Cómo Kerri Strug certificó el oro olímpico de Estados Unidos en Atlanta 1996

El 23 de julio de 1996, Kerri Strug se convirtió en la chica de oro de América. La gimnasta se sobrepuso al dolor para hacer historia para Estados Unidos con una victoria sin precedentes en la competición por equipos de los Juegos Olímpicos de Atlanta. Aunque no era la más talentosa de las "Siete Magníficas", su coraje hizo que la joven de 18 años se convirtiera en un icono.

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Cómo Kerri Strug certificó el oro olímpico de Estados Unidos en Atlanta 1996

Un cuarto de siglo después, la imagen de Strug siendo llevada al podio por su entrenador, a un mundo repleto de flores, besos y el apoyo de celebridades, permanece grabada en la memoria.
El sueño americano es tan antiguo como el Nuevo Mundo. Nacido en el mismo instante en que los Padres Peregrinos pusieron un pie en las costas de Massachusetts, se puede rastrear a través del linaje de sus descendientes después de establecerse en esas tierras desconocidas. Las turbulencias de la historia y la vida cotidiana han puesto obstáculos en su camino. Pero el sueño americano sigue vivo y coleando; sigue siendo un faro que muestra el camino para la gente de una nación joven que aún no ha cumplido 250 años.
América se construyó desde los cimientos sobre una máxima contradictoria pero inmutable: que todo proviene siempre de una inmensa esperanza, cuyos contornos coquetean con el misticismo. Para que se materialice, el precio puede ser la violencia y el dolor. Pero el resultado, feliz o espectacular, impulsa la narrativa nacional y alimenta el eterno sueño americano.
Como otros, Kerri Strug tuvo un sueño. Cuando era niña, simplemente quiso convertirse en campeona. Para lograr sus objetivos, no tuvo más remedio que comprometerse con ellos, creer en ellos y ser extremadamente decidida. Esto supuso superar el umbral del dolor a diario. Y el día que finalmente se encontró con el oro, le tocó sufrir como nunca antes. Si los logros deportivos son sinónimo de dolor, ella tuvo que soportar una tortura para asistir a su propia coronación.

Uno para todos y todos para uno

En sus sueños más osados, Strug era Mary Lou Retton, la cinco veces medallista en los Juegos de Los Ángeles y campeona del all-around. La pequeña Kerri tenía solo seis años y ya acumulaba tres de gimnasia en sus piernas. A esa tierna edad, ya imaginaba el momento en que se subiría a lo alto del podio, con una medalla de oro alrededor del cuello, y con el himno Barras y Estrellas sonando de fondo.
En Atlanta, 12 años después del éxito de Retton en California, Strug se llevaba el oro al conseguir que las estadounidenses finalmente emergieran de la larga sombra proyectada por la ex Unión Soviética y sus satélites. Fue un logro colectivo sin precedentes que multiplicó su alegría en el podio. Las lágrimas de dolor por un esguince de tobillo y el desgarro en los ligamentos se convirtieron en lágrimas de alivio y felicidad.
"Pensé que sería como Mary Lou. En cambio, me encontré llorando, [mi entrenador] Bela Karolyi me llevaba en brazos, y ni siquiera tenía mis pantalones del chándal puestos", recordó más tarde.
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Kerri Strug compitiendo en los Juegos de Barcelona 1992

Fuente de la imagen: Eurosport

Su hazaña fue aún más notable dado que Strug posiblemente no poseía el talento inherente para tener éxito por sí misma. Pero sin su contribución, sus compañeras del equipo estadounidense probablemente tampoco hubieran estado a la altura de las circunstancias. Uno para todos. Todos para uno.
El 23 de julio de 1996, Strug (1m 44 y 40 kilos) se convirtió en una reina de la gimnasia y en un icono nacional. Un símbolo inspirador que ha perdurado desde entonces porque, durante el cuarto de siglo que ha pasado desde ese dramático momento hecho para la televisión, sus compatriotas no han olvidado una noche embriagadora completamente inolvidable en todos los sentidos.
Nunca antes las estadounidenses habían ganado la competición por equipos, ni en los Campeonatos del Mundo ni en los Juegos Olímpicos. La resiliencia, la abnegación y la dedicación fueron los ingredientes de este logro. Pero la medalla de oro también tuvo su lado negativo. Aunque siempre valga la pena vivirlo, el sueño americano también tiene sus inconvenientes, como puede atestiguar Kerri Strug.

