava.
En tal estado de cosas no es de sorprender que la cotidiana satisfacción del espectador europeo, naturalmente conformista, se haya instalado de manera inconsciente poco más que en el eterno juego pendular de los marcadores, según vengan a reflejar los destinos de su equipo.

V

Mientras Recalcati sorprendía a Europa con su Siena zonal, Ivanovic remontaba una veintena de puntos a Olympiakos con una 2-3 en 2001, Julbe liquidaba a Ivanovic con una 1-3-1 en la Copa de aquel mismo año, el Lucentum de Lamas aplastaba al Tenerife con un 25-0 a través de una 2-3 en la Príncipe de 2002, Scariolo endosaba un 51-18 en apenas 15 minutos al Pamesa de Olmos en cuartos ACB de 2004 e históricamente se vincula Israel a las zonas como el draft a los centímetros, el subterráneo de la NBA apenas comenzaba a insinuar un proceso seguramente irreversible: el paso a las zonas.
De enero de 1947 a octubre del año 2001 la defensa en zona no fue permitida en la NBA. Durante aquel periodo superior al medio siglo el baloncesto profesional en Estados Unidos estimó como irrefutables los siguientes principios: 1) la defensa debe operar sobre jugadores y no sobre espacios; 2) la defensa de espacios concede una ventaja al equipo defensor sobre el equipo atacante al obtener aquél resultados muy apreciables sobre un escaso consumo de energía; y 3) la defensa de espacios corre el riesgo de paralizar peligrosamente el juego. Esa triple negativa mantuvo el orden intacto hasta una fecha que ya ha pasado a la historia.
El 12 de abril de 2001 el Comité Ejecutivo de la NBA, a través de su vicepresidente Stu Jackson, hacía pública la adopción de cuatro nuevas reglas:
- Supresión de la defensa ilegal y aprobación de la defensa en zona.
- Adopción de los 3 segundos defensivos por simetría a los 3 segundos ofensivos.
- Reducción en las faltas por contacto en directa proporción a la proximidad del aro.
- Reducción de 10 a 8 segundos para la transición de media pista.
Exponer el origen y causas que conducen a estas modificaciones excede con creces la intención de la serie, pero resumiendo, promueve la adopción de estas cuatro reglas el mismo espíritu que desde siempre ha prevalecido en la superestructura de aquella liga: flexible actualización del juego, protección de la calidad respecto a la fuerza, dinamización de la puesta en escena y atención al cliente. A pesar de las no pocas reticencias surgidas en el colectivo de entrenadores, la primera y más descollante de las cuales corrió a cargo de Rudy Tomjanovich, jefe técnico de la selección americana en Sydney -"Zones neutralize great athletic ability and I don't think it would be good for the league as far as entertainment. People want to see the guys who can soar to the basket"-, la generación de cambios fue aprobada por unanimidad en lo que Peter May señalaría como "the most dramatic facelift to the game since the 24-second clock was instituted".
Entre el amplio argumentario desatado, una vanguardia de técnicos y analistas celebraba el derribo de fronteras entre universitarios y profesionales, y muy particularmente, el adiós a una paradójica situación por la que se había venido formando a universitarios en un preciso conocimiento de la defensa en zona que, al ingreso en profesionales, no iban a utilizar. Dick Vitale no ocultaba su gratitud alegando que "there are exciting college games every night" por cuya táctica filosofía el juego NBA terminaría siendo enriquecido. Tras el turbio oro de Sydney predominaba en ciertos Think Tanks americanos la sorda sensación de que un combinado NBA, más temprano que tarde, acabaría mordiendo el polvo a defensas cuyo misterio ignoraban. En efecto así fue. Indianápolis supuso el accidente; Atenas la manifiesta parálisis a la emboscada zonal europea y Japón la piedra definitiva. El cuerpo técnico USA acaso estimó equivocadamente que podría alcanzar el oro entregándose al poder de perímetro de sus jugadores –nadie anotó más con mejor acierto que ellos– al tiempo que subestimó el poderoso coágulo que el recurso zonal, incluso en pocos minutos, podría ofensivamente causarles.
A la pregunta de si las zonas conspirarían contra el individualismo atlético de determinados jugadores, Stu Jackson se pronunciaba optimista: "Al permitir cualquier tipo de defensa, los grandes jugadores seguirán siéndolo. Si las defensas se diseñan para tratar de contenerlos me parece bien, porque el resultado será que más jugadores aparezcan involucrados en el juego. Ello obligará a esquemas de ataque de cinco hombres, con más tiros para todos y la necesidad de que aparezcan mejores tiradores. Creo que será bueno para el juego. (...) Será necesario un período de adaptación para todos; para que los entrenadores diseñen nuevas defensas y a su vez los ataques se ajusten mejor a ellas. (...) Nuestro deseo reside en obtener un juego basado en el pase, en los cortes, en el movimiento de los jugadores y el movimiento del balón". Esta última declaración de intenciones representaba un calco de los deseos expuestos durante más de seis décadas por Podoloff, Kennedy, O'Brien y Stern. Sólo que nunca estuvo de más recordar a qué Evangelio se debió siempre la entera historia de aquella liga.
Contra ciertas alarmas sobre el posible advenimiento de un peligroso estatismo de pista -al uso masivo de zonas-, sobrevino en menos tiempo de lo previsto una esplendente realidad que, alejándose del escenario que precisamente motivó la revolución, alcanza su apogeo hasta la fecha en los Playoffs de 2006, que concentran un nivel extremo de técnica, táctica y épica sin el menor perjuicio espacial (estatismo) ni temporal (velocidad). En tal sentido respira aliviada la NBA hoy en día.
Pero, en rigor, aún las zonas son allá tierno recurso. Por los casi 60 años de restricción se hace natural su estado lactante. Desde su adopción han sido pocos los cuerpos técnicos que se han asomado a ellas. Popovich, D'Antoni, Nelson, Karl, Avery Johnson, Sloan o Van Gundy representan un destacable ramillete en este sentido. Ya en la temporada de 2003 los poderosos Spurs despliegan, a fases muy concretas, una visible Box&One en la que el hombre libre o marcador es precisamente un esclavo táctico, Bruce Bowen (alternado a momentos por Ginobili). Mike D'Antoni, de sólida trayectoria europea, ha insinuado esporádicamente el uso de la 1-3-1 con una notable variación sobre el modelo pionero de Lou Carnesseca que Xabier Añúa, con íntima docencia, exponía en sus Divagaciones sobre Defensas Presionantes 1-3-1. Según este magisterio original "cuando se recupera el balón no hay que contagiarse del ritmo trepidante con el que estamos defendiendo sino controlar nuestro ataque". En personalísima interpretación D'Antoni transgredía por sistema este punto, a la manera que acostumbra Reneses con Ricard Rubio en pista. Pero sobre una perspectiva general, las zonas en la NBA son un recurso embrionario que trata de despertar en medio de una arcaica resistencia a ellas. Su prolongada ausencia configuró profundamente la topografía del juego NBA durante un periodo de tiempo en el que cabe la práctica totalidad histórica de competiciones europeas (la Copa de Europa arranca en 1958).
Sorprende entonces que frecuente Europa la acusación, nada descriptiva, de practicarse en la NBA un juego donde prima el 1x1. Con sospechosa lógica no sólo se toma la parte por el todo y se ignora que el reglamento mismo promovió este tipo de usos, sino que se niega de raíz realidades tales como que, tan sólo en lo que llevamos de siglo, ninguno de los equipos campeones (Los Angeles, San Antonio, Detroit y Miami), las más ejemplares radiografías de aquella competición, hicieron del 1x1 e incluso el 2x2 un ideal esquema. Y semejante certeza vale para los subcampeones en el mismo periodo: Indiana, Philadelphia, New Jersey y Dallas.
En el universo zonal Europa representa, a lo expuesto, el modelo radicalmente opuesto. A pesar de ser no más que heredera del magisterio NCAA del siglo XX, en zonas Europa es perro viejo, un continente sabio que se vale muy de ellas para magnificar esa presunta hegemonía táctica que tan a menudo hoy proclama. No obstante el recurso zonal masivo no coincide en Europa con el periodo histórico que permite su libre uso. Antes bien es relativamente reciente. Arrancando los años 80 Europa priorizaba las defensas de asignación. Y concentran los últimos 25 años el más intenso repunte conocido de las zonas hasta convertirlas, al presente, en una de las más sibilinas adicciones de la Razón Táctica y un particular campo de batalla donde los entrenadores apuestan su prestigio en recíproca intimidad. El técnico que propone una zona dirige su mirada a dos puntos muy concretos: el marcador y su homólogo en el banquillo opuesto, al tiempo que da espaldas a todo lo demás. Apuntaba Martín Urbano a principios de 2004 que la inflación zonal "sólo era cuestión de tiempo, y ya la temporada pasada, pero de manera muy especial en ésta, las zonas han tomado la Liga". Durante la ralentización de juego en la segunda mitad de los 90 las zonas aparentan manifestarse en ambos lados de pista, defensa y ataque, pero es con la adopción de los 24 segundos cuando el colectivo de entrenadores percibe la trinchera zonal como el mejor antídoto a ataques que ven reducida su formación en 6 segundos y, por lo tanto, su tiempo de respuesta.
Durante años el uso de las zonas incluso fue motivo de ética controversia. En Italia aún recuerdan aquellas camisetas portadas por algunos técnicos que rezaban proclamas del tipo: "La defensa zonal perjudica gravemente la salud" o "Defender en zona te molesta también a ti; dile que lo deje" . Por entonces no pocos entrenadores consideraban las zonas como vulgares maniobras de ocultación más que de mostración, de pobreza más que de riqueza y de cierta cobardía más que valentía al ahincarse muchas de ellas poco más que en una pasiva flotación al ataque rival. Nadie duda hoy de las zonas como un riquísimo recurso propiamente táctico. "No hay partido en el que esta defensa -proseguía Urbano- no tenga un protagonismo importante. El cambio de la defensa individual a la zona se ha convertido en el motor principal de las remontadas. (...) Una buena zona de ajustes es el mayor quebradero de cabeza que un ataque puede encontrar". Es lo que seguramente advirtieron Dusko Ivanovic (Tau-8/II/04) y Giulio Cadeo (Metis Varese-10/III/04) ante sendas zonas del Madrid de Lamas a razón de 30 minutos por velada.
