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Ibrahimovic: solista perfecto, alma incorregible

Rubén Uría

Publicado 28/05/2015 a las 17:18 GMT+2

Pregunta: ‘¿Quién crees que pasará la eliminatoria entre Portugal y Suecia?’ Respuesta: ‘Eso sólo Dios lo sabe…’. Pregunta: ‘Eso es muy difícil, no está aquí para poder preguntarle…’ Respuesta: ‘Estás hablando con él’. (Risas)

Eurosport

Fuente de la imagen: Eurosport

George Best desmintió haberse acostado con siete Miss Mundo porque, ‘en realidad, sólo fueron tres’ y dijo que, ‘de haber nacido feo, no habríais oído hablar de Pelé’. Aquel norirlandés que hizo honor a su apellido gastando un montón de dinero en coches, mujeres y alcohol, para malgastar el resto, hoy encuentra relevo en Zlatan Ibrahimovic. Su fuerte personalidad se incrusta en su potente carrocería, modelada por un amasijo de músculos, colocándose a la altura de su imponente estatura de gigante vikingo: ‘No me gusta la idea de ser el segundo o tercero. Eso para mí es ser el último. O soy el primero, o nada’. Ganador patológico, rebelde sin más causa que la primera persona del masculino singular, se define como un animal competitivo y un ser políticamente incorrecto: ‘En la vida te tienes que mantener fuerte y no dejarte pisar por nadie. Si tú me respetas, yo te respetaré a ti. Me gusta la gente que habla claro y dice las cosas como son’. Con él o contra él.
Forjado en Rosengard, un barrio de inmigrantes de Malmö, de mayoría balcánica y magrebí, Ibrahimovic tuvo que compartir lo poco que tenía con otros niños, mientras sufría la traumática separación de sus progenitores. De madre croata y padre bosnio, pasó la mayor parte de su niñez en el guetto, pegado al televisor, alternando viejos combates grabados de boxeo de su tío con sesiones interminables de películas de Bruce Lee. No comía demasiado: ‘De pequeño no pasé hambre. Pasé mucha hambre’. Solía jugar en una pista de cemento que hoy lleva su nombre. Quién se lo iba a decir a aquel chico enclenque que, dicen, era un poco crecido y solía reírse de otros alumnos en el colegio. Marcado por una infancia complicada y víctima de un carácter problemático, encontró su lugar en el mundo gracias al fútbol.
Un reportaje excelente de Guillermo G. Uzquiano, publicado en el diario As, revelaba que, por aquellos entonces, sus compañeros de equipo no recelaban de su calidad, pero sí de su forma de caminar por la vida. El capitán del equipo alegaba que era “un chico problemático”, mientras que la estrella del club, Niklas Kindvall, pensaba que era “tremendamente egoísta”. Él, orgulloso de su alto concepto de sí mismo, confesaba: ‘Sé que soy difícil, pero el fútbol debe ser divertido. Si no lo es, no vale la pena jugar’. Con 18 primaveras recién cumplidas, Leo Beenhacker quedó impresionado por su talento y decidió reclutarlo para el Ajax, que pagó casi 9 millones de euros de la época para fichar a un chico del que se esperaba fuera el nuevo Marco Van Basten. Con 12 años había entrado en el Malmö, con 14 tenía talento para robar bicicletas, con 15 pensaba dejar el fútbol para trabajar en los muelles, con 16 pegó el estirón, con 18 debutaba en el primer equipo y con 18, el Ajax pagaba por él un traspaso récord. Había nacido una estrella.
Un año antes de firmar por el club holandés, Ibra recibió una oferta importante del Arsenal inglés, porque Arsene Wenger quería que fuera el delantero centro de su nuevo proyecto. Ibra la rechazó de plano. ‘Querían hacerme una prueba. Wenger quería ver si era realmente bueno, qué tipo de jugador era, que pasara una prueba y yo no me lo podía creer. Pensé, o me conocen o no me conocen. Y si no me conocen, es que realmente no me quieren’. Dicho y hecho. Su respuesta a Wenger fue contundente: ‘Le dije que de ninguna manera Zlatan pasaba una prueba’. Ni falta que hizo, porque en Holanda la rompió después de hacer realidad su primer capricho, comprarse un flamante deportivo, un Lamborghini Diablo de color lila. Muy pronto acabaría por captar la atención de los ojeadores de los grandes de Italia. Nómada del gol, Zlatan es el jugador que más dinero ha movido en traspasos en toda la historia del fútbol. Primero fue traspasado del Malmö al Ajax, para después fichar por Juventus, Inter, Barça, Milan y PSG, equipos que le han colocado en un escalafón inalcanzable dentro de la industria: sus fichajes han movido casi 200 millones de euros. Una mina de oro para la cuenta corriente del sueco. Y para Mino Raiola, su agente, otro carácter, que llegó a recomendar a Cruyff y Guardiola su ingreso en un psiquiátrico. El mismo Raiola que anunció que Ibra tenía un 99% de posibilidades de cumplir su contrato en el Inter, antes de irse al Barça. El mismo que, antes de hacerse oficial la mudanza a París, llegó a decir a los medios de comunicación que su pupilo estaba “tan cerca del PSG como Estados Unidos de China”. Ibra tiene un representante acorde a su modo de ser. Ahora bien, tampoco le hace falta. Él es un extraordinario relaciones públicas de sí mismo: ‘Soy el mejor jugador del mundo. Me siento así, lo creo’. Y él se lo cree. A pies juntillas.
