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Juegos Olímpicos Tokio 2020 | ¿Lo sabías? La aventura olímpica de Miguel Indurain en Los Ángeles y el oro maldito

Adrián G. Roca

Actualizado 23/07/2021 a las 13:18 GMT+2

Pocos aficionados al ciclismo recuerdan o saben que Miguel Indurain participó en los Juegos Olímpicos de 1984. Allí vivió su primera gran experiencia internacional, en una carrera cuyo ganador tiene una historia de gloria y miseria a partes iguales.

Alexi Grewal, Los Angeles 1984

Fuente de la imagen: Getty Images

Miguel Indurain, sí, Miguel Indurain. Si hablar de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 es hablar de la plata en baloncesto contra los Estados Unidos de un joven Michael Jordan o de la hazaña de José Manuel Abascal en el 1.500 para colgarse el bronce tras la leyenda Sebastian Coe, pocos se acuerdan de que el mejor ciclista español de todos los tiempos acudió a aquella lejana cita olímpica siendo un adolescente semidesconocido. Lo más asombroso fue que pese al potencial que ya estaba demostrando por entonces en campo amateur, ni tan siquiera acabó aquella prueba en línea en el circuito californiano de Mission Viejo.

El ciclismo como inesperada expresión patriótica

A un ciudadano cualquiera de Los Ángeles tal vez le interesara más en julio de 1984 el próximo partido de los Dodgers o no quedarse sin una entrada para el inminente concierto de Michael Jackson. Puede que el béisbol o ver flotar sobre un escenario a este genio de la música interesara más que los propios Juegos Olímpicos. Dentro de esa fiesta olímpica, es probable que interesara todavía menos un deporte donde por normativa no participaban sus mejores deportistas y con escasa tradición local pese al advenimiento de Greg LeMond. Eso sí, es rotundamente falso que las pruebas de olímpicas de ciclismo interesaran entre poco y nada al resto del mundo.
De haber tenido ese escaso o nulo interés, no se hubiera permitido utilizar por primera vez en competición las ruedas lenticulares en las pruebas de pista que popularizó Francesco Moser en sus tentativas del Récord de la Hora ni, por descontado, ninguna de las casi 300.000 personas presentes en cada metro cuadrado del circuito de Mission Viejo, hubieran acabado delirando con la victoria de uno de los suyos ni festejado uno de los primeros oros norteamericanos en el medallero con Alexi Grewal.
Más allá de ese asunto del uso de las ruedas lenticulares en pista como primer paso de bienvenida al futuro inmediato de este deporte, en el ciclismo de entonces ya se debatía por qué los ciclistas profesionales contrastados no podían participar en las competiciones olímpicas. Sólo lo hacían jóvenes amateurs o recién llegados al profesionalismo. Este debate se extendió hasta poco antes de Atlanta 1996, donde casualmente Miguel Indurain sumó su último gran éxito al colgarse aquella medalla de oro en la prueba contrarreloj. Una lástima, porque si Barcelona 1992 alumbró el Dream Team en baloncesto, el deporte de las dos ruedas se perdió una carrera de ensueño con el propio Indurain, Gianni Bugno o el resto de grandes clasicómanos de la época.
Raúl Alcalá y Alexi Grewal - Los Angeles 1984

