John Akii-Bua, el primer oro olímpico de Uganda, una vida entre la gloria y la tragedia

John Akii-Bua surgió de la nada para escribir un importante capítulo en la historia del atletismo al convertirse en el primer medallista de oro olímpico de Uganda. Su victoria en los 400 metros vallas con récord mundial incluido en Múnich 72 llevó a Akii-Bua al estrellato.

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John Akii-Bua, el primer oro olímpico de Uganda, una vida entre la gloria y la tragedia

Pero su destino osciló entre la gloria y la tragedia, su vida llegó a su fin demasiado pronto, a la edad de 47 años y en gran parte olvidado en su país devastado por la guerra.
Más allá de las imágenes de archivo y alguna que otra entrevista, no se sabría mucho sobre la extraordinaria vida de John Akii-Bua si él mismo no hubiera intervenido. Su infancia, su ascenso desde la pobreza, su gloria en un contexto de derramamiento de sangre, su caída final, todo esto podría haberse esfumado si no hubiera sido por los diarios personales escritos por el policía volador de Uganda.
Fue a mediados de la década de los 80, una vez finalizada su efímera carrera atlética, cuando el campeón olímpico en vallas se puso en contacto con su antiguo entrenador, el británico Malcolm Arnold, al que llevó doce cuadernos manuscritos. Durante tres años, Akii-Bua había plasmado sobre el papel la historia de su vida. En ese momento entregaba toda su existencia al hombre en quien más confiaba.
Arnold custodiaría esos documentos como una reliquia sagrada. Tras la muerte de su protegido, en 1997, el entrenador de atletismo británico decidió compartir con el mundo la vida del hombre al que había ayudado a convertirse en campeón olímpico. Arnold le dio los cuadernos a David Conn, a quien había conocido cuando el periodista de The Guardian estaba escribiendo de manera anónima la autobiografía de Colin Jackson, otro de los atletas de Arnold.
Arnold le prometió a Conn la "asombrosa historia" del increíble viaje de un individuo hacia la grandeza deportiva, que acabaría con su descenso a los infiernos en la Uganda de Idi Amin. Los escritos del ex atleta olímpico formarían la base del extraordinario documental de Daniel Gordon, La Historia de John Akii-Bua, una tragedia africana, coescrito por Conn y emitido por la BBC en 2008. Este destacado trabajo arrojó luz sobre este misterioso personaje, contando la hermosa pero triste historia de un campeón a quien el tiempo había dejado de lado.
La floreciente carrera de Akii-Bua fue destruida por la tormentosa historia de Uganda y por la política internacional. En los Juegos Olímpicos de 1972, este joven atleta desconocido hizo historia en menos de 48 segundos con una vuelta a la pista y diez saltos de fe en Múnich. Pero luego se encontró prisionero en su propio país, asfixiado por la tiranía de Idi Amin y después marginado por el boicot de las naciones africanas a los Juegos de Montreal cuatro años más tarde.
La suya es una historia de sangre, sudor y lágrimas, que bien podría haber sido arrancada de las páginas de una novela: tumultuosa, victoriosa, trágica, donde la gloria y la fama no condujeron a la riqueza, la felicidad y al éxito posterior, sino a la ignominia, a una batalla por mantenerse con vida, al exilio, la enfermedad y una muerte temprana. Cuando John Akii-Bua irrumpió en la escena mundial con solo 22 años, ya estaba casi en la mitad de su vida. Todo lo bueno había terminado y lo peor estaba por llegar.

—Éramos, contén la respiración, ¡43 niños!

Así comienzan sus cuadernos, describiendo la infancia de Akii-Bua en el norte de Uganda. Nacido en 1949, Akii-Bua creció en una pequeña aldea en el distrito tribal de Lango con sus… 42 hermanos y hermanas. Su padre, un jefe local, tenía nueve esposas y "vivió una vida legendaria". Fue a través de uno de sus múltiples familiares como experimentó por primera vez el atletismo: uno de sus hermanos mayores, el triplista Lawrence Ogwang, compitió en los Juegos de Melbourne en 1956.
Durante su infancia al joven Akii-Bua le sobraban incentivos para animarse a correr: "Todavía recuerdo que nuestro padre solía competir con nosotros por dulces, el ganador de la carrera era el que obtenía más. Yo era un niño de piernas largas, pero no lo suficientemente rápido para ganar los dulces. Era demasiado lento". La muerte de su padre, cuando tenía 15 años, le propinó "el golpe más duro que pueda recordar. Tuve que dejar la escuela, asumir la responsabilidad de ganar dinero y ayudar a mamá a alimentarnos".
En Uganda en la década de 1960, pocos niños cruzaban los límites de su aldea y mucho menos descubrían lo que el resto del planeta tenía que ofrecer. Sin la determinación de su madre, la trayectoria de Akii-Bua probablemente no habría diferido mucho de ese estándar. "Nuestra madre lo inspiró", explica su hermano, Paul Bua, en el documental de la BBC. "Ella dijo: 'Eres un hombre joven. Si te quedas aquí, te vas a pudrir. Sal al mundo y busca oportunidades para desarrollar tu talento'".
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Munich 1972 - John AKII- BUA

