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Blog De la Calle: Verde oscuro casi negro

Fermín de la Calle

Actualizado 09/11/2016 a las 10:46 GMT+1

111 años, el recuerdo de Foley, la rodilla de Jordy Murphy, Chicago, la psique de Murray, el mantra de Schmidt, las pelotas de Carbery, la cruz de Henshaw...

Irlanda

Fuente de la imagen: Eurosport

No existen las casualidades. Esa idea que revoletea por la cabeza de Joe Schmidt desde hace años es la misma que ha forjado el destino de la laboriosa Irlanda. Los últimos tiempos no han sido fáciles para el entrenador, que se debatía entre regresar a Nueva Zelanda empujado por un problema familiar, o renovar su contrato con la federación irlandesa hasta 2019. Un dilema entre apetitosos contratos para dirigir potencias como los Highlanders o los Chiefs o el cariño y la fraternidad del pueblo irlandés, agradecido por su labor en estos años en los que ha cambiado la clásica resiliencia irish por una audacia que le ha llevado a doblegar a las potencias del hemisferio sur. Schmidt ha tumbado en su diván al rugby irlandés despojándole de sus complejos.
Joe, minucioso analista, había marcado el partido del Soldier Field en el calendario. Sabía que un encuentro geográficamente emplazado en un lugar tan poco litúrgico como Chicago, a miles de millas del mar de Tasmania y de esa hostilidad europea que tanto estimula a los kiwis, exigiría un extra de motivación a los neozelandeses.
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Irlanda

Fuente de la imagen: Eurosport

Por contra, Irlanda llegaba al partido especialmente sensibilizada. Era el primer encuentro de la selección tras la repentina muerte de Anthony Foley, entrenador de Munster, jugador, compañero, rival y amigo de muchos titulares en Chicago. Un inesperado infarto se cobró su vida antes de un partido en Francia. En los días previos al choque los chicos hablaron mucho de Axel y su espíritu indomable. “Ha sido una fuente de inspiración siempre y más en estos días previos”, confesaba Jamie Heaslip. Un titán con el que Foley se vio las caras en los épicos duelos entre la Red Army y los Boys in Blue. Con la emoción a flor de piel, Schmidt preparó el encuentro desde la emotividad. Transformó esa motivación extra en intensidad y utilizó la derrota de 2013, realizando una deconstrucción del partido hasta el último detalle para identificar los errores del partido de Dublin, en el que llegaron a someter holgadamente a los All Blacks (22-7).
En la pizarra, el trébol dibujó un partido feroz en defensa con dos prioridades. Línea de presión alta para placar arriba a los neozelandeses e impedir las descargas, bloqueando el offload y con ello la continuidad de su juego. Y no cometer errores de placaje durante los 80 minutos. Algo que argumentó con la didáctica revisión del encuentro de 2013.
En ataque pidió a Connor Murray ataques dinámicos de su delantera. No quería balones a jugadores parados, necesitaba delanteros ganando la línea de ventaja en velocidad, para así condicionar la defensa kiwi en torno al balón y no en función a los espacios. Después hizo hincapié en la touch, una de las fortalezas históricas de los hombres de verde, que además acentuaba su importancia por las bajas en de la segunda línea neozelandesa. Brodie Retallick era baja por conmoción cerebral, Sam Whitelock estaba lesionado y Luke Romano regresó a Nueva Zelanda inesperadamente por un duelo familiar. Steve Hansen se veía obligado a alinear una pareja de saltadores inédita con Tuipulotu y un Kaino que se estrenaba en la posición. Por contra, la apuesta por Kaino reforzaba la melé oceánica ante la previsible superioridad en los agrupamientos de la académica delantera Irlanda.
Cuando Schmidt recibió la noticia de la titularidad de Kaino reforzó sus atenciones sobre la touch. Especialmente a la hora de ensuciar el saque de lateral de los kiwis, que utilizan el line out como plataforma de relanzamiento del juego. El libreto de juego era sencillo: desde el dominio en melé y con el pateo de Sexton ganar metros para condicionar la defensa rival con el juego de delantera y sus potentes mauls, que con tanta pereza defienden los países del sur. A partir de ahí activar su línea de tres cuartos trabajando en los espacios abiertos con la potencia de hombres como Henshaw, Trimble y Rob Kearney.
A todo eso añadió un factor estratégicamente capital. La superioridad física del mediomelé Connor Murray sobre un Aaron Smith aún atribulado por un escabroso episodio de pareja. Schmidt trabajó la psique de su 9, especialmente sensibilizado con la pérdida de Foley y responsabilizado por su duelo ante el referencial Smith. Le pidió tensión en las bolas, ritmo y no dar balones a delanteros parados. Prefería reciclarlos como estabilizadores de rucks o relanzarlos en segundas o terceras jugadas, pero nunca favorecer placajes ganadores o dobles placajes de los All Blacks.
Cuando el vestuario local del Soldier Field guardó su último silencio para escuchar la soflama final de su capitán, la mezcla de emoción y tensión hacía irrespirable el ambiente. “Hoy somos uno más. Axel juega con nosotros. No quiero ver a nadie parado en el campo. Ellos salen a ganar el partido, nosotros salimos a hacer historia”. Fueron las últimas palabras de Rory Best, un primera línea de apariencia anacrónica con mucho oficio desde el lateral que aún sobrevive en este rugby moderno que desprecia a los especialistas. Precisamente en este partido Best tendría enfrente a uno de esos talonadores modernos con una técnica de evasión y carrera "indigna" de un primera línea: Dan Coles. Como decía el legendario Clohessy, "un primera línea además de serlo debe parecerlo".
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Irlanda

