Blog Uría: Barra libre de carne atlética

Ventajista, oportunista, veleta y lo que ustedes quieran. Peguen a mano abierta, que son días de barra libre si se trata de meter el bisturí en carne atlética. Al grano: había que mudar de piel. Tocar lo que funcionaba.

Antoine Griezmann

Fuente de la imagen: AFP

Ventajista, oportunista, veleta y lo que ustedes quieran. Peguen a mano abierta, que son días de barra libre si se trata de meter el bisturí en carne atlética. Al grano: había que mudar de piel. Tocar lo que funcionaba. Eso se dijo, eso se profetizó, se somatizó, se interiorizó y por lo visto, se reprodujo, como un virus, en el club. De la prensa a la grada, de la grada al equipo y del equipo al banquillo. O viceversa, porque en esto, el orden de los factores no altera el producto. Dice una ley universal no escrita de la vida, que algunos solemos aplicar al fútbol – quién sabe si por ignorancia supina o sentido común-, que lo que funciona no se toca. Resurgido de sus cenizas, de la nada, Simeone construyó una máquina de competir, un monstruo que se instaló en la elite y logró lo que otros le decían que era imposible con un estilo reconocible. Uno que no gustaba entre la crítica y que hacía felices a los hinchas del Atlético: defensa de roca, centro del campo de granito y mazo a discreción apoyado en el contragolpe. Poco efectista, pero efectivo. Poco vistoso, pero contundente. Poco aplaudido, pero indiscutible. Había identidad, sello y divisa. Un equipo que potenciaba sus virtudes y escondía sus defectos. Un equipo que se movía como un solo hombre, que había mecanizado sus movimientos y que, sin estar a la altura del Madrid o del Barça en calidad técnica o talento individual, tenía capacidad para dañarles seriamente. Así llegaron cinco títulos en cinco años y dos finales de Champions.
Dicen los que más saben de esto – uno es un completo ignorante y el primer paso es reconocerlo-, que aquello que funciona, en fútbol, se debe cambiar. Que el que no evoluciona se muere, que el que no cambia se enquista y que el que no trata de probar nuevos sistemas languidece. Es posible que así sea, pero con un matiz. Un equipo que funciona como un reloj suizo no puede pretender una metamorfosis radical de su juego si no dispone de las piezas adecuadas para mantener esa hoja de ruta. Es un secreto a voces que el Atlético se ha ido desprendiendo de activos clave en su anterior estilo directo: Raúl García, Miranda o Costa son algunos ejemplos específicos. Tipos que manejaban el manual de primero de cholismo: pierna dura, juego aéreo, potencia y una regularidad aplastante. Con el paso de los años y el desgaste del ciclo, el Atlético ha pretendido reemplazar esas piezas por otras nuevas. Con aciertos y con errores, el club, que a veces atiende las peticiones de Simeone (Gaitán) y otras desoye con pasmosa flaccidez (Costa), ha apostado por futbolistas de más calidad técnica y mejor pie, a costa de perder regularidad, potencial aéreo y fortaleza física. Así de simple. Y con dolor les digo, por ahora, el aplaudido cambio, no funciona. Puede que necesite más tiempo para macerar. Puede que las piezas no sean las adecuadas. O puede que haya sido un error enorme dejar de ser lo que uno era para intentar ser algo que nadie le pidió ser.
Luis decía aquello de máteme, pero no mienta. Mátenme, pero no apetece contarles algo que no es verdad. En materia atlética les diré, aunque no les guste, que todo dibujo, sistema o esquema es secundario. Un 4-3-3, un 4-4-2, o hasta un 4-2-4 puede ser maravilloso o ruinoso dependiendo de los factores realmente importantes en fútbol: actitud, generosidad, esfuerzo innegociable y sacrificio colectivo. Con desatenciones en la zaga, sin implicación de los medios y si los delanteros no asumen que son la primera línea de defensa del equipo, cualquier sistema fracasa. Pongan más delanteros, sacrifiquen o no mediocentros, cambien jugadores de banda o apuesten por fulano en lugar de mengano. La fuerza del Atlético era el equipo. El individuo al servicio del colectivo, no al revés. Griezmann es un gran jugador, pero sin el equipo no es nada. Carrasco igual. Gameiro, más de lo mismo. Y así, en bucle infinito. Este nunca fue un equipo de delanteros. Eso siempre fue cosa del Madrid o del Barça. Este, amigos, era un equipo de mediocampistas. Y de defensas. Su secreto consistía en correr como un pequeño para poder competir con los grandes. De un tiempo a esta parte, después de haber ganado tanto y con mérito, alguien ha equivocado el mensaje: el Atlético, si se cree muy grande, es más pequeño.