La zona, las zonas, y el baloncesto de aislamiento derivado de ellas, obligaron a agudizar el ingenio táctico en toda competición donde fueron permitidas (tampoco en mayor grado que otros recursos). Durante el último tercio del pasado siglo la NCAA, el laboratorio que vio realizadas las construcciones teóricas de las mejores pizarras del mundo, una vez agota como un cénit de creación, va cediendo gradualmente su hegemonía a Europa, que pronto se erige como el escenario donde el uso zonal más ilimitado nido encuentra sin resistencia alguna. Sin embargo, apenas ha sido subrayada la inmensa coartada que el uso zonal históricamente encerró y que encuentra su pleno significado en esa típica acusación al otro lado de practicar un "baloncesto como exclusiva y excesivamente físico" . Y es momento de subrayar, en efecto, una superlativa diferencia: que la filosofía NBA pretendiera primar el aspecto atlético del juego no es un enunciado falso, pero al mismo tiempo, exigió un paralelo sobreesfuerzo de los jugadores como potencias defensivas, de lo que resulta en suma una intención teórica verdaderamente admirable. Europa, en cambio, validó el uso de las zonas en nombre de una presunta libertad defensiva mayor (mientras renunciaba, ofensivamente, a jugar por encima del aro o detener el reloj tras canasta). Y cabe por ello preguntarse desde qué clase de posición legitima Europa sus acusaciones al plano físico NBA cuando ningún otro recurso igualó al abuso de las zonas como pretexto generalizado para optimizar el bajo consumo de energías que supone instalar la defensa en ellas. "Jugando en un partido todos los ataques a 24 segundos y defendiendo una zonita de dejar tirar ("Que nos ganen desde fuera", ordenaba Pesquera), los cambios por cansancio son la mayor prueba de un equipo pobremente entrenado" , confesaba el propio Pepe Laso.
Se insiste: Europa es maestra en el recurso zonal y complicado resulta cuestionar los innumerables episodios épicos que las zonas han proporcionado. Pero no por ello pierde verdad que Europa ha logrado solapar una manifiesta inferioridad mediante la fortaleza táctica de las zonas al modo que el ciego desarrolla poderosamente otros sentidos fuera de la vista. Y es aquí donde resulta difícil sostener cierta acusación de carácter atlético al otro lado, o aun más, de potenciar la NBA el 1x1, cuando a tal grado se ha venido premiando la negación de ambas en competiciones que apenas superan la treintena de partidos en liga regular. Adquiere por ello sentido la reciente advertencia de Pepe Laso de que "las defensas son tan fuertes, los jugadores tan grandes y la capacidad destructiva tan elaborada que nada que no sorprenda en el 1x1 puede ser rentable como sistema de juego".
En la NBA han quedado, en efecto, aprobadas las zonas. Pero mucho se cuidó aquella competición del dudoso proceder que supone instalar a jugadores en los aledaños del aro a modo de pasiva flotación con la soberbia regla de los 3 segundos defensivos. Una regla que, de haberse dado acá, habría atenuado muy notablemente los poderes de Tkachenko, Romay, Fassoulas, Sabonis, al mejor Roberto Dueñas y hasta inclinaría hoy peligrosamente a infracción al mismísimo Savrasenko.
Durante demasiado tiempo, y nada lejano, el credo europeo que ahora levanta orgulloso la cabeza por haber dotado una manifiesta inferioridad de presunta virtud, consideró las zonas como una práctica muy nociva para las edades más tiernas. En 2004 escribía Sergio Scariolo: "Me parece lamentable que en etapas de formación en categorías inferiores se enseñe la defensa zonal a los chavales; quizás se podría justificar en el último año junior. Ahora bien, incluso en la categoría junior, ese dispositivo empleado durante bastante tiempo también es perjudicial". Pues la realidad se empeña en demostrar que las zonas son ya uso común no sólo en juniors sino masivas en categoría cadete. Se sacraliza con ello no sólo aquella pereza denunciada en su momento por Bobby Knight –"Las zonas son para vagos" – sino una profunda ignorancia de carácter más grave: la de aprender la defensa en la gradual escala que va del 1x1 al eufemístico 5x5 que tan presto acude a socorrer la europea idea de equipo. Así censuraba este riesgo Martín Urbano: "Lo primero debe ser enseñar a los chicos las pautas del juego colectivo, que aunque parezca un contrasentido, empiezan por las del 1x1. Si no sabes tomar buenas decisiones en función del defensor que tienes delante será imposible que puedas aportar algo al juego colectivo de tu equipo" .
Se comprueba finalmente, siguiendo el principio defendido en esta serie según el cual la Táctica es el orden y la Razón Táctica una manera extremada de funcionar aquél, que no hay límite para el uso de zonas incluso en categorías sobre las que se había acordado un masivo consenso. En este pasado mes de febrero fue profanado el último tabú. Con el inicio del Campeonato de España de Minibasket la Federación Española hacía público un escueto comunicado según el cual quedan aprobados "cambios en el sistema de competición y cambios en el reglamento: se permitirán defensas zonales siempre que el defensor no permanezca más de 5 segundos sin atacante dentro de la zona restringida" . Vale recordar que el Minibasket nació como una edificante categoría de juego para niños de entre 8 y 12 años por la que muchos de ellos establecían un primer contacto con el baloncesto. El preámbulo nunca escrito decía: "Que se diviertan aprendiendo y démosles ligeras orientaciones". Pero la Razón Táctica no conoce límite. Y de suponerlo, actúa con igual validez que el Código de Autorregulación en la Cadenas Privadas de Televisión.

VI

Del "Emiliano, dime qué equipos quieres y en qué orden" del legendario Saporta al reciente caso Lorbek en Italia media tal sinnúmero de episodios de dudosa legalidad que con la hipotética Enciclopedia del Baloncesto en Europa tan sólo rivalizarían en extensión la Historia del Baloncesto Sumergido y la Antología de la Adulteración en Competiciones Europeas de Baloncesto . A vuelapluma de la memoria colectiva, sin orden ni ubicación precisas, se destaca a continuación no más que un minúsculo ramillete de episodios que ningún otro lugar igualó en intensidad y número a La Europa Oligarca.
En el primer partido de semifinales de Liga Europea de 2001 entre AEK de Atenas y Tau el local Dimos Dikoudis anota la canasta de la victoria (75-74) más de dos segundos después de sonar la bocina. El árbitro principal, Danko Radic, otorga validez a la cesta incluso minutos después de que el comisario de mesa reiterase que el tiempo, de forma manifiesta, había concluido. Otro comisario de mesa, el célebre Sr. Lambeaux, negaba reiteradamente el trucaje del crono en partido de Copa de Europa de 1975 en Zadar, de 2 horas y 11 minutos de duración, aún diez años después de acuñarse la expresión minuto yugoslavo, una curiosa forma de medir el tiempo en Belgrado por la que un minuto duraba más de 60 segundos, los ataques del OKK se hacían interminables y los partidos, de ser necesario, más de dos horas. Es el caso de aquella vuelta de semifinales del 65 donde el equipo de Stankovic y Korac debía remontar 23 puntos al Madrid hasta que, extenuados y vencidos, Korac hizo un gesto a la mesa ordenando el final del partido.
A la disputa del segundo partido de cuartos de final de Liga Europea de 1995 entre Olympiakos y CSKA, hasta cinco jugadores rusos tuvieron que ser hospitalizados por envenenamiento. Una "mano negra" presuntamente helena había contaminado las comidas de la expedición moscovita con Haloperidol durante su estancia en el hotel de Atenas. A la temporada siguiente, en los últimos segundos de la finalísima europea entre Panathinaikos y FC Barcelona ocurrió un extraño suceso ante millones de espectadores. Cuando al ataque griego Yannakis pierde definitivamente el balón el crono se congela en 4.9 por más de cinco segundos antes de volver a discurrir. En ese lapso tiene lugar el tapón de Vrankovic a Montero, la caótica recuperación del balón a manos del Barça y el final de partido. En apenas diez segundos de tiempo real, el mismo banquillo heleno que durante el parón se dirigía agresivamente a la mesa invadió de inmediato la pista al sonar la bocina para sellar la celebración del título y evitar toda posible alegación.
En la undécima jornada de Euroliga en 2002 Unicaja cae en Atenas ante Olympiakos por 81 a 80. El marcador, juez último de la cadena deportiva, no había reflejado todo cuanto ocurrió en pista, ya que una canasta anotada en el segundo cuarto por Paco Vázquez y aprobada como tal por los árbitros no subió nunca al luminoso. Durante años, y muy particularmente a partir del primer tercio de los años noventa, predominaba en el entero continente la firme convicción de que ganar en terreno griego era materialmente imposible. Europa callaba ante una situación por todos conocida. Las flagrantes maniobras de intimidación alcanzaban a todo miembro del pabellón con especial objetivo en la expedición visitante, la mesa de anotadores y comisarios de pista, y de manera muy especial, en los árbitros. "Los hinchas griegos -relataba el tomo Cien Años del Real Madrid - campan a sus anchas arrancando los asientos de los pabellones por los que pasan. En la cancha se suceden las polémicas arbitrales que favorecen a los equipos helenos".
Grecia, nueva rica entonces, tomaba el relevo de los viejos poderosos que por razones geopolíticas habían iniciado su desintegración. En el Europeo de Nantes 83 tuvo lugar uno de los altercados más recordados en la historia de Europa entre las selecciones de Italia y Yugoslavia. En el momento álgido de la tangana, inmediatamente posterior a la patada genital de Kikanovic a Villalta, parte de la mesa de anotadores quedó arrasada, Slavnic desató otra patada a la cabeza de un rival impedido, Grbovic amenazó con unas tijeras la integridad de Meneghin y la gendarmería francesa se vio obligada a ingresar en la pista. La violencia nunca fue patrimonio de ningún continente. Pero "la FIBA no sancionó a nadie -ilustraba el serial Chócala-. Eran dos países muy influyentes y el Europeo acababa de empezar" .
Con perspectiva histórica, sería incluso factible establecer un mapa europeo que reflejara el reparto de justicia deportiva entre víctimas y verdugos. Pero dentro de cada competición nacional hallaríamos igual división de papeles. En tal sentido nuestro país ocuparía un lugar destacado en esa colosal Antología . En la primera final de la era ACB el Real Madrid se impuso 75 a 80 al Barça en el Palau. Los catalanes devolverían la moneda en Madrid al ganar 79 a 81. En aquel segundo partido Juanma Iturriaga y Mike Davis fueron expulsados por una pelea que dio con todos los componentes de las dos plantillas en pista. El comité de competición, a través de su presidente Eugenio Mazón, sancionó con 6 partidos a Davis, 3 a Martín y amonestación a Iturriaga, presunto iniciador de la gresca. Como protesta el Barcelona no jugó el desempate previsto y la primera final ACB nunca pudo concluirse.