Hoy, a sus 31 años, se ha consagrado como uno de los artistas más reconocibles del fútbol mundial. Dicen sus fiscales que falla en los partidos grandes, que si está desmotivado, desaparece. Es posible, pero cuando está en trance, cuando está inspirado, está a la altura del mejor. Su patrimonio, indiscutible, consiste en una creciente colección de goles imposibles, casi cósmicos, que compite codo con codo con el museo particular de genios como Dennis Bergkamp, Marco Van Basten o Diego Maradona. Su primera obra de arte, que le puso en el mapa futbolístico mundial, fue en un Ajax-Breda, donde se fue de cinco jugadores, amagó hasta en cuatro ocasiones y acabó empujando a puerta vacía después de mandar al portero al piso. El locutor fue explícito en su narración del tanto: ‘Maradona…Zidane…Ibrahimovic’. Luego llegó aquel taconazo inverosímil a Italia, en la Eurocopa de 2004, que le encumbró a la categoría de crack absoluto. La puso en la escuadra de Buffon, que llegó a declarar ‘jamás pensé que vería un gol así’. Más tarde aquel libre directo teledirigido, de efecto brutal, que incrustó, a 124 kilómetros por hora, en la portería del Palermo, defendiendo la camiseta del Inter. En el vecino y rival del Inter, el Milán, firmaría otro sputnik de más de 110 km/h ante el Brescia. En París, su último destino, ha desplegado lo más granado de su repertorio: gol espectacular ante el Marsella, repóquer de maravillas ante el Anderlecht en Champions y no hace demasiado tiempo, ante Inglaterra, añadió una chilena prodigiosa, desde 25 metros, con un remate acrobático que superó a Joe Hart y acabó reventando el índice de descargas de vídeo en el canal de Youtube. Él tiene una explicación a todo: ‘Soy igual que el vino, mejoro con los años’. De taco, de potente disparo, de falta directa, de volea, de cabeza, tras un eslálom imposible o con una maniobra sólo al alcance de los elegidos. Ibra es una factoría de goles.
Contradictorio, capaz de defender una cosa y la contraria tiempo después si no recibe el trato que cree merecer, es un carisma andante. Nada más aterrizar en la Ligue-1, espetó: 'No conozco ningún jugador de la Liga Francesa, pero todos ellos saben quién soy yo'. Estrella absoluta, ídolo de masas y flamante delantero centro del millonario proyecto parisino, cuentan que protagonizó uno de los episodios más famosos de su peculiar carrera cuando buscaba casa en La Ciudad de la Luz. No acaba de encontrar una vivienda a su gusto, así que decidió pensar en voz alta: 'Busco apartamento en París, pero si no encuentro ninguno, al final acabaré comprándome el hotel'. No hablaba en balde. Con su escandaloso sueldo anual, podría permitírselo. Cobra 14 millones de euros al año, 12 fijos y 2 en concepto de bonus. Suficiente para irritar al Elíseo y para que Valérie Fourneyron, la Ministra de Deportes francesa, pusiera el grito en el cielo por su ese fastuoso contrato. Afortunadamente para los huéspedes del hotel donde se alojaba, Ibrahimovic logró encontrar casa y no cumplió su amenaza.
Ibra siempre fue un talento precoz en cuanto a la originalidad de sus respuestas y a su sentido del sarcasmo en las entrevistas. Militando en el Malmö, antes de convertirse en una estrella mundial, dejó estupefactos a los presentes en un diálogo con un periodista que le preguntó qué le iba a regalar a su prometida con motivo de su aniversario. Se encogió de hombros, esbozó una sonrisa picarona y contestó: ‘¿Qué le voy a regalar? Nada’. A continuación, remató en plancha, señalándose el pecho: ‘Ya tiene a Zlatan’. No pudo reprimir la sonrisa. Más allá de su indiscutible tirón entre el sexo femenino y de su enorme popularidad por su indiscutible talento sobre el césped, Ibra tiene un excelente concepto de sí mismo. A falta de haber leído las memorias de Stendhal, se siente feliz de ser como es y se tiene en alta estima. Egotista convencido, suele hablar de sí mismo en tercera persona. Ejemplos: ‘Un Zlatan lesionado es algo muy serio para cualquier equipo’. ‘Lo que quiere Zlatan es marcar más goles’ o ‘Zlatan es feliz cuando el público grita Zlatan’. Su ausencia de modestia, casi siempre, linda con la arrogancia. ¿Por qué? Simplemente, según él, porque puede. ‘Si me hubiese dedicado al taekwondo, habría ganado medallas olímpicas, pero me dedico al fútbol y soy el mejor jugador del mundo’.
