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Japón: rugby, mentiras y tiki-taca

Fermín de la Calle

Actualizado 21/09/2015 a las 13:06 GMT+2

Reza un proverbio samurai "¿Por qué preocuparse del peinado cuando te van a cortar la cabeza?". Y eso hizo Michael Leicht cuando Jerome Garces señaló golpe de castigo y se giró hacia él para conocer su decisión, en calidad de capitán japonés.

Los jugadores de Japón celebran el triunfo

Fuente de la imagen: AFP

Japón perdía por tres puntos ante Sudáfrica en la prolongación, la patada era centrada y aseguraba un histórico empate para los Brave Blossoms en el Community Stadium de Brighton, desde entonces capital deportiva de Japón. Pero entonces Leitch renunció a patear ante la sorpresa del árbitro francés y la estupefacción de los más de 29.000 espectadores. "Estábamos en superioridad y debíamos rentabilizar la ventaja. Decidí que era el momento de ganar. Quería mandar un mensaje a los chicos y lo entienderon perfectamente", declaró luego. La jugada terminó con el neozelandés Karne Hesketh zambulléndose en la zona de marca de los springboks después de cambiar el sentido del ataque y aprovechar la inferioridad tras la expulsión de Coenraad Victor Oosthuizen, al que sus compañeros llaman amistosamente Shrek (desconocemos si le siguen hablando).
Japón acababa de conseguir la mayor gesta de la historia de los Mundiales. El triunfo sobre Sudáfrica, bicampeona del mundo, era el segundo que lograban en los Mundiales los nipones, que habían encadenado 18 derrotas seguidas desde que en 1991 ganaron a Zimbabwe 52-8. Las apuestas pagaban 900 a 1 el triunfo japonés. Y, sin embargo, Eddie Jones, su seleccionador, sólo había contemplado la victoria durante las charlas motivacionales y tácticas de la semana. Jones, hijo de japonesa y australiano, había entrenado a la Universidad de Tokai y a algunos clubes nipones, por lo que no era ningún desconocido para los japoneses. Compareció en el césped, donde se encontró una situación surrealista: "Cuando bajamos al campo, todo el mundo estaba llorando. Nunca he visto tantos adultos envueltos en lágrimas. Fue una escena absolutamente increíble que vivirá conmigo para el resto de mi vida. Nunca deja de maravillarme la psique japonesa. Estos chicos lloran cuando están felices y ríen cuando están nerviosos, al revés de la conducta occidental".
Junto a él, Steve Borthwick, ex capitán de la selección inglesa, que fue reclutado por Jones hace 18 meses para ajustar los mecanismos de su delantera en las fases estáticas, especialmente en la touch, en la que el segunda inglés era un especialista. Borthwick, tipo parco en palabras, no podía esconder la emoción por la gesta de sus discípulos. "Nada pasa por casualidad. Hace 48 horas Eddie habló sobre el plan de juego. Les dijo cómo quería que fuese el partido. Y fue exactamente lo que sucedió. No sólo les habló desde el punto de vista técnico, sino también les involucró en el partido emocionalmente. Fue capaz de hacerles creer que podían vencer realmente a Sudáfrica. No muchos podrían haber hecho esto. Eddie hizo al equipo creer en la victoria. Por eso no me extrañó la decisión de Leitchi de no pedir palos".
Entre las mentiras que se han escrito sobre esta gesta, la que más se ha repetido es que este equipo está construido sobre una base de jugadores nacionalizados interesadamente. Pocos saben que cuando Jones se hizo cargo de la selección japonesa impuso a la Federación una reducción del número de nacionalizados. Quienes escriben alegramente esto, desconocen, u obvian (que es peor), que Nueva Zelanda capta indiscriminadamente para los All Blacks a jugadores polinesios como el tongano Malakai Fekitoa, el fidjiano Waisake Naholo o el samoano Jerome Kaino. El asunto es que al asumir el cargo de seleccionador, Eddie Jones, subcampeón del mundo en 2003 con Australia y asesor de la Sudáfrica campeona en 2007, decidió refundar la selección nipona de rugby a partir de sus jugadores locales. Trató de estabalecer una identificación entre la selección, los jugadores y los aficionados y para ello apostó por reducir el cupo de nacionalizados sólo admitiendo a los que "realmente demostrasen un compromiso real con el país".
Michael Leicht es quizás el mejor ejemplo. Leitch, hijo de fidjianos y nacido en Nueva Zelanda, se mudó a Japón a los 15 años para estudiar, ingresando en el Sapporo Yamanote High School. Aprendió la cultura japonesa y hoy habla japonés mejor que el inglés, como confesaba disculpándose minutos después de tomar la decisión más importante de su vida: la de no pedir palos en el golpe final. En 2008 fue nombrado, después de pasar por la Universidad de Tokai, capitán de Japón en el Campeonato del Mundo Júnior. Y desde entonces acude con regularidad a la selección.
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Hesketh anota el ensayo de la victoria

