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Blog De la Calle: Pratto congela La Bombonera

Fermín de la Calle

Actualizado 11/11/2018 a las 21:57 GMT+1

El ex de Boca anotó el primer gol de River y fue protagonista indirecto del segundo. River fue mejor, pero Boca sobrevivió por pegada y por su arquero, Rossi.

Boca Juniors-River Plate

Fuente de la imagen: Getty Images

Lucas Pratto llegó a La Bombonera en 2004. Tenía 16 años y aterrizó procedente del club Defensores de Cambaceres avalado por una de las figuras legendarias del mundo xeineze, probablemente el delantero más carismático de la historia azul y oro: Martín Palermo. Pratto se consagró campeón de 5ª división junto al hoy rayista Óscar Trejo anotando más de 20 goles. Sin embargo desde el club se decidió cederlo para foguearlo y se marchó a Tigre en 2007 y a Noruega, al rocambolesco Lyn Oslo, en 2008. Regresó a Boca en 2009 y después de jugar dos partidos se marchó cedido a Unión de Santa Fe, para después ser incluido en la operación del traspaso de Gary Medel con Universidad Católica y finalmente fue vendido al Genoa.
Pratto se ha cobrado venganza de aquel desaire que recibió de los técnicos y dirigentes de Boca. Por más que Palermo le señalase como un delantero de potencial, Lucas terminó por emigrar buscando las oportunidades que le negaban en La Bombonera. Hoy Pratto, que no se haíia mordido la lengua en la previa: "Somos más equipo y tenemos más carácter", ha festejado dos goles con la camiseta de River Plate en La Bombonera (aunque en el segundo contó con la ayuda del defensa rival Izquierdoz). Y no en un partido cualquiera. En la final de la Libertadores. La venganza se sirve en plato frío.
Un Boca-River acumula demasiada emotividad en la grada y demasiada tensión en el césped como para que se le presuponga además cierta excelencia futbolística. A nadie le importa si sale mejor o peor partido, salvo a quienes no le va la vida en ello. Algo impensable en Argentina, donde todo el país se posiciona ya sea por filias o fobias, por amables recuerdos o venganzas pendientes.
La final de la Libertadores arrancó sin agua (pese a que solo 24 horas antes fue suspendido por el diluvio universal), sin aficionados de River en el barrio de la Boca y sin Gallardo en las inmediaciones del campo. Boca saltó con las clásicas dudas que genera el equipo del Mellizo, un equipo que vive de las asociaciones puntuales de sus jugadores y de la pegada de futbolistas como Benedetto, que arrancaba en el banquillo pese a ser la figura en la semifinal con sus goles.
Comenzó tenso el partido. Con un River más identificado con la filosofía de juego que ha implantado Marcelo Gallardo durante estos cinco años y más de 200 partidos en el banquillo millonario, llegando a festejar incluso una Libertadores. Un equipo más automatizado, más engrasado, más reconocible. De hecho, llegó a disponer de un par de ocasiones que Rossi, el portero de Boca, supo sacarse de encima. Los futbolistas de River no parecían intimidados por el ambiente asfixiante de la grada. La electricidad ambiental solo necesitaba una chispa para explotar. Y estalló cuando Ábila recogió un balón para batir a un Armani dubitativo pasada la media hora. La grada aún se abrazaba festejando el gol local cuando Pratto empataba para los visitantes en la siguiente jugada. Cruce de golpes. Los dos alcanzaban acertaban con la mandíbula del rival.
Más complicada de digerir fue la marcha de Pavón para la grada bostera, un jugador desequilibrante que se iba lesionado entre lágrimas entrando al campo el resucitado Benedetto. El Pipa anda reivindicándose tras sufrir una inoportuna lesión de gravedad que le hizo perderse el Mundial de Rusia, cita en la que tenía depositadas muchas expectativas del delantero. Media Europa le miraba de reojo cuando el infortunio le dejó en casa en verano.
Pero Benedetto, cuya vida se puede descubrir en los tatuajes de su piel, saltó al campo con la seguridad de quien se sabe superior, de quien se reconoce tocado por el don del fútbol: el gol. Y cuando el primer acto echaba el cierre, Benedetto apareció en escena y dejó su firma en el Superclásico de los clásicos con un testarazo que terminó besando las redes de Armani. Gol y Boca se iba a la ducha arriba.
Cerraban una primera parte áspera, con mucho juego subterráneo, con demasiadas cuentas pendientes. Una final de pierna dura, como cualquier Boca-River, por lo que fue o lo que será. River era mejor, Boca era más contudente. Los del Monumental bailaban alrededor de su rival, pero Boca mandaba a la lona a la Banda cada vez que le lanzaba un directo. El xeneize Agustín Rossi, un arquero continuamente cuestionado por su hinchada, era el héroe local. Los de Gallardo naufragaban por su vulnerabilidad. River jugaba, Boca competía.
La segunda parte mostró a un River confiado y más afilado. A nadie extrañó que llegase el segundo gol de Lucas Pratto que empataba la final a la hora de partido. El delantero de La Plata vacunaba a los bosteros, que años antes le dieron un portazo y le invitaron a irse. Pratto agigantaba su figura y premiaba los méritos millonarios. Ni el corazón de los futbolistas xeneizes ni la salida al campo en el último cuarto de hora de otro mito como el Apache Tévez sirvió para doblegar a River, que se fue de La Bombonera con la cabeza alta y una mezcla de satisfacción y alivio por salir vivo del barrio de la Boca. El colmillo de Pratto le dibujó la sonrisa a la Banda, que ahora tiene ventaja en Monumental. Debe ganar ante su gente.
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