Ibra nunca rehúye el cuerpo a cuerpo. Es más, cuando entra en combustión, lo necesita. Sólo así se entiende su peculiar división del mundo: o estás con él, o estás contra él. Sin medias tintas. Su relación de amor y odio con Guardiola pasará a la historia como uno de los episodios más relevantes de la hemeroteca futbolística. En apenas unos meses de convivencia en el Barcelona, Ibra pasó del amor más puro y limpio [‘el Barça es el mejor del mundo’ / ‘Aquí con Pep seré el mejor y creceré’ / ‘Guardiola habla de cara siempre’ / ‘Pepe dialoga claro, tiene mentalidad de ganador, como la mía’] a un odio indescriptible [‘El Barça es un equipo mediocre’ / ‘Mi problema fue un hombre, el filósofo’ / ‘El filósofo, no va de cara, pasa por las habitaciones y ni me mira a la cara’/ ‘No tienes huevos, te cagas con Mou, vete al infierno’]. Según Ibra, el pecado de Pep consistió en ‘comprarse un Ferrari para dirigirlo como un Fiat’. Arrebatos de princesa herida, pasó de una admiración confesa a un odio extremo. Tampoco ha sido santo de su devoción Arrigo Sacchi, aquel zapatero prodigioso que revolucionó el fútbol, que en un programa de televisión tras un Milan-Auxerre. Sacchi comentó que el sueco no habría marcado uno de los goles de no haber calzado un número 47. Ese comentario inocente desencadenó la furia de Ibra: ‘Habla mucho. Que venga y me lo diga a la cara, habla demasiado en TV’. Sacchi trató templar gaitas, alegando que había expresado una opinión, con educación y sin ánimo de ofender. Ibra fue lapidario: ‘Si no te gusta como juego, no mires los partidos’. Básicamente: zapatero, a tus zapatos.
En otra dimensión, propia del amor a primera conversación, se ubica su relación con Carlo Ancelotti, y por supuesto, su empatía con José Mourinho, acaso su alma gemela. Luso y sueco comparten actividad: coleccionan trofeos y conflictos, solucionando problemas al mismo tiempo que los crean. Directos, imprevisibles y viscerales. No dejan indiferente a nadie. Dos gotas de agua que se resumen en tres frases de Ibra. La primera es una definición: ‘Mou llega, gana y se va’. La segunda, un guiño: ‘Ahora entiendo a Mou cuando viene al Camp Nou’. Y la tercera, una anécdota deliciosa: ‘Cuando abandoné el Inter, Mou me preguntó si me iba para ganar la Champions. Le contesté que sí y me replicó: pues lo siento, nosotros la traeremos a casa”. Mourinho no se equivocó.
De Messi, al que siempre exculpó de todo desencuentro en Barcelona, dijo que el Balón de Oro ‘debería llevar su nombre’, de Falcao insinuó que no entiende que use seudónimo para inspirar miedo [‘¿El tigre? A mí, para tenerme miedo, sólo hace falta verme jugar’] y de Balotelli, otro príncipe de la extravagancia, llegó a decir que ‘está bien que se compare conmigo, porque yo no me comparo con él’. El peor parado fue Stephane Henchoz, al que ridiculizó en el campo y retrató así ante la opinión pública: ‘Primero fui a la izquierda, él también fue. Ahí fui a la derecha, y él también. Después me fui a la izquierda de nuevo, y ahí él se fue a comprar un perro caliente’. Menos condescendiente fue con los jugadores de la selección de Islas Feroe, después de un triunfo sueco. ‘Nunca me he enfrentado a un equipo que llore tanto. Cero puntos en el grupo y quejándose todo el partido. Céntrate en saltar, jugar y quizá logres un punto’. Definitivamente, no vino al fútbol para hacer amigos.