Fuente de la imagen: Eurosport

A medida que el país se independizaba de su potencia colonial, Gran Bretaña, Akii-Bua también extendía sus alas. Dejó su pueblo para ir a la capital, Kampala, en busca de aventuras. Por su falta de educación estaba destinado a instalarse en un barrio pobre, pero su talento como deportista pronto le abriría puertas. Después de brillar en una competición de fútbol en la que jugó descalzo, Akii-Bua fue reclutado por la policía, que siempre estaba a la caza de deportistas en buen estado físico. El sistema ugandés animaba a los oficiales a entrenarse y mantenerse en forma: un legado de la organización británica, del que se beneficiaría Akii-Bua. Sus preferencias se inclinaban hacia el fútbol o el voleibol, pero su don era el atletismo.
Esto le situaría en el camino hacia la gloria: "Mi viaje hacia la fama deportiva comenzó cuando me uní al club de atletismo de la policía. Nos levantábamos de manera obligatoria a las 5:45, en aquella época comenzaba a ser consciente de mi potencial y en mi cabeza se amontonaban ideas sobre lo que eso podía significar. En el Campeonato de la Policía, participé en siete pruebas y gané cinco.”

La llegada de Malcolm 'Mzungu' Arnold

A principios del 68, cuando Akii-Bua aún tenía 18 años, comenzó a soñar con los Juegos Olímpicos de México, que se iban a celebrar en octubre de ese mismo año. Fue en ese momento cuando Malcolm Arnold aterrizó en Kampala. Profesor de educación física en una escuela secundaria de Bristol y entrenador de atletismo a tiempo parcial, el joven de 27 años de Cheshire había respondido a un anuncio publicado en Athletics Weekly. La Federación ugandesa estaba buscando un entrenador nacional con vistas a los Juegos Olímpicos. Arnold fue citado para una entrevista en Trafalgar Square, consiguió el trabajo y se mudó a Kampala con su esposa y sus dos hijos. Fue el comienzo de lo que luego describió como "la aventura más loca" de su vida.
En Uganda, el británico descubrió otro mundo. Más allá de la pobreza y las condiciones básicas de vida, encontró pistas de hierba llenas de maleza y una infraestructura atlética casi inexistente, a años luz de los estándares internacionales. En sus notas, Akii-Bua describe cómo él y sus compañeros atletas empezaron a notar que había un hombre blanco que observaba en silencio desde fuera de la pista. "Mantuve las distancias. Después de todo, yo no era una estrella. Ese caballero era el entrenador nacional de atletismo de Uganda, se llamaba Malcolm Arnold. Su nombre era difícil para nosotros, así que simplemente le llamábamos 'Mzungu', una palabra en kiswahili que significa 'hombre blanco' ".
Lo que a Arnold le faltaba de experiencia lo suplía con ideas. 'Mzungu' luchó por ser aceptado al principio. Desde el borde de la pista, donde se contentaba con observar los primeros días, los deportistas lo miraban con recelo por el rabillo del ojo. Algunos incluso aconsejaron a Akii-Bua, el talento más prometedor, que ignorara sus consejos. Arnold tenía la tarea de ganárselo. Pero en unas pocas semanas, se había establecido una relación de confianza mutua entre ellos. Como dijo Akii-Bua: "Malcolm Arnold, con inteligencia y habilidad, se las arregló para desmantelar mi imaginario Muro de Berlín contra él. Uno a uno comenzamos a caer a su paso".
Aunque había un último obstáculo que superar; Akii-Bua se veía a sí mismo principalmente como un vallista de corta distancia. Era como esperaba conseguir su billete a México, pero su tiempo de clasificación de 14'30 no fue lo suficientemente bueno. Carecía de la velocidad explosiva y natural de un velocista. Pero tenía suficiente velocidad, fuerza, resistencia y físico (medía 1.87 y pesaba 78 kg) para destacar en la extenuante prueba "asesina de hombres" de los 400 m vallas. Después de tomárselo a broma inicialmente, Akii-Bua acabó convenciéndose de que ahí estaba su futuro.

Los 400 m vallas: la prueba definitiva

Cuando la gente dice que los 400 metros vallas es una de las pruebas más exigentes y complejas del atletismo no está exagerando. Aunque se disputa sobre una distancia corta, combina condiciones aeróbicas y anaeróbicas con el mismo nivel de exigencia. Requiere velocidad, resistencia y técnica de vallas junto con estrategia, precisión, gran autoconocimiento, conciencia espacial, control total de la zancada y especial concentración durante toda la carrera.
Es una vuelta a la pista hasta el último milímetro, como una carrera de coches donde al vehículo ganador no le queda ni una gota de gasolina tras cruzar la meta. Si le pisas demasiado, te quedas seco en la recta final, pero si te contienes, reteniendo algo en reserva, te descolgarás demasiado y no podrás seguir el ritmo. Este sutil acto de equilibrio en el manejo de dos fuerzas contradictorias genera el antiguo oxímoron del atletismo: guardar algo en la recámara mientras lo das todo. Lidiar con las últimas vallas y correr el tramo final de 100 metros es una tortura, una prueba física y mental mientras el ácido láctico invade el cuerpo.
En palabras del britanico Kriss Akabusi, medallista de bronce en los 400 metros vallas en los Juegos de Barcelona entrevistado en el documental de Akii-Bua: "Es casi como usar un metrónomo. Cuando tus pulmones gritan y tus piernas ya no responden, tu mente todavía tiene que mantener el ritmo - tic-tac, tic-tac y llevarte hasta la meta".
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Munich 1972, 400m vallas - Semifinal, Jean-Pierre CORVAL (FRA), David HEMERY (GBR) 3º y John AKII-BUA (UGA) 1º

