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Blog Uría: Las cosas que pensamos y no decimos

Rubén Uría

Actualizado 13/04/2017 a las 04:23 GMT+2

En esta vida, mejor equivocarse siempre con las opiniones propias que con las ajenas. Nadie debe pedir perdón por opinar. Sí por no atreverse a hacerlo.

Cristiano Ronaldo celebra uno de sus goles en el Real Madrid-Bayern

Fuente de la imagen: EFE

Una de mis películas de culto es Jerry Maguire. Después de un ataque de conciencia, uno de los agentes más reputados de Estados Unidos decide volver a ser el hijo de su padre, escribiendo una declaración de intenciones sobre el futuro de la industria. Jerry escribe, sin tapujos, de manera intimista, su punto de vista sobre el futuro de la empresa. Lo titula “Las cosas que pensamos y no decimos”. Su conclusión final viene a ser contundente: “Menos dinero, más atención a los clientes. Más preocuparse por ellos, por sus vidas, por las lesiones, más cuidar de ellos”. Acude a una copistería en plena madrugada y el tipo que le atiende dice: “Así se empiezan las cosas grandes, con un par de pelotas”. Nada más llegar a la empresa, decenas de compañeros le aplauden y ovacionan: “Alguien tenía que decirlo, bravo”. Cuando Jerry desaparece del vestíbulo, dos de sus compañeros se giran y se preguntan en voz alta: “¿Cuánto crees que durará en la empresa?”. A Maguire, por supuesto, le echan del trabajo en apenas días. Moraleja: nadie quiere escuchar la verdad, ni parte de la verdad, si no coincide con su verdad. Será que hay quien cree que se debe pedir perdón por opinar, siendo víctima del miedo de no atreverse a hacerlo.
Al grano: no está bien visto decir que el Real Madrid es, hoy, con diferencia, el mejor equipo de Europa. No por ganar o perder, que nadie está libre del resultado, sino por su gen competitivo. Ese que le hace no rendirse cuando parece que va a caer y que le catapulta al éxito sin paliativos si huele la sangre. No es popular decir que el Real Madrid es el gran favorito para ser Campeón de Europa porque, además de tener 24 titulares en un equipo con un fondo de armario espectacular, casi nunca desafina cuando tiene que dar el do de pecho. No suele tener premio decir que el Madrid, en una noche inspirada, puede tener el don de convertir, a golpe de mazo, a un equipo grande en uno minúsculo. No importa si eres periodista o albañil, atlético o culé, bético o sevillista, porque decir y reconocer, abiertamente, sin reservas, que el Madrid tiene el equipo más completo de los últimos años, sólo te puede traer problemas. Para la opinión pública, acostumbrada a construirse una realidad que solo distingue madridistas de antimadridistas, uno lo es o no dependiendo de lo que piensa. Asumido y procesado. Eso sí, con la venia, queridos lectores, uno no vino a este mundo del periodismo para hacer amigos, ni para pedir perdón por las opiniones, ni para contentar oídos, ni para tener seguidores en las redes sociales, ni para agradar a todo el mundo. Para eso, mejor quedarse en casa y ver unas series con un cuenco de palomitas.
Uno vino para explicar su punto de vista, que puede gustar más o menos, puede ser más sólido o menos, pero es el suyo. Y el de quien esto escribe va más allá de perder o de ganar. El Madrid es lo que es porque tiene un espíritu indomable, porque renace en cada crisis, porque se exige el máximo, porque nunca se entrega y porque tiene una capacidad para competir y salir vivo de cualquier situación, juegue bien, mal o esté en el alambre. Esa es la verdad. Y si ustedes me lo permiten, es una verdad compatible con creer que Messi es el mejor de la historia de este deporte. O con que el Atlético de Simeone, les guste o no a los estetas, es un equipo que, gane o pierda, sí es el único que parece capaz de explorar los límites del Madrid, si es que los tiene. Y ya que estamos desafiando al polígrafo, permítanme contarles que este Bayern de Múnich es una máquina futbolística, un orfeón maravilloso de grandes nombres que tiene a sus espaldas un mito y una historia legendarias pero que, en opinión de este humilde cronista, en cuestión anímica, espiritual o genética, como ustedes quieran, tiene más de mentira que de verdad.
Sería políticamente correcto decirles que el Real Madrid no me parece el mejor equipo de Europa. Incluso sería abrumadoramente aplaudido que uno les contase que Zidane sólo es un alineador de pacotilla, que entrena a control remoto. Habrá mucha gente que se lo cuente, con detalle. Conmigo no cuenten. Reconozco la calidad de este Bayern, pero no su capacidad para competir y rebelarse ante la dificultad en los últimos años. Comprendo el mérito brutal de un equipo como el Atlético que tiene jugadores de nivel siete que un señor entrenador, el mejor del mundo en mi opinión, ha convertido en nivel nueve. No me ciega la bufanda para contarles que al Atlético anoche le pitaron un penalti que era fuera del área y tampoco aspiro a obviarlo para ser el gurú de la causa colchonera. Y además, como no es incompatible, pienso que el Real Madrid es el mejor equipo de Europa en este momento. Como periodista, me es absolutamente igual si gana o pierde. Me lo seguirá pareciendo igual.
Creo que, en esta vida, es mejor equivocarse siempre con las opiniones propias que con las ajenas. Y uno, que se equivoca con frecuencia, prefiere errar son su opinión que con las prefabricadas por los demás. No sé si el Madrid ganará esta Copa de Europa o no. Sé que disfrutaría si la ganase mi equipo, que no es el Madrid, porque del Atleti soy. Sé que sería un tipo feliz si Messi volviese a hacer posible lo que todos le dicen que es imposible. Pero todo eso, queridos lectores, no me impide contarles que, en mi humilde opinión, el Madrid no sólo tiene grandes jugadores: compite como nadie, no se rinde nunca y sobrevive siempre. Y ahora, naturalmente, pueden seguir criticándome. Arrogándome el cartel de vendido, de tránsfuga, de mal periodista o de antimadridista, por decir que este Bayern, anoche, tuvo más de mentira que de verdad. Seguro que tendrán motivos. Sólo faltaría. Aquí estamos para aprender. Eso sí, de vez en cuando, viene bien sentarse delante de un ordenador y escribir, de madrugada, “Las cosas que pensamos y no decimos”. Mejor dicho, las cosas que algunos no quieren leer, ni escuchar, porque hace tiempo que perdieron la capacidad de respetar una idea, por muy disparatada que parezca, sólo porque no la comparten.
Rubén Uría / Eurosport
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