En las semifinales de Copa del 83 el Real Madrid se negó a jugar contra el Barcelona porque éste no había permitido televisar el "clásico" en Liga jugado en el Palau. El comité de competición decretó que el Madrid representaría a España en la siguiente Recopa cuando el club blanco ni siquiera había jugado las semifinales. Seis años después, al quinto partido del Palau que serviría como desempate, el Madrid de Petrovic terminaba con cuatro jugadores en pista. Resulta difícil concluir una posible premeditación arbitral. Pero es de interés recordar las declaraciones del juez principal, Neyro, asegurando que no iba a olvidar que Petrovic le había escupido cuando jugaba en la Cibona.
En más recientes fechas, Tau empata (1-1) la final ACB de 2005 y, según apuntaron diversas fuentes, el máximo dirigente del club empatado exigió al presidente de la ACB retirar de la serie al trío arbitral protagonista del segundo choque. Conocida la maniobra por su homónimo rival, se desató a espaldas del gran público una postura de fuerzas encontradas que provocaría inmediatas consecuencias. Tras aquel segundo partido el director de arbitraje de la ACB, Santiago Fernández, renunciaba al cargo. Javier García Zumeta, miembro del comité de designación, presentaba igualmente la dimisión alegando la imposibilidad de desarrollar su trabajo con independencia debido a las "continuas consignas" recibidas desde altas instancias. Todo ello ocurría en plena final de la segunda mejor liga del mundo.
A la temporada siguiente la prensa se hace eco de un curioso episodio acaecido al término de otra final ACB, esta vez a pie de pista. El tiempo muerto solicitado por Sergio Scariolo con el partido y la serie prácticamente decididas, según aseguraba Pepe Laso, como "puya a Ivanovic por no haberlo pedido el pasado año" , desató las iras de los locales y su pabellón. Terminado el partido, el presidente de la ACB, al cruce con el técnico italiano, espetaba visiblemente encendido: "¡Siempre igual, vas provocando a todas partes!" . A lo que el italiano respondía: "No te pongas así, ¿eh?, que no siempre gana el que uno quiere" , momento en que ante numerosos testigos tuvieron que detener a un presidente enfurecido que ya se había girado en dirección al técnico del equipo campeón.
Las constantes disputas entre Federación, ACB y ABP, en relación al cupo de extranjeros, los célebres matrimonios de conveniencia, la no tan lejana polémica por los micrófonos que recogen los sonidos en los tiempos muertos, han marcado buena parte del reciente panorama del baloncesto en España. Con el cambio de siglo Europa asistía al peor cisma de su historia: la ULEB, surgida en defensa de los intereses de las ligas nacionales, se enfrenta a la FIBA y provoca una escisión. En una misma temporada, y dentro de un mismo continente, se disputan dos Ligas Europeas que dan en dos campeones diferentes. Y en la actualidad la misma ULEB está desplazando presencialmente a los clubes procedentes de Rusia, Lituania o Ucrania en favor de países de potencial menor pero diplomáticamente más próximos como Bélgica y Francia. Un último intento de fraude se está viviendo estos días en Italia al fichaje por Benetton del esloveno Erazem Lorbek. La violación de las reglas por las que se impide más de 18 fichas provocó la dimisión del presidente Enrico Prandi y el secretario general Massimo Zanetti. La Federación solicita ahora 18 puntos de penalización.
Durante años, durante demasiados años, durante tantos años como años contempla la Historia del baloncesto en Europa, la política que gravitó sobre todo el orbe continental estuvo esencialmente corrupta. En ningún otro continente en el mundo los juegos de poder y su quirúrgica intervención en la escena formaron tal parte estructural del baloncesto de alta competición. Apuntamos en la primera entrega que "no sería posible entender este Deporte sin la genuina interpretación del viejo continente" . Pero al mismo tiempo tampoco es posible entender toda esa Historia sin la eterna presencia, latente y manifiesta, de la política sumergida, el fraude deportivo, los abusos de poder y el desequilibrio económico traducido en connivencias y cuotas de competición. Y aun así, el volumen de hechos que encierra la Historia del Baloncesto Sumergido, aquella que nunca llegó a salir de los despachos y apartes, es diez mil veces superior a cuantos episodios polémicos han marcado la biografía de cualquier espectador de mediana edad de este lado del mundo.
Ese mismo espectador, último eslabón de una compleja cadena dirigida en primera instancia por la Tecnocracia del Juego, asistió eternamente impotente a un incesante desfile de episodios cuya cruda realidad había de digerir sin digestión, asumiendo de plano la brutal vulnerabilidad no sólo de su espectral posición de última comparsa sino de la misma legitimidad del Deporte que presuntamente le representa. Pocas sensaciones tan reiteradas y masivas en el viejo continente como la sorda perplejidad de ese hogareño espectador, uno de millones, ante flagrantes robos sobre los que sólo cabía una certeza: la impunidad.
En éstas que cierto dogma europeo insinúa ahora una parte de sus dianas en un sistema NBA por el que, a su juicio, "perder obtiene premio". El motivo de la ofensiva reside en un sistema reciente, establecido en 1995, por el que los peores equipos de la temporada obtienen mayores probabilidades de atrapar las primeras posiciones del draft. Tal sistema nació, al igual que el tope salarial, con un firme propósito de igualación. Con todo, ese sistema presuntamente nocivo a ojos de Europa provoca que el peor equipo de la NBA tenga el 75 por ciento de posibilidades de no elegir a su ansiado número uno; que el segundo peor equipo experimente igual privilegio en el 82 por ciento de probabilidades y el tercero en 87, lo que en efecto ha provocado que tan sólo en dos ocasiones el número 1 del draft haya recaído en el último clasificado de la Regular. Aflojar el ritmo competitivo en el último tramo de temporada, rotar plantilla inerte durante la misma y arriesgar con ella o no hacerlo en absoluto, supone curiosamente a la crítica europea un intolerable fraude deportivo que, parece ser, Europa ignora.
Y se olvida que el religioso sistema de igualación en la NBA impidió instalarse en escenarios que en Europa son históricamente normativos: las competiciones de dos velocidades, un insobornable statu quo escindido entre los grandes presupuestos y los exiguos presupuestos. En otras palabras: el paraíso de las minorías permanentes. No se alcanza el extremo del palmarés israelí, pero de 1957 a la actualidad, en nada menos que 50 años de competición nacional de baloncesto, España ha visto 6 campeones de Liga. De 1970 a nuestros días la NBA ya vio 14. Y mientras ciudades como San Francisco o Nueva Orleans conciben que algún día la euforia paseará por sus calles, ciudades como Menorca, Granada o Valladolid se saben a toda futura gloria final vedadas. Una esperanza compartida por tres cuartas partes de los clubes del continente, que se ven privados de acceder en igualdad de oportunidades al mercado según un estructural principio de desigualdad que contradice el espíritu mismo de la competición.
Este férreo blindaje europeo ante el precepto democrático lejos anda de quedarse en los hogares nacionales. Muy al contrario la Europa Oligarca trasciende las fronteras y extiende su mano a todo el continente. La nueva política de los grandes clubes se afana en domesticar las competiciones europeas a fin de evitar riesgos que pudieran contravenir sus intereses. Así nace, por ejemplo, la fórmula del trienio, con la que se ingresa directamente a competiciones aún no disputadas y sobre cualquier contingencia presente que pudiera dar con un posible descenso. Ello supone que un gran club europeo podría disputar la Segunda División de competición nacional y, al mismo tiempo, disfrutar de una prebenda heredada disputando la máxima competición continental. Es lo que Virtus reclamó poco antes de desaparecer, cuando fue descendida por los tribunales ante el impago a Becirovic, aferrándose a contrato vigente con Euroliga.
La fórmula del trienio ha sido expuesta por los tecnócratas como justa y necesaria. De tal suerte que si en la NBA fuera cierto ese fugitivo argumento de que perder obtiene premio, quizá en Europa ganar no lo obtenga en absoluto. Lietuvos conquista las ligas lituana y báltica la pasada campaña aplastando doblemente a Zalgiris. El trienio sin embargo decreta que será Zalgiris y no Lietuvos quien represente a Lituania en Euroliga. El doble campeón es cordialmente invitado a la ULEB. En Grecia los criterios del trienio indican que Maroussi debiera ocupar el lugar de Olympiakos y la práctica dicta lo contrario. Dado que Maroussi lleva mil espectadores al OAKA, amablemente renuncia a plaza sin que al público llegue la sutil maniobra que lo permite.
Muy mucho convendría a Europa tapar sus vergüenzas antes de mirar a otro lado. Más de un siglo después el viejo continente sigue sin verse a salvo de las rencillas y connivencias, de la política sumergida y de los peores y más flagrantes abusos de poder que vertebran su entera historia, y que, precisamente en el espejo que ahora observa de soslayo, serían del todo impensables, a la manera del desenlace de Munich.
En una soberbia pieza publicada en la sección Remembranzas de Solobasket, oportunamente crítica con la Crítica de la Razón Táctica, su autor sugería a modo de poético epílogo que "el basket no tiene que ser justo ni democrático, es sólo un cóctel de estrategia, atleticismo, intensidad, aletoriedad y verdad" . El segundo enunciado tiene, en efecto, validez universal. Pero es de hacer notar que el primero fue precepto genuinamente europeo.

VII

Hace poco más de una semana se disputaba el clásico de la Liga Báltica entre Zalgiris y Lietuvos. El partido tuvo que suspenderse a 1:52 del final. El comunicado oficial de la BBL expresaba: "Los espectadores comenzaron a lanzar diferentes objetos a la pista (masivamente latas de cerveza) y esto continuó durante varios minutos con intensidad progresiva, lo que tuvo como consecuencia una situación incontrolable. El comportamiento de dichos espectadores podría haber provocado lesiones serias e incluso la muerte de los participantes". Quedó apuntado en la anterior entrega que la violencia nunca fue patrimonio de ningún continente, pero urge matizar ese potencial común como violencia de pista . Fuera de ella pero dentro de los pabellones la cosa cambia notablemente.
En esa ofensiva abierta de un tiempo a esta parte hacia todo lo que gravita sobre las siglas NBA, una en particular despreciaba al público americano por su naturaleza indolente y poco menos que estúpida al acudir al baloncesto a la búsqueda de superflua diversión entre palomitas, hamburguesas y Coca-Cola. Esta visión, mucho más común de lo que parece, tiene su lógica. Porque si el dogma europeo percibe la realidad del baloncesto NBA como entertainment vacío de contenido será necesario arroparlo de una paralela masa consumidora. En otras palabras: a baloncesto inculto, público banal. Y en oposición a ello, aparecería Europa como figura ideal representando la perfecta armonía entre baloncesto culto y público preparado.
