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Jimmy Johnstone, el loco del pelo rojo

Rubén Uría

Publicado 28/05/2015 a las 16:57 GMT+2

A comienzos de los años cincuenta, un pequeño mocoso panocha, al que los mocos le cuelgan como velas por el intenso frío, coloca un montón de botellas vacías en la calle. Lo hace con infinita paciencia, de un modo estratégico, fabricándose una especie de carrera de obstáculos.

Eurosport

Fuente de la imagen: Eurosport

Cuando acaba con las botellas, se coloca un balón de fútbol en los zapatos y comienza un eslalon a toda velocidad, sorteando todas y cada una de las botellas de licor llevando la pelota cosida al pie. Después, una vez completado el ritual, vuelve a colocar todos los obstáculo, añadiendo algunas dificultades más, para comprobar si es capaz de superar todas las botellas sin que le pelota las golpee. Quizá por esa costumbre, sus compañeros de colegio le habían bautizado como Jinky, un apodo que significa que alguien está habituado a moverse con una velocidad extraordinaria y que define a algo que cambia de lugar y trayectoria de manera constante e impredecible. Gracias a ese nombre de guerra, el pequeño Jimmy Johnstone se había hecho pupular entre los chicos de su barrio, en Viewpark, una localidad obrera anclada en la vetusta e histórica región de Lanarkshire (Siorrachd Lannraig en gaélico), oficialmente conocido como el Condado de Lanark. Aquella habilidad innata del escurridizo Jimmy no pasó inadvertida para los cazatalentos, que muy pronto se fijaron en los regates eléctricos de aquel niño que no levantaba un palmo del suelo y cuyos ojos azules se le salían prácticamente de las cuencas. No le hacían demasiada gracia los libros, pero lejos de ellos, y a pesar de los esfuerzos de sus padres por convencerle de lo contrario, Jimmy se transformaba en Jinky, una bala humana que destrozaba a las defensas contrarias en los partidos del patio del colegio. Al pequeño Johnstone los médicos le habían diagnosticado que no pasaría del metro sesenta centímetros, pero aquello, lejos de amendrentar a Jinky, se convirtió en su gran secreto. Era el más bajo del colegio, el más diminuto de sus amigos y el más ligero de todo el barrio, pero su centro de gravedad, al ser tan bajo, le permitía hacer explotar una capacidad innata para mantenerse de pie en carrera y evitar las entradas de los defensas, que caían desparramados a su paso. Lo que los médicos vieron como un problema, Jinky lo usó como una solución. No había nadie capaz de frenar a un demonio en miniatura que, cuando se desataba, dejaba cinturas rotas de rivales a su paso. Para él, driblar rivales era tan sencillo como esquivar botellas en la calle. Tenía una culebra en la cintura. Y alas en los pies.
- 'Siempre me ayudó mucho la climatología escocesa. Como aquí llueve tanto, y dado que mi centro de gravedad era tan bajo, cuando los grandotes defensas intentaban darme un mordisco, la mayoría de las veces resbalaban mientras yo era capaz de mantenerme en pie e irme a toda velocidad.'
En marzo de 1965, aquel extremo derecho de pelo rojizo, que parecía una pulga más que un jugador de fútbol, tenía 21 años. Por esas fechas Jimmy Jinky Johnstone actuaba en el equipo reserva del Celtic de Glasgow, y cuenta la leyenda que su gran oportunidad llegaría en un curioso y nada usual escenario, las letrinas del Celtic Park. Esa tarde, se enfrentaban los reservas del Celtic y el Hibernians, en un amistoso. Al descanso del encuentro, el mítico Jock Stein, el mejor entrenador escocés de todos los tiempos, irrumpía por sorpresa en los vestuarios del equipo local, pegando gritos, como un general acorralado. Jimmy Johnstone, sobrepasado por la presencia de Stein, por sus gritos y su carácter irascible, sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Lo que sintió después fue un irrefrenable impulso, el de la ley de la selva. La llamada del cuarto de baño. Jock Stein, que estaba abroncando a los jugadores, dejó su arenga a la mitad y persiguió a Jinky Johnstone hasta la mismísima puerta de los urinarios. Dicen que ahí mismo, mientras Johnstone se aliviaba, el entrenador del Celtic le cantaba las cuarenta a través de la puerta primero, y le daba su gran oportunidad de ser una estrella después.
- '¿Se puede saber qué hace usted con los reservas? - preguntó Jock Stein- A partir de mañana haga sus necesidades en el cuarto de baño del primer equipo y demuéstreme qué otras cosas sabe hacer'.
