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Blog De la Calle: Sudando samba

Fermín de la Calle

Publicado 18/06/2018 a las 14:50 GMT+2

Brasil reniega del 'jogo bonito' en nombre de la cultura exitista del país. Pero el talento no se industrializa y la indolencia estrellas de Tite se paga caro.

El gol de Suiza

Fuente de la imagen: Getty Images

La Brasil de Tite, máquina diseñada para conquistar la sexta estrella, se echó a dormir y se dejó empatar por un equipo discreto como Suiza. La selección favorita en las apuestas decepcionó en su arranque a un país que solo contempla un escenario: el triunfo de los suyos en Rusia. A nadie le preocupa la propuesta estética de la canarinha ni le inquieta el dibujo táctico. Brasil ha asumido la cultura del exitismo. Ganar pese al fútbol, podría argumentarse.
Con Tite el equipo ha ganado consistencia defensiva, ha generado una serie de automatismos que convierten a la anárquica selección brasileña en un hueso duro de roer. Si la 'Tragedia de Sarriá' ante Italia escribió el epitafio del jogo bonito, la del Mineirao ante Alemania (1-7) supuso un punto de inflexión. El episodio más negro de la historia del fútbol brasieño borró para siempre cualquier pretensión manierista de los brasileños para recuperar el caparazón que les llevó en el 94 a conquistar el Mundial con aquel mediocampo: Mauro Silva-Dunga-Mazinho. Dunga, icono del trivote, la "aberración futbolística más grande de Brasil", llegó a dirigir de un Brasil que mantenía una relación traumática con la pelota. El mismo Dunga que al levantar la copa de campeón del mundo en Pasadena gritó a los periodistas: "Esta va por ustedes manga de traidores hijos de puta".
El europeizado Tite es un tipo más pragmático que ha optimizado sus recursos. Su pizarra tiene cintura para asociar en una banda a Marcelo y Neymar, jugadores descomunales ofensivamente y deficientes en los defensivo. Y al tiempo la siembra de factores correctivos en defensa con la presencia de jugadores como Casemiro o implicando en labores más sacrificadas a William, Paulinho e incluso Gabriel Jesus, su 9 y el primer defensa del equipo.
Sin embargo, este Brasil con un sentido sistémico de la defensa se abandona en ataque a la pulsión de sus estrellas. Coutinho pareció justificar la propuesta con una comba que se apoyó en el palo antes de entrar, muy al estilo de las que festejaban en el Liverpool. Pero esta selección tiene tendencia, al vivir de las individualidades en ataque, a abandonarse al sopor en partidos de ritmo bajo. Y eso ocurrió ante Suiza. No hay un plan de juego establecido en ataque, donde el talento de Coutinho, las virguerías de Neymar o las subidas de Marcelo son el principal recurso. Y como el ataque de Brasil es más un estado de ánimo que un plan, su principal peligro es la indolencia. Una arrogancia calculada que no siempre sale bien porque la samba también hay que sudarla por más que el talento no se pueda industrializar.
Hay una falsa creencia popularmente aceptada en el mundo del fútbol que estabece un idilio eterno entre la 'canarinha' y el 'jogo bonito'. Un falso mito, una fantasía romántica con mejor prensa en el extranjero que en Brasil, donde el culto a la victoria tiene más militantes que está corriente lúdica que vivió su época dorada con el Brasil de los cinco 'dieces' en el 70 y el de Tele Santana del 82.
Las victorias en 1958, 1962 y 1970 cultivaron en la hinchada brasileira un gusto por el exitismo que arraigó con fuerza en un fútbol que hoy idolatra al "ganador" Tite. Hay decenas de casos que ejemplifican esa cultura del triunfo sobre el estilo. Politheama es uno de los equipos más populares de Brasil. Un equipo que nunca ha jugado el Brasileirao ni ganado una Libertadores. Politheama, que viene del griego poli (muchos) y theama (espectáculos), es el equipo creado por Chico Buarque hace 30 años para jugar los fines de semana junto a sus amigos músicos. Por allí han pasado, además de los principales cantantes cariocas, estrellas de la música como Bob Marley o futbolistas como Pelé.
Durante su exilio en Roma Buarque se convirtió en cicerone de Garrincha en el verano de 1969. Mané aterrizó en Torvaianica junto al gran amor de su vida, la cantante Elza Soares, y colgó las botas para dedicarse a la promoción del Instituto Brasileño del Café, que le pagaba mil dólares al mes. Una tarde Araujo Netto, el corresponsal del 'Jornal do Brasil' en Roma, le invitó a visitar el apartamento del músico. Chico y Garrincha entablaron amistad y el músico se convirtió en el confidente del futbolista, que aprovechaba cada oportunidad que tenía para dar unas patadas al balón, ya fuera en plazas con niños o en fábricas con obreros. Años después de aquello Buarque fundó el Politeama, del que presume que "tras casi 3000 partidos oficiales nunca encajó una derrota y solo concedió algunos empates". Una competitividad que ha quedado inmortalizada en su himno, que reza: "Politeama, Politeama, el pueblo clama por usted / Politeama, Politeama, cultiva la fama de no perder".
Uno de los jugadores que se enfundó en varias ocasiones la camiseta del Politeama fue Sócrates, cuyos hermanos Sóstenes y Sofócles no lograron hacer carrera futbolística. Sindicalista, demócrata y estrella del Flamengo, el Doctor fue una de los rostros más reconocibles del 'jogo bonito'. Un equipo que cosechó una derrota icónica en el desaparecido Sarriá. "La derrota de aquella selección fue terrible para el fútbol, ya que institucionalizó el pragmatismo resultadista el fútbol. Nació esa dicotomía estúpida que dice que con el jogo bonito se pierde. Era un orgullo ver jugar al equipo de Santana", apunta el periodista brasileño Mauro Beting.
Brasil aterrizó en Río de Janeiro dos días después de aquella derrota ante Italia. Allí estaba otro músico, Toquinho, esperando a su amigo Sócrates, al que recibió como si hubiera ganado el Mundial. Preguntado por la derrota, Sócrates, que fumaba desde los 13 años, se encendió un cigarrillo, y respondió: "¿Perdimos? Mala suerte para el fútbol".
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