La tesis central de esta serie no sólo cuestiona esa presunta superioridad moral del baloncesto europeo sobre el baloncesto NBA, sino mucho antes la cosmovisión pública que sostiene esa creencia. Una de las preguntas más fascinantes que cabría hacerse un observador imparcial en mitad de ambos continentes tiene al público como protagonista. Y es que posiblemente sea en el espectador y sus ambiciones donde poder encontrar las mayores diferencias entre uno y otro lado. Por ello cabe preguntarse: ¿Son iguales los intereses de la grada europea y los de la grada americana? Difícilmente, cuando cultura y carácter abren entre aquél y éste continentes una brecha tan enorme.
Vaya por delante: esta nueva entrega pecaría de falaz si cupiera elevar a un público por encima del otro. Pero tampoco sería posible subrayar las diferencias sin atender a palpables manifestaciones de conducta de remota semejanza entre la grada europea y su homónima americana. En líneas generales el baloncesto puede felicitarse por estar limpio del abundante historial que con lamentable frecuencia padece el Fútbol como espectáculo de masas. Pero no es necesario acudir al extremo de la violencia. Muy por debajo subyace en todo espectador un estrato anímico raíz que lo hace pertenecer a uno de los dos lados. Decir que el espectador NBA no acude a su pabellón motivado por el afecto de su equipo sería falso. Pero en mucho mayor grado el espectador NBA acude al espectáculo del baloncesto donde el espectador europeo lo hace en sanguínea identidad con los destinos de su equipo. Donde el factor de rivalidad entre aficiones es a menudo religioso y fanático en Europa, brilla en Estados Unidos por su ausencia o se manifiesta -sobre todo en NCAA- mediante expresiones de simbología lúdica esencialmente pacífica. La rivalidad NBA opera, en el espectro público, a un nivel simbólico, mediático y virtual. Europa, sin embargo, arrastra sus ánimos al pie de la arena pública oponiendo visceralmente a aficiones encontradas.
OAKA
Un hipotético indicador anímico de masas daría como resultado que los espectadores NBA destacan por su ánimo curioso, expansivo, impresionable, optimista, gozando de mejor sentido del humor y viviendo los destinos del marcador de manera más despreocupada. El termómetro europeo, en contraste, nos daría una masa emocionalmente inestable, más agresiva y melancólica, más proclive a la exaltación, menos indulgente a ser contrariada por rivales y árbitros, más fanática con los destinos de su equipo, agria y malhumorada cuando éstos no le son favorables, más susceptible a las frustraciones, inflamable y contagiosa en la euforia y el disgusto, y por todo ello, mucho más compacta propiamente como masa. Ya el régimen de atenciones es profundamente desigual a cada lado. El acecho del ojo al marcador es allí muy inferior a Europa, porque mientras en la NBA el estímulo principal proviene de las evoluciones de pista, con general adhesion sobre todo jugador, el predominio emocional en Europa recae en muy superior medida en los destinos de sus congéneres de camiseta y escudo, de suerte que la grada europea resulta infinitamente más influenciable y crédula a sus chicos en firme oposición al rival.
El más reciente ejemplo de cómo la masa puede ser encendida hasta la ira por un solo jugador nos remonta al tercer partido de la final ACB de 2006 en Vitoria. A falta de pocos segundos y con la serie prácticamente decidida, el técnico de Unicaja, Sergio Scariolo, solicita tiempo muerto. En ese preciso instante nada extraño sucede. El público tiene suficiente con digerir la intensa confusión ante la inminente derrota. A ese público paralizado sólo llega el bramar de la bocina, el parón, uno más que en fase tan crucial encierra toda su lógica. Es entonces cuando irrumpe en escena y la colma por completo un jugador local, Pablo Prigioni. Se dirige enfurecido al banquillo rival y concentra toda su ira en una sola figura: Sergio Scariolo. El público pasa entonces de la pasiva confusión a una activa indignación al compartir e identificar el mensaje incendiario de su jugador, para quien el tiempo muerto es una intolerable ofensa a la etnia local. ¿Resultado? La masa es un coro unánime que ha canalizado toda esa energía contenida hacia un objetivo, un presunto enemigo común: Sergio Scariolo. En el fragor de la ira incluso un jugador de pasado en el club, Jorge Garbajosa, recibe indistintamente la dosis pública de furia.
A ese mismo pabellón, por seguir con un ejemplo válido, no es bienvenido un narrador de televisión por un comentario vertido hace ahora nada menos que 16 años. Su presencia tras aquel episodio ha estado marcada por visibles sentimientos de hostilidad en forma de insultos o lanzamiento de objetos. Al coro de "¡Eso te pasa por hijo de puta!" se le recuerda de manera constante que un lejano día expresó algo que pudo herir determinada sensibilidad local. En contraste, si el legendario narrador de los Celtics, Johnny Most, hubiese tenido que pagar por cada uno de sus miles de dardos hacia los Lakers en terreno angelino, habría fallecido mucho antes. Y también en fecha reciente, mediado febrero, un periodista del Lagun Aro y un pequeño sector de la afición de Alicante tuvieron un altercado por el que hubieron de tomar parte los cuerpos de seguridad. En un sentido más amplio, cánticos que ya forman de la antología coral de los pabellones, como el célebre "Martín, cabrón, irás al paredón" , o los más actuales "Felipe, muérete" , "Puta Málaga" o "Puta Barça y Puta Catalunya" , así como pancartas del tipo "Catalonia is not Spain" o "Aquí encontraréis vuestra tumba", son manifestaciones de naturaleza genuinamente europea que trascienden con creces la intensidad de sinónimas del otro lado como "Beat Boston" o "Beat L.A.", por evidentes motivos hoy en desuso. Forman parte, en definitiva, de una cultura que identifica profundamente a rival con enemigo y politiza el deporte hasta hacer del espectáculo, primordialmente, una arena pública donde dirimir curiosas contiendas y ajustar arcaicas cuentas.
A ello se suma el recurrente chivo expiatorio donde idealmente descargarse la intensidad emocional de la grada europea, la figura arbitral, una presencia que con histórica regularidad concentra el peso acusatorio de la masa cuando los destinos del equipo no son favorables y los motivos se difuminan. Para este tipo de fenómenos no hay equivalencia en la grada americana, cuyos mayores fervores pasan por puntuales abucheos que mueren al poco de nacer. Y es que, en lo general, el alma social del espectador NBA no comprende que una entrega afectiva comporte traspasar ciertas líneas de conducta. "Nunca imaginé esta forma de ver el baloncesto" , aseguraba Dominique Wilkins a su paso por Panathinaikos, de cuya pista corrió despavorido un atemorizado Casey Jacobsen a la victoria del Tau en cuanto cayeron los primeros objetos. De ahí que lo sucedido en el Palace de Detroit el 19 de noviembre de 2004 marcase un hito en el curso histórico de la NBA, pues nunca antes se había desatado -no masivamente- un altercado entre jugadores y ese sagrado espacio vedado a su intervención: la grada. Hay consenso por ello en subrayar aquel episodio como el más grave en la historia de la NBA.
Acudimos a Italia: serie final de la Lega 2002. A falta de minuto y dos segundos para el término del tercer partido, disputado en Bolonia y con 0-2 a favor de Benneton, el esloveno Marko Milic comete falta sobre el visitante Charlie Bell acudiendo éste a la línea de libres con 81 a 89 a favor de su equipo, a punto de conquistar el título de liga. En ese momento numerosos tifosi invaden una pista ya sometida al lanzamiento de objetos y que urgió a mesas, árbitros, periodistas (un redactor hospitalizado) y toda la expedición de Treviso (autobús apedreado) a escapar hacia el túnel de vestuarios. El partido fue suspendido dándose por oficial el resultado de 0-20 a favor de Benetton, que no pudo celebrar en condiciones su título. En lo que a celebraciones se refiere, episodio mucho más suave acaeció en el Palau al término del quinto partido de la final de 2000 cuando el madridista Sasha Djordjevic, exultante por la consecución del título, alzó los brazos como victoria y fue literalmente empujado a vestuarios al estimarse provocación toda expresión de euforia por el triunfo en terreno rival.
En este último punto cabría muy mucho detenerse: al estimarse provocación toda expresión de euforia por el triunfo en terreno rival. En la grada NBA se asistió siempre con total normalidad a la plena exaltación de acciones y victorias rivales. El sujeto que acude a ver un partido y se mezcla en solitario entre la masa local goza de plena comodidad para corear, levantarse o alzar los brazos ante lo que, espontáneamente, le haya movido a hacerlo (apréciense desde siempre, por citar un solo ejemplo, los fondos del Madison incluso en veladas de histórica rivalidad). Ese entusiasmado espectador no correrá el menor riesgo. En la grada europea, la sola aspiración a exaltar una gran jugada rival es una de las primordiales represiones a que la cultura ha conducido al deporte como espectáculo . No es pequeño el fenómeno que se destaca. Al contrario, el proceso general en que deriva es demasiado grande como para no percibir consecuencias de inmenso calado. Dos ejemplos lo explicarán mejor.
Uno de los episodios más hermosos en la historia de la NBA tuvo lugar en La Mecca de Milwaukee, en pleno quinto partido de primera ronda de Playoffs de 1987. A falta de pocos segundos para el término, los Bucks contaban con ventaja suficiente para hacerse con el choque y la serie (3-2) ante los Sixers. Ello suponía los últimos instantes en la carrera de Julius Erving. Guokas solicitó el cambio y el público, de manera completamente espontánea, eludió las evoluciones de su equipo y toda celebración para ponerse en pie y dedicar una de las más cerradas ovaciones en la entera Historia del baloncesto. La ovación no terminó con la bocina. Se extendió a pleno pulmón hasta que la figura del jugador desapareció minutos después por el túnel de vestuarios. Se cuentan por centenares los episodios de esta índole que, en rigor, elevan el Deporte a la más emocional poética colectiva.
Un año después el Barça aplastaba en el quinto partido de la final ACB al Real Madrid. Juan Antonio Corbalán apuraba sus últimos instantes en pista después de casi dos décadas de brillante carrera. Su extremada caballerosidad se mantuvo viva hasta las últimas consecuencias. Así, a cada nueva falta cometida, sucedían dos gestos: la disculpa a su víctima y la mano arriba a la mesa. Al último cambio, dando éste con los pasos a su banquillo y por ende, al final de su periplo, ni la más remota expresión de deportiva gratitud fue posible recibir. Antes bien, la hostilidad del pabellón seguía cayendo con toda su fuerza sobre aquella diezmada porción blanca.
