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Blog Uría: El único

Rubén Uría

Actualizado 19/12/2016 a las 17:06 GMT+1

Es el perro de Casciari, la manzana bajo el árbol de Newton, la vacuna prodigiosa de Pasteur y la teoría de la relatividad de Einstein. Messi es el fútbol y el fútbol es Messi.

Messi

Fuente de la imagen: Eurosport

Siete segundos. Un suspiro, una vida. El mejor recibe. En su horizonte, tres rivales. Misión, imitar a Houdini. El escapista entra en trance y arranca su aventura hacia lo que otros dicen que es imposible. Al primero le sortea con un caño descomunal, al segundo le engaña con un amago brutal y al tercero le recorta con maestría. Todo en un sello postal. Medio metro y vacuna. Normal. Para él, un metro es un latifundio. Incluso un país, un continente. Después de zafar de tres y en pleno vuelo, dos nuevos contrarios le salen al paso. Demasiado para cualquiera, nada para quien desafía la ley de la impenetrabilidad de los cuerpos. Despacha al cuarto con un quiebro seco y medio segundo después, al quinto, con otro amago para fabricarse un espacio. La jugada acaba en gol de un compañero. El tanto no es suyo, pero a quién le importa. Sólo hay ojos para él. Para cualquier otro, esa habría sido la jugada de su vida. Para él, esa obra de arte es un día más en la oficina. Cinco contra Messi y gana Messi. Cualquier otro habría presumido. Él no. En vísperas de Navidad, prefirió regalar al mundo lo más granado de su infinito repertorio: taconazos, paredes, regates eléctricos y una definición sublime. Otra vez, el diez en una vía láctea inalcanzable para el resto. Otra vez, su ley. Han existido muchos genios antes de Messi, pero él es único. No hay nadie como él.
Habrá un antes y un después de Messi en el fútbol. Como lo hubo con Alfredo Di Stéfano, que en otra época del juego, encarnaba el mito de Sísifo destilando ambición y poderío. Como lo hubo con Pelé, que pateaba planetas, regateaba satélites y firmaba goles cósmicos. Como lo hubo con Cruyff, junco endiablado imprevisible, que transformó el fútbol de blanco y negro hasta jugarlo en tecnicolor. Como lo hubo con Maradona, el genio mantecoso con una zurda divina que se disfrazó de Dios en México y Nápoles. Messi es el póster eterno en la pared del hincha, el sueño del pibe de barrio, el icono definitivo, el regreso a la infancia. Sumo hacedor de milagros, capaz de la fácil, la difícil y la imposible, Messi es capaz de convertir lo excelente en rutina y lo sobresaliente en anécdota. Lo que para todos es difícil, él lo hace fácil. Lo que para todos es imposible, para él es posible. Nos hemos acostumbrado tanto a verle caminar sobre las aguas y a multiplicar panes y peces cada domingo que hemos perdido la perspectiva de su trascendencia y significado. Y aún peor: su obra es tan exquisita que estamos perdiendo la capacidad de perplejidad, admiración y asombro. No hay jugada, regate o gol del imaginario colectivo, a través de sueños o experiencias reales, que no haya interpretado Messi con una pelota. El fútbol se inventó hace años y él lo reinterpreta cada fin de semana. Al trote o a la carrera. Pasando o finalizando. El orden de los factores no altera el producto. Nadie puede hacer lo que él hace, porque es único.
Messi no admite comparación con nadie, ni compite contra otros, ni ansía romper récords. Está fuera de categoría. Es el único que tiene incorporado, de serie, el cambio de ritmo de Cruyff, la magia de Pelé, la ambición de Di Stéfano y la zurda de Maradona. Y de propina, tiene la visión de Xavi, la sutileza de Iniesta, la potencia de Gullit, la voracidad de Raúl, la rosca de Beckham, la rapidez de Futre, la magia de Baggio, el duende de Butragueño, la rebeldía de Cantona, el quiebro de Best, el regate de Garrincha, la elegancia de Griezmann, la jerarquía de Busquets, la precisión de Van Basten, la clase de Romario, el cañón de Puskas, la inteligencia de Platini y el gol de Cristiano Ronaldo. El diez de dieces es todos los mejores jugadores en uno solo. Es el principio y fin de cada jugada, el centro de gravedad, el maestro de maestros, el arquitecto ideal, el artista irreverente y la chispa adecuada. Messi es un parque de atracciones hecho pelota. Un museo itinerante de talento. Un hombre que, pegado a una pelota, no tiene limitaciones. Alguien que no necesita reconocimiento ajeno, que no necesita masajes mediáticos, ni Botas o Balones de Oro, porque está por encima de cualquier debate o fervorín forofo. Es el orgullo del hincha, el sustento del aficionado, el adjetivo del periodista, el fenómeno capaz de volver neutral al radical y el ídolo del niño. Es único.
En un deporte que presume de no tener memoria y que cada día es más negocio, Messi es único. Es una especie en extinción. Es original, intransferible e inimitable. Nadie puede hacer lo que él hace. Ni tan rápido, ni tan preciso, ni tan mágico. En un deporte de equipo, Messi es lo más parecido a un equipo completo. Es el sistema, el pase, el regate y el gol. Picasso es la pintura, Mozart es la música y Messi es el fútbol. Su zurda es ley, es el paradigma del hombre que persigue la felicidad vital, del fenómeno social que traspasa todas las barreras tratando bien la pelota y aún mejor al espectador. Es el perro de Casciari, la manzana bajo el árbol de Newton, la vacuna prodigiosa de Pasteur y la teoría de la relatividad de Einstein. Messi es el fútbol y el fútbol es Messi. En un deporte donde el público tiene una memoria que no excede de los últimos quince días, Messi es leyenda. Es una herencia sagrada que se transmitirá de abuelos a padres y de padres a hijos. Así pasen cien años, incluso mil, Messi siempre será eterno. Es único.
Rubén Uría / Eurosport
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