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Blog De la Calle: Al Oerter, un discóbolo en el Queen's

Fermín de la Calle

Publicado 12/12/2017 a las 23:19 GMT+1

Este gigante criado en las calles de Nueva York fue pintor abstracto gracias a sus abuelos y ganó cuatro oros seguidos en lanzamiento de disco. Una leyenda.

0803 Olympics Al Oerter UK

Fuente de la imagen: Eurosport

Uno de los más legendarios discóbolos de la historia nació en las calles del Queens, en Nueva York. Concretamente en New Hyde Park Su descomunal físico le llevó a practicar diversos deportes en su adolescencia como el béisbol y el fútbol americano. Pero el disco se cruzó en la vida de Al Oerter cuando tenía 15 años. Un día un disco aterrizó a sus pies y él lo devolvió lanzándolo mucho más allá del grupo de lanzadores desde donde le llegó. Todos los presentes quedaron maravillados por aquella exhibición inesperada. Se animó a probar con el disco y compitiendo con Kansas, se convirtió en campeón de disco universitario en 1957, título que defendió con éxito un año después.
Pero si por algo se recuerda a Oerter es por las cuatro medallas olímpicas de oro que encadenó: Melbourne (1956), Roma (1960), Tokio (1964) y México (1968). Al tenía unas condiciones extraordinarias para lanzar, pero si por algo se le recuerda es por lo gran competidor que era. No había circunstancia adversa que no superase con su ambición y su competitividad.
En los JJOO de Tokio Oerter, analista de computadores aéreos, buscaba su tercer oro olímpico. Sin embargo, unos días antes de la disputa de los Juegos de Tokio el lanzador se lesionó mientras entrenaba. Sufrió una alarmante lesión de columna vertebral clásica de los lanzadores que les inmoviliza el cuerpo. No había ninguna opción de que el estadounidense pudiera recuperarse a tiempo. O al menos eso pensaban sus competidores.
El asunto es que Oerter hizo caso a rajatabla a los médicos y se encerró en un arcón repleto de hielo donde pasó horas y horas en los días previos a la final de los Juegos. El frío y los dolores eran intensísimos, casi inhumanos, pero Al aguantó estoicamente para poder levantarse de aquel infausto cajón justo para disputar la final y buscar el tercer oro consecutivo.
Oerter hizo caso omiso a los médicos y se presentó a competir en la final de disco, aquejado de un intenso dolor que le impedía realizar el gesto del lanzamiento con normalidad. Los cuatro primeros lanzamientos resultaron un desastre, pero en el quinto se concentró. Visualizó el lanzamiento y se concentró decidiendo dejar la poca energía que le quedaba en el latigazo que envió el disco más allá de los 61 metros.
Oerter había batido el récord olímpicos, poniéndose en cabeza en la final. El esfuerzo fue tan salvaje que no pudo lanzar en la última ronda. Su competidor más duro, el checo Ludkik Danek, no logró superar por mucho los 60 metros y Al Oerter, roto por el dolor, se colgaba la tercera medalla de oro. Aún habría una cuarta para el gigante del Queen's.
Años después, durante la filmación de un anuncio de televisión realizó un lanzamiento (no oficial) de 74,67 metros, que habría significado un nuevo récord mundial que aún seguiría en pie en 2016, cuando el récord mundial de 74,08 m. Oerter luchó durante toda su vida contra sus problemas de hipertensión. El 13 de marzo de 2003, debido a un cambio de medicación para la presión arterial sufrió un fallo y fue declarado clínicamente muerto durante unos instantes, pero consiguió superar este grave episodio.
Oerter había pasado gran parte de su infancia en casa de sus abuelos en Manhattan, donde aprendió a admirar su colección de arte. Una vez retirado como atleta, Al se convirtió en pintor abstracto. Su corazón fue empeorando y pese a que los cardiólogos le aconsejaron que se sometiera a un trasplante, Oerter decidió no hacerlo: "He tenido una vida interesante y voy a salir de ella con el corazón que tengo".​ Murió el 1 de octubre de 2007 en su casa de Florida debido a un previsible un fallo cardíaco​ a los 71 años de edad. Así era Al Oerter, un pintor abstracto, un cabezota redomado y un gigante del Queen's. El discóbolo más auténtico que jamás pisó el tartán en unos Juegos Olímpicos.
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