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Blog Uría: Villarato vendo y para mí no tengo

Rubén Uría

Actualizado 09/01/2017 a las 17:25 GMT+1

Si ganan, son la de Dios; si pierden, alguien les pone una pierna encima para no levantar cabeza. Llevan años así. Y provocan mucha pereza.

Cristiano Ronaldo y Leo Messi durante el Barcelona-Real Madrid

Fuente de la imagen: EFE

Dice el barcelonismo, el moderado y el recalcitrante, que es una obviedad que su Barça no está atravesando una racha propicia con los arbitrajes. Y sostiene el madridismo, el racional y también el radical, que hasta no hace demasiado tiempo, era el Madrid el que no tenía suerte con los colegiados. Igual son rachas, épocas y lances del juego. Errores humanos. Esos a los que recurrimos cuando ayudan a nuestro equipo y que maldecimos si nos perjudican. Fútbol. Ni más, ni menos. Anécdotas que no pueden ser elevadas a categorías, por más que azulgranas o merengues, cada vez que pierden, se empeñen sentirse víctimas de una hilarante persecución sin pies ni cabeza. Basta ver discutir a las dos superpotencias del fútbol español para conocer, de primera mano, la salud del negocio. Si el Barça gana, el madridismo y sus terminales echan más espuma por la boca que la niña de El Exorcista. Si el Madrid gana, el barcelonismo y sus altavoces son capaces de resucitar a Franco para justificar cualquier tropiezo culé y embarrar todo triunfo merengue. Madrid y Barça son vasos comunicantes de la industria, pero en la derrota, son también maderas de la misma cuña. Dos grandes que creen que todo les pertenece y que, en cada adversidad, por mínima que sea, desprecian la autocrítica. Enemigos irreconciliables – sólo van de la mano si hay dinero de por medio-, enzarzados en una historia de desamor y revanchismo, son clientes de la barra libre del despropósito. Todo vale con tal de ganar. Sus causas, elevadas al disparate por sus sucursales mediáticas, aburren a cualquiera que no tenga que ver con sus intereses o colores.
Cuando el Barça ganaba, el aparato mediático del Madrid vendía conspiraciones de todo a cien, defendiendo la existencia de Villaratos, Platinatos y demás historias para no dormir. Entonces el presidente de la Federación era Villar, el de la Liga era Tebas y el de los árbitros, Sánchez Arminio. El Barça tenía la mano muy larga en los despachos y el Madrid, pobrecito, ya no estaba donde solía estar. Hoy que el que está arriba es el Madrid, el brazo armado del periodismo culé, que antes se rasgaba las vestiduras con la patraña del Villarato, ahora ve manos negras y denuncia campañas contra el equipo que sustenta su negocio. Hoy el presidente de la Federación sigue siendo Villar, el de la Liga sigue siendo Tebas y el jefe de los colegiados sigue siendo el que era. El Madrid tiene la marno muy larga y el Barça, pobrecito, ya no está donde solía estar. ¿Qué ha cambiado? Nada. Ha cambiado el color de la victoria. Y a consecuencia de ello, ha cambiado la dirección del viento, así que las ventosidades de mal perdedor han cogido el puente aéreo, hasta aturdir al personal. Cuando no se gana, tiempo de excusas de mal pagador y empedrados a quien culpar. A Madrid y Barça, con sus respectivos altavoces, ya no les importa la realidad. Sólo la suya: si ganan, son los mejores; si pierden, es culpa del enemigo. Llevan así años. Y gracias a la soberbia propia y a la militancia inquebrantable de sus medios, la atmósfera resulta ya irrespirable para el resto de aficionados que, por cierto, existen, y están hartos de las pamemas de blancos y culés. Y por descontado, hasta el gorro de los gases verbales de sus cruzados mediáticos.
Los poderosos llevan años instalados en una burbuja artificial de doble dirección: si ganan, son la de Dios; si pierden, alguien les pone una pierna encima para no levantar cabeza. Han repetido esa mentira tantas veces que se la han creído. Al punto que sus quejas y enormidades les impiden entonar cualquier autocrítica, convirtiéndose en reclamo de conspiradores, telepredicadores y ultras, o en carne fresca de portadas surrealistas que venden puro efecto placebo y sobredosis de recurso del pataleo. Así funciona este circo cuando sus resultados no se corresponden con sus dineros. No importa que tengan presupuestos bestiales, ni calendarios a la carta, ni siquiera que tengan los mejores jugadores que el dinero puede comprar. Nada de eso les importa porque, ignorando su estatus de privilegiados, se creen por encima del bien y del mal. Así que, cuando se sienten perjudicados por los árbitros, patalean sin desmayo, sin detenerse a pensar en qué trato recibe el resto de equipos, sobre todo los pequeños, pisoteados con tanta frecuencia como gratuidad. No es que por tener más dinero y mejores jugadores no se puedan quejar Madrid o Barça, es que provoca sonrojo verles protestar y denunciar conspiraciones judeo-masónicas cuando el resto de equipos y aficiones, desde hace años, recibe un trato mil veces peor. Provoca vergüenza ajena ver al Madrid (antes) y al Barça (ahora) quejarse de los árbitros: son, por cierto, los dos únicos equipos que no han sufrido ni una sola expulsión en lo que va de campeonato. Ayer era el Madrid el que se quejaba. Hoy es el Barça. Mañana, Dios dirá. Da mucha pereza. Siempre es más cómodo mirar la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Lo difícil es metabolizar que cuando el árbitro no ha estado bien y los resultados no son buenos, la receta más digna es la más saludable: tener autocrítica, hablar menos y correr más. Sin eso, sólo queda el ruido: Villarato vendo y para mí no tengo.
Rubén Uría / Eurosport
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