Johnstone, días después, demostró qué cosas sabía hacer. Había debutado con el Celtic a los 19 años, pero no había tenido suerte y nadie había logrado sacar todo el potencial que aquel extremo panocha tenía en sus botas. Después del encuentro de las letrinas con Stein, la vida de Jimmy Jinky Johnstone cambiaría para siempre. Stein se ocupaba día a día de su entrenamiento, supervisaba sus comidas, su peso, su ropa, le daba consejos y le seguía a todas partes. Era su sombra. Tanto, que los métodos personales de Stein a punto estuvieron de costarle un disgusto a Jinky Johnstone, ya que el mítico entrenador de los celtas había programado una gira por Estados Unidos para hacer unos cuantos amistosos. La gira coincidía con la futura boda de Johnstone, y como Stein estaba empeñado en que Jinky fuera el alma del equipo, llegó a telefonear a su futura esposa, Agnes, para que pospusieran el enlace en beneficio del fútbol y del Celtic de Glasgow. La señora de Johnstone acabó por hacer oídos sordos a las recomendaciones del viejo Stein, y el extremo acabó por pasar por la vicaría cuando tocaba. Son muchos los que cuentan que a Jock Stein le molestó el 'no' de Johnstone, porque Stein estaba absolutamente convencido de que bajo su mando, Jinky podría ser el mejor extremo de la historia del fútbol.
- Es mejor incluso que Stanley Mathews- sostenía Jock Stein.
Jimmy Johnstone fue titular en la banda derecha del Celtic de Glasgow durante toda una década, permanecería en el club desde 1962 a 1975, y sus números como extremo le servirían para ser reconocido como una auténtica institución para su afición. Con el 7 del Celtic de Glasgow a la espalda, Johnstone fue el mejor extremo derecho del Imperio Británico en los sesenta, llegando a jugar 515 partidos en su equipo, anotando la friolera de 130 goles, amén de ser internacional por Escocia en 23 ocasiones. Todo llegaría después de las palabras de Stein a través de la puerta de las letrinas, mientras Johnstone no podía contener su dolor de estómago. Después de aquel día, Jinky hacía con las defensas contrarias lo mismo que hacía con las botellas de su barrio de View Park. Salía por un costado, amagaba con salir por el otro costado, frenaba en seco y después volvía a arrancar. Precisamente esa receta, la del eléctrico Johnstone, fue la clave para que el Celtic de Glasgow conquistara la Copa de Europa en una final inolvidable, disputada en Lisboa, frente al Inter de Milán de Helenio Herrera.
Ningún aficionado al fútbol, y mucho menos ningún escocés, podría olvidar lo que ocurrió un 25 de mayo de 1967 en Lisboa. Aquella tarde se disputaba la final de la Copa de Europa, y el gran favorito era el todopoderoso Inter de Milán, que había acabado con la hegemonía del Real Madrid de Alfredo Di Stéfano, intratable hasta entonces. El Inter era una hidra de mil cabezas que tenía como mecenas al millonario Angelo Moratti, y como ayatollah del banquillo a un español que era un mago, Helenio Herrera. Sobre la base de una preparación física espartana, aderezada por la enorme calidad de sus grandes estrellas, el Inter era la viva imagen del campeón indestructible. Ya no brillaba el acento español de Luisito Suárez y Joaquín Peiró, el Galgo del Metropolitano, pero la escuadra interista parecía esculpida en mármol, y se cimentaba en nombres de la talla del portero Sarti, de defensas como Tarcisio Burgnich o Giacinto Facchetti, y de grandes talentos como Domenghini, Picchi, o el sempiterno capitán Sandro Mazzola. Eran, sin duda, los grandes favoritos. El aspirante era el Celtic de Glasgow de Jock Stein, que había llegado por sorpresa a la final, y cuyo fútbol era la antítesis del catenaccio, la táctica y la organización para salir al contragolpe. El Celtic esta construido con un objetivo muy simple: atacar. Esa filosofía de fútbol, así como su aroma campechano - todos sus jugadores eran de Glasgow o habían nacido a 30 millas alrededor de su propio estadio-, resultaron dos claves decisivas en que casi todos los aficionados sintieran más simpatía por el Celtic que por su rival italiano. Aquella escuadra estaba liderada por el capitán Billy McNeill, tenía a Chalmers, Lennox y Chalmers como goleadores, aunque su gran arma era la velocidad supersónica de un enano mortal que llevaba el siete cosido a la espalda, tan cosido como la pelota a la diestra, y que se llamaba Jimmy Johnstone. Antes de la final, según testimonios posteriores de Jinky Johnstone, los italianos parecían inalcanzables para el resto de los mortales:
- 'Los miraba y allí estaban todos. Domenghini, Facchetti, Sarti, Corso…Me parecía que medían dos metros, tenían la piel bronceada, un cabello perfecto y bien cortado, olían a rosas e incluso tenían una sonrisa de anuncio. Tuve la impresión de que parecían más actores de cine que futbolistas, y luego observé cómo nos miraban a nosotros. Supongo que cuando me vieron a mí, pensaron que era una pulga o una atracción del circo, no sé, creo que pensaron que nosotros éramos gente del circo.