Ego, luego existo, no está dispuesto a variar un solo centímetro de su discurso. Explosivo, directo, sin pelos en la lengua, presume de ser enemigo de la hipocresía. Prefiere que le etiqueten como alguien políticamente incorrecto. Maradona necesitaba que le necesitaran, Ibra necesita estar enfadado con el mundo. Su confesión: ‘Me tengo que enfadar para jugar bien, necesito decir palabrotas y ser maleducado para hacer goles’. Bingo. Nunca ha querido ganar un concurso de popularidad. En noviembre de 2001 su autobiografía fue un éxito de ventas sin precedentes. Vendió 100.000 ejemplares en su primera edición y varias librerías recibieron más de 10.000 pedidos por adelantado, cifra superior a las registradas por los libros de Harry Potter en Suecia. En 2004, un grupo musical le dedicó un hit, Zlatan, que se convirtió en la banda sonora de su selección durante la Eurocopa de Portugal, en la que su país no tuvo una actuación destacada, pero en la que él se inmortalizó después de un gol de tacón a Italia. Otro grupo musical, JJ, puso en su último álbum un tema en el que la música se mezcla con las siempre polémicas declaraciones de Ibra, en italiano, dedicadas a los periodistas. Sus frases, lapidarias, son el título del álbum: Voi parlate, io gioco. [‘Vosotros habláis, yo juego’].
Y es que, a pesar de tener buenos amigos periodistas, Ibra mantiene una intensa relación de amor y odio con los reporteros. A raíz de una fotografía junto a Gerard Piqué que revolucionó las redes sociales y dio pábulo a diferentes rumores infundados sobre su orientación sexual, fue cuestionado a propósito por una reportera de Telecinco. El sueco, harto de una foto fuera de contexto, casado y con hijos, replicó: ‘Vente con tu hermana a mi casa y verás si soy maricón’. Hay más. Tras ser expulsado por proferir todo tipo de insultos a un asistente arbitral en un partido con el Milán, destiló amabilidad hacia un cámara de televisión que hacía su trabajo a ras de césped: ‘Ahora vas y miras la repetición’ le gritó amenazante, para después sacar su vertiente más pedagógica al advertirle ‘entonces podrás comprobar que también puedo insultar a cámara lenta’. Más sorprendido debió quedarse un periodista después de un partido decidió preguntar al crack por unos arañazos en la cara, quizá heridas de guerra del partido. El sueco se acercó al micrófono y respondió: ‘Pregúntale a tu mujer’.
Su sentido del humor siempre ha sido muy particular. Antes de un entrenamiento, llegó a decirle a un periodista que la sesión empezaría ‘sólo cuando lo diga yo’. Tampoco le faltó guasa cuando le preguntaron, estando en el Ajax, si era el mejor jugador del campeonato. Zlatan devolvió la pregunta: ‘¿Conoces otro mejor?’. Eso sí, a veces, interpretar su sentido del humor resulta peligroso. Quizá por aquello de su pasión por el taekwondo (cinturón negro con apenas 17 años), siempre ha tenido costumbre de soltar demasiado la pierna. La televisión alucinó cuando, en pleno entreno de la selección, Ibra regaló una cariñosa patada en el costado a Wilhelmsson. Simple anécdota al lado de la que lanzó, en el Milán, a su compañero Strasser, durante un entrenamiento, por la espalda y sin venir a cuento. Otro que recibió cariños en forma de patada de Kung-Fu fue otro compañero, Cassano, en mitad de una entrevista a pie de campo. ¿Sentido del humor? Eso debió pensar Gattuso cuando Ibra festejó un gol del equipo premiándole con un pequeño puñetazo en la mandíbula. [¿Bien hecho, toma?] Con Onyewu, por cierto, otro colega de equipo, la cosa fue más seria y llegaron a las manos. Ahí no se reía nadie. Ahora en París, otro de sus compañeros, Lucas Moura, brasileño del PSG, remarca el carácter poliédrico del sueco. ‘Es un poco arrogante y se queja mucho’, al tiempo que desvela una de las manías de Ibrahimovic: ‘Cuando grita, se le entiende en cualquier idioma’. Todo un políglota.
El hombre más célebre de Suecia, como tantas otras leyendas y personajes públicos, no siempre fue profeta en su tierra. Su estatus de ídolo vikingo ha pasado diferentes etapas de desamor. Primero, por su conflicto abierto y público con el seleccionador Lars Lagerback, que decidió reprobarle y multarle por llegar tarde a la concentración. Ibrahimovic contestó renunciando a jugar con Suecia. Su cólera duró seis meses. Más tarde, en vísperas del Mundial de Sudáfrica y toda vez que había firmado por el Barça, anunció que volvía a dejar en la estacada a Suecia, renegando de participar en partidos amistosos. El motivo, según él, “falta de motivación”, porque jugar “implicaba un sacrificio que desgastaba en exceso”. Hoy, el solista más inclasificable, busca billete para la Copa del Mundo. Héroe y villano, ídolo y díscolo, artista y egotista. Su ego extiende cheques que sólo sus goles pueden pagar, pero siempre regresa para reclamar el centro de la escena. ‘Soy tan perfecto que me hace gracia’. Así es el tipo que, tirando de ironía, es capaz de decirle a un periodista que está manteniendo una conversación con Dios. Un solista perfecto con alma incorregible.
Rubén Uría / Eurosport
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