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Blog De la Calle: Hijos del champagne

Fermín de la Calle

Actualizado 25/08/2015 a las 23:10 GMT+2

La jugada que ven arriba no acabó bien. Al menos no cómo esperaba Charles De Gaulle. El portador de la pelota Jean Gachassin (10 blanco) podía haber pateado a palos un sencillo drop segundos antes, lo que habría asegurado el triunfo francés en Arms Parks ante Gales, aupando a Francia a la consecución del Gran Slam.

Gachassin ataca la línea galesa

Fuente de la imagen: Eurosport

Sin embargo, el apertura decidió atacar a la mano, ser fiel al espíritu que les había llevado hasta allí. La jugada continuó con un pase a André Boniface (13) que interceptó el jugador que defiende de cara, el galés Stuart Watkins, quien recorrió 80 metros y ensayó. Aquella derrota supuso el destierro de Gachassin y los Boniface de la selección francesa. La condena de una generación que había llevado el rugby a la excelencia estética y plástica, unida a unos exitosos resultados.
"El rugby en Francia es como los dialectos en Bélgica. Hay uno diferente cada tres kilómetros. Todo el mundo se cree en poder de la verdad universal, pero sólo hay dos evidencias compartidas: la eficacia (ganar o perder) y la estética (bonito o no). Cuando uno concilia ambas, es la apoteosis. Si no logra una de las dos, llega la frustración". El autor de esta frase es Frank Mesnel, apertura de la era más luminosa de la historia del rugby francés, las de finales de los 80 y principios de los 90. Disputó el Mundial del 91 formando una generación legendaria junto a Berbizier, Blanco, Sella, Charvet, Lacroix, Saint André o Lagisquet.
Cuando Jean Prat anotó su mítico ensayo en Colombes con el que Francia ganó a Nueva Zelanda (3-0) en 1954, inauguró el capítulo de victorias históricas del rugby galo. Aquel triunfo llegó de forma agónica, con una defensa épica liderada por Lucien Mias y el hermano de Jean, Maurice Prat. La historia del rugby francés podría escribirse encadenando las hazañas de hermanos como los Prat en Lourdes, los Boniface en Mont de Marsan, los Camberabero en La Volute, los Spanghero en Narbonne…
En el inicio de los 60 irrumpió en el panorama del rugby galo Mont-de-Marsan, un club guiado por los Boniface. Dos libertarios que veían en el deporte una forma de aparcar al provincianismo del rugby rural y abanderar un estilo atractivo que llenó los campos y cautivó a los gobernantes, quienes alumbraron el concepto de la Exceptionnalité culturel française. Los Boniface dotaron al jugador de rugby de un reconocimiento y un status que le permitió alternar con escritores como Roger Nimier o Fraçoise Sagan (quien participó en una sonada juerga de Londres en el 61 durante un tercer tiempo), cantantes como Johnny Halliday o periodistas como Antoine Blondin, quien se definía “no como un escritor que bebe, sino como un bebedor que escribe”. Blondin, figura capital del periodismo deportivo galo, entabló amistad con Guy, pequeño de los Boniface, personaje de vida excesiva que ingresó en la posteridad saliéndose por una curva de la RN 133 y empotrándose con un árbol el 31 de diciembre de 1967. Murió cuando acudía a una cena en Les Landas, corazón del rugby francés. Instantáneamente fue bautizado como el James Dean del deporte galo. Un enfant terrible que falleció con 30 años con la etiqueta del “centro más talentoso del rugby” cuando ser centro conllevaba un status social. Aquel cinematográfico final le dotó de un aura legendario.
Guy formaba parte de la primera línea histórica de tres cuartos del rugby francés, actuando como centro junto a su hermano André, por detrás del medio melé Lilian Camberabero y del apertura Jean Gachassin. Hasta aquel partido infausto en Arms Park el 26 de marzo de 1966. Lo perdieron llevando hasta las últimas consecuencias su filosofía de juego. El palmarés les negó la gloria que la memoria les tenía reservada. Luego llegó gente como Villepreux, que entraba en el bosque sorteando árboles, Herrero, Rives... De todos ellos heredó la Francia de champagne su 'flair'. La pasión por el juego abierto, de evasión y la plasticidad fue elevada a los altares del rugby por esta segunda generación formada por los Berbizier, Blanco, Sella, Charvet, Lacroix, Saint André o Lagisquet.
Precisamente estos dos últimos son hoy seleccionador y entrenador de tres cuartos, respectivamente, de una selección francesa cuestionada por perder el charm, la exuberancia. En lo últimos tiempos Francia ha probado aperturas de todo tipo: Skrela, Traille, Michalak, Elissalde, Beauxis, Parra, Wisniewski, Boyet, Peyrelongue, Laharrague, Courrent, Trihn-Duc, Plisson, Talles, López… Idas y venidas que han dimensionado el caótico momento que atraviesa el rugby galo, que a día de hoy no tiene plan de juego. Lo cual no impide que su selección sea lo suficientemente competitiva como para llegar a la final del pasado. Sin embargo, en los últimos cuatro años, ni Saint André ni Lagisquet han conseguido dotar de un sello a los bleus. El balance de los bleus en este periodo entre Mundiales es desolador: 16 victorias en 39 partidos.
Hace una semana se hizo pública la lista de los 31 elegidos para el Mundial. Una elección sorprendente por la ausencia inesperada de François Trinh-Duc. El apertura de Montpellier fue rescatado por Saint-André para la causa tras ser señalado por el anterior seleccionador, quien le relegó al a suplencia en la final el pasado Mundial en la que se convirtió en protagonista al sustituir al lesionado Parra en la primera mitad. A falta de un cuarto de hora falló una patada que costó finalmente el título a los bleus (8-7). Trihn-Duc es un primer centro reconvertido a 10 poderoso en el contacto, con un pie que ha mejorado notablemente, pero con tendencia a improvisar. A Saint-André le gustan los aperturas que se integran en la dinámica del equipo y este descendiente de vietnamina, quizás empujado por su talento natural, a veces se entrega más a su instinto, como hace en su club, donde el juego gira en torno a él.
A cambio reclutan a un veterano de perfil obediente como Remis Talles y al talento más indescifrable de la historia del rugby galo: Frederik Michalak. Fred es un digno sucesor de la estirpe de Gachassin, los Boniface, Maso, Villepreux, Sella o Blanco. Michalak fue elegido por L'Equipe en su número especial del centenario de los bleus como el mejor jugador de la historia del rugby galo por especialistas y exjugadores. Pero comparece en un escenario tenebroso, más digno de la Francia salvaje de los 70 que de la festiva de los 90. Rugby cerrado, juego de pie, mucho trabajo en el eje, terceras devastadores, centros y zagueros descomunales y más músculo que neuronas. Saint-André propone las jugadas en la pizarra y sus jugadores las replican en el campo con rigor británico. No hay champagne en la charniere.
Algunos atisban en la elección de Michalak como un guiño al grandeur de los 90. Francia se ha quedado tres veces a las puertas de coronarse en la final de un Mundial. En 1987 ante los All Blacks con su rugby de champagne, en el 99 cayendo ante Australia tras derrotar a la Nueva Zelanda de Lomu en la semifinal más legendaria de los Mundiales, y en 2011 al caer ante los All Blacks con la patada de Trihn-Duc que pasó a centímetros de palos. Algo parecido a lo que le ocurrió a Gachassin y los Boniface aquel sábado infausto del 66 Arms Parks. Saint André aún no había nacido entonces. Y los padres de Trihn-Duc ni siquiera se conocían.
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