El Inter arrancó aquella final de Lisboa con buen pie. A los siete minutos, el capitán Sandro Mazzola abría el marcador transformando un penalti, algo más que suficiente para justificar que los interistas practicaran su versión más pura y dura del catenaccio que les había hecho famosos por destruir el juego del Real Madrid. Con un gol a favor y con vía libre para amarrar la victoria, los italianos tiraron del manual de cicatería y se acostaron en su campo. El Celtic, a golpe de corneta, se vació sobre el campo. Atacó sin desmayo, pero se encontró con el muro de Sarti, que frenaba, continuamente, todas las ocasiones de Chalmers, Gemmel y Lennox. En el descanso, la leyenda cuenta que el viejo Jock Stein pidió a sus hombre que jugaran con el corazón, que olvidaran cuanto dinero ganaban las estrellas del Inter y que jugaran para la gente que había ido hasta Lisboa a verles. Después, se acercó a Jimmy Johnstone, le agarró por el hombro y le susurró lo siguiente:
- Si juegas con el corazón, nadie olvidará a este equipo. Sólo juega.
El venerable Stein tenía razón. Nadie podría olvidar el modo de jugar de su Celtic en el segundo tiempo. Johnstone se lanzó a la carga, y atropelló a su paso a todos los defensas italianos, que sólo podían frenarle a base de patadas y empujones. Lo intentaba por la derecha contra Facchetti, después irrumpía por la izquierda, a pierna cambiada, y ma´s tarde percutía por el centro. Con Johnstone como espita humana, el Celtic explotó cual bomba de relojería en la portería del Inter, que se quebraba poco a poco, intentando resistir el acoso de los bravos escoceses. Aprovechando el empuje de Jinky Johnstone, en una avance por la derecha, Gemmel establecía el empate a los 62 minutos. El Celtic había conseguido lo que parecía imposible, perforar la portería del Inter, y los gigantescos Domenghini, Facchetti o Corso ya no sólo no parecían actores de cine, sino que habían roto a sudar y su sonrisa burlona se había trocado en una mueca de sufrimiento. Nadie pudo parar a Johnstone desde entonces hasta el final del partido. Era un cohete humano, un rayo desbocado, un relámpago que anunciaba el Apocalipsis para los italianos, que le colocaban hasta tres marcadores. Chalmers, a cinco minutos del final, hacía pedazos a los italianos y anotaba el gol del triunfo. Cuando el colegiado pitó, las palmas del público del Estadio Nacional echaban humo. Los italianos no sabían dónde meterse, y los escoceses se abrazaban, emocionados y exhaustos, por haber tumbado al gigante de Europa. Su fútbol generoso, desabrido, eléctrico, había acabado con el catenaccio. Aquel año fue el más exitoso de la centenaria historia del Celtic de Glasgow, que con Jock Stein en el banquillo, ganaría 5 títulos en 1967: el Celtic se coronaría campeón de Liga, de Copa, Copa de la Liga, Copa de Glasgow y Copa de Europa. A aquellos indomables escoceses, con el paso del tiempo, se les conocería después de la final contra el Inter como 'Los Leones de Lisboa'. Después de aquella final de Copa de Europa, varios testigos presenciales afirmaron que el entrenador del Celtic, Jock Stein, habló uno por uno con sus jugadores, para felicitarles por su soberbio partido. Cuando llegó a la altura de Jinky Johsntone, le pasó la mano por el hombro y le dijo en tono paternal…
- Has sido un héroe ahí fuera hijo, has ganado una guerra.