Hablemos de resultados. No importa si el Atlético es líder, quinto o décimo. Si gana con un once idéntico al Bayern o si pierde días después ante el Madrid con la misma alineación. A todos nos gusta aplaudir en la victoria y criticar en la derrota, es fútbol, pero más allá de ganar o perder, está el grupo. Importan las constantes vitales del equipo. Las sensaciones, lo que transmite. Y a día de hoy, sin caer en ningún dramatismo, el equipo atraviesa una fase de dudas. La trayectoria de estos años es intachable. Así pierda los próximos diez partidos y se hunda, o los gane y remonte, el Atlético de Madrid lleva en la dirección adecuada los últimos cinco años, liderado por Simeone. Eso es una realidad latente. Como lo es que para cambiar de estilo hay que tener las piezas adecuadas y la convicción de que es lo mejor para el equipo. Hace tiempo, el Cholo, al que unos aplauden el cambio de estilo y otros se lo afean, fue lapidario cuando explicó qué era el Atlético: “Que nadie se equivoque, el Atlético es compromiso, esfuerzo, defensa, trabajo y contragolpe”. Por lo visto en los últimos tiempos, alguien se está equivocando. O los periodistas, que han pasado de llamar equipo violento a equipo ofensivo a gusto del consumidor; o los aficionados, que exigen novedades después de haber probado el caviar; o los jugadores, que creen que pueden jugar a algo que no está en el gen del equipo; o el entrenador, que ha alterado el guión probando nuevas fórmulas y no está dando con la tecla. Lo que está claro es que el cacareado cambio de estilo del Atlético, no le está funcionando. La tiene más, pero le llegan más. Tiene más calidad, pero es más frágil. Nadie duda de la plantilla, ni de la capacidad de su entrenador, sumo hacedor de milagros, pero la realidad es la que es. Lo que sea que esté intentando ahora el Atlético, no le sale. Necesita volver a sus raíces. Tener autocrítica feroz, realizar trabajo doble y unir fuerzas para levantarse. Mirar a la clasificación no sirve. Ir más allá del partido a partido será un síntoma de decadencia.
Volvamos al ABC de Simeone: “Que nadie se equivoque, el Atlético es compromiso, esfuerzo, defensa, trabajo y contragolpe”. Acorde a ese credo y esa genética, conviene que los atléticos, los que defienden ese escudo en el verde y en la grada, tomen buena nota de lo que pasó en el derbi. El Madrid, sin Ramos, Benzema, Casemiro, Morata o Kroos, fue compromiso, esfuerzo, defensa, trabajo y contragolpe. Moraleja: no se puede jugar contra el Madrid creyendo que uno es el Madrid. Porque pasa lo que pasa. El secreto del Atlético siempre consistió en saber que podía competir desde la inferioridad. En saber que era peor que Madrid y Barcelona, en saber que sólo podría estar a su altura si se entregaba al cien por cien, hacía lo que sabía hacer y peleaba sin desmayo. Anoche el Madrid ganó con las señas de identidad del Atlético y la lección fue dolorosa: si el Atlético desdeña su identidad y su ambición, tendrá mal futuro. Sin intensidad y ambición, no hay nada. Queda un mundo por delante, nada está perdido y los que ayer eran héroes, hoy no pueden ser villanos, pero ayer el Atlético, por fin, tuvo motivos para replantearse su camino. No me busquen para talar la carne de los jugadores, ni para quemar en la hoguera a Simeone. Ahí no me encontrarán. Pero igual no se trata de cambiar de estilo, ni de ser inmovilista. Quizá se trata de profundizar en las esencias, en regresar a un equipo que, feliz de ser áspero, feo, fuerte y formal, aspire a potenciar esa imagen. Quizá todo sea una cuestión simple, comprender que esta nunca fue una banda de solistas divinos, sino un equipo más duro que los clavos de un ataúd. No hay más cera que la que arde. Y ahora, insisto, pónganme a escuadra. Barra libre.
Rubén Uría / Eurosport
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