Fuente de la imagen: Eurosport

Los partidos de rugby se ganan en los detalles. E Irlanda los había trabajado concienzudamente para disponer el escenario perfecto ante el equipo que mejor cuida los detalles del rugby mundial. Después de que Best concluyese su speech mantuvo a sus compañeros en el vestuario un par de minutos, lo justo para hacer esperar a los neozelandeses en el túnel antes de saltar al campo. Irlanda dominaba la batalla psicológica.
60.000 personas saludaron el ingreso de los equipos al campo. Como recordó alguien en el corro de calentamiento irlandés, “aún flota en el ambiente la magia del triunfo de los Cubs. Hoy es el día. En este estadio pasan cosas especiales”. Los Cubs se habían proclamado días antes campeones de las Series Mundiales de béisbol108 años después. Irlanda acumulaba desde la derrota primigenia de 1905, 111 años de duelos y 28 derrotas ante Nueva Zelanda.
Concluidos los himnos, los All Blacks se dispusieron a escenificar su haka comandados por TJ Perenara, el pujante mediomelé de los Hurricanes, un vehemente maestro de ceremonias. No obstante, una vez más Irlanda robó el foco a los sureños al desplegarse dibujando un ocho en memoria del desaparecido Anthony Foley. Bella imagen que retrataba la turbadora emotividad del duelo. Cada irlandés aguantó impertérrito la danza maorí retroalimentándose de la testosterona de los sureños. Una postal para la historia.
Schmidt mandó a la arena del coliseo de Chicago un XV potente delante y enérgico atrás. En lugar de emboscada proponía estampida. De salida partía con McGrath, Rory Best y el joven Furlong en el front row, el longilíneo Toner y el gladiador Ryan en la segunda y una tercera con esa fuerza de la naturaleza llamada CJ Stander, el barcelonés Jordi Murphy y Jamie Heaslip. Charniere clásica con Murray y Sexton y atrás blindando el mediocampo Henshaw-Payne, y un back three complementario con el profundo Zebo, el sagaz Trimble y el rocoso Kearney al fondo. Mucho placaje y buenas piernas. Sin la presencia omnímoda de jugadores como O’Connell u O’Driscoll, el equipo se ajustaba al solidario Shoulder to Shoulder.
Enfrente una Nueva Zelanda con bajas en el corazón de la melé y en la zona de creación, donde sus centros llevan un año accidentado. Moody, Dan Coles, Owen Frank, Tuipulotu, Kaino, Squire, Cane y Kieran Read formaban la melé por delante de sus bisagra titular (Aaron Smith y Barrett). Unos metros por detrás una pareja de centros inédita (Moala y Crotty) escoltada por un tridente descomunal con Julian Savea y Waisake Naholo en los pasillos y el mariscal de campo Ben Smith cerrando. Poco playmaker y mucho finalizador para unos All Blacks inusualmente más verticales que diagonales. Y repartiendo doctrina el francés Raynal, espeso árbitro con una tediosa afición a esquivar las decisiones y apelar frecuentemente al TMO.
Comenzó el partido con Irlanda marchando al frente. Un golpe franco para la derecha de Sexton sacudió la ansiedad irish colocándoles por encima en el marcador a los cuatro minutos. Pero la primera posesión real de los neozelandeses desató una estampida de Naholo que libró tres placajes, despertando los fantasmas en el bando irlandés. La jugada finalizó con Moala zambulléndose en la zona de ensayo verde (5-3) mientras Schmidt repetía su particular mantra: “Si no hay placaje, no hay partido". Con los del trébol sonados, los All Blacks olían sangre.
Dos minutos más tarde ocurrió algo que marcó el partido. Joe Moody se pasó de frenada en un placaje a Henshaw, que terminó dolorido en su espalda. Más peligroso que violento, el TMO mostró a Raynal que la maniobra merecía una amonestación al pilar kiwi. Irlanda aprovechó la superioridad para anotar dos ensayos. El primero trabajando una touch en la 22 kiwi para un maul dinámico que posó Murphy tras un perfecto trabajo de piernas antes de dejarse caer sobre la zona de ensayo. Irlanda tomaba la delantera con justicia, al proponer el partido con la almendra en las manos (10-8).
