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Blog Uría: Algo que decir sobre Sampaoli

Rubén Uría

Publicado 15/09/2016 a las 18:32 GMT+2

Los fiscales de Sampaoli no se ponen de acuerdo: si sale al ataque, le tachan de suicida; si sale a contener, dicen que está traicionando sus ideas y es un técnico conservador.

Jorge Sampaoli

Fuente de la imagen: AFP

Entrenador. Profesión de riesgo. Liderar un proyecto, exigir esfuerzo, motivar plantillas, encontrar herramientas, alcanzar objetivos, convencer a dirigentes y de propina, ganarse a los aficionados. Se cobra mucho, se exige más. Todos son hijos de los resultados, desde los que creen que lo único que importa es ganar hasta los que consideran que también importa gustar. Los de élite, a caballo entre la importancia de un Ministro de Asuntos Exteriores y la fragilidad de un paracaidista violando el espacio aéreo enemigo, suelen estar expuestos al juicio sumarísimo y precipitado de los medios de comunicación, el único vehículo que conecta al profesional del banquillo con los aficionados. En la mayoría de las ocasiones, los perfiles de los entrenadores, lejos de corresponderse con la realidad, son la resultante de una imagen distorsionada por parte de los medios, de una desfiguración progresiva del personaje, a gusto del consumidor. En la victoria, pétalos de rosa; en la derrota, crítica feroz. En la indefinición, el palo. A falta de pedagogía, campaña. Al calor de esa distorsión, favorable o contraria, crece el prejuicio de los aficionados que, influidos por diferentes corrientes mediáticas, aplican filias y fobias. Hay un entrenador dentro de cada hincha, pero no un periodista en cada entrenador.
Al grano. A los periodistas y por extensión, a los aficionados, nos encanta encasillar a los entrenadores en un perfil concreto. No importa si es veraz o falaz, importa la imagen que tenemos de ellos. Más allá del juego, del sistema, la táctica o el gusto del entrenador, se juega a interpretar la filosofía del que ocupa el banquillo, pero sin prestar atención a su método, ni a su discurso, ni a su conocimiento. Unos son ofensivos y otros, defensivos. No importa si los considerados ofensivos se protegen en los partidos importantes o si los etiquetados como defensivos manejan variantes tácticas ultraofensivas cuando la ocasión lo requiere. La industria, el periodismo y el aficionado ilustran las figuras de los entrenadores hasta encasillarles en un perfil rígido, como si el fútbol no fuese complejo y por tanto, flexible. Como si cambiar una idea por otra mejor no fuera condición humana, como si reformular un planteamiento no fuese un signo de inteligencia, como si toda propuesta fuese dogma de fe. Como si el entrenador no tuviera derecho a equivocarse o acertar, porque su trabajo consiste en eso. Dicen la mayoría de los entrenadores que los periodistas no tenemos ni idea de fútbol y no conocemos el juego. Con excepciones a esa regla, es una verdad como un templo.
Me detengo en Jorge Sampaoli. Aterrizó en un club que vive su época dorada, que conquistó títulos, apoyado en un modelo económico digno de estudio, y en una filosofía reconocible: defensa férrea, esfuerzo, verticalidad y contragolpe. Ese fue el legado de Emery. Y aquella fórmula, que ya forma parte del pasado, sigue instalada en el gusto de los medios de comunicación y del aficionado. Sampaoli llegó cargado de ilusiones e ideas, asumiendo el complicado desafío de reinventar un equipo con jugadores absolutamente nuevos. Nada más llegar, al tipo se le etiquetó como un esteta del fútbol, el penúltimo lírico, una suerte de vendedor de crecepelo – existe cierta sospecha sobre el discurso de la escuela latina en nuestro país- y un hombre al que se le consideraba extravagante por identificarse con el fútbol ofensivo, alegre y descarado. Su apuesta, a largo plazo, se está encontrando con demasiados obstáculos. Un periodismo que no comprende lo que sucede y se aferra a lo que había, porque entiende que cambiar consiste en que nada cambie. Y en gran parte, con la resistencia a cambiar de algunos aficionados que se resisten a seguir creciendo porque viven convencidos de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pocos apelan a la confianza y la paciencia para cuajar, pero esa es la realidad. Un equipo de fútbol no es una sopa instantánea.
Los fiscales de Sampaoli no se ponen de acuerdo: si sale al ataque, le tachan de suicida; si sale a contener, dicen que está traicionando sus ideas y es un técnico resultadista y conservador. Cada quien está en su derecho de etiquetar a Sampaoli como prefiera, pero no hay delito alguno en alcanzar los objetivos globales del club permutando jugadores, esquemas y alineaciones. En casa de uno de los mejores del mundo, la Juve, Sampaoli apostó por flexibilizar su estilo, repoblar el centro del campo y neutralizar el potencial de la Juve. Al equipo le faltó profundidad y llegada pero, apoyado en las paradas de Rico, logró su objetivo. Puntuar en un grupo de gran dificultad, en una competición donde el Sevilla, el pasado curso, bordeó el ridículo. Ese fue el pecado de Sampaoli. Quién sabe qué alineará en el próximo compromiso, si dos puntas, uno o ninguno; tres zagueros, dos o cinco. En realidad, no importa. Más allá de los resultados, importa que técnico y jugadores trabajen y crean en la meta que persiguen: consolidarse entre los mejores clubes del continente. Y con permiso de la Europa League, los mejores están en la Champions. Uno no sabe si el método Sampaoli arraigará o no, si los resultados serán buenos o malos, si jugará bien o mal, ni siquiera si el club y sus hinchas están preparados para asumir que la época dorada del club, lejos de ser un sofá, debe ser un trampolín. Se puede criticar a Sampaoli, faltaría más, pero convendría preguntarse si no debería tenerse cierto respeto por su trabajo. Sin duda, se lo ha ganado.
Rubén Uría / Eurosport
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