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Blog Uría: La Liga de Zinedine Zidane

Rubén Uría

Actualizado 22/05/2017 a las 13:15 GMT+2

Esta ha sido, sin duda, la Liga de Zidane, un tipo que se podría pasar el resto de su vida presumiendo y que, en cambio, nunca lo hace. No le hace falta

Zinedine Zidane porté en triomphe par ses joueurs

Fuente de la imagen: Getty Images

Antes de que se hiciese público su nombramiento como entrenador del Real Madrid, Zidane podía leer, ver y escuchar a todo un país dividido en dos, opinando sobre los méritos y capacidades de quien todavía no se había ni sentado en el banquillo. Con la premura y diligencia habitual, los aparatos de propaganda mediática del madridismo, que hacen más daño al madridismo de lo que le benefician por su histrionismo, se pusieron manos a la obra. Se entregaron a la tarea de santificar a Zizou sin ambages. El efecto Zidane, vendían. El francés, prudente, sonriente, con mano izquierda y humildad – de la auténtica, no de esa humildad de los nuevos tiempos, donde se presume de valores en vez de tenerlos- se puso a lo suyo. A entrenar. Ignoró las sobredosis de almíbar de las terminales afines y no mordió la manzana envenenada de quienes querían, sin mérito alguno, convertirle en la joya de la corona del Ministerio de la Propaganda. Funciona así: te loan si ganas, te destrozan cuando pierdes.
Zidane, sin comerlo ni beberlo, se convertía en oro puro para los entregados publicistas del Madrid, pero también en víctima de una deplorable campaña de descrédito por parte de los que, en un ejercicio de imprudencia colosal, se dedicaron a ningunear y despreciar a un tipo que ni siquiera había empezado a trabajar. De Zidane dijeron que no tenía experiencia y fracasaría– justo lo que se decía de Guardiola en su día-, que no era un entrenador de verdad sino un simple alineador – lo que se decía, paradojas de la vida, de Del Bosque cuando llegó-, que era una mentira de cartón piedra ideada por el presidente, que era un parche momentáneo, que era un jarrón chino, caro pero sólo decorativo, que no tenía peso específico, que había descendido al Castilla y que le habían dado un cargo que le quedaba grande. Chapapote gratis. Qué decir de los que se pasaron más de un año acusando a Zidane de tener no una flor, sino un jardín botánico donde la espalda pierde su casto nombre. Hoy, negro sobre blanco, Zidane necesita que le hagan justicia. Su crimen ha consistido en levantar un equipo hundido, conquistar tres títulos en un año y haber ganado el cuarto, una Liga, muy deseada por el madridismo, con autoridad y buen fútbol. De propina, tiene al Madrid en Cardiff. Lo ha logrado sin reproches, sin quejas, sin lamentos, sin histrionismos, respetando a sus rivales. Incluso elogiándolos.
El galo ha respondido a los falsos profetas con trabajo, decisiones, hechos y resultados. Decían que el vestuario se lo comería por los pies y no hay un solo futbolista que, haya jugado más o menos, no hable bien de él. Decían que no tomaba decisiones porque no era intervencionista, pero metió en el equipo a Casemiro, le encontró acomodo y hoy es pieza vital. Decían que no tenía carácter para imponerse a las estrellas y lejos de ser políticamente correcto, convenció a Cristiano, que tiene un ego del quince, de que debía dosificarse y descansar para llegar bien al final de temporada. Decían que no tendría valor para rotar en los momentos importantes y resulta que sus rotaciones, masivas, no sólo le dieron un segundo aire al Madrid, sino que plantearon un debate sobre qué once jugaba mejor. Dijeron que Isco, James y Morata no estaban cómodos con él, pero sigan o no vistiendo de blanco, cada vez que salían al campo, se mataban por el equipo y apoyaban al entrenador. Han dicho muchas cosas de Zidane. Todas erróneas. Y ahora dirán, recuerden, que juegue quien juegue en Caridff, Isco o Bale, que Zidane se equivoca. Y seguirán diciendo. Y así, en bucle infinito. Porque por lo visto, todos saben mucho más que el tipo que trabaja, día a día, en perfeccionar ese equipo.
La realidad está ahí: si el verbo favorito del Madrid es ganar, el único que conjuga Zidane es ganar. Conoce la casa, sabe qué es el madridismo, tiene mano izquierda, gestiona egos del vestuario, toma decisiones deportivas, tiene a toda la plantilla enchufada, tiene carácter y despeja cada polémica, debate o asunto del peligroso entorno con una pasmosa naturalidad. Esta ha sido, sin duda, la Liga de Zidane, un tipo que se podría pasar el resto de su vida presumiendo y que, en cambio, nunca lo hace. No le hace falta. Los números hablan por él. El tiempo dirá si va a ser uno de los mejores entrenadores del fútbol moderno. Lo que nadie podría discutir es que ha demostrado ser uno de los mejores entrenadores que el Madrid puede tener. Dijeron, dicen y dirán muchas cosas sobre Zidane. Que digan lo que quieran. El tipo, a base de mano izquierda y humildad, esa que se tiene sin presumir de tenerla, sigue a lo suyo. Él sonríe y el Madrid gana. Y Zidane, feliz, es un tipo convencido de su motor interior: cuando somos grandes en humildad, siempre estamos más cerca de lo grande.
Rubén Uría / Eurosport
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