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Blog De la Calle: Clonazepam y milongas

Fermín de la Calle

Actualizado 17/06/2018 a las 07:32 GMT+2

Argentina juega sin mapa del tesoro. Ejército de ñoquis que guitarrea sin letra con Messi como Sísifo buscando el barrilete cósmico. Una milonga, pero la banco.

Leo Messi, triste tras fallar un penalti en el Argentina-Islandia

Fuente de la imagen: Getty Images

Admitamos que Argentina fracasa por encima de sus posibilidades. Decepción tras decepción hasta la victoria final. Una albiceleste sin fútbol ni discurso aplastada por el peso de unas expectativas insanas para una selección que, en realidad, solo brilló del 78 al 90. No festeja desde la Copa América del 93 y se ha convertido en un equipo disfuncional. Una selección marcada por su pasado, que se arrastra por el presente abrumada por un futuro que no llega.
A Rusia llega un grupo gobernado por la cólera del inflamable Sampaoli, que chicanea en la sala de prensa, para maquillar el vacío futbolístico de esta albiceleste con más verso que fútbol. Juega sin mapa del tesoro ni respeto por la pelota. Un ejército de ñoquis que guitarrea sin letra mientras se sienta a esperar que Messi frote la lámpara. Y ocurre que Leo no es Diego, el tiempo no se paró en México 86 y los rivales dejaron de ser molinos para convertirse en gigantes.
Esta Argentina de Sampaoli, discípulo de la tercera vía de Bielsa, parece haber perdido hasta la llama eterna de sus hinchas. Su once es un popurrí de carrileros sin centro, mediocentros sin jerarquía, delanteros alérgicos al gol, extremos sin gambeta y demás inventos de las caóticas pizarras de su peculiar nómina de seleccionadores en esta travesía del desierto: Pasarella, Bielsa, Pékerman, Basile, Maradona, Batista, Sabella, Martino, Bauza, Sampaoli...
Aquellos fieros 5 de antaño que guapeaban a cualquiera son hoy tipos de pierna de madera y fútbol perezoso. A su mediocampo no le llega el agua al tanque, los volantes ya no conducen, los enganches no enganchan y en la banda cambiaron a los extremos por algún perejil a pierna cambiada. Sus delanteros ya no rompen las redes y la debilidad de su defensa es indigna de una selección con una historia de zagueros feroces y arqueros milagrosos.
Sin hambre en defensa, talento en el mediocampo y verticalidad en ataque, los partidos, indistintamente del rival, se le hacen bola. Son incapaces de masticarlos y se atragantan en una pesada digestión sean peruanos o islandeses. Tanto da.
Toneladas de tribunerismo en el césped, la pizarra y la sala de prensa ganando tiempo hasta que resuelva el ‘pecho frío’ de Leo. Un apesumbrado Messi que interpreta a Sísifo en busca del barrilete cósmico. Un mago sin varita, Piazzola sin bandoneón. Sumando a todo ello la obligación innegociable de ‘maradonear’ en cada jugada al tiempo que soporta las cargadas de su hinchada. Messi y diez más. Messi y diez menos.
No hay un plan. Nadie se asocia. Nadie se mueve. Todos esperan a que Leo acuda al rescate. Un Messi lánguido que juega cómo quien se tumba en el diván para ahuyentar sus fantasmas tratando de justificar su argentinidad en un ejercicio que, sin duda, le pasa factura en el campo. Leo ya no ríe ni disfruta. Lo advertía Calamaro en ‘Clonazepam y circo’: “Demasiada camiseta y cada vez menos gambeta, la sonrisa cuesta más”. Esta Argentina es una milonga, pero yo la banco
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