Blog Uría: Odio eterno al Sporting moderno

El Sporting hizo lo imposible por descender hasta que, al final, lo consiguió. Hay tres cosas que un club debe tener para consolidarse: una gestión económica eficaz, una planificación deportiva decente y un espíritu autocrítico latente. En esas tres asignaturas, la nota final de lo que queda del Sporting de Gijón es un suspenso como una catedral. En cuestión de fichajes, lo intentó casi todo sin salirle casi nada: el todavía director deportivo del club decidió contratar 16 futbolistas que poco o nada tenían que ver con la filosofía del club, que no tenían sentido de pertenencia y que estuvieron por debajo del nivel exigible. Apenas Mikel Vesga mejoró lo que había. De las llegadas a última hora de Traoré o Ederson, mejor no hablar. La historia tiene miga: el año pasado, sin poder fichar y con restricciones, el equipo se salvó; este curso, con 16 contrataciones, el equipo descendió. Con la cantera, salvados. Con la cartera, a Segunda. Sin comentarios. Qué decir de los del palco, todavía dueños, cuando, sabiendo que no había dinero para poder fichar en una situación desesperada, sí dieron luz verde para que algunos ejecutivos cobrasen sueldos y retribuciones. Y qué decir del espíritu autocrítico del club. Mediados los noventa, un Sporting en mitad de tabla era una tragedia. Hoy, verle deambular entre Primera y Segunda, es casi una costumbre.

Odio eterno al Sporting moderno. No es que uno crea que, de la noche a la mañana, el equipo pase a tener las prestaciones de aquellas leyendas como Quini, Maceda, Ferrero o Cundi, pero esta travesía por la mediocridad más absoluta merece una explicación. Hoy la exigencia está por debajo de los tobillos y el nivel de conformismo, en las nubes. Sólo así se entiende que El Molinón siga tolerando que un histórico del fútbol español se haya convertido en un equipo ascensor al uso. Hace años, ver a un Sporting que se nutría del talento de Mareo, fuera de los diez primeros puestos, era tragedia. Hoy, después de 25 años de horripilante gestión, empieza a ser una constante. El curso pasado, el Sporting se salvó de la quema de manera milagrosa. Sus gestores, lejos de poner remedio a la situación, desperdiciando una oportunidad única para crecer, abandonaron el proyecto – si es que existía y no era fruto de la improvisación-, desatendieron la parcela deportiva, se autolimitaron sin motivo y volvieron a estar, como casi siempre, a años luz del único patrimonio real del Sporting, su afición. Y ya llueve sobre mojado.

Este descenso, el tercero de los Fernández y el séptimo de la historia, ha sido la crónica de una muerte anunciada. Abelardo no pudo repetir milagro y se fue. Rubi trató de reflotar el Titanic y fue víctima de una mar demasiado picada. Normal. El problema del Sporting nunca estuvo en el banquillo. Ni siquiera en el verde, donde los que dieron lo que tenían no estaban obligados a más. Qué decir de su afición, una de las más fieles de España. Hace años que el auténtico drama del Sporting pasa por la inexplicable anestesia de una institución gobernada por la mediocridad de sus dirigentes. Entraron en el Sporting, pero el Sporting nunca entrará en ellos. Ahora vendrá lo de siempre: más promesas, nuevos proyectos, diferentes nombres, rumores de venta y palabras que no dicen nada. Lo de siempre. Igual es tiempo de que el palco escuche alguna verdad incómoda por parte de la prensa y de la afición: llevan años sin estar a la altura de un equipo histórico al que han convertido en una sociedad histérica. Dicen que no hay mal que cien años dure, pero si las cosas siguen así, tampoco habrá ya ningún sportinguista que lo resista.

Rubén Uría / Eurosport

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