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La opinión de Sergio M. Gutiérrez: De sectarios y avariciosos

Sergio Manuel Gutiérrez

Actualizado 09/12/2023 a las 22:11 GMT+1

La regla de oro del columnismo es colocarse por encima del bien y del mal. Si te mesas con sobriedad la barba y señalas muy fuerte con el dedo (¡sectario, avaricioso!), una ristra de acólitos te aplaudirá a rabiar. El truco está en la pose, como si estuvieras un poco de vuelta de todo, y en descalificar sin mesura pero con ingenio, simulando que las palabras no podrán rozarte el día que retornen.

Jon Rahm posa oficialmente como nuevo jugador de LIV Golf.

Fuente de la imagen: Twitter

Sólo hay que elegir un bando, casi es lo de menos cuál. Te acomodas en esta trinchera de aquí, por ejemplo, te subes a tu púlpito y llamas sectario a los que decidieron situarse en la de más allá. No temas quedarte algún día sin odio que esputar. Una vez te ubiques, lo demás vendrá rodado; te saldrán solas las pullas, los juegos de palabras y los chascarrillos puñeteros, ya lo verás.
Jon Rahm ha aceptado una oferta fuera de mercado para romper con los circuitos tradicionales y jugar en el LIV Golf saudí. El mercado (faltaría más), la ley de la oferta y la demanda, es el burdo argumento de los que se encuentran en esta ocasión al otro lado, como si los mercados fueran perfectos y este, en concreto, no estuviera siendo reventado por un estado fundamentalista con recursos casi infinitos, escaso respeto por las normas de la competencia lícita y bastante interés por controlar la imagen que proyecta de sí mismo al mundo exterior.
Si no fuera porque se trata de un gran campeón, de un número uno, de un español, de un tío majo, tal decisión reuniría todos los ingredientes para ser objeto de la crítica más feroz.
En fin, qué podíais esperar de alguien como yo, siempre tan presuntuoso, tan digno, tan defensor de los humildes y de las causas perdidas. Así que me he puesto muy serio, he abierto el ordenador y me he preparado para llamarlo sectario. Porque sectario es un insulto muy actual, flexible y sonoro, pegadizo, sin duda el insulto de moda. Me he propuesto llamarlo sectario porque, claro, a quién se le ocurre, ¡Arabia Saudí! Iba a llamar sectario y desde luego avaricioso a Jon Rahm, y no me ha salido. Tampoco es que le haya perdonado, pero no me ha salido.

Sectarios

Sectario es el insulto del momento, como digo, quizá porque los sectarios se han multiplicado por doquier y, claro, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, esa es una necesidad muy humana; o quizá es que lo único que ha crecido exponencialmente en los últimos tiempos es el número de idiotas organizados. La evidencia está ahí y resulta apabullante: mirando alrededor, uno ve sectarios por todas partes. Sectario por aquí, sectario por allá.
Porque un sectario, ya se sabe, no es más que un fanático, un intransigente en la defensa de una idea o de unos colores, alguien que retuerce la realidad, incluso su propia percepción de la misma, con tal de amoldarla a sus prejuicios e intereses.
El fútbol siempre fue un nido de sectarios que, sin remedio posible ni intención de remediarlo, verán penalti o no lo verán en función de la camiseta que vista el sujeto de la presunta falta.
El golf no tanto, la verdad. En el golf se insulta poco, por lo general, pues hay menos gañanes, o hay gañanes pero disimulan mejor porque el dinero ayuda mucho a disimular, o quizá es que hay menos pasiones, o menos vida o menos de todo (salvo dinero, claro). Desde el punto de vista del opinador profesional, también influye que Jon es multimillonario, y uno por lo general evita meterse con la gente que tiene mucha pasta, no vaya a ser que.
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Phil Mickelson.