'Mi hermana pequeña irá algún día a los Juegos Olímpicos'

Antes de Kerri, estaba Lisa, su hermana mayor. Una gimnasta talentosa. La hermana mayor de Strug se dio cuenta rápidamente de que era su hermana pequeña la que tenía ese algo extra que podría llevarla algún día a lograr algo grande. Cuando Kerri tenía solo nueve años, Lisa solía presumir ante sus amigos de que tenía "una hermana pequeña que algún día iba a estar en los Juegos Olímpicos".
Si bien algunos padres viven la emoción del éxito de sus hijos de manera indirecta, el padre y la madre de Strug siempre se mantuvieron en un segundo plano en la carrera de su hija. Durante un tiempo, Strug quiso seguir los pasos de su padre, un cirujano cardíaco, y convertirse en pediatra. Pero esta idea no duró mucho. Rápidamente, la gimnasia terminó imponiéndose y ganó el enfrentamiento indiscutiblemente.
Para pasar el corte, Strug siempre supo que tendría que hacer sacrificios, redoblar sus esfuerzos y someterse a una disciplina férrea. Descartó con facilidad la idea de una niñez y adolescencia normales. "La carrera de una gimnasta es bastante corta", dijo cuando solo tenía 14 años. "La mayoría de ellas alcanzan su punto máximo a los 15 o 16. Cuando termine con esto, tengo el resto de mi vida para hacer todas esas otras cosas. Esto significa demasiado para mí."
Strug se lanzó de lleno a una pasión que le absorbía todo el tiempo. Empezó a participar en las competiciones a los ocho años y pronto comprendió que lo que hacía no sería suficiente. Para convertirse en la mejor, tenía que ser entrenada por los mejores. Y resultaba que Lisa ya había pasado por sus manos.
Bela Karolyi había causado sensación al guiar a Nadia Comaneci a su 10 perfecto en las barras asimétricas en Montreal en 1976 antes de emigrar a los Estados Unidos, donde convirtió a Mary Lou Retton en campeona olímpica. [Insertar enlace a Historias esenciales anteriores sobre Comaneci]
Era enero de 1991. Strug tenía 13 años y pidió expresamente unirse a las filas de la leyenda rumana. Karolyi había logrado huir de Rumania y librarse del yugo de Nicolae Ceausescu en 1981. Desde entonces, había vivido en un rancho al norte de Houston, cerca de Huntsville. Cubría una superficie de 2.000 hectáreas y albergaba una academia de gimnasia de élite a puerta cerrada.
A pesar de que los tíos de Strug vivían cerca, la separación de su familia fue desgarradora para los padres de Strug. "Estaba devastada", dijo su madre. "Fue aún más difícil porque mi hijo también se había ido de casa para ir a la universidad".

Una vocación en cuerpo y alma

El trabajo y el sacrificio apuntalan el glamour y la gracia de la gimnasia artística. El deporte es una vocación en cuerpo y alma. Para llegar allí, los atletas tienen que trabajar, llevar sus cuerpos más allá de sus límites a diario, hasta el punto de que funciones básicas como el crecimiento y la pubertad se vean afectadas. Con su corta estatura, Strug no estaba demasiado preocupada por esto, lo cual estaba bien, porque bajo la vigilancia de Karoyli, no había lugar para la diversión.
Karolyi era conocido por su estilo de entrenamiento inflexible y su disciplina extremadamente rigurosa. No esperaba menos de sus alumnos que una dedicación total. Un puño de hierro en un guante de acero, Karolyi era un hombre alto con un bigote tupido y un acento marcado. Dormía solo cuatro horas cada noche, preferiblemente de la una a las cinco, y pasaba la mayor parte del día en el gimnasio. Su filosofía era simple: quien trabaja más duro obtiene más recompensas.
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Cómo Kerri Strug certificó el oro olímpico de Estados Unidos en Atlanta 1996

De las 500 niñas que asistían a su gimnasio, solo las seis mejores, o el "six-pack de Karolyi", trabajaban directamente con él y su esposa, Marta. Strug fue una de las "pocas afortunadas" en las que vio más futuro. No solo por su talento, sino también por su capacidad para soportar las cargas de trabajo más duras.
"La gimnasia no es para divertirse", dijo Karolyi a principios de los 90. "No es golf. Creo que todo lo que vale la pena es difícil. La amabilidad no es el enfoque adecuado. Siempre tienes que ser exigente, siempre pedir más. Si quieres crear algo mejor, tienes que ser duro. Si quieres ser el mejor, tienes que aprovechar al máximo cada minuto".

