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Blog Uría: Real Sociedad, del elogio a la depresión

Rubén Uría

Actualizado 19/03/2018 a las 16:48 GMT+1

El curso pasado, la Real coleccionó elogios. Hoy es un equipo que se ahoga en un chupito de agua. El club ha movido ficha: ha prescindido de Loren y Eusebio.

Eusebio Sacristán (Real Sociedad).

Fuente de la imagen: EFE

Con la irregularidad por bandera, con de futbolistas de mejor pie que carácter y más calidad que gen competitivo, la Real Sociedad se ha diluido, devorada por las dificultades del curso. Eliminada con bochorno por un Segunda B en Copa – Lleida-, fuera de Europa antes de tiempo frente a un equipo asequible – Salzburgo- y en tierra de nadie en Liga – después de un comienzo fulgurante-, la Real ha sido víctima de sí misma, comprobando que el elogio debilita y que la inacción se paga, hasta instalarse en la duda. Ante un clima de descontento general, el club ha tomado cartas en el asunto, aplicando una terapia de choque para mitigar un fin de campaña con más pena que gloria. El club, desmemoriado para unos y blando para otros, ha movido ficha. Fuera el director deportivo y fuera el entrenador. Adiós Loren, adiós Eusebio. Adiós los dos.
Dicen que toda vez que Anoeta rompió a gritar aquello de “Loren, vete ya”, el director deportivo más longevo de Primera decidió presentar su dimisión de manera irrevocable. Fuese inducida o voluntaria, el Consejo se la aceptó y rescindió un contrato renovado hace un año, que expiraba en 2019. En su haber, sendas clasificaciones para competiciones europeas y el liderazgo de un proyecto que arrancó en Segunda, hoy consolidado en Primera. En su debe, la controvertida planificación deportiva del presente curso, la fuga de jugadores diferenciales y el desgaste progresivo de su figura respecto a la grada, que le culpa de que una temporada ilusionante haya acabado en un concurso de disparates. Otro que sale del club es Eusebio Sacristán, hijo de los resultados. Loado en la victoria y criticado en la derrota, con mejor prensa fuera de Donosti que dentro, Eusebio rescinde contrato a caballo entre un fútbol académico y un epílogo castastrófico. En su haber, dotar al equipo de un estilo reconocible, dinámico, alegre y ofensivo. En su debe, defraudar las expectativas que él mismo alentó – llegó insinuar que la Real alcanzaría el estatus del Atleti de Simeone-, no encontrar soluciones para seguir evolucionando al equipo y no tener antídoto para una epidemia de fallos defensivos que convirtió a la Real en una máquina de perder balones, encajar goles y demostrar falta de ardor guerrero.
El curso pasado, la Real acaparó los elogios unánimes de los estetas del fútbol. Hoy es un equipo que soluciona problemas al mismo tiempo que los crea, que rinde por debajo de su nivel, que no tiene rebeldía y que se ahoga en un chupito de agua. La metamorfosis del equipo ha sido digna de estudio: de la sobredosis de almíbar del curso pasado a la depresión del momento actual. Hasta final de temporada, el banquillo será para Alguacil, receta casera. Y de aquí al 30 de junio, el objetivo pasa por frenar el descrédito cada fin de semana. La Real ha tomado su decisión. Para muchos, traumática. Para otros, tardía. Fuera de Donosti se considera una decisión precipitada, desmemoriada e impopular. Dentro se enmarca en un contexto en las antípodas: se aplaude, comparte y busca un discurso nuevo, donde prime la exigencia por encima de la popularidad. La Real es un club muy particular, pero no es inmune a la ley no escrita más universal del fútbol: lo importante es ganar. Y cuando no lo haces, tarde o temprano, o cambias o te cambian.
Rubén Uría / Eurosport
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