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Blog Uría: De entre los muertos

Rubén Uría

Actualizado 03/05/2017 a las 03:07 GMT+2

El Madrid fue martillo. El Atleti, yunque. . Esta vez, el equipo blanco pisó el acelerador a fondo y el Atleti, para su desesperación, no dio la talla exigida.

Isco, en un momento del partido ante el Atlético de Madrid de Champions

Fuente de la imagen: EFE

La cuestión era simple. Ser martillo o yunque. El Madrid, en una noche inspirada, volvió a ser martillo. Y el Atlético, superado por el envite, por el escenario y por sus temores, fue yunque. El orfeón blanco golpeó sin piedad, una y otra vez, hasta que logró abrir una vía de agua en el dique colchonero. Antes del partido, la estatura futbolística invitaba a una reflexión: Zidane podía gestionar dos equipos diferentes y Simeone se devanaba los sesos para diseñar dos partidos. La pelota pasó el filtro y la verdad quedó expuesta: en el verde y en el marcador. Para el Madrid, más púrpura. Para el Atleti, más castigo. En la intrahistoria, una ecuación pocas veces vista desde la llegada del Cholo: los solistas merengues jugaron como un bloque y el bloque atlético, como un conjunto de tenores, donde cada uno quiso cantar lo que le dio la gana, hasta acabar desafinando. Para unos, mérito local. Para otros, demérito visitante. Para quien esto escribe, la suma de ambos factores. Esta vez, el derbi no fue una moneda al aire. Tampoco una apretada carrera de caballos que se decide por media cabeza. Ni siquiera una cuestión de detalles, una victoria ajustada decidida por centímetros. Esta vez el Madrid no tuvo que sufrir un Atlético que explorase sus límites. Esta vez, el equipo blanco pisó el acelerador a fondo y el Atleti, para desesperación de su hinchada, no dio la talla. Así de simple, así de crudo, así de real.
Al Atlético, que durante estos años ha resistido en soledad el empuje del imperio, como aquella aldea de Asterix pero sin poción mágica, la noche le deparó el peor de los temores de los galos: que el cielo se desplomase sobre sus cabezas. Primero arreció una tormenta de centros laterales con veneno, más tarde cayó el primero de Cristiano, después le sobrevino un recital de Isco, a continuación le sobrevino el fondo de armario infinito del Real y en la recta final, superado, a campo abierto, le cayeron dos rayos mortales, ambos con a rúbrica de Cristiano. Y sobre las cabezas colchoneras, como las hojas en otoño, cayeron los cascotes morales del último aliento de Lisboa, el fantasma de Chicharito y el tiro al palo de San Siro. Golpe a golpe y verso a verso, el Madrid pasó a cuchillo al Atleti. Lo cocinó a fuego lento. Con balón (algo que se podía intuir) y también sin balón (algo que jamás debió permitir un equipo de rayas rojiblancas). Ante un equipo con más talento, individualidades y gol, el Atlético traicionó su propia razón de ser: perdió todos los duelos, cedió en los balones divididos, concedió en su área y fue Bambi en la contraria. Se sabía que, en ataque, el Atleti es una manta corta. Si Griezmann baja a crear juego, no puede rematar. Y si Antoine tiene que estar en el área, nadie genera fútbol. Si se tapa los pies, se descubre la cabeza. Y si se cubre la testa, coge frío en los pies. Así de simple. Lo que no estaba en el plan colchonero era dejar de ser un equipo recio, áspero y rebelde. Toda esa rebeldía la domó, con balón y sin él, un Madrid imponente.
Consciente de que había cogido la mano del Atleti y le había dado un baile por todo el Bernabéu, el Madrid hizo suya la noche en la capital de España. Tiene pie y medio en la final, agranda la herida de su vecino y se propina, sale con el pecho henchido por el fútbol de quilates de Isco, Asensio, Modric, Marcelo y compañía. Fue una noche redonda para el Madrid. Esta vez ni sufrió. Durmió, a pierna suelta, sabiendo que tiene a su molesto vecino herido de muerte, que no muerto. Al otro lado de la ventanilla, herido de muerte, que no muerto todavía, se fue a dormir y no pegó ojo, el Atlético. Uno que acudía a la cita buscando sangre y acabó desangrado, en el hospital. Uno que tiene un mérito incuestionable, pero que anoche descubrió que, sin intensidad ni nervio, está lejos de su enemigo. El fútbol no le debe nada al Atleti. Nada. Lo único que se debe el Atleti a sí mismo y sobre todo, a su gente, es morir en el intento, en la vuelta, en el Calderón. Al Madrid le queda el sueño húmedo de verse en Cardiff, a un solo paso del duodécimo santo grial. Al Atlético la heroica, el milagro, la leyenda. Algo casi imposible: volver del más allá, de entre los muertos.
Rubén Uría / Eurosport
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