Deportes populares
Todos los deportes
Mostrar todo
Opinion
Rugby

Blog De la Calle: Placar, tacklear, sellar, anestesiar, grapar...

Fermín de la Calle

Publicado 21/08/2015 a las 18:15 GMT+2

El placaje es el lance natural del rugby. Un duelo individual entre dos adversarios que produce en el placador un placer físico, casi sexual, orgásmico sostienen algunos, en el que se liberan toneladas de adrenalina al percutir.

Gales en rugby.

Fuente de la imagen: Eurosport

El placaje, además, provoca una doble satisfacción. La del deber cumplido con el equipo al responder a las expectativas depositadas por los compañeros en uno. Y la individual de vencer en el desafío personal a un adversario. Contrariamente a lo que muchos piensan, no siempre gana el duelo el placador que captura a su presa. El ganador del duelo lo marca la línea de ventaja. Vence el defensor si el portador del balón no alcanza a ganarla y lo hace el atacante si rompe esa línea imaginaria que forma la defensa adversaria, a la que empuja unos metros atrás.
El placaje es la suerte suprema del rugby, como en el fútbol lo es el gol. No lo son las acciones que inciden en el marcador, como la patada a palos, fruto de una indisciplina defensiva previa, o el ensayo, suma del talento ofensivo de unos y los errores defensivos de otros. Ni siquiera lo es la melé, por más que sea la formación definitoria de este deporte, en la que el esfuerzo solidario de ocho hombres se transforma en una plataforma anónima de potencia descomunal.
Es cierto que el rugby es el deporte de equipo por definición, pero está compuesto de cientos de duelos individuales encadenados gracias a la maravillosa continuidad de este juego, lo que da como resultado una acción de juego conjunta. La mayoría de las veces son enfrentamientos desequilibrados en talla, peso o velocidad, y no pocas veces desfavorables para el defensor. Pero no hay excusas para no placar, no existe el placaje imposible. ¿Puede un medio melé de 70 kilos frenar a un búfalo de 120 kilogramos que aparece como un tren de mercancías antes sus narices? No sólo puede, debe hacerlo.
picture

Los Pumas del rugby argentino.

Fuente de la imagen: Eurosport

Placar es un arte, pero también una ciencia. Una capacidad que se trabaja a base de técnica. Dice el manual que el defensor debe, si las circunstancias lo permiten, tacklear avanzando hacia adelante para frenar el empuje del rival y ganar terreno haciendo retroceder al portador de la bola. Cuando se va a percutir el defensor se agacha hasta situar su hombro a la altura de la cadera del rival, como muy alto, y en el instante en que se produce el contacto, lanza todo su cuerpo adelante para impactar con el atacante cerrando los brazos y rodeándole con la idea de bloquearle y tumbarle, o como se dice en el argot "ponerle patas arriba, enterrarlo". Ese el placaje perfecto. Pero las circunstancias del juego muchas veces no permiten correr hacia al adversario, por lo que se le recibe parado y con altas probabilidades de ser embestido por un gordo, como popularmente llamamos a los delanteros, que viene lanzado. Es momento de aparcar la fuerza, morder fuerte el bucal y tirar de maña, aplicando una ley no escrita: "Todos los árboles caen. Cuanto más grande, más abajo". En esos casos se lanza uno a las piernas del rival y se abraza a los tobillos, cerrando los brazos como un grillete y produciendo la caída del contrario.
Pero hay algo que no se aprende, que se tiene o no se tiene: el arrojo. Cuando comienza un partido, siempre se busca el "pato cojo" del rival. Por eso en las primeras jugadas uno se lanza a tumba abierta contra su par, "para saber de qué está hecho". Hay diferentes biotipos de jugadores de rugby. Entre los chicos duros están los leñadores, terceras y segundas fabricados de acero; los entrañables gorditos, primeras líneas de prominente barriga que esconden cemento armado bajo su engañosa pinta de engullidores de cerveza; y por último esos tipos achatados y metálicos que se compactan como una bola cuando chocan y son dificilísimos de placar porque su centro de gravedad es muy bajo.
El Cachas
Otro perfil de jugador es el Cachas, un tipo anabolizado de gimnasio al que se le adivina la tableta bajo la camiseta, pero que parece haber olvida rellenar de dinamita sus hinchados músculos. Cuando uno tiene enfrente a uno de esos, que no rehúyen el choque porque algo les hace pensar equivocadamente que están fuertes, saliva pensando cuántos metros le hará retroceder. Por último, están los jugadores a los que la camiseta les queda tres tallas grandes, tipos que si uno se los cruza por la calle, nunca pensaría que son jugadores de rugby. Tipos de cintura mentirosa, tobillos de goma y un extraño talento para evitar los golpes. Su problema es que cuando son cazados, quedan destruidos.
Delantera y tres cuartos son dos mundos diferentes. Los forwards sostienen incluso que "jugamos a deportes distintos y del 9 al 15 son prescindibles". Se dice, cuando el partido es muy físico y trabado, que se juega a rugby X, porque sobran los cinco de atrás. Y por contra, cuando el juego es abierto y la pelota corre de mano en mano de los tres cuartos, los gordos se quejan amargamente porque "parecemos un equipo de VII (los cinco backs más los medios, apertura y melé)". Si adelante el rugby tiene mucho de intimidación física, atrás es un duelo psicológico. Hay juegos de miradas, cada defensor señala a su hombre antes de salir la pelota de la melé, se producen dobles placajes para atemorizar a determinado jugador...
Mucho se ha escrito sobre el placaje, pero como todo rugbier sabe, ya sea delantero o tres cuartos, "a placar se aprende placando, como a follar se aprende follando". Esta afirmación universal, que se transmite en los terceros tiempos de generación en generación, requiere un proceso de asimilación. Por eso los debutantes son recibidos con impactantes placajes iniciáticos que vienen a ser una especie de bautismos. Se dice que "uno pierde la virginidad" cuando sufre su primera lesión tras alguna caricia rival: una ceja abierta, alguna brecha en la cabeza por un rodillazo inoportuno, la nariz rota por intentar placar demasiado arriba... En el rugby, como en la caza, uno puede cobrarse presas de diferente jerarquía. Así, los delanteros consideran piezas de Caza Mayor al apertura, al medio melé e incluso al zaguero. 10, 9 y 15. Menos pedigrí tienen los centros, aunque algunos como el francés Bastareuad pase generosamente de los 120 kilos y haga que los delanteros saliven más que el perro de Pavlov pensando en su placaje. Y por último, los alas, que son considerados caza menor. Para un tres cuartos cualquier delantero es un trofeo significativo. Y para todos, cualquier placaje es síntoma de deber cumplido. No hay nada que duela más en la estadística de un equipo, y en el orgullo de un rugbier, que un placaje fallado.
picture