Después de un par de garryowens de Sexton para sacar de la cueva a Ben Smith, una larga jugada concluyó con una pelota rápida levantada para Kearney, que se coló por el pasillo del 8 ganando la línea de ventaja con un magnífico trabajo de pies y la velocidad que pedía Schmidt. El zaguero cayó a centímetros del ingoal, su delantera estabilizó el ruck y CJ Stander pasó el tractor llevándose por delante dos neozelandeses antes de posar el ensayo. Irlanda empezaba a parecerse al equipo que su entrenador había visionado en la pizarra. Presión alta, placajes arriba para bloquear el offload y ataques indiscriminados de su línea para incomodar a los All Blacks.
Después de un intercambio de golpes, se ingresaba en la media hora de partido con Nueva Zelanda aferrándose al marcador sin juego ni balón (18-8). Murphy se dejó la rodilla en un mal giro minutos antes de que Murray se fabricase un ensayo habitual de su catálogo. Miró de reojo tras el ruck y observó que el poste interior del agrupamiento estaba cubierto por Aaron Smith. Cantó una jugada fuera y el ataque se desplegó, pero después de cargar el pase, decidió quedarse con la bola y atajó por el pasillo junto al ruck, cuando Aaron ya se había marchado siguiendo un pase que nunca salió. Connor cargó con potencia y llegó al ingoal para posar el tercer ensayo verde en 34 minutos. Un ensayo como quien roba una base. El plan de Schmidt en la pizarra cristalizaba en el campo. Como su trabajo con la psique de Murray.
A la ducha. 25-8. La intensidad irlandesa desplegaba un juego veloz en ataque y determinado en defensa. Nueva Zelanda, por su parte, sufría huérfana en touch y sin encadenar su continuidad habitual. Irlanda se iba 17 puntos arriba, dos más que en el funesto duelo de Dublin 2013. Schmidt y sus chicos sabían que el tsunami neozelandés aparecería más temprano que tarde y eso marcaría el desenlace del partido.
Nueva Zelanda salió feroz, pero Irlanda placaje a placaje frenó las acometidas kiwis. El trabajo de Andy Farrell, ex ayudante de Stuart Lancaster en Inglaterra y ahora asesor del trébol, lucía en el fragor defensivo de los irlandeses. “Si no hay placaje, no hay partido”… Con los All Blacks volcados en ataque, Irlanda arañó una touch. Best sorprendió asegurando en el salto de CJ Stander, que le devolvió la almendra para conducir otro maul que avanzó mucho hacia los palos. Después de dos cargas y con la defensa kiwi centrada en la defensa del agrupamiento, Sexton se cruzó como un relámpago al lado cerrado, cantó el cambio de sentido a Murray, que sacó una tensa para su apertura, quien tras crear la superioridad, fijó a Naholo y habilitó a Zebo para ensayar. Jugada de potencia (maul), inteligencia (lectura de defensa) y fundamentos (fijar y pasar). De enseñar en la escuela.
Los irlandeses empezaban a albergar opciones reales de victoria (30-8, minuto 48). Y fue ahí, cuando se relajaron, perdiendo un gramo de intensidad y llegando una décima más tarde a placar, no logrando bloquear al placado y permitiendo el offload. Dos descargas monumentales, la primera deliciosa de Coles y la segunda majestuosa de Barrett entre tres rivales, concluyeron en ensayos de TJ Perenara y Ben Smith. Del 30-8 en el minuto 48 se pasaba a 30-22 en el 56. Ocho minutos de desconexión irlandesa eran suficientes para resucitar a los All Blacks. Una patada del omnipresente Murray, con Sexton tocado, daba aire a los verdes, que siete minutos después veían como los kiwis golpeaban de nuevo por medio de Scott Barrett, quien rompía la frágil cortina defensiva irlandesa gracias a un extrapass de Squire tras una avivada con Coles, haciendo de 9 en un ruck.