La elección de este doble ejemplo no es casual ni accidental. Su significado actúa como profunda tradición en la cultura del espectador de cada uno de los dos lados. En Europa, y muy especialmente en escenarios de cruda rivalidad o peldaños muy elevados de competición, un mate inoportuno, un visible gesto de euforia rival ante una racha de acierto, una protesta o una expresión de alegría del banquillo ajeno, dan automáticamente con la sospecha o el abucheo cuando no, como ocurría en Grecia o Belgrado, con el lanzamiento de objetos. En ese sentido de intensidad emocional con lo suyo, es el público europeo una masa notablemente más inflamable que ninguna otra, y por ello, menos hospitalaria y acogedora a la presencia ajena y sus posibles expresiones, a las que observará con una mezcla de recelo y hostilidad que actualmente se traslada con toda su intensidad al universo virtual. Todo este sentir forma parte raíz de la Cultura del Deporte en el viejo continente.
Así no es de extrañar que, desde este lado, se observe toda esa parafernalia propiamente americana, de las mascotas a las cheerleaders, como incomprensible parte de una cultura deportiva entre ingenua y bobalicona. Y es que el espíritu del entertainment requiere del espectador un sentido del humor de que el público europeo esencialmente carece. En la versión europea del deporte la diversión ocupa un plano mucho más secundario cuando no remoto. Así manifestaciones como el All Star Game, el concurso de habilidades o el Rookie Game, arropado en Las Vegas por gradas repletas de niños cuyos deseos la NBA pretende satisfacer, se observa allí como una fiesta en la que prevalece el espíritu lúdico de este juego, un espíritu que el grave espectador europeo ha olvidado por completo si es que alguna vez le cupo.
El espectador americano no comprende el deporte separado del espectáculo. Muy al contrario el espectador europeo, habituado a no separar del baloncesto la poderosa mano del marcador y las continuas órdenes de sus sacerdotes en la banda, no puede reprimir al contacto con lo americano un visceral sentimiento de desprecio. Y sin embargo, ese mismo espectador no será nunca consciente de la singular alienación que lo inflama. No percibe con claridad la cadena de la que forma el último y más prescindible eslabón. En Europa la Tecnocracia tutela la Razón Táctica , que a su vez opera sobre jugador y espectador configurando a este último como audiencia compacta, subordinada y combustible. De esa audiencia se va a valer la Razón Táctica para hacer coincidir sus intereses con los del espectador, aun siendo en origen diametralmente opuestos. Así pues, pudiendo parecer digresión la anterior entrega, esta nueva tampoco lo es. Porque no es posible entender el sentido pleno de la Razón Táctica sin atender al estrato superior que la tutela y, aun menos, sin aquel otro que la circunda al momento de la puesta en escena: el público y el crucialísimo papel que cumple en su espectral posición . La Razón Táctica extiende su férrea rigidez a todo el universo que la rodea, y muy particularmente, a aquél del que se sirve para su legitimación: el público amorfo, la masa fanática, la afición hostil, para las que el espectáculo del juego ha entregado todo su sagrado valor a los meros designios del marcador.
Acaso tampoco pueda ser de otro modo. 82 partidos requieren la existencia de un ánimo que trascienda durante meses el mero afán de competición. 34 concentran la competición misma.

VIII

Al visionado de un partido NBA, uno de los que de ciento en viento algún entrenador europeo reconoce ver, Pedro Martínez escribía: "Vi un detalle llamativo: en uno de los numerosos tiempos muertos, la figura de los Suns, Steve Nash, le marcaba en la pizarra a Mike D'Antoni una situación táctica del partido que estaban jugando. Más que un diálogo fue un monólogo de Steve. Imagino que, una vez analizado, D'Antoni decidió lo que era más conveniente para el equipo. No me pareció una situación muy natural". Es evidente que no, que en Europa en absoluto lo es. Pensar que durante un tiempo muerto algún jugador pudiera tomar la voz del banquillo por encima de Ivanovic, Scariolo, Reneses, Gershon, Obradovic o Maljkovic, no sólo pasa por quimérico, sino que para el dogma europeo pocas evidencias igualan a esa hipotética escena como presunta debilidad del entrenador.
Apenas se ha reparado en la inmensa contradicción que vive nuestro tiempo a este lado del mundo. Dispone Europa de los jugadores más preparados de su historia. Y sin embargo asistimos a una época de sacralización de la autoridad como quizá Europa no haya conocido . Un tiempo de "entrenadores que dirigen con puño de hierro a sus equipos y que no admiten el diálogo salvo raras excepciones -proseguía Martínez en oposición al espíritu de aquel episodio-. No buscan la convicción del jugador y sí la obligatoriedad de la obediencia" . Lejos quedan aquellos días en que el propio Lolo Sainz reconocía, en referencia a Delibasic, "aprender muchas cosas de él" .
En realidad tampoco la NBA se vio libre de la manu militari. Pero allí se cuentan por innumerables los episodios de activos intercambio y diálogo en pleno curso de partido, incluso en Finales. Es el caso de un tiempo muerto en las series del 93 en que Phil Jackson se aparta a un segundo plano estimando que la acalorada discusión entre Scott Williams y Michael Jordan y aclarar el motivo que la impulsa es lo más útil para el grupo en ese momento. Jugadores como Isiah Thomas (Chuk Daly), Larry Bird (K.C. Jones), Tree Rollins (Lenny Wilkens) o Avery Johnson (Don Nelson) llegaron a tomar la palabra en momentos cruciales con la espontánea aprobación de sus técnicos porque éstos entendían que los sistemas, puntualmente, pueden y deben plegarse al talento y memoria cruzada de sus jugadores, en cuyas manos descansa al fin y al cabo el desenlace del juego. "Tenemos que anotar y como tenemos que anotar, ya sabéis quién tiene que hacerlo", exhortaba todo un Phil Jackson con un discurso tan sencillo que sonrojaría a esos coroneles tácticos europeos para quienes el principio de que ni la más sofisticada ciencia táctica tiene validez cuando el balón queda en manos de un talento asombroso ha perdido su histórica vigencia. Es de hacer notar la silenciosa transferencia experimentada por el talento: si antes su plena expresión se limitaba a la pista es ahora administrado desde el banquillo a pequeñas dosis, casi como concesiones. "Es importante que el entrenador no prive de personalidad al jugador, que es lo contrario a lo que está sucediendo últimamente -objetaba el legendario Bonareu-. Si antes un solo entrenador ya nos creaba dolor de cabeza, me asusto ahora al pensar qué puede suceder cuando veo en el banco más personas de calle que jugadores".
Y es que en Europa se ha llegado a este punto: los jugadores acaso tengan mucho que aprender de los entrenadores pero, muy al contrario, los entrenadores nada parecen tener que aprender de los jugadores (en realidad de nadie fuera de su colectivo). Esta situación de férrea jerarquía provoca que, con frecuencia, el blindaje de la Razón Táctica opere a tal extremo que en lugar de adaptar los sistemas a los jugadores, son éstos los que habrán de hacerlo al hermético magisterio de sus técnicos, a la manera de Pesquera, el reciente Madrid de Maljkovic o el actual Barça de Ivanovic, a quien sus capitanes, en el momento más delicado de la temporada y ante el muro de acero con el que topaban una y otra vez, suplicaron como ultimátum: "Ayúdanos y te ayudaremos" . El mismo Scariolo reconocía en uno de sus escritos: "Empiezo a preferir cada vez más ataques a objetivo, con una ejecución y un objetivo muy concretos por alcanzar". Los ataques a objetivo delimitan específicamente qué, cómo, dónde y cuándo debe operar cada jugador, disuelto en nombre del engranaje. En el caso de que los ataques sean a continuidad se corre el riesgo de que la violación del sistema (aun con éxito) o la licencia de un jugador acompañada de fallo dé con el infractor en el banquillo mediante la lógica de error-castigo que tanto predomina en Obradovic o Ivanovic. Y acude también aquella doctrina expuesta por Gavaldá por la que dos pérdidas de balón urgen al tiempo muerto en nombre de la credibilidad. Asistimos, con todo ello, a un proceso de militarización del juego por el que la táctica se ha objetivado, es decir: se ha contrapuesto a la subjetividad de los jugadores en cuyo nombre la misma táctica se engendró.
La apropiación del baloncesto por parte de los entrenadores (la más breve y gráfica definición de la Razón Táctica) implica que, en casos extremos, el juego termine siendo sistemáticamente administrado y los partidos se conviertan en una programada sucesión de unidades de juego asistido, a cuya más gráfica expresión acuden esas habituales escenas en que el base, subiendo el balón, aguarda expectante de la banda la quirúrgica orden a ejecutar. Puntualmente ese tipo de intervenciones guardan su higiénica lógica. Pero cuando ésta se generaliza a lo largo de partidos y temporadas enteras, el baloncesto pasa a convertirse en un juego angosto, programado, sumamente previsible, y por reiteración, monótono. Bajo tal grado de tensión táctica la entidad subjetiva del jugador se difumina, si es que no desaparece por completo al quedar sistemáticamente subordinada a imperativos que no son propiamente él. En consecuencia el baloncesto estrecha dramáticamente sus posibilidades. Ya Pepe Laso reconocía que los partidos "están escritos en el mismo idioma y disponen de un diccionario de varias decenas de palabras". Acaso se advierte en ellos un redundante esquematismo.
Apuntamos que la Razón Táctica es un predominio, una hinchazón de poder y un tenso ejercicio de control sobre el juego. Sería interesante proponer un concepto que represente su otro extremo, el más alejado de ella. Y lo hallamos en la Razón Espontánea, un modo de hacer el baloncesto que preexiste a la figura del entrenador y reposa exclusivamente en manos del jugador. La Razón Espontánea es universal: pertenece a aquellos escenarios que proporcionan los primeros contactos del jugador con el juego, y que se desarrollan, por lo general, en los patios y espacios urbanos donde diversión y competición tan felizmente se confunden. Se trata del baloncesto en estado embrionario y salvaje, un germen común al planeta entero. La suburbia de ciudades americanas como New York, Philadelphia, Detroit, Chicago, San Francisco o Los Ángeles, y sus célebres playgrounds, han deparado algunos de los escenarios más exclusivos de tribal baloncesto entregado a los misterios de la Razón Espontánea .
