Eurosport
El síndrome de la mano caliente
Por
Publicado 10/03/2019 a las 21:56 GMT+1
Gonzalo Vázquez
Eurosport
Fuente de la imagen: Eurosport
Son ya cerca de treinta años que dura una apasionante controversia de salón bajo el título que da nombre al artículo, un fenómeno que desde 1985, fecha de publicación del estudio The Hot Hand in Basketball: On the Misperception of Random Sequences, ha movilizado a unos cuantos investigadores y puesto en cuestión uno de esos estados que parecen cobrar vida tal cual se producen y en cuya existencia creen firmemente los jugadores. No así los estadísticos.
El fenómeno de la Hot Hand o mano caliente es una tendencia que el baloncesto traduce a través de esas rachas de acierto en el tiro que quiebran, de vez en cuando, el promedio argumental del juego, el guion por el que los jugadores yerran y aciertan en relativo equilibrio. Si hay mano caliente el equilibrio se rompe en favor del acierto.
Este síndrome se basa en una inercia mental. Según ella los jugadores que han anotado una serie de tiros en un tramo corto de tiempo creen estar en mejor disposición para el acierto inmediato. Que durante esas rachas de calor el jugador percibe incrementada su sensación de acierto y actúa por ello de una manera determinada y distinta a su promedio de juego.
Mientras los estadísticos confirman este segundo punto –la alteración de la conducta– desmienten el primero –el incremento material del acierto. Esto quiere decir que mientras el observador percibe la sensación térmica del jugador en racha, el analista avanzado estima irreal ese estado en términos numéricos.
Hasta ahora esta discordia era inamovible.
Una mayoría de estudios desde la obra de Thomas Gilovich (1985), principalmente The Hot Hand Revisited: Successful Basketball Shooting as a Function of Intershot Interval (1992), The Hot Hand Myth in Proffesional Basketball (2003), 20 Years of Hot Hand Research: Review and Critique (2006) y Experts’ Perceptions of Autocorrelation: The Hot Hand Fallacy Among Professional Basketball Players (2009), profundiza y matiza aquel estudio original sin venir, en el fondo, a refutarlo, a desmentirlo del todo. Por eso en el complejo orbe de los estadísticos el síndrome de la mano caliente se ha conocido desde entonces como la falacia de la mano caliente. Porque para ellos, a juicio de sus sesudos informes, la mano caliente no existe.
Lo que vinieron a probar los numéricos es que no hay una correlación entre rachas de acierto y porcentaje previsto de acierto. De otro modo: cuando un jugador ha anotado tres o cuatro tiros seguidos no hay razón matemática para que el siguiente tiro tenga más probabilidades de entrar a canasta que en cualquier otra situación del juego. Que el acierto, pues, dependería del habitual “conjunto de tiros seleccionados al azar por cada jugador” (Gilovich, Vallone, Tversky, 1985) y en ningún caso de la temperatura puntual del tirador en racha.
Todo esto ha podido cambiar ante una nueva oleada de pruebas, acaso las de mayor veracidad nunca presentadas.
Finalizada otra edición de la fantástica MIT Sloan Sports Analytics Conference sorprendió la exposición de un nuevo estudio, obra de los investigadores Andrew Bocskocsky, John Ezekowitz y Carolyn Stein y auspiciado por la Universidad de Harvard bajo el título The Hot Hand: A New Approach to an Old ‘Fallacy’, que incorpora una nueva dimensión a esta materia a través de las nuevas tecnologías. Mediante los nuevos sistemas estadísticos secuenciados por la camarografía de pista –SportVU Camera System– los investigadores han conseguido aplicar parámetros mucho más precisos como la localización dinámica, la gestión defensiva, la presión ambiental, los llamados player fixed effects para una distinción técnica de los jugadores (Ej: Kevin Durant Vs Tyson Chandler) y demás factores ausentes en los anteriores estudios.
Este último análisis objeta ligeramente el resultado de todo estudio precedente. Cuenta para ello con el muestrario más amplio en el curso del debate: 83.000 lanzamientos a canasta mediante los que estudiar variables como la distancia, la dificultad del tiro, la resistencia defensiva, la probabilidad del siguiente lanzamiento y la naturaleza de éste. El estudio concluye que, contrariamente a la teoría de la falacia, habría una correlación positiva entre mano caliente y acierto previsto de entre 1.2 y 2.4 puntos porcentuales.
Un incremento tal vez no considerable a la vista. Pero estadísticamente nada despreciable.
El objeto del texto es aquí mucho más modesto. Porque al margen de las conclusiones puramente numéricas, discusión cognitiva y algo vanidosa entre numeristas, lo que de veras fascina en torno al fenómeno de la mano caliente, haya o no incremento del acierto, es la psicología del estado febril, la percepción del jugador en racha y, sobre todo, los patrones de conducta que permiten casi prever los siguientes diez o doce segundos de acción.
