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Blog Uría: Profetas, al carrer

Rubén Uría

Publicado 08/03/2017 a las 23:47 GMT+1

La épica no entiende de colores, ni es exclusividad de nadie. Esta noche el Camp Nou se convirtió en fábrica de milagros. Moraleja: Barça, en cuartos. Caverna, 'al carrer'.

Sergi Roberto, Barca

Fuente de la imagen: Imago

"Luchad, y puede que muráis. Huid y viviréis... un tiempo al menos. Y al morir, en vuestro lecho de muerte, dentro de muchos años, ¿no estaréis dispuestos a cambiar todos los días desde hoy hasta entonces por una oportunidad, ¡sólo una oportunidad!, de volver aquí a matar a nuestros enemigos? Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán la libertad”. El Barça luchó a lo William Wallace, sabiendo que podría morir, pero renunciando a huir y vivir, al menos, un tiempo. Salió al campo, como aquellos patriotas escoceses en Bannockburn, luchó como aquellos poetas guerreros y aprovechó toda su rabia contenida para canalizarla y acabar sepultando a en fango a sus enemigos. A los exteriores, siempre reconocibles, los que llevan años deseando que se despeñe. Y a los del fuego amigo, que presumen cuando ganan desde una superioridad moral insultante y que, cuando pierden, dudan de un equipo del que jamás se puede dudar. Resuelto a matar o morir, el Barça apretó. Y el PSG, a años luz del equipo que maravilló en París, se murió de miedo. Reservón hasta la paranoia, el equipo de Emery pagó caro su pánico. El Barça puso lo que tenía que poner: alma y fútbol. Y con esa actitud, lo que parecía imposible, fue posible.
Neymar, estelar toda la noche, fue el rey del partido. Piqué, Rakitic, Busquets y Mascherano le flanquearon. Messi y Suárez, en un día no muy inspirado, aportaron su granito de arena. Umtiti, colosal en el mano a mano, también. Luis Enrique lo anunció en la previa: “Si ellos nos han marcado cuatro, nosotros podemos hacerles seis”. Clavado. El Barça no se rindió después del 4-0, no se rindió con el gol de Cavani que prácticamente le enterraba en vida, no se rindió cuando necesitaba tres goles a falta de tres minutos y siempre creyó, incluso hasta cuando parecía una novela de ciencia ficción. Nadie, en toda la historia de la Champions, había remontado un 4-0 en contra. Desde esta noche, ya sí. El Barça más creyente descorchó una de las mayores glorias que se recuerdan con un gol en el último aliento del último segundo, por obra y gracia de un producto de La Masia, Sergi Roberto. Fue el premio merecido para los que jamás dudaron de este equipo, de estos jugadores y de ese entrenador, al que han azotado a dos manos desde hace años y al que nunca pedirán el perdón que merece. Era puerta grande o enfermería. Y fue puerta grande. El Camp Nou, convertido en fábrica de milagros, alcanzó el Nirvana. Y para los absolutistas del fútbol: amigos, el Barça también sabe ganar por la vía épica y a golpe de corneta. También sabe resucitar a la tremenda, porque ese gen competitivo no es exclusividad de nadie. Decían que el Barça moriría en marzo, pero aún puede ganar en primavera. Es líder de la Liga, está en la final de Copa y en cuartos de Champions. Igual alguno de los escribanos del poder fáctico debía reflexionar sobre Luis Enrique.
Fue un Barça de plata o plomo. Cabeza fría y corazón caliente, con defensa de tres sin balón y sin laterales puros, Luis Enrique apostó por una remontada tortuosa. Pero él y sus jugadores creyeron. Y contaron con la inestimable ayuda del PSG, que mutó de equipazo a banda de peleles. De dominador a juguete de trapo. Así se escribe la historia. Unos avanzan por valientes y otros se quedan por cobardes. De propina, más allá de los goles y la euforia, queda un escenario relevante: Nos contaron que a este Barça le había abandonado el fútbol, los exégetas del estilo nos advirtieron que este equipo era un engendro y los guardianes de las esencias nos explicaron, por tierra, mar y aire, que este Barça estaba muerto y enterrado. El culpable era Luis Enrique, eso nos decían. Algo así como Satanás en Can Barça. Los apóstoles del apocalipsis, enardecidos tras París, nos dijeron que el Barça fingía la remontada, que Piqué no se creía lo que decía, que sólo el Madrid podría lograrlo y que la UEFA le daba al Barcelona un 0% de posibilidades de pasar. Como la estupidez siempre insiste, los histriones profetizaron que la remontada era un camelo y que ni un ejército de Messis sería capaz de levantar un 4-0. Que este Barça era una broma, que la remontada era misión imposible y que comerían palomitas en el funeral culé. Hoy, los que nunca hablan de árbitros cuando el equipo que les da más audiencia remonta, hablarán de árbitros en lugar de épica legendaria. Están muy vistos. Más que el tebeo. Lo que no habían visto sus ojos, eso sí, era a nadie remontar un 4-0 en Champions. Ya lo han visto. Que aproveche.
Paradojas de la vida: los que se pasan el día retratando a la gente, retratados. Y la caverna, preparada para festejar la eliminación del Barça junto al fuego, tuvo que meterse, deprisa y corriendo, en la cueva. Sugerencias y destinos posibles: la gruta de Waitomo en Nueva Zelanda, la cueva de hielo glaciar Vatnaekyudl –Vatnaekyudl, las cuevas de mármol en Chile o en su defecto, si todo queda en casa, las de Altamira. Paraísos para visitar el rincón de pensar y no asomar la cabeza en años, para tragar toneladas de bilis. Es el premio merecido para los que llevan años machacando sistemáticamente a Luis Enrique, el tipo que, por lo visto, debe pedir perdón por haber ganado ocho de diez títulos posibles y por no ser Bob Esponja con parte de la prensa. Nadie le pedirá perdón a Luis Enrique. Ni a estos jugadores irrepetibles. No importa ya si este equipo acaba cayendo en cuartos o si gana la Copa de Europa. Es intrascendente. Lo que ha pasado esta noche, en cambio, sí se recordará durante años, porque ha entrado en la historia de este deporte. Era lo único que le faltaba a un grupo histórico y a un entrenador que sigue haciendo una labor impecable. Esta noche, los trompeteros del fin de ciclo vieron cómo el Barça y Luis Enrique, a los que desprecian y repudian por sistema, les dieron una lección. La épica no entiende de colores. Se tiene o no se tiene. Y esta noche, el Camp Nou se rindió a un terremoto azulgrana. Moraleja para bocas tamaño buzón: Barça, en cuartos. Caverna, al carrer.
Rubén Uría / Eurosport
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