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Blog Uría: Sporting, aroma a dignidad

Rubén Uría

Actualizado 24/08/2015 a las 16:26 GMT+2

Si el talento es el perfume caro del fútbol, el sudor es su colonia más honesta. Hay una belleza incomparable en la zurda atómica de Messi, en un misil teledirigido de Cristiano o en un quiebro seco de Isco, pero no hay fragancia más honesta y pura que el aroma del esfuerzo.

Los jugadores del Sporting celebran su empate ante el Real Madrid

Fuente de la imagen: EFE

Muchos mueren de éxito, pero nadie lo hace ahogado en sudor, que es el gen competitivo de los modestos. Sobrevivir requiere coraje y los que son pequeños, para seguir existiendo, necesitan tener un orgullo grande. Hay quien sostiene que ser del Madrid o del Barcelona es una bendición, porque siempre ganan. Y hay quien sostiene que ser de esos equipos y sacar pecho por ganar es como visitar una casa de citas y presumir de amor de compra y venta. Ser del Sporting, ser de cualquier modesto, es otra cosa. Es apretar los dientes, vivir al filo del abismo, hacer malabares para llegar a final de mes y sudar sangre para sobrevivir. Manirroto, varado durante años en la nada, el aficionado de los clubes pobres resiste, día a día, aferrado a la única posibilidad que le queda para perpetuar la pasión por sus colores: lo normal es perder, morir sin dinero, pero si hay que hacerlo, es preferible hacerlo de pie. El Sporting, con cocodrilos en los bolsillos, que cuenta con una afición de Champions, una cantera de Primera y unos dirigentes de Tercera, demostró anoche que se puede suspender en solvencia y sacar matrícula de honor en coraje. Esa es su Liga. Dar la cara aunque se la partan.
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Abelardo, Sporting de gijón

Fuente de la imagen: EFE

Ascendió a Primera sin poder fichar, no renegó de los buenos tiempos de Ferrero, Maceda, Mesa y compañía y se lanzó a la aventura, edificando un proyecto yermo en billetes y rico en compromiso. Creyó en un jardín de infancia, tutelado por Abelardo, y escogió identificarse con el club, con un modo de ver la vida: frente a la adversidad, orgullo. A falta de millones, entrega y amor propio. En bancarrota, desangrado por una gestión calamitosa, sin poder fichar y son el sueño de la permanencia, el Sporting contuvo al Madrid, que le ganaría noventa de cada cien partidos, a base de corazón. Abelardo apeló a dos verbos, disfrutar y competir. Esas viejas pero nobles armas marca de la casa del finado y admirado Manolo Preciado. Y los guajes, que no tienen el talento, ni el sueldo, ni la fama de otros, pusieron el alma para conjugar el tiempo verbal que la cita requería. El colectivo por encima del individuo, competir para disfrutar. El sufrimiento como bandera. En el primer acto tuteó al Madrid. En el segundo, le contuvo. El Molinón, ayer el abismo de Helm, vivió una noche épica, memorable, digna de entrar en la memoria de generaciones de sportinguistas que no vivieron la época dorada del club, pero que se sienten representados por chavales sobrados de orgullo. Eso no paga las facturas, pero invita a sonreír en la oficina los lunes por la mañana. El fútbol es eso.
Cuando terminó el asedio del Madrid -que jugó mejor de lo que la crítica mencionó-, el modesto Sporting, aferrado a once jabatos, seguía de pie. La grada rugió y Abelardo fue explícito: “¿Cómo no va a disfrutar la gente con los 14 'tigres' que han salido a jugar?”. A base de casta, empuje y sudor, el Sporting logró un pequeño milagro deportivo: salir ileso ante un equipo trufado de estrellas mundiales. Nadie sabe qué deparará el campeonato a un club con economía de guerra, incluso es factible que acabe perdiendo la categoría, pero ni el fiscal más recalcitrante de los asturianos podría negarles su sentido de pertenencia, su arrojo y su inquebrantable moral de hierro. Faltan 37 jornadas para el final de un campeonato exigente, pero anoche el Sporting descubrió a otros modestos la alegría de vivir, el deseo de honrar una camiseta de la que se está enamorado. Quini, que es el Sporting, dijo hace días que quiere morir por ese club. Y anoche, en los ojos de los más pequeños, cualquiera podía observar que ese sentimiento es hereditario, que se transmite de padres a hijos. Que Quini, que es el Sporting, nunca caminará sólo. Con la ilusión se puede llegar muy lejos. Eso no lo compra el dinero. El talento es el perfume caro del fútbol, pero nadie puede desestimar la fragancia del sudor. Desprende aroma a dignidad.
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