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Blog Uría: André Gomes y los valores

Rubén Uría

Publicado 11/03/2018 a las 02:32 GMT+1

Cualquier profesional del fútbol sabe que lo más difícil de este deporte es cambiar los pitos por aplausos. Ese es el Everest que tiene que escalar André Gomes.

André Gomes posa con el escudo del Barça

Fuente de la imagen: EFE

No hay partido en el que algunos, con grandes dosis de crueldad, dejen caer que André Gomes es cojo. Lo que no es, es sordo. Ante el Atleti, escuchó los abucheos de parte de su afición el día que su equipo se jugaba media Liga y lejos de reprender al público en caliente, acabó el partido dignamente, pasó por el vestuario, se cambió y después de pasar un mal trago, agradeció al público que le había pitado por apoyar incondicionalmente al equipo. André no es sordo. Escucha perfectamente. Y a pesar de su hondo pesar, sigue hacia adelante, a pesar de estar viviendo un auténtico calvario desde que aterrizó en el Camp Nou. Y el tormento se vuelve aún más crudo si el día que sustituye a un compañero lesionado, con el ánimo de contribuir al triunfo del equipo, parte de su afición le dedica una sonora pitada.
De André Gomes se pueden escribir cien teorías. Se puede discutir sobre su elevado precio – cuando se pagó y se decía que el Madrid iba detrás el chico, a todo el mundo le pareció fantástico-, se puede poner en solfa su rendimiento y también especular sobre si alguna vez será capaz de poder aprovechar alguna de las oportunidades que los entrenadores le están dando. Se puede ser incluso un punto más cruel y decir que lo suyo es indefendible, que la camiseta le pesa un quintal, que la plaza le queda grande o que empeora al equipo en vez de mejorarlo. Todo eso se puede decir de André Gomes, porque no todos los grandes jugadores que han llegado al Barça han triunfado. Algunos, incluso con más calidad, se han quedado en el camino. Es así. La vida, por suerte o por desgracia, no termina ni empieza en el Barça.
A André lo quiere el vestuario, lo valora el entrenador y lo pita la grada. No es plato de buen gusto ser repudiado en casa, porque destruye tu autoestima. Y eso, se nota en cada jugada, lance, conducción, balón y decisión. Si tiene que regatear, se inhibe. Si tiene que chutar, pasa. Si tiene que correr, se frena. Sabe que está en la cuerda floja, que cada partido es un examen, que cada balón es un plebiscito y que cada fallo es una bofetada de descrédito. Jugar a fútbol con miedo es dificilísimo. Y con ese nivel de presión popular, casi imposible. Para afrontarlo, se necesita voluntad de hierro, mentalidad de granito y personalidad de acero. Cualquier profesional del fútbol sabe que lo más difícil de este deporte es cambiar los pitos por aplausos. Ese es el Everest que tiene que escalar André Gomes. Que jugará peor o mejor pero no es ni cojo, ni sordo.
Es posible que André no vista de azulgrana la próxima temporada y se recuerde su paso por el Camp Nou sin pena ni gloria, pero sería conveniente que el barcelonismo reflexione sobre la crueldad extrema a la que se está sometiendo a uno de los suyos, al que, partido tras partido, convierte en un saco de boxeo, en carne de meme, en cero a la izquierda al que maltratar y veja con impunidad. Si el barcelonismo quiere seguir insistiendo en que el nivel futbolístico de Gomes es indefendible, está en su derecho, por más apoyo que reciba de club, vestuario y técnico. Sólo faltaría. A lo que no hay derecho es a maltratar así a uno de los tuyos, en tu propia casa, cuando está en juego media Liga. Uno no sabe si André jugará ante el Chelsea o no, pero lo que sí sabe es que un hombre que sufre una bochornosa pitada de los suyos y contesta, de manera elegante, agradeciendo al público su apoyo al equipo, merece algo de respeto. Esos sí son los valores del Barça. Lo otro, no.
Rubén Uría / Eurosport
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