En el baloncesto de élite hay un largo itinerario abierto entre Razón Táctica y Razón Espontánea. A mitad de camino pero más próxima a esta última opera la llamada Razón Técnica, todo aquel universo individual del juego heredado de los fundamentos académicos de carácter universal. Un crossover, un reverso o una finta son principios legados por la ciencia individual del baloncesto, por lo que operan universalmente. La Razón Técnica ha protagonizado en Europa algunas de sus más elevadas representaciones como genuina interpretación del juego. De Petrovic a Bodiroga, de Pozzeco al genial Koudelin, los jugadores de mayor destreza gozaron de un ancho espacio donde sus talentos verse realizados. Hoy día ese espacio es más angosto que nunca: la Razón Táctica, no reconociendo nada por encima de ella, ha devorado buena parte del espacio ausente -todo atisbo de laissez faire- del que anteriormente gozaban los mejores para expresarse. Hoy la iniciativa personal corre serio peligro y así el protagonismo del jugador en sus propios actos cotiza a la baja. Cierto que en cuanto algún talento despunta en cualquier punto del globo la NBA se lo lleva, pero no es éste el único motivo de que estén desapareciendo del panorama europeo las grandes figuras de fisonomía personal donde Europa fue próspera.
Si el baloncesto es, como creía Magic Johnson, un estado de ánimo, la Razón Táctica es toda ella un temperamento, caracterizado primordialmente por un bajo umbral de tolerancia. Despuntar o distinguirse de la media resulta hoy complicado. A cuatro minutos de culminarse una reciente paliza del Tau sobe Unicaja en liga ACB (85-56), Zoran Planinic anota un triple en carrera próximo a los diez metros y la primera reacción de su técnico, Natxo Lezkano, es radicalmente hostil. En un caso como éste la Razón Táctica se arropa de un doble argumento. Ese triple representa 1) una licencia, un riesgo y una violación del sistema intolerables; y muy probablemente, 2) una actitud irrespetuosa con el rival. El público, ese cuerpo sumiso que rinde idolátrico culto a sus vociferante sacerdotes de banda, a pesar de celebrar la acción, se inclina por naturaleza a aprobar el enfado y sus argumentos. Y cabe entonces formularse una paralela doble réplica: 1) De qué sirve el talento trabajado en solitario (la Razón Técnica) si al momento del jugador satisfacerlo no es tolerado por la Razón Táctica. Si ésta priva al espectador de posibles ingenios no sidos, o bien sobra el detentador de la Razón Táctica o bien sobra el espectador, pero la coexistencia sostenible de ambos pasa por un colosal engaño. Y 2) si se ha llegado a un punto en que proponer algo remoto a sistema -como pueda ser un lanzamiento de distancia inusual por verse libre de defensa al viejo modo de Gentile-, equivale a ofensa, el baloncesto entonces está enfermo. Se halla gravísimamente infectado por un hermético compendio de fórmulas que presentándose como principios superiores inamovibles reprimen las fuerzas vivas de que se compone el deporte mismo. Y es de recibo denunciar que lo que acaso resulte intolerable sea la sistemática privación que hace de una actividad presuntamente infinita (véase Scariolo: cap. V) una práctica laminada, uniforme, y en última instancia, intrascendente (incapaz de trascender un único modo de hacer las cosas). Aquí es donde la masa pública debiera adquirir conciencia de su inmenso vacío, pues tan sólo existe para jalear o reprobar, para acompañar melódicamente los reiterados episodios de una escena cuyo fuselaje remotamente alcanzará siquiera a arañar. "Hay que dejar de pensar que sólo hay un modelo para llegar al éxito", concluía Martínez.
Que el baloncesto quede en unas pocas manos privadas deriva además en un curioso fenómeno del que tan sólo Europa da cuenta. En Estados Unidos la intelección del juego no pertenece en exclusiva a los entrenadores. También el baloncesto lo piensan con reconocimiento figuras como Blake, Peterson, Colangelo, Burns, Schuhmann, Halberstam, George y Pete Vecsey, Dengate, Wurst, Hareas, DuPree, Brooks, McMenamin, y un larguísimo etcétera. En Europa la figura del analista, del intelectual del juego como ciencia histórica, no existe. Su nacimiento y desarrollo están vedados de raíz. Igual que el saber se refugió durante la Edad Media en las sociedades monásticas, en Europa ni se concibe otro modo de saber el baloncesto que no irradie directamente de los entrenadores. La privación es gravísima y no parece haberse reparado en ella. La situación equivale a que de cine tan sólo pudieran hablar y entender los directores o de Música los compositores. En Europa el conocimiento del baloncesto sólo se comprende a través de los entrenadores. La total ausencia de un gremio vivo de analistas no hace sino acentuar finalmente el poder de los detentadores de la Razón Táctica, dado que al baloncesto en Europa sólo le es posible expresarse a través de ella.
Decía Messina en aquel espléndido artículo que dio inicio a esta serie que, en contraste a Papaloukas y su juego de equipo, imaginar a Nowitzki es verse mentalmente asaltado por sus lanzamientos, de suerte que el aficionado medio concibe a Dallas y de algún modo imagina a Nowitzki tirando; a San Antonio y a las penetraciones de Parker; a Memphis y al low post de Gasol. Guarda su lógica. La mente se apresura al grafismo donde reposan, más que contenidos, símbolos. Pero faltó preguntarse qué acude a la mente del espectador europeo a la honrada mención de Gran Canaria, Eldo Napoli o Alba de Berlín. Posiblemente nada. Ningún símbolo. Y es que no existen. La Tierra Media de la Razón Táctica los engulló hace tiempo. Forman parte de un árido paisaje de cosas donde nada destaca sobre nada, donde todo se iguala peligrosamente a todo y pocos se atreven a quebrantar el férreo guión establecido.

IX

Apuntaba Messina que uno de los pilares del presunto individualismo que gobierna la NBA reside en el culto a la estadística . A juicio del italiano la mera estadística es el indicador por el cual un jugador cotiza en la NBA en abierta oposición a Europa, donde la estadística sólo parece cobrar importancia dentro del resultado conjunto del equipo. En resumen: que la estadística es aquí medio y allí un fin en sí misma. "NBA players are generally assessed by their individual performance with a lot of emphasis on individual statistics. If you managed to improve your stats by the end of the season, usually you receive a better contract regardless the result of your team. In Europe if your team wins, you're perceived as a better player. That means individual statistics are only important combined with the team result" .
Desde los primeros noventa, por motivo de nombres como John Koncak o John Williams, hasta los más recientes Erick Dampier o Mike James, llamaron la atención en la NBA unos pocos jugadores, sin orden ni relación, que parecían representar una contradicción: en un momento determinado cotizaron en el mercado a un precio muy superior a su valor deportivo. La revalorización contractual de que puntualmente esos pocos jugadores disfrutaron no sólo les situó en el peor punto de mira, sino que la cotización de un jugador forma parte de una relación privada de tipo mercantil que involucra a dos empresas (agencia y franquicia) y dos intermediarios (representante y mánager general) por la que se alcanzan acuerdos que responden a una compleja multitud de factores. Ninguno de estos factores, salvo la antigüedad por convenio, es extensible a la política de la competición o viene derivado de un estado de cosas que rentabilice la estadística invidual. Dallas apuesta por Nowitzki, Unicaja apuesta por Welsch, New York por Jerome James, Lietuvos por Rush y Denver por Tskitishvili por factores donde la relación estadística con el rendimiento precedente de sus equipos carece de una presunta validez común. Así el caso de Koncak fue una arriesgada apuesta por potencial, al modo de Williams o Dampier, basado en una mezcla de tonelaje, centímetros y contención, valores de suprema importancia en el baloncesto por los cuales un pobre anotador como Fernando Martín abrió la era de los 100 millones en España. Pero nunca hubo liga en el mundo donde la voluntad y rendimiento estadísticos de un solo jugador ejercieran un influjo general más allá del bolsillo del jugador y las arcas del club. Pau Gasol está cerca de firmar su mejor temporada estadística en el peor equipo de la NBA mientras Curtis Borchardt, Bud Eley y Larry Lewis son igualmente baluartes estadísticos en equipos pobres.
Predomina en Europa un prejuicio de muy difícil remedio. Se sospecha de los monstruosos registros del otro lado bajo una óptica firmemente europeísta según la cual las estadísticas no pueden fluir en semejante opulencia sin que algo (la defensa) o alguien (los entrenadores) lo permitan. Que necesariamente tiene que darse un contrato social que los incentive y ampare, de suerte que un jugador valga lo que digan sus números. "Garbajosa aporta equilibrio" , defendía recientemente Sam Mitchell de un jugador no precisamente estadístico. Esa relación por la cual un jugador lo compra todo con sus números no se dio nunca, y aun menos al cultural modo que Europa denuncia. Incluso existió un término para ese tipo de jugadores -los late bloomers- que tan rápidamente apagaban. Al escéptico es muy recomendable ojear el listado de los máximos anotadores NCAA Division I de 1970 (desde Maravich) a nuestros días para comprobar a qué rondas del draft fueron a caer muchos de aquellos globos estadísticos (Harry Kelly, Tony Murphy, Dwight Lamar, Bird Averitt, Larry Fogle, Bob McCurdy, Marshall Rodgers, Kevin Bradshaw, Bo Kimble, Joe Jakubick, Kevin Houston, Charles Jones, Kevin Granger o Alvin Young) y qué puertas abrió América a sus lujosos números. Dónde queda, en definitiva, la presunta verdad del precepto "los números te darán la gloria".
El fenómeno estadístico merece su atención. Por su múltiple significación y estrecho vínculo con el baloncesto moderno, hallamos aquí otro vasto campo de gigantescas diferencias históricas en uno y otro lado. En el fondo la NBA no es más que otra descomunal corporación que forma parte de una cultura, la americana, históricamente erotizada por el cultivo de la cantidad. En los Estados Unidos adquirió particular certeza el principio del "tanto tienes, tanto vales". Pero cabe preguntarse si el culto al número es un fenómeno exclusivo de aquel continente, si su presunta ausencia a este lado del mundo no ha generado irreparables vacíos y si no ha corrido subrepticiamente Europa a replicar esa idolatría hasta, quizá, superarla precisamente en el sentido crítico que denunciaba Messina.
El baloncesto da cuenta de una fantástica paradoja. No siendo un Deporte sometido al imperativo de la marca al modo del Atletismo, no hay en el mundo disciplina deportiva de la que derive tal riqueza de registros numéricos, donde tan sólo el béisbol rivaliza. Así fue siempre. El baloncesto profesional americano, desde principios del siglo pasado, cuenta con archivos por los que suspiraría hoy toda competición del viejo continente. La ordenación numérica de lo acontecido como principio de verificación y archivo histórico lejos está de representar mal alguno. Antes bien pocas cosas revelan la relevancia dada a una actividad que su historiografía numérica. Muy al contrario en Europa, y por cercanía, aquí en España, la estadística hibernó hasta prácticamente la aparición de la ACB. Desde los tiempos de la revista Nuevo Basket y aquella primigenia división entre Tiros de Cerca y Tiros de Fuera, Palmeos y Violaciones, al actual galardón de Jugador con Más Crédito de la Semana (equivalente al MVP o Jugador Más Valioso), las cosas han cambiado a tal extremo que, acaso como nunca antes, se busque hoy la lectura del baloncesto individual a través de la estadística.
