La opinión de Luis Jiménez: Marco Pantani: ¿un ejemplo a seguir?

Reconozco que cada Día de los Enamorados me sorprende cómo aumenta la idolatría por un personaje que, para lo bueno y también para lo malo, marcó una época en la historia del ciclismo. Quizá sean un signo de los tiempos el mirar hacia otro lado o, directamente, saltarse los capítulos más truculentos de la biografía de un deportista, político, cantante o artista de lo que sea, para quedarnos exclusivamente con aquello por lo que se puede presumir. Ayer, 14 de febrero, se cumplieron 20 años del fallecimiento de Marco Pantani con un obituario hiperbólico al que convenientemente se sesgó el lado más oscuro de su vida.

Uno de los dioses del Olimpo ciclista, todo un héroe a la italiana que, paradójicamente, falleció en una habitación de hotel solo, abandonado por todos, por una sobredosis de cocaína con tan solo 34 años. Quizá el viejo sentimiento de culpa, el de la mala conciencia por el abandono como si se tratara de un perro, del héroe que devolvió a todo un país el orgullo ciclista perdido, hace que veinte años más tarde se intente, aniversario tras aniversario, reescribir la historia de un deportista atormentado para convertirlo en mito. El mito que hizo vibrar a todo un país haciendo sufrir a Indurain en el Mortirolo, el que ganó el Tour 33 años después que Felice Gimondi, el último ciclista que ganó el Giro y el Tour el mismo año, el que hizo morder el polvo a Ulrich (otro héroe convertido en muñeco roto) en el Galibier, el que firmó gestas casi épicas en Alpe d’Huez, en Mont Ventoux o en Courchevel. El mismo mito que descendió a los infiernos tras ser acusado de dopaje y descalificado siendo líder de la carrera en la penúltima etapa del Giro de Italia de 1999 por superar el nivel de hematocrito permitido.

Fue una de las etapas más oscuras en la historia del ciclismo. El festival de la EPO, el Tour del 98, el Caso Festina, la Gendarmería francesa entrando a saco en los hoteles donde pernoctaban los equipos, directores, corredores, masajistas y auxiliares declarando como delincuentes de la peor calaña en comisarías. Quizá (otro quizá), el punto de inflexión en un ciclismo que amenazaba como manchar la imagen del Tour de Francia, patrimonio material e inmaterial de todo un país, una cuestión de estado. Una época que vivió en primera persona El Pirata. Y ese fue el principio del fin. Un año después, el 5 de junio, en Madonna di Campiglio, Pantani tuvo que regresar a casa acusado de dopaje. El golpe definitivo. Años después, en 2016, la Fiscalía de Forlí reabrió el caso cerrado en 1999 y determinó que la Mafia había amenazado a un médico para que alterase las muestras del corredor para que fuese expulsado de la carrera. Habían apostado mucho dinero contra Pantani. Curiosamente, el caso ya había prescrito. No supondrá un consuelo pero la lentitud desesperante de la justicia es patrimonio de la humanidad.

La vida de El Pirata a partir de ahí fue un auténtico dolor insoportable. Incluso su muerte se vio rodeada de extrañas teorías que abundaban en el asesinato con el crimen organizado de por medio. Lo cierto es que Pantani murió solo y atormentado. Quedan voces, pocas, de médicos, periodistas o la ex novia del corredor, que confirman que tenía el motor trucado y que era solo una cuestión de tiempo que acabara cayendo. La mayoría prefiere recordarle con imágenes edulcoradas de suelos épicos, ascensiones míticas. Lo cierto es que Marco Pantani es otro héroe caído que vivía cada día más aislado en un mundo lleno de hipocresía y de cínicos que admiran a quien gana sin importar demasiado cómo lo hace, pero con una sola condición: que no te pillen.