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Blog De la Calle: Odio eterno al rugby moderno

Fermín de la Calle

Actualizado 19/10/2015 a las 16:09 GMT+2

Juan Imhoff eligió entrar volando en la zona de marca cuando nadie le amenazaba. Concluía así una jugada majestuosa de la forma menos elegante posible.

Imhoff (Argentina)

Fuente de la imagen: Eurosport

Quién sabe si tratando de homenajear aquella palomita iniciática de Marcelo Pascual en el 65. Pero en aquella ocasión, el wing de los Pumas, que andaban de tour por Sudáfrica, se lanzó para asegurar el try ante la llegada amenazante de un rival. La culminación de Imhoff se ha convertido en una fea costumbre exhibicionista que han explotado con insistencia en los últimos tiempos tipos como el inglés Ashton o el sudafricano Habana. Maniobras impropias del rugby que en edad formativa se llegan a penalizar con la anulación del ensayo por faltar al respeto al rival. No me gusta esto, como no me gusta que no se guarde silencio cuando hay una patada a palos y mucho menos que se silbe. O el tortuoso protagonismo del juez de vídeo,el TMO, que ha provocado que se acabe hablando de los árbitros, algo que está prohibido en el rugby. Odio eterno al rugby moderno. Dicho esto, el try del Duende fue el epílogo de un partido descomunal de los Pumas, equipo que se ha ganado con trabajo, esfuerzo, sacrifico y toneladas de talento su inclusión en la élite del rugby mundial. Se valora poco lo bien que juega Argentina, recurriendo al tópico del coraje y los huevos. Los Pumas tienen plan de juego, y defiendo además que uno de los más completos, con dos aperturas en el campo como Nico Sánchez y el Mago Hernández.
La victoria puma confirma la aparición de cuatro países del sur en semifinales de un Mundial. Nunca había pasado. Aún admitiendo el dominio de los sureños (seis títulos por uno de los norteños), siempre hubo al menos un país salvando el honor de la Vieja Europa. Pero la irrupción de una Argentina profesionalizada en sus selecciones y amateur en sus clubes, el alma de su rugby, ha terminado por apartar a los europeos de la élite mundial. No extraña ver arriba a las selecciones del antiguo Tri Nations. Allí donde el rugby es religión. Ni a los remozados Pumas, mucho más consistentes desde que juegan el Rugby Championship. Lo que extraña es ver cómo se derrumban las estructuras honorables y arcaicas de la Rugby Football Union inglesa o como se descompone el modelo francés, al que la construcción del Centro Nacional de Rugby de Marcoussi no ha servido para revivir los tiempos gloriosos del champagne.
Irlanda, Gales y Escocia han tomado un camino intermedio para combatir la inferioridad de medios (humanos) con la que compiten. Las tres selecciones han designado seleccionadores neozelandeses. Técnicos que han implatado modelos de juego y trabajo diferentes a los conocidos por estas tierras. De hecho, la crisis de los países del sur es la de sus entrenadores, la de una concepción del rugby antigua en la que se trabajan las fortalezas con especificidad en lugar de implantar un rugby masivo, total, integral. Un rugby que juegan 15 jugadores, más allá de sus posiciones. Ejemplifiquemos, un pilier europeo podía vivir del dominio de su oficio en melé. Así, jugadores como Dan Cole se sujetan sin mucha dificultad en el XV titular de Inglaterra. Pero Cole es un despropósito fuera del scrum. Un jugador que llega tarde y lejos al breakdown, regalando innumerables golpes que castigan a su equipo. Por mantener la comparación, su equivalente en el sur podría ser el australiano Mtawarira, un jugador que además de condicionar la melé es un magnífico portador de balón y muestra su dinamismo en las abiertas para limpiar o ser relanzado. Por no hablar de la velocidad de talonadores como el neozelandés Dan Coles o el argentino Agustín Creevy.
¿La versatilización de los jugadores supone la desaparición de los especialistas? En ningún caso. Tenemos ejemplos de jugadores que mantienen su status de especialistas como el citado talonador argentino Agustín Creevy, el flanker australiano Michael Hooper o el mismísimo Paul O'Connell. El primero dirige la mejor melé del mundo sin desatender el trabajo en el juego abierto, el segundo es uno de los jugadores más decisivos en el breakdown y el tercero carga en ataque y placa en defensa además de condicionar el juego de touch de su equipo y del rival. Retallick, Etzebeth, Pocock, Hooper, Courtney Lawes, Connor Murray, Warburton, Billy Vunipola, Kieran Read, Pablo Matera... Jugadores totales que juegan en 3D. En Europa nos parecía una modernidad trabajar ofensivamente en varias unidades de ataque por el campo en las que se involucraban delanteros y tres cuartos, mientras en el sur llevan años reciclando en cada jugada a cualquier jugador para la labor que sea necesaria en el momento, sin mirar si es back o forward.
picture

Pasillo

Fuente de la imagen: Eurosport

Y ese rugby globalizado es el que se está perdiendo el norte. Obviadas las diferencias genéticas, que convierten a los polinesios en una raza superior para este deporte, el rugby que vemos en el Super XV poco o nada tiene que ver con el que se ve en la antigua Heineken Cup. Ni el ritmo de ataque ni la intensidad física son comparables. En Europa se penalizan mucho más los errores. Los partidos son más cerrados, más tácticos y los marcadores infinitamente más cortos. Eso también afecta al espectáculo y la concepción que tiene el espectador de la competición y hasta del deporte. Se califica al Super XV como la NBA del rugby, cuando una gran mayoría de las estrellas del sur juegan en Francia e Inglaterra, al calor de un buen contrato. Pero se mantiene la idea de que la mejor competición sigue siendo la de las franquicias sureñas por más que se descapitalicen cada vez que concluye un Mundial.
En nombre del rugby moderno se han comentido numerosas tropelías. Neil Back escuchaba año tras año que llegaba una nueva época con flankers rápidos que además de placar, corrían y ensayaban. Él se limitaba a hacer su trabajo. Reventaba rivales, limpiaba rucks y recogía todo lo que caía en un radio de un metro alrededor suyo. Así pasó años y se convirtió en uno de los mejores terceras del mundo. Hoy nadie recoge un balón suelto en Inglaterra. La razón, el 7 es un 6 reconvertido, para más señas el capitán. Tienen un 6 de talla mundial, Armitage, pero juega en Francia y una obtusa regla impuesta por la RFU impide jugar en la selección a los jugadores que estén jugando fuera del país. Ese malentendido chovinismo inglés le ha llevado a protagonizar el fiasco más grande de su rugbística historia.
Francia e Inglaterra han decidido combatir al rugby sureño 'testosteronizando' su rugby, anabolizando su juego. Jugadores como Burguess o Bastareuad se han convertido en iconos de una apuesta física con más forma que fondo. Mientras Escocia ponía contra las cuerdas a Australia alineando en la posición de centro a dos especialistas de VII, Inglaterra no logró inquietar a los wallabies con su juego plano y previsible. En Francia han entregado el bastón de mando a uno de esos jugadores que no hace tanto se consideraba un obrero del equipo, Dusatoir. Llevan años sin sacar un segunda de primer nivel y la charniere y la pareja de centros son una lotería. Por nombres y por toma de decisiones. Jugadores como Haskell o Pape son síntoma de la enfermedad que sufren ambos. Europa, profesionalizada, se cae a trozos mientras el sur se queda con su dinero y sus títulos.
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