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La opinión de Sergio M. Gutiérrez: La Superliga y los nombres de todas las cosas

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 30/12/2023 a las 14:59 GMT+1

No está tan lejos el día en el que debamos discernir si algo o alguien es o no es humano. Llegado el temido momento, habremos de recordar cuáles son los rasgos que nos definen: el deseo de trascendencia, la consciencia de nuestra insignificancia, una infinita fragilidad, la protección del más débil, una sonrisa, un chiste salvador... Señalar con el dedo y llamar a las cosas por su propio nombre.

Florentino Pérez

Fuente de la imagen: Getty Images

Quien ha tratado con niños sabe que no hay necesidad más humana que esa, la del dedo índice que apunta y unas palabras que afirman esto es un árbol, esto otro una roca, aquello la luna, como si la combinación de esos fonemas y el mero hecho de pronunciarlos ahuyentasen todos los misterios alrededor de nuestra presencia aquí y ahora, al lado del árbol y de la roca, y tan lejos de la luna. Las palabras son en su origen un sortilegio, pura adivinación, tentativa y error hasta que el nombre encaja con la cosa y la cosa no se rebela contra su humano nombre. Su uso nos sirve como hechizo, a modo de conjuro para la tranquilidad de las personas: sin palabras, el desasosiego sería tan enorme que no nos soportaríamos a nosotros mismos, y con total seguridad hace mucho que nos habríamos extinguido.
No es fácil otorgar un nombre. Hoy día nacemos con las cosas ya nombradas, de tal manera que la mayoría de nosotros carece de la necesidad de idear esa mezcla perfecta de sonidos y grafías que sirven para referirse a algo. A algo o a alguien.
Ocurre que los seres humanos, inexpertos supinos en el arte de nombrar, crecen y se reproducen, y como es normal se sienten desvalidos por falta de preparación ante ese momento decisivo, fundador y normalmente eterno: el de nombrar al hijo que está a punto de nacer. Sí, ocurre en efecto que los adultos, zotes consumados en el arte de nombrar, fundan empresas y proyectos que, a diferencia de los niños, no pueden ser nombrados igual que otros niños (igual que otras empresas y otros proyectos), y ahí se lían y se embrollan hasta límites que jamás pudieron sospechar nuestros ancestros, aquellos que dieron nombre (ellos sí) con maestría a casi todas las cosas que conocemos. Y entonces acaban incurriendo en unos desaguisados monumentales.
También es cierto que son tiempos difíciles para quien anhele nombrar con precisión y rectitud, sin dobleces. Los nombres de las cosas nuevas, de las cosas que están por nombrar, sirven hoy día sobre todo para vender y generar beneficio, es decir, para engañar a quien compra a un precio casi siempre muy por encima del precio justo.
Por ello hemos asentado entre todos la fea costumbre de poner nombres torticeros, que no sólo apenas reflejan la realidad nombrada, sino que de hecho toman su mayor defecto, sea el que sea, y le dan la vuelta, lo magnifican y lo consagran como si fuese su mayor virtud.
Dime cómo te llamas (cómo se llama aquello a lo que diste nombre) y te diré de qué careces.
Se trata de una desviación malsana pero muy en boga, transversal, que alcanza todas las capas de esta sociedad nuestra tan alérgica a la verdad cruda. Así, el mundo está lleno de empresas verdes que no lo son (que lo son sólo por el color de su logotipo), políticos libertarios de corte autoritario, deportistas que arriesgan la salud, campeones de la moral que ganarían el oro en un concurso de malvados y hasta parques sin árboles. El caso es aparentar.

Deporte y mercado

El objetivo prioritario de cualquier gran promotor deportivo es vender su producto al incauto que se plantee comprarlo por una suma desorbitada de dinero. Después, si hay tiempo y recursos, organizaremos una competición justa y limpia, que promueva ciertos valores y la propia práctica deportiva. El nombre, como sabemos, desempeña un papel central en esta especie de estafa bien aceptada por todas las partes.
Tomemos el ejemplo de la Liga de Campeones, torneo heredero de la vieja Copa de Europa de fútbol que, sobre la premisa de la ampliación del negocio, se convirtió precisamente en un torneo de no campeones. Selecciona tu mayor defecto, dale la vuelta, dale forma superlativa y ya tienes el nombre ideal para tu empresa y tu estrategia comercial.
El planeta deporte está lleno de concursos nominalmente abiertos (Open) que en realidad son torneos cerrados, series mundiales restringidas a un área geográfica, circuitos cortocircuitados o de escaso recorrido, torneos de maestros con aspirantes de relleno, organizaciones llamadas profesionales que no dan de comer a los presuntos profesionales que las integran, euroligas no muy europeas, campeonatos continentales con representantes de otros continentes…
Superligas más bien pequeñitas, con dos o tres participantes.
Es una ficción tácitamente consentida, la representación cotidiana de un mundo de pega, en el que cada cual consume con gusto las mentiras que más le agradan y no siempre se molesta demasiado por las que no. Tampoco digo que lo contrario fuera a ser mejor, ni mucho menos: Torneo Cerrado, Series De Este Rincón, Circuito Precario, Liga de Tres o Cuatro Países, Campeonato de Todo el Que Quiera Jugar…
Hay que ser muy valiente para llamar a las cosas por su nombre.
Sergio Manuel Gutiérrez es comentarista de Eurosport España.
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