Asiste Europa hoy a una época de tal proliferación estadística en todas sus formas que el mismo estado documental quedó atrás para alumbrar otro nuevo de naturaleza narcótica. Un fenómeno que aquí en España ha provocado que más de 80 mil usuarios, el equivalente a la asistencia total a pabellones en una jornada ACB, hayan creado cerca de medio millón de equipos (446.896 a 25/III/07) en un colosal juego virtual, el Supermánager, que está desplazando de las jóvenes generaciones la histórica figura de los intangibles bajo el peso de la valoración; que establece un automático paralelismo entre números y calidad de juego por el que se desestima un inmenso volumen de matices. La fórmula de la valoración, admirable por orientativa, basa su criterio en un fundamento ciego por el que dos puntos al inicio del partido computan lo mismo que otros dos al término con el partido igualado. Jugadores como Reggie Miller o Robert Horry no habrían resultado en exceso rentables a su óptica. Y la tendencia indica, además, que la lectura del juego se inclina peligrosamente al mero reflejo de los Box Score. La cultura americana apenas ha variado en este sentido. Lo está haciendo Europa de manera manifiesta.
Como fórmula general de valoración estadística de los jugadores, la Euroliga replicó el modelo de valoración ACB que también comparte la Liga Adriática. Mientras Grecia propone su TENDEX e Italia fortalece el O.E.R.(Offensive Efficiency Rating), penetran con fuerza por todos los rincones cada vez más precisas formulaciones del Más/Menos. Puesta al día, vive hoy Europa, en suma, una orgía estadística como nunca hubo conocido. Por ello es interesante remontar el recorrido.
Con el discurrir de los años noventa y la expansión de los modos de hacer de la Razón Táctica, una de cuyas propiedades es la milimétrica computación del baloncesto, el fenómeno del scouting, importado igualmente de las Américas, comienza a experimentar un paralelo crecimiento en Europa, donde rápidamente se extiende y fortalece como metodología de la observación rival cuyo lenguaje primordial es la Estadística. En el doble estudio del scouting, prospección y espionaje, concentró Europa en el segundo sus más intensos esfuerzos, allá donde el factor estadístico mayor importancia cobra como indicador de los jugadores amenaza. Así los noventa asisten al desarrollo conjunto de Razón Táctica y Razón Estadística por representar fenómenos indisolubles. Para el final de la década el proceso de retroalimentación alcanza su madurez. El 28 de abril de 1998 el diario El Mundo somete a consulta al total de entrenadores ACB y la gran mayoría viene a coincidir en la firme intensificación de los nuevos métodos. Luis Casimiro, entonces en el TDK, explicaba la deflación anotadora "por el gran conocimiento que tenemos ya todos del equipo rival. Todo el mundo defiende y hay mucho trabajo de scouting". En igual sentido se pronu superior "anticipación por el scouting" . Joan Montes (Barcelona), reconocía que si "cada vez hay más scouts" era necesaria su paralela herramienta: "Cada vez hay más estadísticas y los jugadores no quieren arrnciaba el técnico del Joventut, Alfred Julbe, para quien se había alcanzado, respecto al pasado, una muyiesgar para que no bajen sus porcentajes" (relacionado con la represión en la voluntad de tiro: ver caps. III y IV). Hoy día no hay error en asegurar que el viejo modelo americano de computación ha quedado perfectamente replicado.
No obstante un ligero matiz contraviene la tesis que, expuesta por Messina, es sobremanera común a este lado del mundo. Según ésta la NBA fomenta un modelo donde los jugadores sólo buscan su particular obesidad estadística como prueba de reconocimiento general. Y vale precisar que para la elección de Jugadores de la Semana en la NBA es de absoluta prioridad que el registro de victorias sea superior al de derrotas. Curiosamente la diferencia que abre Europa reside en que la fórmula de la valoración decreta sin mayores matices que la mayor sea la premiada, que el MVP derive automáticamente de ella sin relación con los resultados del equipo. Así las tres primeras jornadas ACB, como las tres últimas por acotar, produjeron seis MVP's sin victoria de equipo. De la misma manera la Primera Fase de la Euroliga resolvió 10 galardonados con victoria y 5 con derrota, proporción que en el Top-16 alcanza el 4/3. Los MVP's de las 18 primeras semanas de competición en la NBA acreditaban en sus equipos un registro de 116 victorias por 17 derrotas.
Fuera de los Estados Unidos la controversia generada en torno un jugador, Steve Nash, sobre si es correcto su doble MVP de temporada, e incluso un tercero, ante jugadores de estadísticas más monstruosas como las de Nowitzki, Bryant o James, vienen a probar con meridiana claridad que el espíritu de equipo sigue siendo, como lo fue siempre, el principal depositario del galardón. Desde el año 2000 las competiciones FIBA ya han visto en dos ocasiones cómo el Jugador Más Valioso no pertenecía al equipo ganador (Nowitzki en el Mundial de Indianápolis y el Europeo de Belgrado). En la NBA tan sólo en 1969 el MVP de unas Finales correspondió al equipo perdedor (Jerry West, L.A. Lakers). Y en los últimos 25 años hasta 11 Most Valuable Players de la Regular (apréciese el factor de anticipación del premio) terminaron disfrutando en equipo del anillo de campeones.
Denis Marconato
En absoluto premiar como mejor jugador al equipo derrotado es inconveniente. Pero puede haber llegado el momento de desechar del imaginario europeo de una vez para siempre que la NBA premia la estadística individual por encima de la colectiva. La Razón Táctica, que tanto se entrega a cubrir sus posibles vacíos con duras acusaciones al otro lado, encontró en la disparidad estadística un magnífico pretexto para ello obviando, además de todo lo expuesto, que allá se computó siempre el baloncesto, que éste coexiste felizmente con la voluntad de premiar a los jugadores, que se disputan 8 minutos más por velada, 48 partidos más por temporada, y la libertad de que históricamente gozaron los jugadores para ejercer su voluntad de tiro y, por ende, el ritmo de juego, fueron también superiores. Y un jugador que precisamente estuvo en manos de Messina, Jorge Garbajosa, da buena prueba de ello. Su titularidad en absoluto está en entredicho pese a que sus números son notablemente inferiores a, por ejemplo, una estrella de banquillo como Ben Gordon.

X

Europa es grande. Ha movilizado a la FIBA en torno suyo hasta dotarse ambas de una poderosa identidad. Europa puede celebrar con orgullo haber preservado su genuina pureza en su largo siglo de Historia. Su interpretación del baloncesto ha venido vertebrada por los principios supremos de Técnica, Táctica y Tempo. Manteniendo por razones genéticas una moderada intervención del atletismo en su juego, consiguió hacer de lo que parecía defecto o limitación una virtud natural y una estrategia eficaz. Europa da histórica prueba del fundamento más elevado que debe presidir todo deporte de equipo: la Inteligencia. Es una verdadera fortuna haber nacido en una porción del planeta por la que ser testigo de su dactilar huella deportiva a través de sus más épicas gestas, a cuya gloria envolvió siempre la turbadora resonancia de un graderío incandescente. Ésta es, en esencia, la sustancia histórica de que está constituido su baloncesto, un baloncesto rehogado de mayúscula declamación
El curso natural del baloncesto europeo, una evolución histórica de tipo acumulativo (hoy más que ayer pero menos que mañana), el gigantesco progreso experimentado por el jugador medio, cuyo producto conjunto tan honradamente han demostrado las grandes citas FIBA de la actualidad, hacen hoy a la Europa deportiva acreedora al mayor elogio internacional y con seguridad a su cumbre. Todo ese colosal desarrollo hacía inevitable el acercamiento al baloncesto que durante todo el pasado siglo hizo a Europa adolescente respecto de su matriz americana. Es un hecho que, tomando lo mejor de cada lado, las distancias son ahora más cortas que nunca y los posibles enfrentamientos mutuos, transitables a una altura sin precedentes.
Pero algo paralelo ha sucedido en este último tramo del camino. Resultado de este éxito conjunto y tomando como coartada la actual torpeza NBA a representarse con fidelidad en las competiciones FIBA, se ha promovido un poderoso estado de opinión no tanto constructivo con lo propio como destructivo con lo ajeno, y en un sentido radicalmente excluyente, hacia la NBA. Un compacto estado mental arrogante, conformista y terminal. Y por todo ello: blindado a la crítica. Un espectro mental que parece precisar, para su afirmación, de la negación del otro lado. Los muchos años de mirar hacia arriba y ver ahora el otro mundo como de tan cerca han desatado al crudo las peores pulsiones de un histórico complejo de inferioridad. Europa se lustra ahora el ombligo y exhibe al mundo la presunta superioridad de su modelo, tan precisamente representado en esa cotidiana expresión baloncesto de verdad.
La serie que hoy finaliza ha venido a formular el peligro que supone pensar no sólo que Europa crea estar intacta sino que no reconozca nada por encima suyo, ni siquiera un modelo, ideario o programa no sidos por ella misma hasta ahora. Y sorprende, de veras que sorprende esta repentina soberbia cuando, en rigor, las mejores manifestaciones que ha deparado el baloncesto FIBA y el estadio de juego alcanzado por ellas (el Ignis Varese del ecuador de los setenta, la URSS de 1988, la generación yugoslava de los primeros noventa, la Argentina y el Maccabi de 2004, la España de 2006 o el último CSKA) quedan aún muy por debajo de todos aquellos campeones NBA de 1986 a nuestros días y a años luz del Dream Team de 1992, el mejor equipo en la Historia del Deporte.
La serie ha venido a postular un azaroso desfile de riesgos y dolencias de los que exclusivamente la Europa moderna da cuenta. La serie arrancó con un órdago, el principio detonante del que todo deriva: la más absoluta indiferencia hacia el espectador. En fecha reciente la FIBA inauguraba su Hall of Fame en Madrid. A la solemne intervención del secretario general, Mr. Patrick Baumann, siguió el turno de preguntas. Dos de ellas llamaban la atención. Una sugería la posibilidad de algún espacio interactivo con el público a la manera del Springfield HOF. Otra, la creación de algún método de consulta para que el público tuviese algo que decir en la elección de los Inductees. Arropaba la doble negativa de Baumann una sintomática expresión de perplejidad que parecía estar diciendo: "¿Ah, pero debemos?". A ojos de la Tecnoestructura el espectador es un pobre diablo que precisa del alimento que ella tutela desde el cielo. Así el V Congreso de la ACB, que hoy arranca, cierra sus puertas a cal y canto. Un estrato por debajo, a ojos de la Razón Táctica , el espectador sólo cobra importancia en el último peldaño: como palmero de sus logros. Entrentanto, es poco más que un estorbo. "Nunca me han afectado, ni me afectan, ni me afectarán en el futuro" (Dusko Ivanovic, Gigantes 1114, p. 20).