Fuente de la imagen: Eurosport

Teniendo en cuenta la inusual e incomparable brutalidad de los 400 m vallas, quizás no sea difícil comprender la desgana inicial de Akii-Bua. Pero después de meses de procrastinación, aceptó el consejo del entrenador Arnold, para no mirar atrás. El ugandés disputó sus primeros 400 metros vallas a nivel internacional en los Juegos de la Commonwealth de 1970. En Edimburgo, con el Príncipe Felipe en las gradas, terminó cuarto, en un tiempo aceptable de 51 "10.
Esta actuación, lejos de ser espectacular, pasó desapercibida. Pero dada su total inexperiencia, Arnold había visto lo suficiente como para saber que había tomado la decisión correcta. "Estaba muy relajado después de la carrera y le dije a mi entrenador que no estaba cansado porque había corrido con poco esfuerzo y me había quedado con mucha energía", escribió Akii-Bua en sus libros. Mzungu tenía razón: tenía un don.
El progreso de Akii-Bua fue meteórico. En una reunión de la liga de Kampala en mayo del 71 batió el récord de África, convirtiéndose en el primer vallista africano en romper la barrera de los 50 segundos. Los periodistas kenianos desconfiaban y uno bromeaba diciendo que las autoridades ugandesas debían haber usado despertadores para cronometrar la carrera. Unas semanas más tarde, Akii-Bua ganó en 49 "00 durante un encuentro entre Estados Unidos y África celebrado en la Universidad de Duke, Carolina del Norte. Era la sexta mejor marca de la historia.
"El tema del despertador quedó definitivamente enterrado", escribió Akii-Bua. Ahora estaba a menos de un segundo del récord mundial de 48 "10, establecido durante los Juegos de México por el británico David Hemery. A solo un año de la próxima cita olímpica, los rivales comenzaron a tomar en serio al policía volador ugandés.

Idi Amin, el loco sediento de sangre

Ese mismo año, Uganda experimentó un punto de inflexión en su historia. Idi Amin Dada tomó el poder el 25 de enero de 1971 tras un golpe militar. El acceso al poder de este soldado de cuarenta y tantos años fue inicialmente bienvenido tanto en casa como en el extranjero (Occidente sintió que el ex presidente había llevado a Uganda demasiado cerca de la Unión Soviética). Un memorando interno del Servicio Secreto Británico que luego salió a la luz confirmaría esto, describiendo a Amin, que había servido en el ejército británico, como "un tipo espléndido y un buen jugador de rugby". (El mismo informe agregaba: "No tiene nada en la cabeza, y necesita que le expliquen las cosas en palabras de una letra").
Atleta consumado, muy buen nadador, ex campeón nacional de boxeo y un apasionado entusiasta de las carreras de coches, el nuevo hombre fuerte del país era un fanático de los deportes. Buscó legitimidad y prestigio a través de sus deportistas, a quienes otorgó fondos y oportunidades. A cambio, estos promocionarían al país, y por lo tanto su régimen y su figura a escala internacional. A John Akii-Bua no le importaba mucho la política. Ignoraba que su país estaba sumido en una década destructiva. Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que Amin se convirtió en un dictador loco sediento de sangre, que iba a sumir a su país en la división y la desesperación.
Hasta ese momento, sin embargo, Akii-Bua había visto el lado positivo. Vio de manera bastante favorable la llegada de este coloso que incentivaba a los campeones de su nivel. Se acercaban los Juegos Olímpicos. A los 22 años, Akii-Bua era ahora uno de los mejores del mundo en su disciplina. Pero llegaría a Munich más como tapado que como favorito. Después de todo, nadie fuera del país sabía que había batido el récord mundial durante una sesión de entrenamiento en el modesto estadio Wankulukuku de Kampala. Arnold no había dicho ni una palabra al respecto. De todos modos, ¿quién le creería? ¿Quién podría correr en una pista de tierra en 48 segundos?

