Mathieu van der Poel: El niño que honra el ciclismo se consagra en un Domingo de Gloria
Actualizado 15/02/2024 a las 17:01 GMT+1
En Domingo de Resurrección Mathieu van der Poel no necesitaba resucitar, eso él ya lo había hecho, aun así, regaló un milagro en la Amstel Gold Race que le consagra como profeta del ciclismo moderno. El nieto de Poulidor se quitó un poco más la repetida coletilla que siempre le acompaña con una victoria estrastóferica que además honra a su padre, Adrie, quien ya ganó esta clásica en 1990.
En cierto modo Mathieu van der Poel ya había resucitado. Fue a finales de marzo, cuando sufrió una caída durísima en la Nokere Koerse, justo al inicio del esprint final. La victoria de Cees Bol aquel día quedaba empañada totalmente, pues casi era más importante conocer el estado del hombre que se había ido al suelo y se retorcía de dolor varios minutos después.
No lo hizo en tres días, tardó uno más, cuatro, pero solo porque el calendario lo marcaba así. En el Grand Prix de Denain el ciclista del Corendon-Circus resurgió tras la espantosa caída que había vivido y se impuso en solitario marchándose en un tramo de adoquín.
Quizás ese resurgimiento no eran tan digno de calificar como milagroso. Pero lo sucedido en la Amstel Gold Race no encuentra adjetivo calificativo. Es más que un milagro en Domingo de Gloria.
Van der Poel vencía en la única clásica de su país (Países Bajos) con consideración de UCI World Tour, la primera del Tríptico de las Árdenas, la que congregó a todos los seguidores neerlandeses, que alucinaron con un triunfo absolutamente mágico.
El propio Van der Poel rompió la carrera cuando lanzó un ataque a falta de 43 kilómetros para el final. En ese momento comenzó la selección, aunque él y Gorka Izagirre, el único que le pudo acompañar, fueron neutralizados al poco, los hachazos no cesaron. El bueno lo protagonizaron Julian Alaphilippe y Jakob Fuglsang. Parecía que la victoria estaría entre ellos. Los cronómetros, no muy fiables cuando se forman varios grupitos en los kilómetros finales, sí que dejan clara una cosa. El grupo del nieto de Poulidor tuvo alrededor de un minuto perdido con la cabeza cuando quedaban unos 5 kms.
La distancia disminuyó de forma drástica, en parte gracias al nerviosismo que Fuglsang quería inocular a Alaphilippe cuando dejó de tirar a falta de 2 kms. Pero por allí se acercaba como un tren el chico que no entiende de jerarquías, que se lanza en solitario o soportando la mayor parte del trabajo para un grupo numeroso sin saber si funcionará, pero sabiendo que no quedará en su consciencia el que no lo intentó hasta el último suspiro. El hombre al que se ve honrar al ciclismo y a su bicicleta en cada carrera, algo que transmite a la perfección esa cara de niño que sufre y en el fondo se intuye que disfruta como un chiquillo al que los Reyes Magos le han regalado una bici.
Había entrado Kwiatkowski a la cabeza y detrás siguió pegando pedaladas como martillazos Van der Poel. Pareció darle alas el espíritu de su padre Adrie, que ganó allí en 1990. Si les han gustado las comparaciones religiosas ya saben: 'Honraras a tu padre...'.
No se lo creía nadie del mundo del ciclismo, no se lo creía el público, no se ni él mismo Mathieu. Negando con la cabeza mientras y vencía a Alaphilippe, al que ya quitó las pegatinas en la Flecha Brabanzona, Kwiatkowski, Simon Clarke, Fuglsang, Schachamnn, en plena forma tras ganar 3 etapas en la Itzulia, Bardet o Trentin, campeón de Europa de ruta.
El jovencísimo (24 años) bicampeón del mundo de ciclocross cierra su espectacular primavera en ruta con victorias en GP Denain, A Través de Flandes, Flecha Brabanzona y Amstel Gold Race. Una auténtica consagración antes de regresar al barro que crea una expectación bestial, tanto como su carácter en la bicicleta, para las próximas temporadas.
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