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Blog Uría: Empatizar o mofarse, ésa es la cuestión

Rubén Uría

Actualizado 11/02/2016 a las 00:14 GMT+1

Atención, spoiler: queridos amigos y enemigos, lectores y censores, comunidad habitual, iré al grano. Sin anestesia. Donde duele.

Las gradas de Mestalla, vacías

Fuente de la imagen: EFE

“Qué mala es la afición del Valencia, que va al campo a pitar a su equipo en vez de animar”. Claro que sí. Esa gente merece pasar unos cuantos años entre rejas. Sin ir más lejos, su último crimen ha consistido en que, después de un 7-0 humillante, tras 12 partidos de Liga sin ganar y con el equipo a 4 puntos de descenso, se han presentado en el campo 16.922 hinchas, sabiendo que su equipo está eliminado y en horas bajas, con un entrenador al que puso la propiedad y que no tiene credibilidad, teniendo que pagar, además, 10€ los socios. Antes de ese crimen, ya saben, una amplia nómina de delitos graves, consistentes en pitar a un entrenador si no gana o no saca el máximo de un grupo, abuchear a los jugadores cuando lo hacen mal y sacar pañuelos a los presidentes si tenían la sensación de que alguien se lo llevaba crudo, cosas que jamás, jamás, jamás de los jamases se hace en ningún estadio europeo, por parte de ninguna afición, y menos en el fútbol español, hasta ahí podríamos llegar. Menudos criminales.
“Qué mala es la afición del Valencia, que aplaudía a Salvo y Lim y resulta que son dos estafadores”. Claro que sí. Esa gente merece ir a trabajos forzados el resto de sus días, por el artículo 33, porque como todo el mundo sabe, Amadeo Salvo ha cometido el terrible pecado de liderar a los aficionados, hacer de puente entre propiedad y ciudad, defender los intereses de los socios y exigir hasta el último céntimo del último euro en todas y cada una de las operaciones en las que otros clubes querían pescar jugadores del Valencia. El mismo que, salvo mejor opinión, tuvo la hombría de irse cuando el club se fumó a Ayala y Rufete, y que se ha atrevido a separar, entre tanta filia y tanta fobia, dos asuntos opuestos: una cosa fue la venta, en la que el Valencia CF tuvo que elegir entre mal menor o extinción, y otra, bien diferente, la parcela deportiva, en la que los propietarios han cometido varios errores de bulto, que ni se deben ocultar ni se pueden pasar de refilón. Hay que echar a Lim, por Dios, por haber salvado a su club de la desaparición, por haber presentado la única oferta a la que el patronato y Bankia dieron el sí, gustase o no, para evitar el hundimiento y que, cuando tocó poner la guita, se rascó el bolsillo poniendo 200 kilos. A ese de fuera que salvó al club y no a los valencianos que lo hundieron y endeudaron hasta el cuello, es al que habría que echar de Mestalla y culpar, porque el club, antes de su llegada, como todo el mundo sabe, “nadaba en la ambulancia”. Menudos criminales.
“Qué mala es la afición del Valencia, que exige garra a sus jugadores”. Claro que sí. Esa gente debería tener un par de cadenas perpetuas por tener la osadía de, después pasar años pagando, religiosamente, haya crisis o no, haya hambre o no, haya trabajo o no, un abono para ver a su equipo, exigirles que den lo mejor en el césped. Hay que tener la cara dura como el cemento armado para pedir a profesionales que no se comportan como tal que hagan algo para evitar que la camiseta no les quede grande y se tomen en serio la posibilidad de bajar a Segunda, porque de ese pozo sólo se sale hablando menos y corriendo más. Hay que tener rostro de acero para, sin violencia pero con todo el derecho del mundo, pedir a los que cobran que entiendan el sufrimiento de los que pagan, porque los jugadores, los entrenadores y los presidentes pasan, pero la gente se queda. Menudos criminales.
Posdata: Ni soy del Valencia, ni tengo interés alguno en abanderar ningún movimiento al uso, ni tengo interés en pontificar en casa ajena, ni me va repartir carnés de buenos y malos aficionados. Valgan estas líneas, cargadas de ironía, para poner en valor a gente que sufre barra libre de maltrato hace años. Uno no lo hace por deporte o capricho, sino impulsado por la empatía que produce ser testigo del dolor y la injusticia ajena cuando se ha vivido esa amarga experiencia e incomprensión durante lustros. Uno dudaba, antes y ahora, de que lo mejor para el Valencia fuese Lim. Uno dudaba, antes y ahora, de que con ese modelo algo funcione. Y uno dudaba, antes y ahora, de que los resultados deportivos vayan acorde al gasto realizado, porque las acciones se compran con dinero, pero los sentimientos, no. Dicho eso, aún sabiendo que se han cometido todos los errores que se pueden cometer, cabe preguntarse qué cabe exigirle a los que acuden al estadio y pagan su cuota. Podemos seguir diciendo que la afición del Valencia es la peor del mundo y merece ir a la cárcel o podemos escuchar sus demandas y comprender su realidad. No es nuevo que, durante los últimos veinte años, en este país sólo importa la realidad e información de dos clubes, mientras se desprecia al resto. En el caso del Valencia, duele: no sólo se le desprecia, se le destruye con impunidad. Y el asunto es sencillo: empatía con el que sufre para informar de lo que le sucede o mofa permanente sobre lo que se ignora y desprecia por sistema. Barra libre de mofas o empatía con una afición que no es la mejor ni la peor, pero que tiene corazón. Esa es la cuestión.
Rubén Uría / Eurosport
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