A la final por la vía rápida

Múnich - 2 de septiembre de 1972. Ganador en sus eliminatorias y más tarde en su semifinal con 49"25, Akii-Bua dirigía cómodamente el barco de su destino. La segunda semifinal estuvo marcada por una imagen que sigue siendo famosa: El atleta de Alemania Democrática Christian Rudolph, tras haberse roto el tendón de Aquiles en mitad de la recta de meta, se cayó y tiró a su compatriota del Oeste, Dieter-Wolfgang Büttner. Ninguno de los dos cruzaría la meta. Rudolph, uno de los favoritos al oro nunca volvió a pisar una pista, su carrera terminó con esa caída.
Aunque todo parecía ir bien para Akii-Bua, en realidad estaba extremadamente ansioso durante los Juegos. Devorado por los nervios e incapaz de dormir profundamente por la noche, comenzó a dar largos paseos por la Villa Olímpica, y a menudo terminaba en la discoteca frecuentada principalmente por atletas que habían terminado sus pruebas. Sus eliminatorias ni siquiera habían comenzado y él ya estaba yendo asiduamente a la pista de baile para relajarse. Allí conoció a uno de sus ídolos, John Carlos, uno de los dos deportistas que se hicieron famosos en el podio de México por levantar su puño enguantado. En una ocasión, Arnold tuvo que sacar a medianoche a su protegido del club nocturno para meterlo en la cama.
La enormidad de lo que estaba en juego y el contexto del escenario mundial habían llevado al joven ugandés al límite. Arnold tuvo que tranquilizarlo. Le recordaba su férrea preparación en la pista de tierra en casa o en las empinadas colinas de Kabale, donde, con un chaleco lastrado de 10 kg realizaba un implacable entrenamiento de intervalos. El ugandés había realizado un esfuerzo casi sobrehumano en su preparación. Akii-Bua era consciente de todo eso, ¿cómo podía olvidarlo? - pero en Múnich, no pudo evitar ser presa del pánico. Y en vísperas de la final, un último reto casi lo lleva al límite.

La pesadilla de la calle interior

Poco antes de la medianoche, su entrenador fue a buscarle a su habitación. Arnold llevaba cuatro botellas pequeñas de vino espumoso German Sekt y una hoja de papel. Era el sorteo de las calles. "Mi cuerpo se puso rígido como si alguien me hubiera golpeado", escribió Akii-Bua. Arnold le dio a Akii-Bua dos botellas y, después de tomarse la primera para ayudar a pasar el mal trago, le dio la noticia: le habían dado la calle interior. El varapalo fue devastador. En los 400 vallas, no es exagerado decir que la calle uno es prácticamente una sentencia de muerte.
"Estar en la calle uno es casi como una maldición", dice Edwin Moses, el doble campeón olímpico de 400 vallas, en el documental de la BBC sobre Akii-Bua. "Todo se reduce a la física. Cuando corres en una curva a gran velocidad, lo único que te mantiene en la curva es la presión que ejerces sobre la pierna de fuera, por lo que vas inclinado a cada paso. Se necesita mucha más fuerza para hacer ese giro porque estás corriendo a una velocidad muy alta y el radio es más corto, por lo que quemas más energía. [Akii-Bua] probablemente sintió que estaba en desventaja plenamente consciente de que iba a tener que correr una final extremadamente reñida en la que sus principales rivales iban a partir de posiciones mucho más favorables".
Stéphane Caristan, el experto de Eurosport Francia que corrió en la final olímpica de 400 metros vallas 20 años después de Múnich, está de acuerdo con esta valoración. "Normalmente, te dices a ti mismo: 'Bueno, ya está, estoy acabado, estoy en la calle uno y no tengo ninguna posibilidad'". Caristan sabe de lo que habla: corrió en la calle uno en Barcelona en 1992 y solo pudo ser séptimo en una carrera legendaria en la que Kevin Young ganó estableciendo un nuevo récord mundial, aún vigente. Sin embargo, logró la mejor marca de su carrera: 48"86.
"Hay un aspecto psicológico innegable", continúa Caristan. "Tienes que alejarte psicológicamente del estigma de la calle uno y mantenerte centrado en tu propia carrera. El riesgo es darle demasiada importancia. Tienes que dejar que tu instinto competitivo se active y aceptar el desafío".
Aunque era capaz de pasar las vallas con ambas piernas, Akii-Bua se inclinó por atacarlas con la derecha, y fue un acierto, porque al correr por la calle interior el aterrizaje con la pierna izquierda en la curva era mucho más complicado. Para adaptarse a esto, Caristan había optado por cambiar el número de zancadas que daba entre vallas, una variante técnica y táctica que debía gestionar inmerso, como estaba, en una prueba extrema tanto en los físico como en lo psicológico como es el paso de los 10 obstáculos. "No tienes que cambiar la forma en que corres, pero para mí, tuvo sentido".

El entrenador Arnold encuentra las palabras adecuadas

De vuelta a Múnich en 1972, en vísperas de la final, Akii-Bua esperaba encontrar consuelo en el descanso, pero su noche estuvo plagada de sueños en los que se enfrentaba a David Hemery en la final. "Su imagen me aterrorizaba", escribiría más tarde. A la mañana siguiente, no pudo desayunar nada sólido en el día más importante de su vida. "Estaba helado y temblaba mientras me ponía el chándal". Encendiendo cigarrillos con nerviosismo, a veces por el lado equivocado, según Akii-Bua, Arnold seguía preguntando a su pupilo si se encontraba bien.
Ante lo que parecía una tarea insuperable, Arnold finalmente encontró las palabras para calmarlo: "Diez minutos antes de la final, Mzungu dijo una frase que nunca olvidaré. Casi una orden, que me hizo superar todos mis nervios y miedos. Me dijo: "Estás en la final. Una de ellas es tuya". Nunca mencionó la palabra medalla".
En menos de 50 segundos, Akii-Bua iba a descubrir de qué estaba hecho. El talento, la técnica y el trabajo duro pueden hacerte correr más rápido, pero para conquistar un título y llevarte una medalla de oro, se necesita algo más, especialmente en la prueba conocida como "la asesina de hombres", los 400 m vallas. Como explica Akabusi:
"Cuando entras en el estadio para la final, solo unos pocos tienen el talento, la disciplina y la habilidad de lograrlo. Cuando saltan a la arena, cuando se trata de hacerlo o morir, cuando hoy no es mañana, solo unos pocos muestran esa determinación y logran estar concentrados y canalizar todas sus energías para llevarse ese oro a casa. Solo a unos pocos se les alinean todos los astros para cruzar en primer lugar la línea de meta. John Akii-Bua y David Hemery poseían todas las virtudes necesarias para sobrevivir a la prueba asesina de hombres…los 400 metros vallas".
Al salir a la pista del Olympiastadion ese día, Akii-Bua estaba a punto de demostrarse a sí mismo y desvelar al mundo de qué pasta estaba hecho. Mientras que sus rivales parecían tensos y concentrados, Akii-Bua saludó a sus amigos e incluso bailó en la pista antes de la final. "Las últimas palabras que me dijo mi entrenador fueron: 'Sabes a qué has venido aquí. No mires a nadie, solo corre tu carrera", reveló más tarde.