Fuente de la imagen: Eurosport

Eddie Jones se sentó con él un día y le convenció para que se fuese a jugar el Super 15. Necesitaba que sus jugadores de referencia crecieran y él era uno de ellos. Jones movió sus hilos y Leitch aceptó ir a probar a los Chiefs. Durante las pruebas se partió un brazo y el día que regresaba, en un partido con la selección, sufrió una fractura en la pierna. Sin embargo, Jones siempre le ha esperado guardando su rol de capitán por su implicación en el pueblo y costumbres japonesas y por su ética de trabajo. El otro hombre al que el seleccionador convenció para que probase fuera es el medio melé Fumiaki Tanaka, designado man of the match ante Sudáfrica. Tanaka era clave en el plan de Jones porque quería imprimir mucho ritmo a los partidos y ahí las manos de Tanaka eran fundamentales. No fueron los dos únicos en salir. El centro Matsushima también pasó tiempo trabajando con los Waratahs y el talonador Shota Horie saltó a Otago y de allí a los Rebels. Aquello costó no pocos enfrentamientos deportivos y hasta polítcos a Jones, que incluso tuvo que superar un derrame cerebral en 2013.
Por la peculiaridad física de los japoneses, con un cuerpo pequeño, explosivo y muy dinámico, Jones ideó un plan de juego muy peculiar. A Eddie, amante de todos los deportes, le llamó la atención cómo había ganado el Mundial de Sudáfrica la selección española de fútbol. Jugadores de talla escasa que tocaban y movían a los rivales de un lado al otro hasta encontrar los huecos. Había leído que lo llamaban 'tiki-taca' y pensó en adaptarlo, salvando las distancias, a su selección japonesa de rugby. Ideó un playbook en el que involucró a Borthwick para asegurar la rápida transmisión de las melés por el canal 1 del agrupamiento con el fin de sacar rápido la bola y unas touchs limpias y sin distracciones con las que relanzar a sus tres cuartos evitando la aglomeración en los puntos de encuentro. Pero su gran modificación fue el principio de pase. Obligó al equipo a ir ampliando su rutina de pase, llevando el promedio al doble de lo habitual en los partidos para mover a los adversarios y buscar los puntos débiles.
Aunque la clave del salto cualitativo ha sido el trabajo motivacional. Jones ha hecho creer a sus jugadores en sí mismos. Les ha hecho ver que tenían potencial sufienciente para ganar a rivales teóricamente más fuertes. Y los resultados han comenzado a llegar. Con John Kirwan en el banquillo aún, hace cuatro años, Japón aguantaba 25-21 a los 65 minutos de partido ante Francia en North Harbour. Con Jones ya como seleccionador, en 2013 ganó un partido al XV Gales (23-8), en el que solo faltaban los jugadores que estaban con los British Lions, y en junio de 2014 doblegó a Italia (26-23), uno de los equipos del Tier 1 a los que Japón ni siquiera tenía acceso hasta no hace tanto. El seleccionador advirtió antes del Mundial que "Japón sólo puede jugar de una manera. Tenemos un equipo pequeño, así que estamos obligados a mover el balón". Suplen la falta de físico con ingenio, compromiso y talento. Escribía Brian Moore que Japón "tiene héroes repartidos por todo el campo. Desde su brillante zaguero Ayumu Goromaru (autor de 24 puntos Sudáfrica), hasta el medio melé Fumiaki Tanaka, pasando por el capitán Michael Leitch, un samurai del placaje. Ellos han demostrado que la inteligencia y el trabajo pueden suplir la inferioridad física en el rugby".
Por eso Leicht negó a Garces la patada a palos. Cuando la pelota llegó a Hesketh todos sabían que la jugada acabaría en ensayo. Porque nadie le ha puesto más corazón al rugby que el ala neozelandés, que había entrado en el campo segundos antes. Flanker en sus comienzos en la universidad de Dunedin, después de cuatro años en Otago emigró "a Japón en 2010 para cumplir mi sueño de ser jugador de rugby". Exultante por ser incluido en la lista para el Mundial, cuando entró al campo, durante la última jugada, no dejaba de pensar "que no tiren un drop, que no tiren un drop. Si me llega a mi, ensayo seguro". Japón movió con paciencia e inteligencia la pelota hasta la derecha, fijando a la defensa sudafricana, que vio cómo en tres pases la almendra llegó a Hesketh para realizar la carrera con la que siempre soñó anotando el ensayo de su vida, la marca que completaba la victoria más grande de la historia de los Mundiales de rugby. Algo que nadie esperaba. O quizás sí. "No diré que no me lo esperaba, porque mentiría. Tengo 55 años, estoy demasiado mayor para esto ya. Debería estar en Barbados viendo cricket o cumplir mi sueño: sentarme y poder dedicarme a criticar a quien me de la gana como Clive Woodward", advertía irónico Jones. Woodward, seleccionador inglés que le ganó la final de 2003, había delcarado que iba a ser divertido ver qué era capaz de hacer Jones en Japón "además de ganar dinero". Lo ha visto Woodward y lo ha visto medio mundo. Alguno sospechábamos que algo iba a ocurrir...
Moraleja: En el rugby no hay casualidades y el único milagro es que nunca se acabe la cerveza.
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