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Blog Uría: Grandes cada vez más pequeños

Rubén Uría

Publicado 07/05/2018 a las 12:13 GMT+2

No hablan nunca de los árbitros, pero hablan. Nunca hablan del rival, pero hablan. Presumen de valores, pero no los demuestran. Hablan de ayudar a los árbitros, pero se tiran, fingen y patalean a la primera de cambio.

Jordi Alba, Paulinho (Barcelona), Lucas Vázquez (Real Madrid)

Fuente de la imagen: Getty Images

Agua, barro y basura crían buena verdura. Lo de anoche, además de un buen partido, acabó convertido en un lodazal. Todo enfangado, cubierto de barro, por protagonistas de conductas irreconocibles, jaleados o vituperados por parte de un periodismo que deforma la profesión con los tacos por delante. Al punto que muchos aficionados de uno y otro equipos sacaron la conclusión que habían sido gravemente perjudicados. O peor, robados. Unos y otros, atrapados por esa histérica lucha mediática basada en proclamar que el contrario atraca pero ellos no roban, se entregaron al ejercicio de cinismo permanente que consiste en defender la camiseta propia mientras se ensucia la ajena. Es lo que hay. Embutidos en sus desventuras arbitrales, sus lloros sistemáticos, sus conspiraciones de todo a cien y sus manos negras ridículas, siguen batiendo, clásico tras clásico, el récord mundial de demagogia. Hace años, escucharles quejarse de los árbitros tenía su gracia. Ahora da vergüenza ajena. Mucha.
Resulta kafkiano que dos superpotencias con presupuestos de mastodontes, calendarios a la carta y los mejores jugadores que el dinero puede comprar, sigan insistiendo en su letanía arbitral, hasta el infinito y más allá. Inasequibles al desaliento, en una actitud tan cínica como hipócrita, siguen acusando a su eterno rival de usar malas artes, de ser favorecido de manera sistemática y de tramar episodios oscuros, usando el señorío y los valores como armas arrojadizas, propias del “original” recurso del “y tú más”. Unos y otros juegan una partida con las cartas marcadas, haciéndose unas veces las víctimas y otras los ofendidos. No hablan nunca de los árbitros, pero hablan. Nunca hablan del rival, pero hablan. Presumen de valores, pero no los demuestran. Hablan de ayudar a los árbitros, pero se tiran, fingen y patalean a la primera de cambio. Hablan de compañerismo entre jugadores, pero no dudan en ser chivatos, delatores y actores, incluso de manera miserable, sin dejar de mirarse a ombligo.
Llevan tanto tiempo viviendo en una realidad paralela, que se han creído sus propios disparates y culpan al empedrado de sus propios errores. O peor. Pasan tanto tiempo gozando de amabilidad arbitral en relación al resto de competidores, en España y en Europa, que cuando reciben el mismo arbitraje que los demás, se sienten no sólo perjudicados, sino atracados, robados, estafados o cualquier cosa que acabe en -ados. Es lo que tienen los placebos arbitrales prefabricados, a conciencia, por un parte de un periodismo que hace negocio de la crispación y del enfrentamiento, que tiene el cuajo de vender moralinas cuando la sangre llega al río. En otro tiempo, cuando el fútbol movía menos dinero, cuando los periodistas eran relatores de hechos y no activistas militantes, cuando el periodismo existía para combatir el poder y no para aliarse con él, esta pamema habría tenido menos recorrido. Hoy interesa el fútbol avinagrado, conspiranoico, quejica y sobre todas las cosas, acusica.
Sí, el árbitro no estuvo bien. Y los jugadores le ayudaron entre poco y nada. ¿El VAR? Si se implanta, no arreglará esto. Con él no se acabará la polémica, porque no se podrá rearbitrar todo, sino situaciones concretas. La tecnología ayudará al árbitro a tener menos errores, pero no aplicará un arbitraje perfecto. Eso no existe. Somos incapaces de convivir con el error arbitral y la educación de los jugadores, de los periodistas y de los hinchas no la arreglará el VAR. Los lloros de los poderosos, tampoco. Sus altavoces, capaces de llenar de barro y porquería cualquier partido, tampoco. El VAR tampoco va a arreglar a los jugadores cobardes, a los chivatos, a los que pegan, a los que fingen agresiones y a los que hacen pucheritos porque no les hacen el pasillo o porque la abuela fuma. Y por supuesto, el VAR no va a poder arreglar el espectáculo de ver cómo los que dicen ser más grandes, con sus comportamientos infantiles, se están volviendo cada vez más pequeños.
Rubén Uría / Eurosport
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