Cae el récord del mundo

Saliendo de los tacos como un proyectil de la boca de un cañón, el campeón vigente y poseedor del récord mundial Hemery despegó en la calle cinco a un ritmo aún más rápido de lo que lo había hecho en México. El inglés pasó por los 200 metros a todo trapo, en 22"80, pero aún estaba codo con codo con el estadounidense Ralph Mann. Nada podría separar a estas dos estrellas tras años de entrenamiento con los mejores recursos que se pueden tener. A la salida de la última curva, justo antes de los últimos 100 metros, Hemery se llevó una sorpresa: Akii-Bua, asomaba por la calle interior, todavía estaba allí.
Entonces sucedió lo imposible: entre el octavo y el noveno obstáculo, el ugandés abrió un hueco, dando la impresión de que estaba claramente acelerando. Una ilusión óptica: nadie gana velocidad en la recta de meta de los 400 m vallas; los demás simplemente estaban perdiendo impulso, pero de manera más acusada. Pero Akii-Bua de alguna manera logró mantener su impulso y fluidez mientras Hemery se tensaba. Lejos del codiciado doblete, el defensor del título caería hasta el tercer lugar por una centésima de segundo respecto a Mann, alcanzando las medallas por un suspiro.
Mientras tanto, al frente, y jugando en otra liga, Akii-Bua volaba hacia la meta. Con la emoción del momento, el ugandés continuó su trayectoria incluso después de tener la victoria asegurada, saltando el primero de los obstáculos por segunda vez antes de detenerse para mirar la pantalla gigante. Lo que vio fue asombroso: 47"82, un nuevo récord mundial. El primer récord del mundo que caía en los Juegos de Múnich.
Tras caer la barrera de los 50 segundos en 1956, se necesitaron otros 12 años para bajar de los 49. Pero Akii-Bua, que solo llevaba dos años y medio entrenando esta prueba, se había convertido en el primer hombre en correr por debajo de los 48 segundos, lo que llevó la distancia a una nueva era.
"Lo hizo de maravilla", comenta Arnold en el documental. "Eso es lo que recuerdo, estar realmente asombrado por el margen de su victoria, que fue bastante considerable especialmente corriendo por la calle uno. Lo que hizo, simplemente rozó la perfección".

El inventor de la vuelta de honor

Mientras habla con Eurosport, Caristan vuelve a ver la final de Múnich. No puede creer lo que está viendo. "Aterriza sobre su pierna izquierda en la última curva, es increíble. Es una carrera súper fluida. De hecho, ni siquiera sientes que esté en desventaja por estar en la calle interior. Se le ve cómodo".
Se estima que correr por la calle interior equivale a una desventaja en el crono de dos a tres décimas de segundo, lo que hace que la actuación de Akii-Bua en Múnich sea aún más asombrosa. Hasta la fecha, solo otro atleta ha podido ganar una final olímpica desde la calle uno: Angelo Taylor en Sydney 2000. Pero vale la pena añadir que el tiempo del ugandés (logrado con unas zapatillas de clavos Puma de dos años) hubiera sido suficiente para que Akii-Bua hubiera ganado una medalla en los Mundiales de 2019 y también en nueve de las once finales olímpicas que siguieron a su coronación en Baviera.
Además de su medalla de oro y el récord mundial, la actuación de Akii-Bua destacó por la forma en que celebró su hazaña: después de ver su tiempo en la pantalla gigante, el radiante campeón siguió trotando con la espalda recta, saltando uno tras otro obstáculos imaginarios mientras saludaba a la multitud. Lleno de energía y con la bandera de Uganda de un espectador en la mano, continuó por la pista, esquivando a un oficial, para deleite del público mientras sus rivales seguían en el suelo tratando de recuperarse del esfuerzo.
Sin saberlo, Akii-Bua había comenzado la tradición de la vuelta de honor del vencedor. Después de una segunda vuelta a la pista, finalmente vio a Malcolm Arnold. "Su mirada exacerbó mis emociones, me derrumbé y lloré brevemente", escribió. (Era difícil pensar que, en 72 horas, se derramaría sangre sobre los anillos olímpicos durante el trágico secuestro de varios miembros de la delegación israelí).
Para la gran mayoría de la prensa internacional, ese fue el día en el que conocieron el nombre y el rostro de John Akii-Bua. En sus intervenciones en los medios después de su victoria, el nuevo campeón olímpico habló sobre las nueve esposas de su padre y los numerosos hermanos y hermanas que tenía en casa. También reveló detalles de sus brutales regímenes de entrenamiento que incluso él reconoció que "no eran naturales". La humildad y dedicación de un campeón desconocido se revelaron al mundo.

