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Blog De la Calle: Lopetegui, al borde la ratificación

Fermín de la Calle

Publicado 04/10/2018 a las 13:38 GMT+2

La zona de confort de Lopetegui es la pizarra y el Real Madrid más que un entrenador necesita un estadista. Sin Cristiano no hay gol y sin gol, no hay paraíso.

Julen Lopetegui, Real Madrid

Fuente de la imagen: EFE

Julen Lopetegui se aferró al banquillo del Real Madrid como quien se sube al último tren. Con un Mundial en ciernes, el vasco no dudó un segundo y aceptó el ofrecimiento envenenado de Florentino Pérez. "Nadie dice no al Real Madrid", comentó entonces ufano. Falso. Joachin Löw (en varias ocasiones), Massimiliano Allegri, Mauricio Pochettino, Jürgen Klopp y Julian Nagelsmann habían rechazado esa misma oferta días antes. Precisamente por eso Florentino llamó a la puerta de Lopetegui en una maniobra con más marketing que enjundia.
Lopetegui heredaba un equipo campeón venido a menos. Un grupo con una atmósfera viciada por la suficiencia del éxito y un vestuario empachado de sí mismo y especialmente de su presidente. Zidane había detectado ese hastío y los desencuentros entre los jugadores y el presidente, a la par director deportivo, peligrosa bicefalía que ha aumentado el autoritarismo indisimulado de Florentino. Cristiano forzó su salida debido a su relación irreconducible con el "ser superior", Kovacic se cansó de esperar una oportunidad, James se aburrió de Zidane y Morata, de limpiarle las botas a Benzema. La mejor plantilla de la historia del Real Madrid, la de hace dos temporadas, se ha descapitalizado fruto del distanciamiento paulatino entre los despachos y el banquillo, entre la moqueta y el césped.
Zidane se cansó de esperar un central o un especialista defensivo que nunca llegó. De ver cómo el orgullo de Florentino competía con el ego de Cristiano y tras conquistar contra pronóstico la tercera Champions se retiró en la cúspide, consciente de las males estructurales que amenazaban a su plantilla en este curso. Sin embargo, Lopetegui irrumpió con la ilusión de un becario. Cierto es que llegaba de reactivar a una selección achacosa con la sangre joven de los talentos que dirigió en la Sub-21. Pero el Real Madrid es más que una pizarra, más que un vestuario obediente y sobre todo más que entrenar tres semanas de cada tres meses.
Lopetegui coqueteó con Bale y Benzema buscando complicidad a la hora de asumir galones tras la salida de Cristiano y reclutó la implicación de discípulos como Isco o Asensio, a los que prometió días de vino y rosas. Pero el Real Madrid más que un entrenador necesita un estadista. Los ingredientes del éxito en estos entorno devastador trascienden a la pizarra, zona de confort de Julen. Lopetegui no gestiona aún con solvencia los egos de un vestuario en el que sus porteros le observan con recelo, Mariano le dedica miradas afiladas y Modric no empatiza con él.
El vasco se ha ganado el favor de la clase media y de algunos pesos pesados con los que había entablado relación en la selección. Ceballos, Asensio o Isco disfrutan de protagonismo con una pelota que pasa mucho por sus pies, pero que acaricia menos veces de las recomendables las redes rivales. Después de perder la final de la Supercopa de Europa en Tallin ante el Atlético, lo que molestó sobremanera al presidente, ha quedado claro que el Real Madrid adolece de algo que nunca le faltó durante el mandato de Florentino: la exuberancia goleadora.
El Real Madrid ha dejado de ser el equipo que sabes que te va a ganar para convertirse en un rival perezoso y vulnerable lejos del Bernabéu. El Real Madrid ya no mata. Con la excelencia perdida por la marcha de Zidane y con el señorío lastimado por las innumerables sentencias recibidas por sus jugadores por fraude fiscal, ahora el Real Madrid ha perdido hasta la pegada. Y sin gol no hay paraíso.
Florentino sabe que matar al mensajero, especialmente después del revuelo que se organizó tras el fichaje de Lopetegui antes del Mundial, es contraproducente para él. Será señalado como un agitador sin escrúpulos que lleva a la deriva a un club al que ha endeudado durante los próximos 35 años con la connivencia de una asamblea de socios compromisarios sospechosamente afín. Al técnico blanco le alivia el dubitativo inicio de un Barça que ha perdido el aroma a la Masia y de paso cierta regularidad en sus resultados. Pero el terreno comienza a picar hacia arriba para Lopetegui, al que grada, presidente y jugadores miran con el escepticismo de quienes observan al condenado que va camino del cadalso. El vestuario no le ha hecho la cama a Julen, entre otras razones porque se trata de un técnico laxo que evita el enfrentamiento. Pero Lopetegui está a un paso de ser ratificado. Y ya se sabe...
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