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Balotelli, último tren

Rubén Uría

Actualizado 26/08/2015 a las 17:04 GMT+2

“Muchos me preguntan si soy malo. Debería serlo mucho más. En el campo soy Tyson. Fuera del campo, aprendo del Papa Francisco”.

Mario Balotelli (Milan)

Fuente de la imagen: EFE

Mario Balotelli, autoproclamado príncipe del fútbol mundial (“Sólo Messi es mejor que yo”), adicto a solucionar problemas al mismo tiempo que los crea y pésimo relaciones públicas de sí mismo, regresa a la primera línea del fútbol mundial. El talento que siempre promete enderezarse y nunca cumple su palabra, regresa al Milán, cedido, después de que el Liverpool decidiese apartarle por su actitud díscola. Los hinchas también lo tuvieron claro: en un club que presume de que el equipo nunca caminará solo, él se ganó, a pulso, tener que caminar en soledad. De hecho, en Anfield, durante algunos fines de semana, se llevó a cabo una sorprendente iniciativa: los aficionados podían devolver la camiseta de Balotelli y a cambio, recibían una de mitos del club, como Robbie Fowler o Ian Rush.
El chico malo, el delantero travieso, el genio incomprendido (Why always me?) afronta su última oportunidad. Quemó su etapa de gran promesa, desaprovechó su etiqueta de futura estrella, malogró su estatus de goleador y tiró por tierra su condición de buen jugador. A sus 25 años, Balotelli, rebelde sin causa, se enfrenta a su última oportunidad. El Milán es su último tren y tendrá que cogerlo en marcha. Si lo pierde, será su final. Pasará a formar parte de ese maldito club de juguetes rotos que destrozaron una carrera prometedora por culpa de una vida desordenada. Hasta ahora, su descomunal talento ha sido un cheque con el que su ego podía pagar sus escándalos. Hoy ese cheque ya no tiene fondos y Balotelli sabe que tiene pie y medio en el abismo. Sólo él sabe si será capaz de redimirse ante la crudeza de esa visión o si, por el contrario, saltará definitivamente al vacío.
A Balotelli, que hace años iba para estrella, no le quería nadie. Hasta que apareció el Milán, que le ha brindado la oportunidad de moderarse y tratar de acercarse al nivel del delantero que él siempre presumió ser. Hace un año Berlusconi fue lapidario para definir su impresión sobre Mario: “Es una manzana podrida”. Hoy, el cesto de San Siro vuelve a acoger al nueve más extravagante del mundo porque "algunos amores se van y vuelven". El primero en lidiar con ese romanticismo será su entrenador, Sinisha Mihajlovic. En asuntos del corazón, la experiencia de Mario tiene un resumen sencillo: su amor siempre se rompe de tanto usarlo. Fe de ello pueden dar Mancini (“Hay ocasiones en las que me gustaría darle un puñetazo”), Mourinho (“Es buen chico, pero ha perdido la cabeza”) o Prandelli (“Necesita parar el personaje en que se ha convertido”). Turno para Mihajlovic.
Balotelli, víctima de sí mismo y de su tendencia a la autodestrucción, está obligado a acabar con su particular leyenda. Esa que reza que es capaz de lanzar dardos a un equipo de juveniles, de incendiar su casa después de una fiesta de fuegos artificiales que se desmadró, de ser fotografiado con miembros de la camorra, de gastarse una fortuna una noche en el casino, de donar sumas de dinero a niños desfavorecidos, de regalar mil libras a un indigente que vagaba por las calles, de acumular más de 10.000 libras esterlinas en multas de circulación o de perseguir a varios hinchas del Dinamo de Kiev con la intención de darles una buena paliza. Nació enfadado con el mundo. Este es su último tren. Y los aficionados le van a exigir que lo coja o que se baje para siempre.
A su llegada, Mario prometió lo imposible a los hinchas: "Espero sólo entrenar y demostrar, trabajar y no hablar". Curtido en estas lides, el Millán ha impuesto una serie de cláusulas de buen comportamiento en su contrato. No podrá dañar la imagen de su club a través de las redes sociales – su actividad será supervisada-, tendrá prohibido salir de noche, no tendrá permiso para estar en discotecas, tendrá que dejar de fumar (sic), no podrá consumir alcohol y no podrá llevar peinados y ropas extravagantes. Es decir, Balotelli no podrá ser Balotelli. O al menos, ser el Balotelli que siempre ha querido ser. Quién sabe si no habría sido más sencillo no fichar a un buen jugador, que no una estrella, firmándole un contrato que el propio futbolista, con total seguridad, tiene muy complicado cumplir. Dentro del campo dice ser Tyson y fuera, se ve como un aprendiz del Papa. Es Balotelli, único, extravagante e incontrolable. Este es su último tren. Redención o descenso definitivo al infierno del olvido.
Rubén Uría / Eurosport
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