No fue la única guerra que le tocó protagonizar al pelirrojo Johnstone. Las hubo mucho mayores a lo largo de su carrera. Pero si hay un equipo que las piernas de Johnstone jamás pudieron olvidar, ese fue el Racing de Avellaneda argentino. Se disputaba la final de la Copa Intercontinental de 1967, a la que el Celtic acudía como vigente Campeón de Europa, y aquella fue considerada como la final más dura de la historia. El enfrentamiento entre el Celtic de Glasgow y el Rácing de Avellaneda constó de tres asaltos auténticamente sangrientos. A Johnstone, que ya le llamaban La pulga voladora de Escocia, le marcó un defensa durísimo, expeditivo, Panadero Díaz, que después llegaría a jugar en el Atlético de Madrid y volvería a verse las caras con Johnstone. En el partido de ida, Perfumo, Basile y Panadero Díaz cosieron a patadas, de manera literal, a Johnstone. Después del partido, Billy McNeill, el capitán católico, sólo acertó a definir el marcaje a Jinky de este modo:
- Le han hecho un marcaje propio de terroristas. Pensé que le mataban. Hay que felicitar a Jimmy. Esta noche ha salido vivo del campo.
La cosa fue peor en Argentina. Allí, en mita de un clima infernal, el Racing de Avellaneda impuso su ley. Era un equipo con un ataque extraordinario, pero con una defensa brutal, concebida para la guerra. El partido lo ganó La Academia, Rácing, y pasó a la historia como 'La batalla de River Plate', en un encuentro donde el Celtic cayó por 2 a 1, y donde muchos jugadores acabaron tan golpeados que no pudieron andar en varios días. Había que decidir la final en campo neutral, así que se dispuso el último y tercer episodio en un partido de desempate, que se disputó en Montevideo. En el Centenario, delante de casi cien mil personas, el fútbol se convertiría en una coartada para una auténtica cacería humana entre escoceses y argentinos. Aquella no fue una batalla, sino una guerra en toda regla. Antes de empezar, el portero del Celtic de Glasgow, Simpson, fue agredido por un objeto lanzado desde el público, y no pudo jugar. A la media hora, el tuvo que parar el juego y amenazar a los dos capitanes con suspender el choque si los futbolistas no dejaban de pegarse patadas unos a otros, pero no hubo caso. Ni hubo tregua, ni se concedió. Una entrada criminal de Rulli a Johnstone derivó en una gresca total que obligó a intervenir a la policía. Basile y Lennox fueron expulsados y Racing y Celtic se fueron a la caseta con 34 faltas en su haber. Pero la ducha no enfrío los ánimos. Recién comenzada la segunda parte, Martín cazó con violencia a Jinky Johnstone y lo levantó un metro del suelo. Johnstone se revolvió y vio la tarjeta roja. Después serían expulsados Cárdenas, John Hughes, Rulli y Bertie Auld. El Celtic cayó por 1-0, aunque su portero, Simpson, dejó bien claro después de la final cuales habían sido las prioridades de su equipo en Montevideo.
- No fue fútbol. Fue una guerra de la que regresamos. ¿Perdimos una copa? En mi punto de vista, ganamos una vida, porque casi nos la quitan…
Otra batalla campal digna de mención fueron las semifinales de la Copa de Europa de 1974. Aquella eliminatoria grabó el nombre de Johnstone a fuego entre los aficionados españoles. El extremo panocha fue el enemigo público número uno en la ida, junto al árbitro turco Babacan, que expulsó a tres rojiblancos por sendas patadas a los tobillos de Johnstone - Ayala, Quique y Eusebio-, al que el Atlético sólo pudo frenar a base de faltas. Johnstone jamás podría olvidarlo:
- Fue un partido inolvidable ¡Qué patadas me dieron! Casi me lesionan, eran muy duros. Pudimos ganar pero no marcamos en Escocia y en la vuelta, en Madrid, nos pusieron policías por todos los sitios antes del partido, y luego nos ganaron bien con goles de Gárate y Adelardo. (…) Pegaban mucho, pero eran un gran equipo.
