En los Juegos Olímpicos de México de 1968, Bob Beamon redefinió los límites de lo posible al batir el récord mundial de salto de longitud con su primer intento en la final. El salto de 8,90 del estadounidense pulverizó la competición al mejorar en 55 centímetros la anterior plusmarca universal. Este récord, casi inconmensurable, duraría más de dos décadas.