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Blog Uría: La hora de Simeone

Rubén Uría

Publicado 08/04/2017 a las 20:30 GMT+2

Ningún atlético duerme tranquilo si se trata del Madrid y ningún madridista ronca a pierna suelta sabiendo que Simeone, el enemigo público número uno, está ahí.

La joie des joueurs de l'Atlético après le but de Griezmann face au Real

Fuente de la imagen: AFP

Hay tres factores que confluyen en Simeone: es la autoridad moral del Atlético, es uno de los mejores entrenadores de todos los tiempos y se ha ganado el respeto reverencial del madridismo, que ya no sólo le teme o le sufre, sino que le reconoce su mérito. Durante años, parte de la afición blanca se pasó pidiendo, desde la mofa, un enemigo capaz y reconocible, un rival digno para un derbi decente. Hace cinco años que ya lo tiene. El Cholo, un villano para el Madrid, inspira respeto. Nadie exploró tanto el miedo del Madrid, nadie le llevó tan al límite – incluso en la derrota más amarga, le hizo sudar sangre- ,y nadie le frustró tantas veces. No es el Cholo un tipo que necesite una hagiografía. Ni alguien al que seduzca que le contenten el oído. Simplemente, es alguien que confía en su motor de vida, su gasolina, su fuerza, el dolor de perder el tren de la gloria en dos suspiros. Su razón de ser, caer una y otra vez, para volver a levantarse. No, Simeone no es fútbol. Lo suyo es aferrarse a un sueño, perseguirlo, creer. Sabere que, gane o pierda, muere con su idea. Una que no puede morir. Una ante la que hay que descubrirse, sea uno del Atlético o no. Mientras este tipo se siente en el banquillo atletico, el Madrid no podrá dormir a pierna suelta, porque, gane o pierda, seguirá sintiéndose amenazado. Y mientras Simeone siga en ese banquillo, la gente del Atlético, gane o pierda, seguirá desafiando al todopoderoso Madrid. Simeone y el Madrid, el Madrid y Simeone, siguen escribiendo una magnífica saga de interminables capítulos. El final aún está por escribirse.
El guión, el de siempre. En el Madrid, las armas acostumbradas: aventura, velocidad de balón y talento a rabiar. En el Atlético, la receta habitual: zafarrancho de combate, pierna larga y contragolpe. Piezas dispuestas, cuentas pendientes y estilos opuestos. Blancos en despliegue, colchoneros en modo bloqueo. Cristiano, Benzema y Bale se asociaron. Mal negocio para el Atleti, divino para el Madrid. Palmo a palmo, golpe a golpe, el Madrid, consciente de que se jugaba mucho más que su vecino, buscó inclinar el partido. Oblak se sacó dos paradas marca de la casa, la cabeza de Savic evitó un gol de Cristiano y Marcelo tocó a rebato en cada una de sus incursiones. Dominador sin premio, el Madrid se fue a la ducha sabiendo que, o aceleraba, o el Atlético seguiría cómodo en su cueva. Y sin remilgos, aceleró. Aculó al equipo del Cholo, le sometió con más ritmo, le castigó por dentro y por fuera, y en una pelota parada, el arma más letal de Zidane, le castigó con un gol de Pepe, que primero se besó el escudo y después acabó en el hospital tras un golpe de Kroos. Agrietado el muro carnal atlético, el Madrid decidió levantar el pie del acelerador. Tiró de calculadora y decidió concederse una tregua en un partido denso. Le había costado un mundo volar por los aires la meta de Oblak y una vez logrado, creyó que bastaría. Craso error. Subestimar a un equipo de Simeone suele ser mal síntoma. Entre la fatiga y la responsabilidad, el Madrid no se animó a matar. Se paró a coger aire y, cuando quiso darse cuenta, el partido estaba en la zona Simeone.
Hasta que llegó su hora. Parte del público del Bernabéu coreó “Koke ¿qué hora es?”, regodeándose sobre el atraco a punta de pistola que sufrió el atlético, al que le sustrajeron un reloj valorado en 70.000 euros. A la petición popular respondió el de siempre, el que viste de negro, el enemigo público número uno del madridismo, Simeone, con permiso de Messi. El Cholo consultó su reloj, echó mano de su instinto, esa velocidad punta del cerebro que siempre da la hora, y agitó la coctelera. Primero relevó a Saúl y percutió con Correa. Buscaba alegría para mover las caderas. Minutos después, perdiendo 1-0 sacó a su delantero centro (Torres) y apostó por Thomas, para convertir el centro del campo en territorio de emboscada, con piernas frescas. Aún se escuchaba el eco de las furibundas críticas (“siempre se lo hace encima”, “sólo sabe picar piedra”, “es un cambio defensivo” y “así es imposible”), cuando el Atlético del Cholo pisó a fondo. Recuperó balones en campo contrario, armó un par de jugadas de la nada y en la tercera, Correa giró sobre sí mismo, encontró a Griezmann y el francés, al que le preguntan tres mil veces cada mes si se irá del Atleti, ejecutó con precisión quirúrgica. Otra vez, como es costumbre, el Cholo tenía razón y la legión de profetas se equivocaba. Otra vez, el derbi, que hasta la llegada de Simeone era un paseo militar para los blancos, se convertía en moneda al aire. Han pasado partidos de Liga, finales de Copa y de Champions. Es igual. Madridistas y atléticos saben lo que hay: nadie del Atlético puede dormir tranquilo sabiendo que el Madrid siempre estará ahí, y ningún madridista que sepa de qué va esto puede conciliar el sueño, a pierna suelta, con Simeone como enemigo público número uno. El Madrid fue de más a menos. El Atleti, de menos a más. Zidane se fue a vestuarios rumiando que había dado un paso en falso. Y Simeone, experto en el arte de la guerra, se marchó a la caseta festejando. Tenía motivo. Su reloj siempre da la hora.
Rubén Uría / Eurosport
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