Unos años antes, también en Madrid, en el verano de 1967, Jinky Johnstone ya había demostrado ser un diablo con espuelas en la banda derecha. Fue en el homenaje a Alfredo Di Stéfano, organizado por Santiago Bernabéu, y al que se invitó al Celtic, como campeón de Europa. Los que esa noche acudieron al Bernabéu, que acudieron en masa para aplaudir a La Saeta Rubia, acabaron entregados al fútbol eléctrico de Johnstone, un loco del pelo rojo que destrozaba la cintura de toda la defensa del Real Madrid, que parecía indefensa ante sus galopadas. El pequeño Jinky arrancó tanta admiración en La Castellana que, cuando acabó el partido, tuvo que saludar desde el centro del campo a la parroquia, que había ido a despedir a don Alfredo. Bobby Murdoch, ex jugador de aquel gran Celtic, siempre recuerda cómo despidió el Bernabéu a Johnstone…
- Fue increíble. La gente gritaba 'olé, olé, olé' y no paraba de aplaudir a Jimmy. Al finalizar el partido, Di Stéfano, Puskas, Gento y Santamaría se nos acercaron. Estaban boquiabiertos y nos decían que qué sabíamos acerca de ese tal Johnstone'
Jimmy Johnstone, después de aquella exhibición en el templo madridista, sólo llegó a ser Balón de Bronce. Los periodistas prefirieron premiar con el Balón de Oro al inglés Bobby Charlton, más conocido que Jinky, y concedieron el Balón de Plata a un húngaro, Florian Albert, en una decisión que fue muy protestada. Gracias a los regates endiablados y la velocidad de Jinky, el Celtic se había convertido en el primer equipo británico que levantaba una Copa de Europa, antes incluso que sus vecinos ingleses, y junto a talentos como Lennox, Murdoch, McNeill o Clark, la máquina blanquiverde logró encadenar una racha histórica de títulos: nueve Ligas, cinco Copas, dos Copas de la Liga y una Copa de Europa entre 1965 y 1974. En la temporada 74/75 y tras doce años en el Celtic, Johnstone dejaría el club de su vida y comenzaría su cuesta abajo como jugador. Tras jugar en Estados Unidos, en los San Jose Earthquakes, y en los modestos Sheffield United, Dundee Shelbourne y Elgin City, decide colgar las botas en el Blantyre Celtic, club en el que comenzó su carrera futbolística.
Después de colgar las botas, Johnstone fue elegido Mejor Jugador de la Historia del Celtic de Glasgow, después de una votación popular entre todos sus hinchas, fue el protagonista del documental 'The Lord of The Wing' (El señor de la banda), y compartió cartel cinematográfico junto a dos célebres escoceses que se confesaron sus grandes admiradores: Kenny Dalglish, el extremo del Liverpool y su sucesor en la selección esocesa, y el actor Sean Connery, el popular 007 del mundo del cine. En 2001, el bueno de Jimmy Johnstone se sometía a un reconocimiento médico y los doctores le hacían llegar la peor noticia posible. Padecía el 'Mal de Gehrig', la esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad incurable. Una enfermedad que era, en el fondo, una paradoja, una capricho del destino. Jinky Johnstone, que había vivido como el extremo que parecía una pulga y que volaba como un diablo poseído por la banda, se veía condenado a pasar sus últimos días como víctima de una enfermedad que le convertía en un objeto inmóvil, en un vegetal humano. En un hombre que se consumía poco a poco. En un tipo que se había pasado la vida corriendo, y que iba a morir lentamente. Tommy Gemmell, compañero de delantera de Johnstone,fue un habitual de los últimos días de vida del mejor jugador de la historia del Celtic de Glasgow.
- 'Jimmy Johnstone luchó con un gran coraje. Él tenía el corazón de un león y la habilidad de un maestro'
El 13 de marzo de 2006, a las 07:00 horas, el corazón de Jimmy Jinky Johsntone dejaba de latir. El mejor extremo de la historia de Escocia fallecía a los 61 años de edad, de la mano de su hijo James, después de aguantar cinco intensos años de lucha contra sus neuronas y contra las inexorables leyes de la biología. Miles de seguidores del Celtic acudieron a su funeral, y miles de seguidores escoceses visitan su tumba para rendir homenaje a su gran héroe. Pero la imagen de Jimmy Johnstone siempre permanecerá viva, presente, a través de los tiempos. Es inmortal su estampa de diablo pelirrojo, su cuerpo liego como un junco, sus piernas de acero desparramando rivales y sus ojos azules saltones, que se movían como la pelota pegada a su pie, con una velocidad propia del rayo. Jim Kerr, el solista del grupo Simple Minds, tuvo a bien inmortalizar al mejor extremo derecho del Celtic alterando la estrofa de su exitoso single 'Dirty Old Town' para rendir pleitesía a la figura de su gran ídolo, Jimmy Johnstone. En la segunda estrofa, el cantante de los Simple Minds recuerda al prójimo quién era aquel diablo inmortal de pelo rojo…
-I heard a whistle coming from the dark / I saw Jimmy Johnstone setting the night on fire…(Escuché un silbido que venía de la oscuridad / y vi a Jimmy Johnstone incendiando la noche…).
Rubén Uría / Eurosport
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