Un héroe bajo vigilancia

No contento con romper la barrera de los 48 segundos en su distancia, Akii-Bua también se convirtió en el primer campeón olímpico ugandés de la historia, y el primer africano en ganar una medalla de oro en cualquier prueba por debajo de los 800 metros. Dedicó su medalla a "todo el equipo y a toda Uganda". Con un orgullo febril por su pequeño país, dijo a los periodistas: "Gané para Uganda. En el medallero dirán que Uganda ganó una medalla de oro; no escribirán que Aki-Bua ganó una medalla de oro".
A su regreso a casa, fue recibido como un héroe. Mientras felicitaba al equipo ugandés, Idi Amin pronunció un discurso para la nación: "El nombre de Akii-Bua debe mantenerse vivo en beneficio de las generaciones futuras". El presidente organizó grandes celebraciones. Le otorgó a Akii-Bua una prima en metálico y un automóvil, y nombró una calle en su honor, así como una tribuna en el estadio de su ciudad natal. También le entregó una casa en Kampala, que fue puesta bajo vigilancia de inmediato. Porque, como en cualquier dictadura, el campeón se convirtió en un peón en un juego de estrategia, una pieza importante pero prescindible que debe mantenerse cerca para que sea más fácil de monitorear.
La vida a la que Akii-Bua regresó en Kampala era diferente a la que había conocido antes. Para empezar, regresó solo, tras quedar huérfano de su mentor. Nostálgico y consciente de la escalada de violencia en su país de adopción, Arnold optó por regresar al Reino Unido. Lo que sucedió después le demostraría que tenía razón.
A Akii-Bua le faltaban todavía tres meses para cumplir los 23 años cuando ganó el oro olímpico, tras Múnich todavía le quedaba mucho margen de mejora y en ausencia de su entrenador, luchó para seguir perfeccionando su técnica. Si Arnold hubiera podido quedarse para afinar a su estrella, ¿quién sabe lo lejos que hubiera podido llegar? Pero sus marcas, nunca fueron mejores que las de los Juegos del 72. Durante la siguiente Olimpiada, los mejores tiempos de Akii-Bua fueron más lentos: 48 "54 en 1973 cuando ganó el título de los Juegos Africanos; 48" 67 en 1975; 48 "58 antes de los Juegos de Montreal en 1976. Resultados respetables, pero ya no eran mágicos.
Los acontecimientos de Uganda tampoco le favorecieron. Amin se volvió cada vez más cauteloso con la popularidad de su campeón. En el extranjero, la gente conocía Uganda por dos personas: Akii-Bua y Amin. Pero, sobre todo, por el primero. El campeón olímpico se vio sometido a una presión psicológica cada vez mayor. Estaba siendo amenazado y no le habían tenido en cuenta para un ascenso en la policía. La etnia de Akii-Bua fue la principal víctima de la masacre de Amin, y su popularidad y fama nacionales solo pudieron protegerlo durante un tiempo. De hecho, tres de sus hermanos habían sido asesinados por las tropas de Amin el año que ganó en Múnich.
"Creo que Amin quiso meterme en la cárcel varias veces, pero no pudo porque me había convertido en una personalidad demasiado importante", admitió.