Indurain y tres más

Mucho antes de aquel metal en Atlanta, el joven Miguel Indurain probó un sabor más amargo en Los Ángeles: el de una evidente inexperiencia y el de verse en todo momento lejos de los mejores. Es obvio que lo mejor en su carrera estaba por llegar, pero el propio ciclista navarro ya había levantado alguna expectativa previa en esta carrera. Nada menos que una veintena de victorias en el campo aficionado en apenas un año y medio de carrera habiendo sido campeón nacional amateur, más la intuición de una gran versatilidad como corredor pese a su gran corpulencia. El incipiente equipo Reynolds -hoy Movistar Team- que en este 2019 ha celebrado sus 40 años de historia sabía lo que fichaba, más allá de esta poco fructuosa y prematura aventura olímpica.
En aquel verano del 84 Perico Delgado ya era un ciclista en mayúsculas y Ángel Arroyo ya había demostrado que podía disputar el Tour de Francia de tú a tú a Fignon o Hinault. Pocos repararon en los cuatro jóvenes españoles que viajaron en el seno de la expedición olímpica rumbo a Los Ángeles. Además de Indurain, Francisco Antequera, Manuel Domínguez y José Sanchís. Aunque la prueba de ciclismo en ruta tenía lugar la mañana siguiente a la ceremonia de apertura, al menos pudieron vivir el ambiente de la villa olímpica y mezclarse con otros deportistas en esta aventura de vida.
Ninguna de las escasas pero muy recomendables biografías escritas de Miguel Indurain hacen hincapié en esta primera y poco conocida incursión olímpica. Tal vez haya poco que contar, porque ni tan siquiera acabó la carrera tal y como le sucedió a casi todo el olímpico español salvo a Paco Antequera, quien finalizó en una honrosa 23ª posición a once minutos y medio del ganador en una prueba que sólo completaron 55 ciclistas.
No obstante, basta bucear por las clasificaciones y alguna crónica de la época para encontrar que en aquella lista de participantes de la prueba de ruta hubo ciclistas con historia aún por hacer y que hoy en día merecen ser recordadas. Por ejemplo, si Antequera -seleccionador posterior en los tres Mundiales que ganó Óscar Freire- salvó la honra española, otros que lograron llegar a meta labraron posteriormente una notable carrera. A saber: el colombiano Fabio Parra en 21ª posición o el mexicano Raúl Alcalá rozando el top ten, demostrando entonces que iba a ser un corredor duro.
Alexi Grewal y Steve Bauer - Los Angeles 1984
Alexi Grewal y Steve Bauer - Los Angeles 1984
La gloria aquella tarde fue para Alexi Grewal, quien se impuso en un intensísimo final al canadiense Steve Bauer. Aquella medalla de plata hizo carrera en Europa, llegando a ser líder del Tour de Francia y coleccionando un interesante palmarés además de estar luchando por grandes clásicas como la París-Roubaix. El bronce en cuestión fue para el noruego Otto Lauritzen, quien años después se ganaría la vida como notable rodador llegando a ganar una etapa de la Vuelta a España en 1993 y antes, en 1987 tuvo el honor de ser el primer ciclista de su país en ganar una etapa en el Tour de Francia. Nada menos que en Luz Ardiden.
Escarbando en la historia del ciclismo en ruta de Los Ángeles 1984 también puede comprobarse que entonces la prueba contrarreloj era por equipos de sólo cuatro ciclistas, y que el oro se lo colgó la selección italiana capitaneada por Marco Giovanetti, ganador de La Vuelta en 1990, acompañado del gigante Eros Poli, eterno lanzador de Mario Cipollini y ganador de una grandiosa etapa en el Tour de Francia pasando por el Mont Ventoux.
Afirmar por tanto que esta cita olímpica fue una escuela de campeones ciclistas no estaría del todo desencaminado, como también decir que fue la primera gran experiencia internacional de Miguel Indurain antes de saltar definitivamente a la fama y justo un verano antes de conquistar el Tour del Porvenir para acabar de presentarse en sociedad como una estrella de talla mundial en ciernes.

Positivo y oro en cuestión de diez días

¿Y el ganador? Casualmente, Grewal alcanzó la gloria momentánea de aquel oro y posteriormente un forzado ingreso en el Hall of Fame del ciclismo norteamericano. Pero su salto al ciclismo profesional europeo no estuvo acompañado de grandes éxitos, sino de todo lo contrario. Más allá de su confesión en la que admitió recurrir al dopaje, también fue noticia por haber sido expulsado de una carrera por escupir a un cámara desde una moto en una carrera.
Volviendo al circuito de Mission Viejo aquel 29 de julio de 1984, Grewal supo ver el movimiento decisivo junto a otros seis ciclistas. En las dos últimas vueltas tanto él como Steve Bauer se atacaron y contraatacaron brindando un espectáculo memorable, especialmente en la última cota donde el propio Grewal trató de descolgar a su rival canadiense. Todo se dirimió en un esprint en el que por primera vez un ciclista norteamericano se alzó con un oro olímpico en este deporte, pese a que todas las quinielas daban como máximo favorito al esprínter Davis Phinney (padre del ciclista Taylor Phinney, retirado de forma prematura en este 2019).
Diez días antes de este oro olímpico dio positivo en un control antidopaje por una sustancia estimulante contra el asma llamada feniletilamina tras ganar la Coors Classic en Colorado. Entonces estos resultados analíticos adversos se abordaban con gravedad pero en ningún caso se elevaban a la categoría de escándalo en la prensa. De haber sido así, ni la propia federación de ciclismo estadounidense ni las propias autoridades olímpicas hubieran autorizado su participación.
Se movieron los hilos pertinentes, él mismo apeló contra esta sanción, se acabó mirando para otro lado dado que los controles no eran ‘sofisticados’ en aquella época y Grewal acabó compitiendo y ganando, pese a haber sido suspendido un mes por este positivo y haber sido excluido en primera instancia de la selección estadounidense. El griterío ensordecedor de las cientos de personas congregadas en la línea de meta jalearon igualmente el triunfo de aquel desconocido deportista. Realmente daba igual, había ganado uno de los suyos.
A Miguel Indurain, en cambio, se le vio fugazmente y acabó pasando totalmente desapercibido en aquel trazado olímpico de 190 kilómetros. Aunque apenas completó unas pocas vueltas de las 12 que tenía el circuito, en cierta medida vivió una valiosa experiencia para el futuro de todo lo que iba a vivir y especialmente ganar muy poco tiempo después. Doce años y cinco Tour de Francia o dos Giro de Italia ganados después, Miguelón también se colgó un oro en suelo estadounidense. Fue el final de su reinado mientras que el oro de Grewal en Los Ángeles 84 fue, muy a su pesar y dicho con todo el respeto del mundo, el principio de casi nada.
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El último gran triunfo de Miguel Indurain, oro en la contrarreloj de los Juegos de Atlanta

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