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¡Prohibido rendirse!: El milagro de Buster Douglas

Fermín de la Calle

Actualizado 10/05/2020 a las 10:21 GMT+2

En 1990 Don King encontró un mirlo blanco. Dinero fácil, una pelea sin historia y horas de televisión. Sin embargo, la pelea pasó a la historia del boxeo...

Prohibido rendirse, Buster Douglas

Fuente de la imagen: Eurosport

Hay quien sostiene que el peor rival de Mike Tyson siempre fue su promotor, el histriónico Don King. Nada sacia su hambre de dinero. Quizás eso explique la colosal nómina de boxeadores que han demandado por estafa al de Cleveland: Muhammad Ali, Mike Tyson, Sugar Ray Leonard, George Foreman, Roberto Durán, Macho Camacho, Julio César Chávez… Peleas amañadas, ventas de licencias falsas, una sospechosa amistad con el mafioso John Gotti, un par de homicidios... Don King no es lo que se dice “una buena compañía”.
Sin embargo, el estrambótico promotor siempre presumió de tener en su rincón al boxeador de moda: Ali en los 70, Tyson en los 80 y en los 90… El único que se le resistió fue Floyd Mayweather, al que le gustaba tanto la pasta como al promotor. Por algo le apodan Money. King llegó a ser agente de los Jackson Five e incluso dirigió en sus inicios la carrera en solitario de Michael Jackson, pero lo que llevó a la cumbre fueron las peleas de Ali en Kinshasa con Foreman y en Manila con Frazier. Dos monumentos del boxeo y del deporte.
La ocasión que nos ocupa fue uno de esos mirlos blancos que King encontraba de vez en cuando. Dinero fácil, una pelea sin historia y horas de televisión para su chico. En este caso un Mike Tyson que andaba metido en una peligrosa dinámica. Su mujer, Robin Givens, se paseaba por las televisiones salpicando de basura al boxeador, mientras él cambiaba de promotor para ponerse a las órdenes de King no mucho después de partirse una mano en una pelea callejera y estrellar su coche con un árbol. Por todo ello su entrenador, el avinagrado Kevin Rooney, criticó ferozmente a Tyson, que terminó despidiéndolo por recomendación de King, según cuentan las malas lenguas.
Tyson. Douglas
En medio de todo apareció la oportunidad de ganar mucha pasta peleando en Japón con un semidesconocido sin prestigio ni aspiraciones. James ‘Buster’ Douglas era un tipo del montón que se hizo profesional a los 21 años siguiendo la tradición de su padre, Billy Dinamita Douglas, un púgil de los 60 con pólvora en su derecha. Su hijo, sin embargo, era demasiado tibio entre las 12 cuerdas. Un boxeador con un perro llamado Shakespeare (el de Tyson se llamaba Durán, en honor a Roberto Durán) no intimidaba precisamente. A eso sumaba que tampoco atravesaba un buen momento personal. En realidad, Douglas no recordaba muchos buenos momentos, pero había enganchado seis victorias seguidas y eso provocó que en el arranque de aquel 1990 la suerte le sonriese y le ofrecieran pelear con Tyson en Tokio con una sustanciosa bolsa para ambos. Mike se llevaría seis millones de dólares y al “muñeco”, como llamaba King a los rivales, le darían 1,300.000- Una cantidad que le arreglaba la vida por una buena temporada. Tyson aterrizó en Tokio envuelto en el escándalo y Douglas en medio de una mala racha personal. Su mujer lo había abandonado recientemente y 23 días antes del combate enterró a su madre.
En la semana anterior a la pelea los medios japoneses asediaron a Tyson olvidándose de su rival, que pudo preparar la pelea en el más completo anonimato. No le hicieron caso. De hecho, nadie supo que en los días previos a la pelea Buster sufrió fiebre por culpa de una inoportuna gripe. La victoria de Douglas se pagaba 42 dólares a 1 en las apuestas. Y la prensa se tomaba a broma el combate, postura que resumía una anécdota protagonizada por Ed Schuyler, el enviado espacio de Associated Press. Al entrar en Japón le preguntaron cuánto tiempo esperaba pasar en el país trabajando. Schuyler contestó: “No más de 90 segundos”.
No obstante, Buster trabajó concienzudamente ajeno a todo ese ambiente consciente de que era la pelea de su vida. “Me sentía en forma, pese a la gripe que sufrí en los días previos. Pero después de ganar seis combates seguidos traté de autoconvencerme de que aquella pelea llegaba en el mejor de mi carrera. No tenía nada que perder, así que la clave era mantenerme fuera de la distancia en los primeros asaltos y hacerlo largo para que sufriera. Mike no era un boxeador con paciencia”, confesó tras la pelea. Douglas dio en la báscula diez libras menos que en su pelea anterior. Estaba fino y las fiebres de los días previos le habían ayudado a soltar lastre.
