Blog De la Calle: El business de Coubertin

Fermín de la Calle

Actualizado 28/07/2016 a las 11:29 GMT+2

Arrancan los JJOO de Río con el COI señalado por su permisividad en la lucha contra el dopaje y la corrupción y un presidente, de oscuro pasado, a las órdenes de los jeques.

Thomas Bach

Fuente de la imagen: EFE

La mejor compañía de publicidad del mundo se llama Comité Olímpico Internacional. No hay multinacional del marketing más efectiva ni que domine mejor el know how que la institución que Juan Antonio Samaranch parte convirtió en el ente más influyente del mundo, un paso por detrás del G-7 y varias cabezas por delante de la ONU. Quiere usted relanzar el branding de la marca de su país, contrate al COI.
Samaranch lo tuvo claro. Tenemos en el mejor producto del mundo, el deporte, para ponerlo al servicio de nuestros intereses. El COI es un grupo de lobbistas sin escrúpulos (disculpen la redundancia) dispuestos a vender al mejor postor la mejor campaña de publicidad que existe para lavar la cara a un país: la organización de unos Juegos Olímpicos. El precio es astronómico: favores de todo tipo y costes obscenos para seducir a los miembros que votan, estricta obediencia a las peticiones del COI y buenas tragaderas para invertir un dineral en instalaciones que, por norma habitual, acaban abandonadas por parte de los gobiernos que se despreocupan de su rentabilización posterior.
Samaranch fue un visionario. Este afiliado a la Falange, que inició su carrera política como concejal de Deportes en el Ayuntamiento de Barcelona en 1954, llegó a ser Delegado Nacional de Educación Física y Deportes y procurador en las Cortes franquistas en 1967, sin esconder: "Soy franquista al cien por cien”.
Samaranch ascendió en 1980 a la presidencia del COI en una sesión celebrada en Moscú, previa a la disputa de los JJOO en la capital soviética de ese mismo año. El español tomó decisiones estructurales decisivas para el futuro de los JJOO como concebir "el patrocinio olímpico como algo global que se debe hacer desde el COI y no penalizando la economía de la ciudad organizadora". Una promesa que poco tiene que ver con la realidad. Además, sacó al movimiento olímpico de la bancarrota en la que se encontraba desde finales de los 1970, que provocaba mucho escepticismo a la hora de presentar candidaturas.
En el terreno deportivo, Samaranch es el padre de la profesionalización de los Juegos. Se acabó el bienintencionado amateurismo del espíritu olímpico primigenio y se apostó por contar con los mejores deportistas parra ofrecer el mejor de los espectáculos posibles. Los JJOO debían concitar la atención mundial y eso solo se lograría con la participación de las grandes estrellas. A eso sumó el final de los boicots políticos, convirtiendo los derechos de televisión que ingresan cientos de países en el maná con el que ‘financiar’ el evento.
Los primeros JJOO de los que fue ‘culpable’ directo Samaranch fueron los de Corea del Sur, país que trató de vender al mundo una sospechosa recuperación económica con la celebración de los Juegos. El dirigente catalán fue inteligente al presentar el evento como un enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que se reencontraban en Seúl tras sendos boicots previos en Moscú y Los Ángeles. Samaranch reunió en Corea del Sur a 159 naciones.
Pero el golpe maestro lo dio con Barcelona '92. En esta ocasión el cebo fue la participación del Dream Team de la NBA, una pléyade de estrellas profesionales que contaban con la incontestable ventaja de no pasar controles anti-dopaje. El negocio había enterrado el espíritu olímpico apostando por el show business yankee. Los JJOO, celebrados en el patio de la casa de Samaranch, supusieron un espaldarazo para la ciudad catalana, que exhibió su idiosincrasia al mundo apoyada por una España socialista y progresiva que invirtió dinero en su deportistas, quienes ganaron 22 medallas. Barcelona, la ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, se presentaba al mundo como capital del modernismo al tiempo que Michael Jordan se paseaba por sus calles acompañado de Magic Johnson, Larry Bird y compañía.
Sin embargo, hoy el COI lo dirige Thomas Bach, un alemán colocado por los jeques del petróleo. Precisamente uno de ellos, el jeque Ahmed Al-Sabah, fue quien se encargó de hacer lobby en Buenos Aires para asegurar su elección ante los candidatos asiático (Ng Ser Miang) y sudamericano (Richard Carrión). La gestión de Bach podría calificarse de funcionarial. Ni una mala cara ni un buen gesto. Bach no es precisamente un dirigente modelo, se trata de un ex ejecutivo de Adidas que apareció por primera vez en la escena de COI en el Congreso Olímpico celebrado en la localidad alemana de Baden-Baden, en 1981, donde el dueño de Adidas, Horst Dasler, le presentó a Juan Antonio Samaranch.
Medalla de oro en esgrima en Montreal 76, fue presidente de la empresa Weing, propiedad de inversores kuwatíes. En 2007 se produjo un escándalo en la empresa Siemens, en el que se probaron movimientos irregulares en las cuentas de la empresa por valor de 1.000 millones de euros, además de pagos de comisiones por 350 millones a beneficiarios como el propio Bach. El hombre que habría presentado a Bach y Al-Sabah, Ahmad Muttaleb, fue expulsado del COI por la Comisión Ética al ser acusado de recibir en comisiones varios millones en francos suizos durante los JJOO de Atenas 2004. Además, Bach, en calidad de presidente del Comité Olímpico Alemán, está acusado por la Asociación de Ayuda a Víctimas del Dopaje en Alemania de “relativizar los resultados de una investigación, demorar la publicación del informe y eludir su responsabilidad sobre los hechos”. El informe versaba sobre el dopaje masivo en Alemania desde los años 50 en adelante, algo que le salpica personalmente ya que fue atleta a mediado de los 70.
En unos días arrancan los Juegos Olímpicos en Brasil, posiblemente los peores de la historia del olimpismo moderno, marcados por el incumplimiento masivo del país anfitrión a las exigencia del COI en materia de instalaciones. La marcha de Samaranch debilitó enormemente al COI, que ha visto como durante el mandato del suizo Rogge los países han perdido el miedo a las amenazas de los custodios del lucrativo espíritu olímpico. Da igual que los atletas rusos se dopen masivamente porque los secuaces de Bach no van a cuestionar a Putin y a los oligarcas del gas. Business es business.
Los JJOO seguirán siendo especiales por los deportistas que sacrifican vidas para lograr participar en ellos y por los atletas que se entregan en cuerpo y alma a la consecución de una medalla. Todo lo demás apesta. Desde los dirigentes que subastan su voto en cada elección de las sedes, a los presidentes que pasearán por la erótica Río de Janeiro después de arruinar a sus federaciones sin vergüenza alguna. Si usted alberga alguna esperanza de encontrar un ápice de espíritu olímpico o alguna reminiscencia de los valores del barón de Coubertin, olvídese. Lo importante ya no es participar. Lo importante es el share, la foto del presidente del país con un medallista abriendo los informativos maquillando que su país, España, por ejemplo, lleva diez meses abandonada por sus políticos. Decía Vito Corleone que “un abogado con su portafolios puede robar más que cien hombres con pistolas”. En Río hay muchas pistolas, pero estos días hay más abogados...
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