Para a un neozelandés, complicado en rugby.

Fuente de la imagen: Eurosport

Jonny Wilkinson, el apertura inglés que dio el triunfo a los de la Rosa con su drop en la prórroga de la final del Mundial de 2003, estaba considerado uno de los mejores placadores libra a libra del mundo. No tenía que ver con su técnica, que era magnífica, ni con su visión del juego, que le permitía leer antes que nadie las jugadas del rival. "Jonny siempre ha tenido más pelotas que toda la delantera sudafricana", señaló un día su capitán, Martyn Johnson. No eligió casualmente a los sudafricanos para la comparación, los springboks están considerados los tipos más duros dentro de un deporte de tipos de duros. Y tampoco es habitual que un delantero regale piropos a alguien que tiene más de un número en el dorsal de su camiseta. Pero lo cierto es que Wilko, el 10 más mítico de la era profesional del rugby, demostraba un arrojo a la hora de placar que rozaba la inconsciencia, lo que le costó más de una decena de lesiones entre las que se incluyeron cuello, vértebras, espalda, codo, rodillas, pómulo...
La jugada más famosa de la historia del rugby fue un no placaje, el del experimentado centro inglés Mike Catt, quien fue arrollado por Jonah Lomu antes de anotar un ensayo en un partido del Mundial del 95. El comentarista escocés Bill McClaren, conocido como 'La Voz del Rugby', pronunció entonces una histórica frase: "Placar a Lomu (1,96 y 125 kg) es como placar a una mesa de billar lanzada a toda velocidad contra uno". También fue muy recordada la pregunta del zaguero neozelandés William Fergus McCormick: "¿Cómo se placa a un fantasma?”. Aún hoy nadie ha sido capaz de responderla, pese a que la hizo allá por 1971, concretamente la noche que decidició colgar la botas y no volver a vestir la camiseta de los All Blacks tras enfrentarse al galés Barry John, apertura entonces de los British Lions en su gira por las tierras kiwis.
Deporte de evasión
Los franceses consideran el rugby un deporte de evasión ("al bosque se entra sorteando los árboles no chocando con los troncos") y los británicos de contacto ("pudiendo dar un cabezazo, ¿para qué perder el tiempo pasándola?"). Pero todos coinciden en que lo es de combate. El placaje es, además, el mejor símbolo del romanticismo de un rugby que tiene mucho que ver con la valentía de aquellos amateurs que sacrificaban su físico para impedir el avance rival. Placar tiene que ver con la actitud con la que uno entra en el campo, con la agresividad que pone en cada jugada, con el compromiso del jugador con sus compañeros. Uno puede irse de un campo sin ensayar, pero jamás sin haber placado. Porque un jugador que no placa no merece la primera cerveza del tercer tiempo.
Únete a Más de 3 millones de usuarios en la app
Mantente al día con las últimas noticias, resultados y deportes en directo
Descargar
Compartir este artículo
Anuncio
Anuncio