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Blog Uría: Neymar, historia de surrealismo y silencio

Rubén Uría

Actualizado 26/07/2017 a las 02:09 GMT+2

Como dice el maestro Serrat, amor no es literatura si no se escribe en la piel. No hay muchos Neymar en el mercado, pero en esta vida sólo hay un Barça.

Neymar, en un entrenamiento del Barcelona

Fuente de la imagen: EFE

Atención, spoiler: si un club pierde su imagen, lo pierde todo. Neymar, como aquella princesa de Rubén Darío, está triste. Es su estado natural en verano, porque soluciona problemas al mismo tiempo que los crea. A caballo entre los regates de fantasía y la fuerza del cariño – nombre moderno que tiene el fulgor del dinero-, Neymar, que fichó por el Barça para enterrarse en títulos, hoy duda si prefiere que le entierren en dinero. Mejor dicho, en más dinero. De ahí los silencios, las frases encriptadas, las reuniones y las filtraciones. Más viejo que el hilo negro. Uno se muestra indeciso y deja que otros especulen para, en un juego a dos bandas, presionar a dos clubes. Resulta maravilloso que el vestuario se sienta unido y apoye a Neymar para que se quede, pero este es un asunto en el que la portavocía del club no puede corresponder a los que se visten de corto, sino a los que ocupan los despachos. En juego, la imagen del club. Y la paciencia del socio. A veces, el silencio es la peor mentira. Neymar está siendo amo de sus silencios y los dirigentes, esclavos de sus palabras. Y todo tiene un límite. Hasta para el barcelonista más comprensivo.
Como el asunto cada vez se embolica más y roza el esperpento, conviene apelar a una vieja ley no escrita, pero eficaz para resolver estos pleitos sin tibieza alguna: “El club está por encima de todo y todos”. Un principio que el Barça, en lugar de copiar, imitar o versionar, no aplica. Eso habría bastado para dejar claro a Neymar y al resto que nadie es imprescindible, haciéndole ver que el 99% de futbolistas matarían por vestir de azulgrana, que lo que se firma con el brazo no se borra con el codo y que, si quiere irse, está en su derecho, pero debe venir con todo el dinero, para poder irse, dando las gracias y cerrando la puerta al salir. Lo que uno no espera de un club de la dimensión gigantesca del Barça es que achante, que trague, se entregue o hasta le firme un contrato por más dinero, siendo incapaz de amputar el problema por pánico al qué dirán del vestuario, la prensa y el socio. Si se quiere ir, que pague y se vaya. Si se quiere quedar, que entrene y rinda. Asunto zanjado, punto y pelota. Lo que ya es irrespirable, para la propia higiene mental del club, es prolongar un silencio que, como en esta ocasión, es la peor mentira posible.
No hay jugador del Barça, que se precie de serlo, que no esté obligado a preguntarse qué puede hacer por el Barça y no qué puede hacer el Barça por él. Si llevando esa camiseta no te sucede, por el motivo que sea, el contrato obliga a ambas partes. Y en el caso Neymar, todos los triunfos están en la mano del club: se quede o se largue, es un win-win de manual para el Barça. Si se quiere quedar ganando lo mismo que ganaba, ni un euro más, perfecto. Sale ganando el Barça. Si se va porque quiere ganar más en París o porque el Barça no le da el aumento que igual pretendía, perfecto. Son 222 kilos, adiós y gracias. También sale ganando el Barça. Otro cantar es en qué invertirá el club ese dinero. Eso es otro debate, pero si hay que abrir ese melón, se cala: el Barça edificó su seña de identidad en el arte de fabricar Balones de Oro en vez de comprarlos. Tiró de cantera y si necesitó refuerzos específicos, de cartera. Tras un empacho de títulos, el Barça se dedicó a lo de los ochenta, comprar Balones de Oro en vez de fabricarlos. Otra vez la cartera antes que la cantera. Lo que sigue está por ver. Que tome nota el socio.
Neymar es un jugador fantástico, de los que apenas quedan, pero la gestión de su futuro, tanto por su parte como por la de los que regentan el Barça, va a marcar un antes y un después en el club. Les cuenten lo que les cuenten, se vaya o se quede, se fiche mal o bien, no hay más cera que la que arde: si un futbolista no se quiere ir de un club, no se va. Ni por todo el oro de Qatar, de Persia o de los Estados Federados de Micronesia. Si un jugador, sea el que sea, no quiere vestir la camiseta del Barça, adiós y gracias. Si se queda, perfecto. Y si se va, al Barça le quedan dos posturas: ahogarse en un vaso de agua maldiciendo perder un gran jugador o invitar a una ronda de barra libre a los que piensan que nadie se ríe del Barça, porque el club está por encima de todos. Como dice el maestro Serrat, amor no es literatura si no se escribe en la piel. Esta historia de Neymar es una mezcla de surrealismo y silencio. Y la verdad sea dicha, es cierto que no hay muchos Neymar en el mercado, pero lo único seguro es que, en esta vida, sólo hay un Barça.
Rubén Uría / Eurosport
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