Se dedujo de aquella propuesta inicial (del nulo valor del espectador a la opacidad de la Tecnoestructura) una serie de consecuencias que, del despacho a la pista, el baloncesto europeo muy poderosamente acusa: los desequilibrios de poder que fortalecen el paraíso de las minorías, la estructural presencia de la corrupción política, el inmenso poder de los entrenadores, el blindaje de los sistemas, la deflación en la voluntad de tiro, el rechazo a la zona hiperactiva de juego (transición y contraataque), el abuso zonal, la percepción del jugador como mero engranaje, la tiránica lógica del error-castigo, la rivalidad deportiva como espacio donde ajustar cuentas, la represión de los talentos liberados, la reducción del baloncesto a los imperativos del marcador, la laminación del paisaje deportivo, la fuga de talentos y la percepción de otras formas de juego como barbarie.
Y contra el diverso alcance de estas realidades, acude la serie a formular: que se hace del todo necesaria una Teoría del Baloncesto Sostenible que actúe de contrapeso al poder omnímodo y sin resistencia de la Razón Táctica , cuya más perversa consecuencia puede residir en haber instalado en el espectador una patología de la normalidad: la firme creencia de que aquello que ve es lo correcto, lo normal y lo único posible, y que el universo completo del baloncesto es tal cual opera en Europa, al punto de aprobar las colosales renuncias cpntra aquella poética expectativa que, según Sergio Scariolo, tendía al infinito.
Nunca como hoy el baloncesto en Europa se vio a tal extremo reducido a la cuadratura del marcador. Los destinos de éste justifican, finalmente, toda forma de juego, sea cual fuere. Aquel baloncesto americano que desde este lado hoy se sataniza es muy beligerante con sus males. Europa no puede decir lo mismo. No contempla males que reprobar. Todo se reduce a la narcosis del marcador y mientras éste resulte favorable nada vale oponer.
El inmenso poder de la Razón Táctica y su rígida identidad con el marcador como Evangelio han borrado de la faz europea todo atisbo de utópico proyecto. Nadie espera ya del baloncesto imprevisión, diversión o felicidad. Contra la presunta ingenuidad de esta denuncia acude el robótico y desalmado péndulo anímico en que ha quedado convertido el aficionado: narcosis por la victoria y disgusto por la derrota. Y lo que la narración depare es residual y secundario. Es más: no está en venta. El imaginario emocional europeo ha quedado recluido en la sala de trofeos del club. Allá reside el Futuro. No se advierte el menor ánimo de trascender un panorama sobre el que si alguna certeza cabe es precisamente su incapacidad de trascenderse a sí mismo. Y una Europa religiosamente entregada a las manos de la Razón Táctica corre el serio riesgo de tocar al Final de la Historia, allá donde todo se repite para sólo intercambiarse la cara y camiseta de los protagonistas, cada vez menos protagonistas de nada. Donde Ortega ideó al hombre masa, da la Razón Táctica en el jugador masa, en el técnico masa, en el baloncesto masa.
El marcador es el nuevo imperativo. En sus destinos reside la única verdad. Quienes allá se escudan tienen la batalla ganada. El marcador lo justificará todo. No cabe cielo por encima de él. Y vale recordar que al engendrarse este Deporte, el más hermoso y perfecto del mundo, se pretendía que el jugador ocupara en la jerarquía natural una posición superior. Que los jugadores fueran las entidades del juego. Que de suyo se las estimara con suficiente independencia. Que fueran, al fin y al cabo, los protagonistas y el espectador su depositario. La verdad es lo contrario: en la jerarquía del baloncesto se ha instalado en Europa una figura que, estimando veleidad todo cuanto de ella no provenga, ha pasado a dominarlo todo. La Razón Táctica no supone sólo un querer ciertas cosas, sino un decidido no querer otras muchas que no encierren la impronta de los sacerdotes de banda.
El orientador inicial ha devenido en un dios en cuyo nombre todo acontece y todo debe acontecer. Por ello ahora el baloncesto es Él. Y los medios se aprestan a titular: Pesic Vs Maljkovic, Obradovic Vs Messina, Ivanovic Vs Scariolo, Aíto Vs Katsikaris. Incluso éstos encuentran moroso deleite en rechazar, con aparente modestia, esa novedosa sugerencia que los invita a colonizar el otro mundo, a enseñar allá cómo se debe jugar al baloncesto y a convertirse en salvíficos misioneros de aquel otro baloncesto simiesco.
El ideario de la Razón Táctica abomina de cifras tales como 144, 126 o 115. No ve en la abundancia contenido alguno porque no es posible que exista sin haberse vaciado el juego de su táctica represión. Ya no puede el baloncesto fluir en opulencia sin estarse cometiendo algún tipo de blasfemia. En cambio, jamás lo hará con 15 puntos en una mitad, 33 a partido completo, 71 faltas (Menorca-Granca, J26) o 0 contraataques. De inmediato acudirá el refugio defensivo a mayor gloria suya. "En Europa es impensable que un jugador anote 50 puntos -decreta su credo-. A los 35 ya lo habríamos asesinado" . La Razón Táctica no puede ver en un alley oop el género de asistencia más corto que existe. Al contrario verá en ello una intolerable licencia propia de primates. Hace exactamente dos noches Rasheed Wallace forzaba la prórroga con un lanzamiento desde 16 metros a 1 segundo de la bocina. La Razón Táctica establece que una canasta de esa naturaleza será eternamente inferior al producto de una canasta que haya pasado antes por veinte manos, aun cuando esas veinte manos no hayan hecho más que eludir la responsabilidad que a cada jugador toca de mirar decididamente el aro. Elaborar el baloncesto por necesidad es un arte que hace fascinante a este juego. Sólo que hoy se llama baloncesto elaborado al que, sencillamente, se juega sin aros por una desgraciada mezcla de entrenadores que se sienten demasiado capaces y jugadores realmente incapaces.
En absoluto la NBA se ve libre de Razón Táctica, como se pretende hacer creer. Coroneles como Popovich, Carlisle, Frank, Van Gundy, Sloan o Skiles dan, en diverso alcance, buena cuenta de ella. El individualismo, la más falsa de las acusaciones que carga la NBA, es remoto al discurso de estos técnicos, y en rigor, a tres cuartas partes de los equipos de aquella liga. Pero muy contrariamente a la Europa actual, coexiste allí ese riguroso modus con otras formas suavizadas de baloncesto donde lo espontáneo y liberal tienen algo que decir, donde jugador y táctica preservan una relación como más delicada y justa. En Europa no. En Europa lo espontáneo y liberal ha quedado borrado de su faz y corre la figura del jugador el riesgo de morir.
Un ejemplo lo explicará mejor. El aficionado celebra infinitamente la irrupción de Ricard Rubio en el escenario del baloncesto. Y sin embargo no percibe con claridad el porqué. Sus salidas a pista motivan en el ánimo espectador tal sanguíneo afecto porque precisamente Rubio o Papaloukas ponen la escena patas arriba para quebranto de la Razón Táctica. No es otro el motivo. De cómo es posible que el dominio absoluto de Rubio en la final del Europeo cadete mueva a comunión y los de James, McGrady o Bryant muevan a excomunión sólo es posible explicarlo a través del estado psíquico a que ha conducido en Europa el absoluto dominio de los sacerdotes de la Razón Táctica, del gigantesco prejuicio étnico derivado de ella. Ricard Rubio o Theo Papaloukas representan el talento liberado que en otro tiempo, y en muy diverso grado, nos proporcionaron los Delibasic, Petrovic, Galis, Koudelin, Pozzeco o Saras. Subráyese también este punto: Europa tiene que encontrar el modo de blindar a sus mejores talentos. Muy posiblemente el resto del planeta no esté en condiciones de hacerlo. Pero Europa está obligada a ello. Su Historia resulta demasiado sagrada como para quedar convertida en vivero permanente de aquellos otros dineros. Y nada fascina más que oponer al poder NBA una poderosa Europa donde los jugadores recuperen su pasado protagonismo.
No se trata, en suma, de que los principios tácticos devalúen su valor. La Táctica sigue resultando un procedimiento excelente. Pero no es más que un esquema, un instrumento y una fórmula al servicio de los jugadores. Y no a la inversa. No han nacido los jugadores para ella (Razón Táctica). Supeditar los jugadores a la Táctica, divinizar la Táctica como Evangelio único, es, contra lo que pudiera parecer, objetiva idolatría. Quedan intactos, pues, los principios tácticos. Únicamente se niega su presente absolutismo.
Honrada pero equivocadamente objetaba Pepe Laso que el autor de esta serie "lleva a hacernos creer que es necesario tomar partido por un baloncesto u otro. Se puede disfrutar de los dos, o te puede gustar más uno, pero ambos indudablemente tienen su belleza" . Y urge muy mucho precisar aquí que esta lamentable situación ha sido de raíz promovida por entrenadores, medios de comunicación y masa pública de un tiempo a esta parte por estos lares. Que ha pasado a imponerse de facto la doctrina del baloncesto culto europeo como superior al baloncesto bárbaro americano . Esta colosal mentira que ignora primerísimamente el sustrato diario de aquella otra liga (no hay un solo trabajo que lo desmienta) ha venido a motivar la creación de esta solitaria e inútil serie de artículos, que vienen no más que a denunciar la desoladora perplejidad que despierta en el espectador incapaz de amotinarse la promoción pública de un estado mental que aboga por el abierto choque de civilizaciones, por la guerra mundial de baloncestos , por una xenofobia deportiva que sacraliza el aro blanco y demoniza el aro negro. En definitiva: por la nueva arrogancia europeísta que no establece diferencias irreconciliables o específicas, sino que determina, en la verdad de los dos modelos, la rotunda falsedad de uno de ellos. Y sorprende soberanamente la deplorable suficiencia de un baloncesto que, además de llegar tarde a estaciones por el otro lado hace décadas conocidas, no ha explorado aún ni una décima parte de sus inmensas posibilidades por una perversa inflamación que la serie ha dado en llamar Razón Táctica. Lo que, pese a todo, es aún motivo para felicitarse.
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Gonzalo Vázquez (marzo 2007)
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