33-29. Tres ensayos encajados en 12 minutos y 17 más por jugarse. Irlanda se temía lo peor porque sus jugadores no llegaba a los puntos de encuentro y los All Blacks transmitían la bola a velocidad supersónica. En medio del ciclón saltó al campo Joey Carbery para comandar el ataque irlandés. Un ternero de 21 años (internacional número 1081 de Isla Esmeralda) que seis meses atrás jugaba al rugby amateur con sus amigos en Clontarf. Nacido en Auckland, “nada es casualidad”, a los 11 años emigró junto a su familia a Irlanda, donde creció emulando a Muliaina, Carter, O'Gara y O’Driscoll. El caprichoso destino le regaló el protagonismo en el momento más importante de la historia del rugby irlandés ante los All Blacks. Y el niño mostró su insolente descaro: “Realmente no pensé en quien tenía delante. Me limité a pensar en lo básico e hice lo que hago normalmente cuando juego con mi equipo”.
Irlanda frenó la hemorragia, estabilizando su renta. Y entonces llegó la jugada que generaciones y generaciones de irlandeses rememorarán con una cerveza en la mano. Una jugada simple, nada exuberante. De esas que siempre funcionan. Melé a cinco metros de la zona de ensayo neozelandesa. Heaslip pide a su primera un talonaje rápido y una plataforma estable. Canta la jugada a Murray, que se queda en el cerrado limpiando el camino de salida de 8 de Heaslip, que tras el segundo paso concentra la caótica atención en defensa de los hermanos Savea y de Cruden, momento en que cuelga a su espalda una pelota que recoge Henshaw, quien llega como una locomotora realizando una cruz de manual que le permite quitarse de encima a Ardie y llegar a la zona de ensayo con Perenara y Cane colgados de él. El chico de Athlone, el centro geográfico de Irlanda, posaba la conquista más grande de la historia del rugby verde. Un ensayo coronado por la patada del pipiolo Carbery para completar el 40-29, el registro que la historia recordará como marcador de la más épica de las victorias.
Lo que ocurrió después son lugares comunes. Euforia, lágrimas, orgullo, satisfacción… Kearney gritaba abrazado a Carbery “tienes una pelotas de acero niño”, mientras Kieran Read reunía a los All Blacks unos metros más allá: “¿Lo sentís? ¿Notáis esa amargura en la entrañas? ¿Tenéis la boca seca? Pues no lo olvidéis jamás. Es el sabor de la derrota. Grabar esa sensación y recordadla cada vez que saltéis al campo. Y ahora felicitemos al rival por su victoria señores”.
En los banquillos Steve Hansen se deshacía en elogios hacia su compatriota Schmidt: “Joe es un hombre realmente bueno. Es un técnico de primer nivel. Es meticuloso en su ética de trabajo y un buen analista del juego. Por eso Irlanda quiere mantenerlo y Nueva Zelanda traerlo a casa. Ellos están completando un gran año, tras vencer a Sudáfrica como visitante y ahora a nosotros. Joe debe sentirse muy satisfecho consigo mismo”. Dejando para el final un aviso para navegantes: “En un par de semanas volveremos a encontrarnos y veremos si somos lo suficientemente buenos entonces”.
Y Schmidt, el hombre que no cree en las casualidades, repetía su ritual habitual tras cada partido, llamando a su casa en Nueva Zelanda para hablar con su madre. Solo que esta vez el mensaje fue otro. “Lo siento mamá, hemos ganado a tus All Blacks”, se disculpaba mientras escuchaba a su madre llorar emocionada. El día que Irlanda ganó a los All Blacks y la cerveza negra se agotó en la Isla Esmeralda.
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