Otra cosa era Tyson, que vivía atrapado en un laberinto de problemas con su cabeza pendiente de demasiadas cosas. Ninguna de ellas relacionada con la pelea. Así que el 11 de febrero de 1990 los dos saltaron al ring con intenciones encontradas: Tyson quería acabar por la vía rápida con aquello, coger el dinero y largarse a casa. Y Buster planeaba llevar la pelea lejos consciente de que cada asalto que pasase de pie sus opciones de ganar aumentaban. La noche antes le llamó un amigo que le recomendó “echarse a dormir rápido” para evitar ser aplastado por el Terror del Garden. Entre risas Douglas le dijo: “Apuesta unos pavos por mí y mañana habrás ganado pasta. Ganaré a los puntos”. Solo a un loco se le habría ocurrido pensar que podía ganar a Tyson a los puntos, un púgil excesivo adicto al KO.
El combate comenzó con Douglas alejando al embarullado Tyson con su jab de izquierdas. No era un golpe ganador, pero se hacía sentir y recordaba a Mike que no estaba solo en el ring. El neoyorquino, huérfano en su rincón tras despedir a Rooney, lanzaba voleones tratando de acertar de lleno en alguno. Pero el oficio del aspirante, y cierta valentía para no desperdiciar ocasión cuando Tyson aparecía en su radar, fue alargando el trámite ante la impaciencia del pupilo de Don King, que pedía soluciones a un rincón donde su improvisado entrenador Jay Bright se limitaba a gritarle: “¡Trabaja, no te quedes mirando!”.
Douglas noquea a Tyson.
En el segundo Buster conectó un uppercut que estalló en el mentón de Tyson. Douglas había entendido perfectamente la pelea y rentabilizaba la ansiedad de su rival. Ray Sugar Leonard, comentando a pie de ring el combate con los chicos de HBO, lo vio claro: “No es el día de Tyson. No ha entrado aún en la pelea”. El del Bronx sacudió algún golpe, pero Douglas los encajó bien. En el quinto, Buster le abrió un corte a Mike bajó la ceja izquierda y centró sus ataques ahí. Había encontrado una fisura ante el asombro de los aficionados japoneses que contemplaban a Tyson como un semidios. La arrogancia del rincón de Tyson provocó que nadie valorase la posibilidad de llevar un cubo con hielo por los posibles golpes que pudiera recibir Mike. Así que el ojo se empezó a hinchar y Aaron Snowell, el hombre que colocó King al mando, no encontró forma de reducir la hinchazón.
En los segundos finales del octavo asalto un acorralado Tyson sacó un uppercut salvaje que mandó a Douglas a la lona aturdido. Octavio Meyran, el árbitro, llegó a nueve en el conteo y cuando Tyson se disponía a acabar el trabajo, sonó la campana. Buster había salvado el cuello mientras el rincón de Tyson acusaba al árbitro de contar lento para evitar el KO al aspirante. En el 10º, cuando todos pensaban que la irracional fuerza de Tyson acabaría con Douglas, este paró un ataque del neoyorquino en seco alcanzándole con un uppercut al que siguieron cuatro golpes que mandaron a Mike a la lona por primera vez en su carrera. La sorpresa estaba servida. Tyson no logró recomponerse y Meyran dio por terminada la pelea.
James Buster Douglas acaba de protagonizar la sorpresa más grande la historia del boxeo. Nadie daba un pavo por él, pero Buster tenía 42 millones de razones para ganar aquel combate. La primera, homenajear el recuero de su madre. La segunda, demostrar a su padre que era un boxeador digno de sucederle. La tercera, demostrarle a su hijo Lamar, de 11 años, y a sí mismo que dentro de él había un campeón del mundo de los pesados. Y la cuarta, y quizás más importante, “demostré al mundo que el trabajo y el deseo te llevan más allá de tus límites. Y que la falta de humildad es el peor de tus enemigos”. Años después Tyson admitió: “No preparé aquel combate como se merecía y me encontré a alguien mejor que yo. Supo leer la pelea y me demostró que tan importante es la inteligencia como la fuerza”. Es la historia del KO más sorprendente de la historia del boxeo. El Milagro de Buster Douglas.
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