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El mundial del paroxismo

Sergio Manuel Gutiérrez

Publicado 12/04/2024 a las 12:16 GMT+2

Más grande que el snooker, Ronnie O’Sullivan persigue este año en el Crucible de Sheffield el triunfo definitivo, el que convertiría al legendario Cohete en un Zeus del deporte, esa victoria última, eterna y perfecta que redondearía de un modo entonces ya insuperable la hazaña de snooker más asombrosa jamás contada.

Ronnie O'Sullivan after claiming his seventh world title.

Fuente de la imagen: Eurosport

Porque no hay nada después del octavo, aunque más tarde pudieran llegar el noveno y el décimo. Si Ronnie O’Sullivan conquista el Crucible en 2024, a los 48 años y medio, tras haber ganado también esta temporada el Campeonato del Reino Unido y el Masters… si Ronnie logra tal gesta, si después de 32 cursos como profesional enlaza la serie de títulos que nunca pudo enlazar (la Triple Corona de corrido, el pleno, el Grand Slam del snooker), si el Cohete cumple el anhelo de sus acólitos, de sus fans, que son fanáticos de Ronnie pero no necesariamente del deporte que Ronnie practica, si hace buenos los pronósticos y completa el triple ocho (ocho títulos en cada major, tres por ocho igual a veinticuatro grandes), si supera de esta forma única el registro de Stephen Hendry, si vuelve a ganar como acostumbra, allí donde quiere, cuando quiere y como quiere, si Ronnie lo consigue (ay, ¡lo que puede ser eso!), estará haciendo algo quizá sin comparación alguna en la historia del deporte.
Pero tiene que ser este año, no habrá otra oportunidad. No valdría igual en 2025 (aunque valiera mucho, sin duda), ni tampoco en 2026 (ya con cincuenta primaveras), ni en 2027 (quizá el último torneo en el viejo Crucible). Tiene que ser ahora. Es la ventana soñada, los astros se han alineado.
Por eso lo llamamos sin exagerar el mundial del paroxismo, el torneo de la exaltación extrema de los afectos y las pasiones. Nadie genera ni la mitad de fervor y animadversión que Ronnie O’Sullivan.

Historia e historias

La Historia no es más que un relato específico de hechos pasados, pergeñado como tal o simplemente elegido entre los muchos y distintos relatos que eran posibles. Con frecuencia es, además, un relato preconcebido, apriorístico: uno elige en el tiempo presente un territorio, o un pueblo, un ideal o un héroe, y construye la narración encajando a su alrededor las piezas que se acomodan a ella, y desecha las que no le convienen, las que pertenecen a otro puzzle. Por este procedimiento, igual que en una ficción, el territorio, el pueblo, el ideal y el héroe tendrán pleno sentido, serán los mejores, los elegidos, los más puros, distintos y especiales, y justificarán todas las iniquidades que se deban cometer, todas las injusticias contra los protagonistas de las demás historias que perfectamente podrían haber sido.
El relato dominante de la Historia crea un marco conceptual del que es muy difícil escapar.
Cómo hilar un discurso que no pivote en torno a la imponente figura del héroe (y antihéroe) Ronnie O’Sullivan. Cómo hacerlo, sobre todo, si los acontecimientos refuerzan una y otra vez esa cosmogonía ronnista. Ronnie es el universo del snooker. A su alrededor, se multiplican los mitos, las mentiras y las medias verdades, cualquier minucia se magnifica, y aquel personaje que no pertenezca a este cuento sencillamente se diluye.
El modo falaz en que nos contamos la Historia, las historias, es uno de los mayores problemas del ser humano en este siglo XXI, si no el mayor. Todos queremos ser los mejores para justificar aquello que de otro modo no tendría justificación. Pero el mejor sólo es uno. Y en este caso su historia es cada vez más verdadera.

Exaltación y exaltados

Me pregunto si Ronnie O’Sullivan piensa, como todos sus exaltados, que él y no otro es el mejor de todos los tiempos. Probablemente, no. Resulta difícil adivinar lo que en verdad pasa por la cabeza de ese genio excéntrico, pues sus opiniones públicas dependen de un estado de ánimo siempre cambiante. Sabemos, porque se lo hemos oído infinidad de veces y porque pensamos que en esto el Cohete es sincero, que envidia muchas de las habilidades de sus rivales: el control de bola blanca de Ding Junhui, la rectitud del gesto técnico de Neil Robertson, la infalibilidad de John Higgins, el talento bruto de Mark Williams, la testarudez de Mark Selby, el codo de Judd Trump
Sí, Ronnie siente en no pocas ocasiones que sus rivales son mejores que él, pues poseen mejores armas. Sin embargo, sabe cómo ganarles, salvo que jueguen un snooker imbatible.

Contadores de historias

Aquí somos contadores de historias. En esta casa, digo, en Eurosport.
Contamos historias con profundo conocimiento, con pasión y con la mejor técnica narrativa. Elegimos unos hechos entre todos los posibles y los presentamos de forma cuidada, artesanal, con un mimo que no siempre se aprecia desde el otro lado pero que es condición innegociable de nuestra marca.
Componemos historias con la honestidad que nos exige el firme compromiso con aquella que creemos la historia principal, la historia que nosotros querríamos escuchar. No todas las personas quieren escuchar la misma historia.
Hace pocos días, en la formidable final del Tour Championship entre dos leyendas de la clase del ’92 (Ronnie O’Sullivan y Mark Williams), el árbitro se vio obligado a llamar en varias ocasiones la atención del público. Por favor, paren de gritar (ordenó exasperado el belga Olivier Marteel, tras asistir a una serie insólita de fallos sucesivos por parte de ambos finalistas); están ustedes sacando del partido a los jugadores. El Cohete apuraba sus opciones contra un intratable Willo. Los ronnistas querían que su ídolo ganara a toda costa el sexto torneo de la temporada. No comprendían que esa derrota, lejos de aguar la posible fiesta del Crucible, contribuirá a hacerla aún más bella. Si se produce.
Esto es algo que no entiende todo el mundo. Lo entiende Ronnie y lo entendemos quienes contamos su historia. Las más grandes leyendas del deporte se han preocupado en algún momento por la cuestión central aquí: qué se contará de nosotros cuando nos hayamos ido. Todos, en mayor o menor medida, han intentado controlar ese relato.
La excepción es Ronnie O'Sullivan. La hagiografía del Cohete se escribe sola, como dictada por el soplo de una voz divina, como si los renglones torcidos de los dioses del snooker (a los que el propio Ronnie apela tan a menudo) estuviesen enderezándose por fin y cobrando sentido a los ojos de los descreídos. Como un verdadero libro sagrado.
Así que discúlpennos, amigos, si a lo largo de este campeonato del mundo de snooker 2024 nos contagiamos un poco. Con toda probabilidad habrá agitación, efervescencia, acaloramiento, algún momento de exasperación, más irritación de la acostumbrada, también frenesí, furor, encono y arrebato. Habrá lo que siempre hay en el teatro de los sueños del snooker, pero en dosis mucho mayores. Mientras Ronnie siga en el cuadro, mientras ande por ahí, este será para todos y sin remedio el mundial del paroxismo.
Sergio Manuel Gutiérrez es comentarista de Eurosport España.
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