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Blog Uría: Respect

Rubén Uría

Publicado 11/05/2016 a las 11:42 GMT+2

El presidente del Sevilla, durante un ‘Encuentro con los Ases’, denuncia el desdén del Rey hacia un club que está haciendo historia. Una queja legítima.

Sevilla's French forward Kevin Gameiro celebrates a goal during the UEFA Champions League group D football match Sevilla FC vs VfL Borussia Moenchengladbach at the Ramon Sanchez Pizjuan stadium in Sevilla on September 15, 2015

Fuente de la imagen: AFP

El Sevilla Fútbol Club, un equipo legendario que como todo el mundo sabe, fue fundado por serbios, juega en la liga turca y está trufado de futbolistas rumanos, buscará su quinta Europa League en Basilea, ese trofeo de la galleta que es menos importante que el Teresa Herrera y es incomparable con el prestigio que envuelve a Madrid, Barça o Atlético cuando ganan ante potentes equipos asiáticos en apasionantes giras veraniegas, convenientemente televisadas, en aras del interés general (¿?) de los ciudadanos. El Sevilla Fútbol Club, ese club del que se habla durante cinco minutos si se clasifica para una final, diez si la gana y cero el resto del año, porque el personal anda ocupado en el penúltimo episodio de Neymar en Instagram o en la última odisea de Cristiano con su deportivo en una rotonda de la periferia, no tiene derecho a quejarse por el trato mediático que recibe, y debería poner cara de empate a cero.
El Sevilla Fútbol Club, que ha jugado en estos más finales que miles de clubes europeos, tiene que poner buena cara y sonreír como Heidi antes de cantar el abuelito dime tú, mientras ve cómo el primero de los españoles ejerce su figura simbólica para asistir y apoyar los triunfos de Real Madrid y Atlético en sendas semifinales de Champions, declinando asistir a la final de Varsovia del curso pasado y sin tener previsto acudir a la de Basilea, porque el Sevilla, que ejerce como embajador llevando una bandera patria grabada en el pecho, paseándola y honrándola por Europa, no tiene derecho a sentirse ninguneado viendo cómo algunos gozan de trato exquisito, mientras otros reciben atenciones protocolarias dignas de Zambia.
El Sevilla Fútbol Club, cuyo éxito se usa de manera torticera para mayor gloria del fútbol español, cuya nacionalidad sería afgana si disputase una final contra el Madrid y estaría envuelta en absoluta españolidad si la jugase ante el Barça, no tiene derecho a airear que tiene memoria, corazón y sensibilidad. El Sevilla Fútbol Club, al que todos recomiendan decir que aquí no pasa nada y que, si pasa, se le saluda, y que parece obligado a recibir bofetadas morales para después poner la otra mejilla, ha cometido el terrible pecado de tener un presidente que, de manera enérgica pero educada, ha tenido la gallardía de defender a su club, algo que le han afeado, como si su deber consistiera en verlas venir, dejarlas pasar y si te mean, decir que llueve.
Posdata: El Sevilla Club de Fútbol, gane o pierda, caiga más simpático o menos, es un club añejo, un equipo de mérito incalculable y una masa social que, como mínimo, merece el mismo tratamiento que otras aficiones, porque también es español y es de Dios. Es un club que está forjando una marca de identidad con un modelo económico y deportivo que debería estudiarse en Harvard. Uno que merece la misma consideración que otros clubes y no un vacío sideral por parte de las autoridades y la opinión pública. La queja de José Castro durante el "Encuentro con los Ases" del diario As, además de legítima, es reflejo de una situación denunciable. El Sevilla no es más que nadie, pero tampoco menos. En caso de duda, aplíquese el protocolo Aretha Franklin: Respect. Respeto.
Rubén Uría / Eurosport
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