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Simplemente, Gasol

Rubén Uría

Actualizado 18/09/2015 a las 08:31 GMT+2

A Pau Gasol, dios del baloncesto, le adornan las condiciones de los héroes de ficción, pero no es un dibujo animado, ni un personaje del cine, ni una viñeta de cómic.

Pau Gasol, bourreau de l'équipe de France en demi-finale de l'Euro 2015

Fuente de la imagen: AFP

Y tampoco un póster pegado a la pared de cualquier adolescente. Es mucho más. Gasol es real. Es un ser humano que transpira dignidad y humildad, alguien que se gana la admiración de los demás, haciéndoles creer que ese sueño que abandonaron en algún momento de sus vidas, todavía es posible, porque todo puede lograrse, hasta lo que parece imposible, si se desea con la suficiente intensidad. Gasol representa el coraje de vivir un sueño, el suyo, ese que otros no tuvimos el valor de perseguir hasta el final, por falta de tenacidad y por qué no decirlo, por temor a fracasar. Gasol es ese modelo de valentía, ese ser humano que, reconociendo su miedo, logra sobreponerse echándose un equipo y todo un país sobre sus anchas espaldas. Gasol es ese señor que trepó por nuestros ilusos corazones, sin darnos cuenta, logrando que nos arrogásemos dos anillos de la NBA, desde nuestros sofás y de madrugada, conquistando una vía láctea que parecía inalcanzable cuando Fernando Martín alunizó con aquel pequeño paso para la humanidad, uno gigante para nuestro baloncesto. Gasol creció cerca de las estrellas. Hoy forma parte de ellas.
Con 35 años, habiendo ganado todo, sin tener nada que demostrar, habiendo podido excusarse para no acudir a una cita que se presumía embarazosa, Gasol se autoimpuso el deber de liderar a una selección lastrada por las bajas, que compitió, echando el corazón por la boca, después de estar conectada durante cuarenta minutos y una prórroga al respirador artificial que fue, canasta tras canasta, el dios de Sant Boi. Hubo un Coppi en Los Alpes, un Ali en Zaire, un Maradona en el Azteca, un Federer en Wimbledon, una Comaneci en Montreal, un Nadal en París y un Senna en Montecarlo. Desde esta noche, siempre habrá un Gasol en Lille. Su trilogía dorada ante Alemania, Polonia y Grecia tuvo un broche de diamantes ante una selección superior, la francesa, desbordada por una exhibición memorable del catalán. Las olas del juego de Gasol, autor de 40 de los 80 puntos españoles, tocaron las playas de monstruos sagrados como Gallis o Sabonis. Al frente de un equipo disminuido, con once puntos abajo y en un escenario hostil, con treinta mil espectadores en contra, Gasol se ganó, para siempre, la condición de inmortal. Nadie que presenciase el encuentro de anoche, bien pegado a una silla del recinto o bien desde su condición de agónico sufridor en casa, podrá olvidar jamás la lección de liderazgo de un tipo que, lejos de reivindicarse tras acabar el partido, prefirió elogiar al rival y hasta palabras de disculpa hacia la sospechosa actuación arbitral. En la mayor victoria, la mayor dosis de humildad. Un gigante empequeñecido por su incalculable estatura moral.
La barba de España, sudor y talento, a base de una competitividad extrema y una cabeza bien amueblada, fue capaz de debutar en la liga norteamericana y lograr que el negro, el añorado Andrés Montes, le llamase ET. Más tarde tocó la cima del mundo conquistando el santo grial de campeón de la NBA y logró que al maestro Ramón Trecet, la Biblia humana de este deporte, se le quebrase la voz por la radio. También dibujó la felicidad en el rostro de Antoni Daimiel, la cara amable de nuestras madrugadas, cuando repitió gesta y anillo. Y esta noche, Gasol, amén de hacer explotar de júbilo al veterano Siro López, hizo posible lo imposible: que todo un país se sintiese realizado, pleno, feliz, representado y orgulloso. Gasol, dios del baloncesto, perdurará en la historia para siempre. Su carácter servirá de inspiración a los que aspiran a rebelarse contra las adversidades, hasta conquistarlas. Es un héroe que quizá no nos merecemos, pero al que siempre necesitaremos. En nombre de los que siempre quisimos ser Gasol y nos quedamos en el camino, gracias Pau.
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