Según el estudio estos patrones revelan que:
1. El jugador enrachado tiende a asumir el siguiente tiro a mayor distancia.
2. El jugador enrachado tiende a asumir el siguiente tiro ante una defensa más cerrada.
3. El jugador enrachado tiende a asumir el siguiente tiro frente a una dificultad mayor.
4. El jugador enrachado tiende a asumir el siguiente tiro de su equipo.
5. El jugador enrachado tiende a asumir el siguiente tiro mentalmente reforzado por su acierto anterior.
Los autores distinguen también entre calor simple (porcentaje de acierto en relación al promedio) y calor complejo (porcentaje de acierto en relación a la dificultad de los nuevos tiros). Resulta de especial interés este segundo punto dado que las conclusiones del estudio no reflejan tanto el producto de cuatro aciertos seguidos (se excluyen canastas simples bajo el aro) como el sobrerrendimiento de los jugadores en racha ante una selección anómala de tiros.
He aquí una consecuencia alucinante de ese morboso estado mental: cada nuevo acierto someterá al siguiente tiro a peores condiciones. Como si con ello el jugador se alejara cada vez más del punto inicial, de la templanza y seguridad normales para una correcta selección de tiro.
A modo de conclusiones el estudio establece que 1) si un jugador ha anotado más de la mitad de sus últimos cuatro lanzamientos su siguiente ensayo verá aumentar la distancia en torno a un 5%; 2) que la defensa rival reacciona ante el jugador enrachado reduciendo la distancia de marcaje; 3) que la dificultad del siguiente lanzamiento (situación de partido, localización y resistencia defensiva) aumentará en torno al 2.5%; y 4) que la probabilidad de que el jugador en racha absorba el siguiente tiro del equipo aumenta un 9.5%, alterando la distribución 20-20-20-20-20 por un 27.6-18.1-18.1-18.1-18.1. En el caso de J.R. Smith el extremo alcanza a superar el 50% de probabilidades de jugarse el tiro si lo preceden cuatro aciertos seguidos.
Así los autores concluyen que un jugador que viene de acertar cuatro tiros seguidos tendrá en el quinto una mayor probabilidad de anotar. Si el promedio NBA es del 45% el jugador enrachado tendrá para ese quinto ensayo un 46.2% de acierto previsto y un 47.4% para el sexto. Puede que numéricamente la mejora no llame en exceso la atención. Pero ese incremento será tanto más considerable cuanto que los nuevos tiros tendrán lugar en condiciones mucho más hostiles (mayor distancia, peor selección, mayor defensa, etc.), lo que finalmente vendría a probar la existencia de la mano caliente, de la sensación térmica de acierto, de la incandescencia material del jugador en racha y de su ingreso puntual en un estado cercano al trance.
Ejemplos hay a cienes. Pero uno casi perfecto de la secuencia objeto de estudio ocurrió en Milwaukee (20/II/2009) durante el tercer cuarto de partido ante los Cavaliers. En un ejemplo arquetípico de mano caliente LeBron James absorbió en 137 segundos una desaforada y monolítica serie de siete tiros de campo de los que anotó seis para un total de 16 puntos. El lanzamiento errado vino precedido de falta.
La secuencia del jugador incandescente revela los males típicos del calor al tiempo que la fascinante paradoja del sobrerrendimiento, donde se instalan con sospechosa frecuencia supertalentos de la anotación pura como Stephen Curry o Kevin Durant.
Al término de la exposición algunos analistas se aprestaron a interpretar el nuevo trabajo. Sorprendía al mayor número lo extraño de que los jugadores en racha se empeñen en proseguirla de manera más dificultosa, en abismarse sin aparente motivo a tomar "peores decisiones y peores tiros" (Aaron McGuire). De ahí que Beckley Mason recomendara a los futuros enrachados que si quieren anotar el siguiente "la calidad del tiro será mucho más importante que la tendencia positiva que el tirador caliente perciba en ese momento”. Por eso ocurre que una vez el calor remite el jugador está en mejor disposición de controlar sus lanzamientos, de controlarse, de volver a sí mismo y su habitual temperatura tibia.
Resulta improbable que la controversia se detenga al amparo de este último estudio. Pero por una vez consuela su resultado: ¡La Hot Hand existe! Porque nos permite seguir gozando de esa puntual suspensión del juego que supone la existencia del jugador en trance. "El baloncesto como deporte de equipo es un bonito principio que conviene vulnerar cuando a un jugador le está entrando todo” (Psicobasket, LXXVIII). Y aun por encima de ello, poder seguir creyendo en la existencia de un fenómeno mucho más raro y complejo que la literatura refirió desde hace siglos como soplo divino. Eso es precisamente lo que tranquiliza. Saber que es posible.
Aquí el estudio completo.
Temas relacionados
Anuncio
Anuncio