Una oportunidad perdida en Montreal

La defensa de su título olímpico en Montreal se convirtió en el principal objetivo de Akii-Bua. Los Campeonatos del Mundo aún no existían (no se crearon hasta 1983) y los Juegos de Verano seguían siendo, incluso más de lo que lo son hoy, la cita ineludible del atletismo mundial. Pero nunca pondría un pie en la pista de Quebec. Akii-Bua quizás no había estado nunca demasiado involucrado en la política, pero fue la política la que apagó su sueño de ser bicampeón olímpico.
Menos famoso que los de Moscú 80 y Los Ángeles 84, el boicot de los Juegos de Montreal privó a los atletas de 25 naciones africanas de la oportunidad de competir. Estos países protestaban contra la presencia de Nueva Zelanda, por haber jugado varios partidos de rugby contra la Sudáfrica del apartheid. Uganda solo se unió al movimiento una vez que sus atletas y delegación ya habían aterrizado en Canadá. Por muy odioso que fuera el régimen sudafricano, ver al sanguinario Amin tomar una postura contra las violaciones de derechos humanos en otra nación olía a hipocresía.
Con Akii-Bua ausente, el mundo se vio privado de ver el que podría haber sido el duelo más formidable en la historia de los 400 metros vallas: el defensor del título ugandés contra el estadounidense Edwin Moses. Moses, de 20 años, también había llegado al deporte por medios poco convencionales: gracias a su destreza intelectual. Estudiante de física, había ganado una beca para la universidad por sus actuaciones académicas, no deportivas, y soñaba con convertirse en ingeniero.
Moses describió a Akii-Bua como "el último vallista" y dijo que era "trágico" que ellos no pudieran enfrentarse. Antes de que Akii-Bua abandonara Canadá, los dos se habían encontrado en las gradas y el ugandés había animado al estadounidense a batir su récord. "Él dijo: 'Si vas a hacerlo, este es el lugar idóneo'", dice Moses en el documental.
Moses, que era un atleta talentoso, entrenaba en solitario y solo había participado en una carrera de 400 metros vallas antes de llegar a Montreal. Hasta entonces, había dado prioridad a las pruebas de obstáculos de corta distancia. Eso no importó. En Canadá, arrasó batiendo en la final el récord mundial de Akii-Bua con un tiempo de 47'64 "para hacerse con el oro. Fue el nacimiento del que ha sido posiblemente el mayor especialista de 400 m vallas de la historia.
Hay pocas dudas de que Moses probablemente se habría impuesto al ugandés, pero habría valido la pena ver el duelo. Para Akii-Bua, Montreal siempre sería una herida no cicatrizada, pero para Moses era un eterno lamento: no había podido cruzar espadas con el hombre que le había inspirado a correr.
Mientras Moses corría hacia la gloria, Akii-Bua estaba a 10,000 metros de altitud en un avión de regreso a Uganda. Cuando aterrizó, un amigo periodista le dijo que Edwin Moses había ganado. "Tu récord se ha esfumado", dijo. Akii-Bua todavía tenía 26 años, pero su carrera parecía haber quedado atrás. Empezó a fumar y a beber, a veces bebía whisky directamente de la botella. Su espíritu estaba roto. No había logrado conciliar su mayor momento de gloria con su mayor decepción, y todo parecía estar fuera de control.
Su notoriedad en su país significaba que no podía exiliarse, pero tampoco podían deshacerse de él. Estaba preso en su propio país. Poco a poco, el campeón olímpico de Múnich cayó en el olvido, atrapado en la batalla nacional por la supervivencia. Idi Amin se había vuelto cada vez más errático e insensible. Se había declarado presidente vitalicio en 1975 y estaba cayendo en la locura. Su agencia de inteligencia, la Oficina de Investigación del Estado, no era más que un escuadrón asesino que comenzó a multiplicar las masacres. En menos de una década de gobierno, se estima que el régimen se cobró alrededor de 300.000 vidas.

1979: La guerra y la huida

En 1979, Uganda era un país en ruinas. Aislados de Occidente, los precios del café se habían derrumbado y Amin había expulsado a decenas de miles de asiáticos y antiguos colonos que dirigían la mayoría de los principales negocios. En una última y caprichosa tirada de dados, el tirano decidió invadir Tanzania. El contraataque resultante se llevó a cabo con la ayuda de exiliados ugandeses, principalmente guerrilleros de la etnia Langi de Akii-Bua. Aplastó al ejército de Amin y obligó al presidente a huir en abril.
Temiendo ser asociado con el régimen a pesar de pertenecer al mismo grupo étnico que había sido fuertemente perseguido por la dictadura, Akii-Bua también decidió abandonar el país. Huyó con su primo, el futbolista Denis Abua, jugador de la selección de Uganda. Se dirigieron a Tororo, en la frontera con Kenia, donde la esposa embarazada de Akii-Bua, Joyce, y sus tres hijos los habían estado esperando durante dos semanas.
Su automóvil se detuvo detrás de un convoy de la embajada alemana antes de ser detenido junto a la presa de Owen Falls por el ejército de Tanzania. Se trataba de un control de carretera con una reputación espantosa, en el que Amin había eliminado notoriamente a muchas de las víctimas del régimen en el Nilo Victoria. Akii-Bua creyó que habían llegado al final del camino.
"En Kampala, habíamos oído hablar de personas arrojadas al agua que se estrellaban. A otros los ponían en fila y les obligaban a saltar. Mi mente comenzó a acelerarse. Traté de visualizar cómo moriría. ¿Me iban a arrojar al agua? Si es así, ¿con las manos y piernas atadas o con las manos y piernas sueltas? Sabía que nunca encontrarían mi cuerpo, ni sabrían quién me había asesinado o cómo había muerto. Pensé en mi esposa e hijos y no podía soportar la visión de sus vidas sin mí".
Él y su primo pensaron en un tiroteo. Pero entonces uno de los funcionarios reconoció a Denis, que dijo que él y John iban a buscar unas cajas de cerveza para llevarlas a Kampala. Todos acordaron reunirse más tarde para tomar una copa en el comedor de oficiales. Finalmente llegaron a Tororo, otros 100 kilómetros al oeste, donde Akii-Bua se reunió con su familia. Juntos lograron cruzar la frontera. Pero el trauma del viaje provocó el nacimiento prematuro de su bebé, que no sobrevivió.

