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Blog Uría: Gracias por existir

Rubén Uría

Publicado 27/05/2017 a las 23:35 GMT+2

En su enésima exxhibición, el mejor de todos los tiempos decidió la final de Copa. Messi, apoteósico, rindió el mejor homenaje posible al Calderón.

Messi

Fuente de la imagen: Getty Images

Aquel replicante que detuvo para siempre el reloj cinematográfico de nuestras vidas dejó una frase que sigue formando parte de la historia del séptimo arte: “He visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Uno en fútbol ha visto cosas que muchos no creerían: he visto a Maradona destrozar las leyes de la física y devolver Las Malvinas a Argentina haciendo política con una pelota, he visto al Madrid remontar una y otra vez aquello que parecía imposible hasta hacerlo posible y he visto a España, que lo intentaba casi todo sin salirle casi nada, abandonar el papel de víctima y ganar un Mundial con buen fútbol. Y uno ha tenido la inmensa suerte, el extraordinario privilegio, de ver a Lionel Messi con el diez cosido a la espalda. Es posible que sus regates, sus pases y sus goles cósmicos se acaben perdiendo en el tiempo, como lágrimas en la lluvia, pero todavía no ha llegado ese día.
Con el don de los elegidos, con esa costumbre intransferible y única de dominar los partidos hasta alterarlos a golpe de genialidad, Messi volvió a ser, como siempre, el mejor. El de siempre apareció cuando su equipo lo necesitaba. Sin él, el Barça es una constelación de estrellas, pero es no es invencible. Con el diez inspirado, como casi siempre, el Barça se convierte en un equipo inalcanzable para la abrumadora mayoría de rivales. La final del Calderón, un pulso entre la meritocracia del Alavés, que buscaba hacer historia, y el favoritismo del Barça, que ansiaba suturar la herida de la Liga, la decidió el que decide siempre, el diez. Su ley, la de siempre: Messisistema. Messitocracia. Messidependencia. Con este señor de Rosario en trance, el Barça es Messi que un club. El tipo lo hace todo en el Barça. Baja a recibir, traza diagonales imposibles, rompe las líneas de presión con un amago, encuentra siempre al compañero desmarcado, regatea sin piedad, ve las jugadas medio minuto antes de que aparezcan y además, resuelve cualquier pleito a favor de su equipo. Sí, el fútbol es un deporte de equipo. Sí, probablemente, sin el concurso de sus compañeros, Messi no sería lo que es. Pero nadie ha dominado este deporte con una sutileza y una calidad tan brutal como la de Messi. El tipo inventa, genera, crea, filtra, dibuja, dribla y decide.
Determinante, hizo el primer gol del Barça (un golazo), armó la jugada del segundo tanto (otra joyita) y se inventó una obra de arte en el tercero, filtrando un pase espectacular cuando estaba rodeado por tres contrarios (otra pieza de museo para su interminable colección). Lo sufrió el Alavés, que tuvo gallardía, que compitió y que nunca se quiso rendir, apoyado por su fantástica hinchada. Y lo disfrutó el Barça, que se aferró a él para que toda esa poesía del diez sirviese para que otros, como André, Neymar o Alcácer cobrasen derechos de autor. No es que el Barça sea mal equipo, es que Messi lo hace mil veces mejor de lo que es. Él mejora cada ataque, cada pase, cada aceleración, cada jugada. Es el principio y el fin de todo lo bello que hay en un equipo que vive aferrado a su eterna genialidad.
El último partido oficial del Vicente Calderón dejó decenas de detalles: una afición entregada, la vitoriana; un equipo meritorio que, siendo un recién ascendido, dejó todo en el campo para perseguir su sueño; un golazo de Theo que se sacó un misil teledirigido; una lesión desafortunada para Mascherano; un Cillesen que deja más dudas que certezas; un Rakitic que quizá mereció más minutos y protagonismo en esta temporada; un André Gomes que, por fin, convirtió los pitos en aplausos; y una despedida por la puerta grande para Luis Enrique, ese señor cuyo terrible crimen consiste en haber conquistado nueve títulos de trece posibles para el Barça. Fue una noche donde el Alavés se permitió el lujo de disfrutar de una gran fiesta en la que tuvo licencia para soñar durante algunos minutos. Una donde el Barça se confirmó rey de Copas. Una donde algunos jugadores del Barça, conscientes de que pudieron y debieron hacer más en Liga, se consolaron con la Copa.
Y una noche en la que el templo sagrado del Vicente Calderón, en su última noche, tuvo el mejor homenaje posible: el del mejor jugador de todos los tiempos, Messi. No hay nadie como él. No sé si algún día la ficción se hará realidad y podremos ver naves en llamas más allá de Orión, o si veremos rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, quién sabe. Lo que uno sí sabe es que uno tuvo la gran suerte de poder ver a un extraterrestre que vino de Rosario. Messi es el fútbol y el fútbol es Messi. Aunque uno sea del Atlético. Aunque tu equipo sea el Betis, el Torino, el Llagostera o el Recreativo de Huelva. Su talento es universal. Va más allá de colores y de banderas. Es único.Es posible que todos los momentos que nos regala acaben perdiéndose, con el paso del tiempo, como lágrimas en la lluvia. Pero, por fortuna, aún no he llegado ese día. Gracias por existir.
Rubén Uría / Eurosport
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