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Blog Uría: Campeón

Rubén Uría

Publicado 03/08/2017 a las 20:58 GMT+2

Su cuerpo se ha ido, pero la leyenda de Ángel Nieto permancerá en nuestra memoria. Su carisma arrollador, su cercanía y su eterno 12+1, son inmortales.

Angel Nieto.

Fuente de la imagen: Imago

Hijo de familia humilde, hecho a sí mismo y perseguidor incansable de la gloria encima de una moto, Ángel Nieto vivió una vida plena de pasión, intensidad y velocidad. La vida le puso delante varios obstáculos y él, lejos de lamentarse, los sorteó todos. Criado en una vivienda sin agua corriente, forjado en un taller madrileño, trabajador de distintas fábricas de Barcelona, alternó Bultacos, Ducatis y Derbis, fue cliente de varias pensiones y hasta pasó algún tiempo durmiendo en el sótano de una frutería. Nunca lo tuvo fácil, pero jamás renunció a su sueño, ser campeón. Y Ángel lo fue. Fue el campeón de campeones más grande que haya dado un país que ahora saborea los éxitos de Rafa Nadal, Pau Gasol o Mireia Belmonte. Ángel fue otra cosa. Fue, como el mítico Severiano Ballesteros, bandera de España en tiempos donde España necesitaba banderas y gloria. Nieto fue el padre del motociclismo español, un pionero dorado, cuya leyenda traspasó fronteras y conquistó millones de corazones. Compró su primera moto por dos mil pesetas, cuando apenas tenía 13 años. El resto de la historia es sobradamente conocida: ganó seis campeonatos del mundo en los 50 cc (1969, 1970, 1972, 1975, 1976 y 1977) y siete en la cilindrada de 125 cc (1971, 1972, 1979, 1981, 1982, 1983 y 1984). Además, fue cuatro veces subcampeón. En total, fue 13 veces – perdón, Ángel, 12+1-, campeón del mundo. Ganó todas las carreras que quiso, coleccionó todos los trofeos posibles y se rompió todos los huesos del cuerpo se pueden romper (“Tengo 17 huesos rotos, más que títulos”). Nieto, genio y figura, consagró su vida a su pasión: “El amor de mi vida es la moto. Buscar el límite de una moto de carreras no se explica, se siente”. Nadie lo sintió como él. Nieto no era un hombre encima de una moto. Era una extensión más, una pieza perfecta de la moto.
Ángel no fue un campeón. Fue el campeón. Uno con mayúsculas, uno que no admitía comparación con nadie, por muy grandes campeones que surgiesen. Uno que amaba la moto, que devolvía el precio de la entrada al público, uno que parecía indestructible. Uno que trazaba una curva mal durante toda una carrera para, acto seguido y con frialdad, engañar a sus rivales en la última vuelta y rebasarles en ese punto del circuito. Uno capaz de salir el último y llegar el primero (“Me gustaba ganar en la última vuelta, por eso me temían”). Uno capaz de avisar a otro piloto de en qué lugar y cuándo le iba a adelantar durante la carrera, y que lo hacía. Uno capaz de tocar el casco de un italiano con la mano y decirle “adiós” mientras le pasaba para asombro de la tribuna. Uno capaz de ser positivo cuando todo era negativo: “Saber perder es tan importante como saber ganar”. Uno que se atrevía a que le atasen a la moto porque quería ganar cuando el destino le decía que no podía hacerlo. Uno que era un pozo sin fondo de anécdotas y un libro abierto de sabiduría: “En la vida, como en las carreras, se gana en la última vuelta”. Hace unas horas, el campeón de campeones no ha podido pasar baio la bandera de cuadros, en la única carrera que no podía ganar. Su cuerpo se ha ido, pero su leyenda y su recuerdo permanecerán en nuestra memoria. Su carisma arrollador, su cercanía y su legado, ese eterno 12+1, son inmortales. Descansa en paz, campeón.
Rubén Uría / Eurosport
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