Fuente de la imagen: Getty Images

Avariciosos

El caso es que nuestro pundonoroso Jon ha dicho sí al obsceno cheque y ya está, no ha puesto demasiadas excusas. Ha admitido que el dinero ha sido un factor determinante y ha añadido un poco de morralla argumental: que si quién sabe, que si a lo mejor, que si puede ser que la historia se haga a ese lado del mundo. Concibe nuestro campeón la posibilidad, seguro, de que ese contrato suponga poco menos que el fin de su carrera deportiva, pero valora los riesgos y asume las consecuencias. Es una decisión personal, privada más que moral, con escaso componente público o de interés general. Mi familia no va a vivir mejor por ganar 400 millones de dólares, había dejado dicho en su día, hace unos meses, cuando rechazó la primera oferta de los saudíes.
No compensa familiarmente, no compensa deportivamente, no compensa emocionalmente… ¿Por qué, entonces, Jon? Porque se trata de mucho, mucho, mucho dinero.
No merece la pena desarrollar el asunto. Es una auténtica pena, pero Jon Rahm se ha pasado al otro bando. Si aquí nos gustara el adjetivo de moda, ya le habríamos llamado sectario, además de avaricioso.
Avaricioso sí, lo ha sido un rato, pero eso ni siquiera es considerado algo malo en el mundo que habitamos, sino más bien una virtud. Algunos compañeros golfistas le han reprochado, simplemente, que su contrato haya dejado en poca cosa los firmados por los pioneros del LIV Golf, quienes (digamos) arriesgaron en primer lugar, antes que él. Porque, en fin, al parecer el hecho de ganar mucho, mucho parné te hace feliz hasta que te enteras de que hay otro individuo cerca de ti que gana aún más. Son cosas de ricos riquísimos, que se nos escapan por lo general. Que cada cual se mire al espejo y llegue a su propia conclusión personal, privada, sobre lo que habría hecho ante un dilema similar.

Avariciosos y sectarios

Avariciosos quizá no (porque ni siquiera tenemos la oportunidad de serlo), pero aquí todos somos sectarios, opinemos lo que opinemos. Somos sectarios porque nos declaramos aficionados al deporte, y el sectarismo va incorporado de serie en la misma definición de aficionado deportivo.
Mirado con la habitual benevolencia, el sectarismo deportivo es un vicio simpaticón, amable y muy llevadero. Está bien visto en sociedad, siempre y cuando no supere unos límites muy laxos. Así, definimos a alguien como madridista acérrimo sin que el definidor ni el definido se sientan violentados por el significado de ese adjetivo (intransigente, fanático, extremado). Decimos de otra persona que es culé desde la cuna, y aclaramos con condescendencia pero sin reproche que le ciegan los colores.
En realidad, lo que decimos es que uno y otro son unos sectarios de tomo y lomo, y que un absurdo fanatismo por determinado equipo de fútbol trastorna su percepción de la realidad hasta defender posiciones indefendibles.

De sectas y obscenidades

La vida de un golfista profesional de élite no es real, no existe, es una vida inventada. No tiene absolutamente nada que ver con la tuya ni con la mía. Muchos golfistas viven en una burbuja, ingresando auténticas morteradas de dinero por ser los mejores en un juego que ni siquiera es estrictamente popular, pero que posee una asombrosa capacidad para generar ingresos como industria global. Viven ahí, además, toda su vida, desde la más tierna juventud hasta el mismo día de su muerte. Se dirá que viajan mucho, que ven mucho mundo, que son políglotas y que además cuentan con recursos para conocer todo tipo de realidades, que tienen tiempo libre… Pero cómo se van a dar cuenta ellos de que en el fondo viven (o corren el riesgo de vivir) vidas de mentira.
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Jon Rahm con el trofeo del Masters.

Fuente de la imagen: Getty Images

Una secta es un grupo cerrado en torno a la figura de uno o varios líderes que ofrecen soluciones fáciles, radicales y universales o eternas para curar los problemas mundanos.
Un sectario es alguien intransigente, que no quiere saber nada del exterior, alguien que señala con el dedo al que opina diferente (y a menudo le llama sectario, convirtiéndose así el señalador y no el señalado, paradójicamente, en la misma encarnación del sectarismo).
Avaricioso es quien acumula sin necesidad, por pura avaricia, y obsceno es este espectáculo polideportivo, transversal, en el que paladas de dinero sin posibilidad alguna de retorno comercial se presentan como inversión deportiva aquí y allá, ensuciándolo todo.
Sergio Manuel Gutiérrez es comentarista de Eurosport.
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