Salvado por su patrocinador

Sin dinero ni perspectivas, Akii-Bua fue grabado unas semanas después en un campo de refugiados, donde había sido encerrado mientras esperaba su deportación a Uganda. "Nunca me había sentido tan miserable. Soy un atleta. No se pueden imaginar la gravedad de la situación en mi país", dijo a un equipo de televisión británico. Estas imágenes, ampliamente difundidas en su momento, causaron sensación y lo salvarían.
Al enterarse de la difícil situación de Akii-Bua, Armin Dassler, el director de la empresa deportiva Puma, su antiguo patrocinador, decidió ayudarlo. Dassler organizó personalmente su asilo en Alemania Occidental, donde le dieron un trabajo en el departamento de marketing deportivo de Puma, precisamente en Múnich. Akii-Bua y su familia se establecieron en la misma ciudad donde él había gobernado el mundo menos de ocho años antes. Regresó a los Juegos de Moscú en 1980. Con una preparación mínima y con la cabeza en otras cosas, no avanzó más allá de las semifinales. Su tiempo de 51"10 estaba muy lejos de la marca con la que había roto la barrera de los 48 segundos y puso fin a su carrera en el atletismo.
En 1983, Akii-Bua regresó a una Uganda pacífica pero inestable, diezmada por años de guerra y disturbios civiles. Incapaz de abrir la academia deportiva ni la tienda que deseaba, trabajó una vez más en la policía y se convirtió en el entrenador nacional del equipo de atletismo, su último vínculo con un pasado glorioso en gran parte olvidado. La última vez que vio a Malcolm Arnold, el ex aprendiz tenía un regalo para su antiguo maestro, como luego confirmó el inglés en el documental de la BBC:
"Vino a Gales, donde yo trabajaba como seleccionador nacional, y me enseñó estos doce cuadernos. Me los presentó como la historia de su vida, todo escrito a lápiz, en inglés. Brillantemente escrito teniendo en cuenta que era su tercer o cuarto idioma. Fue algo asombroso". En esas páginas estaba toda su vida, desde su infancia en su aldea hasta su huida a Kenia. Quería que Arnold salvaguardara su historia para la posteridad.

Moses: 'Sin él, yo no sería quien soy'

John Akii-Bua murió en 1997, con solo 47 años. Sufría de dolores abdominales provocados por la cirrosis, había estado enfermo durante varios meses y todavía estaba de luto por la muerte de su esposa, que había fallecido dos años antes. Le sobrevivieron 11 niños que quedaron huérfanos sin la red de seguridad de un estado del bienestar. Uganda le celebró un funeral de estado.
Fue una conmovedora coincidencia que Malcolm Arnold se enterara de la muerte de su amigo y protegido mientras estaba en el Olympiastadion de Múnich, entrenando al equipo británico en la Copa de Europa. Después de entrenar a Akii-Bua, Arnold se convirtió en uno de los mejores entrenadores de atletismo del mundo. Durante una carrera que abarcó once Juegos Olímpicos, entrenó a varios campeones olímpicos, mundiales y europeos, incluido Colin Jackson, medallista de plata en los 110 m vallas en Seúl 88. Pero nadie se ganó la admiración de Arnold más que Akii-Bua, cuyo notable compromiso y capacidad para el trabajo no conocía límites.
"Trabajé con Colin Jackson durante 20 años. Nunca tuve esa oportunidad con John", dice en el documental. "Si hubiera podido trabajar con él durante 10 años, me pregunto a dónde habría llegado. Teniendo en cuenta que solo pudo entrenar adecuadamente durante dos temporadas, lo hizo bastante bien, ¿no? Si pudiéramos teletransportarlo de su época en los 70 hasta ahora, todavía sería un ganador".
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John Akii-Bua, el primer oro olímpico de Uganda, una vida entre la gloria y la tragedia

No fue hasta 2012, con la coronación de Stephen Kiprotich en el maratón por las calles de Londres, cuando Uganda lograría la segunda medalla de oro de su historia olímpica. Entonces resurgió el nombre de John Akii-Bua, como lo había hecho cuatro años antes con el lanzamiento del documental de Daniel Gordon. Lamentablemente, fue necesaria esta extraordinaria película para sacar el nombre de Akii-Bua del ostracismo, incluso en su propio país. Especialmente en su propio país, según su primer entrenador, George Udeke:
"Ojalá la gente pudiera recordar la fama que John le dio a Uganda. Me siento triste porque lo que John debería haber dejado como legado es la excelencia en las pistas de atletismo. Debería ser una aspiración para todos querer ser John Akii-Bua". En su momento causó sensación en el atletismo mundial, pero a medida que pasa el tiempo, creo que la gente lo ha olvidado, quizás demasiado rápido. Es una lástima que en otros países, conozcan y hablen más de John Akii-Bua que aquí en Uganda".
Edwin Moses no lo ha olvidado. La final de Múnich, que vio una y otra vez cuando tenía 17 años, le inspiró y le hizo soñar. Finalmente, compitieron por primera vez en Londres el 31 de agosto de 1979, cuando Akii-Bua había regresado tardíamente a la competición. Claramente corto de forma, terminó séptimo, tres segundos detrás de Moses, que fue el ganador. Pero fue a Akii-Bua y a nadie más a quien el estadounidense abrazó después de la carrera, agarrándole del hombro e intercambiando algunas palabras.
Moses siempre recordará ese momento. "Tenía el máximo respeto por él. Si no fuera por él, yo no habría sido quien soy. Siempre será una figura histórica en la historia del atletismo".
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