La gloria, pero ¿a qué precio?

Para muchos, este enfoque donde solo los más aptos sobreviven fue demasiado lejos. La propia naturaleza del entrenamiento requiere que los atletas conozcan sus límites y los superen. De manera voluntaria y regular. Hasta el punto de ser aplastados. Muchas de sus pupilas se quejarían más tarde de sus métodos una vez que habían volado del nido.
Estas quejas solo se tomaron realmente en serio como consecuencia del escándalo de Larry Nassar. El médico de la selección nacional trabajó durante muchos años en el rancho de Karoyli y, en febrero de 2018, fue condenado a cadena perpetua tras ser declarado culpable de cientos de agresiones sexuales a deportistas, tanto aspirantes como consagradas, que habían estado bajo su protección.
Desde entonces, los testimonios de muchas gimnastas han revelado el abuso sistemático que sufrieron a manos de los Karolyi, quienes fueron acusados ​​no solo de tener mano dura, sino de llevar a sus protegidas a desarrollar trastornos alimentarios y baja autoestima. En 2018, el rancho de Karolyi cerró sus puertas, arrastrado por el escándalo.
Dominique Moceanu, una de las compañeras de equipo de Strug que ganó la medalla de oro en Atlanta, había acusado durante mucho tiempo a Bela y Marta de abuso físico y verbal a niñas jóvenes. Algunos de sus comportamientos rozaban la brutalidad. Dicho esto, muchas de las atletas más destacados de Karolyi, incluida Strug, siempre lo defendieron con vehemencia contra estas acusaciones.
En varias ocasiones, Strug se puso del lado de su ex entrenador. Aunque admitió que "realmente" no le gustaba Karolyi como persona. En 2012 declaró: "Me siento muy en deuda con Karolyi. Elegí entrenar con él. Él no estaba allí para ser mi mejor amigo o una figura paterna. Él estaba allí para hacerme la mejor gimnasta posible, él te empujaba más allá de tu zona de confort todos los días".
Con Karoli se entrenaban 10 horas al día, seis días a la semana. Los únicos días libres eran los domingos, el 4 de julio y tres días durante las vacaciones de Navidad. Incluso durante estas vacaciones tenían que llevar a cabo un estricto control de la ingesta de alimentos. Por ejemplo: la pizza estaba bien, pero sin queso. Esta tiranía con el peso llevaba a algunas gimnastas a comer tan solo 900 calorías al día.
Pero Strug tenía hambre de éxito, así que se aferró a su sueño. En 1992, quinientos años después de que Colón pusiera un pie en América, Strug se encontró cruzando el Atlántico en la dirección opuesta, en busca del oro olímpico. Con solo 14 años cuando llegó a Barcelona, Strug era la atleta olímpica más joven de esos Juegos de Verano después de haberse ganado su plaza en los trials de Estados Unidos en Baltimore. Todo el trabajo y los sacrificios que había hecho estaban dando sus frutos.
Se iría de Barcelona con una medalla de bronce en la competición por equipos, donde las estadounidenses quedaron por detrás del equipo unificado de las antiguas repúblicas soviéticas y de Rumanía (las dos superpotencias históricas de la competición por equipos). Sin embargo no logró pasar el corte en la competición individual, al ser superada por su compañera de equipo (y también protegida de Karolyi) Kim Zmeskal.

Travesía por el desierto después de un bronce agridulce

Strug estaba lejos de estar contenta cuando regresó a casa con una medalla de bronce colgada del cuello, después de haberse quedado corta en su búsqueda de medallas individuales. "No conseguir lo que quería en Barcelona me hizo querer conseguirlo en Atlanta mucho más y me permitió trabajar mucho más duro para llegar allí", recordaba con su voz todavía aguda en 2016 cuando celebraba el 20 aniversario de su explosión en Atlanta.
Era tan joven, que en Barcelona ni siquiera se le permitió asistir a la ceremonia de apertura. Aunque en su momento, no lo vio así, más tarde reconoció que fue "algo bueno" que el éxito no le hubiera llegado tan temprano porque era posible que de haberlo alcanzado se hubiera retirado. Tal como estaban las cosas, Strug estaba preparada para agachar la cabeza y luchar por sus sueños, sacrificando estoicamente el resto de su infancia en busca de la gloria.
"Ganar medallas individuales fue la razón por la que continué cuatro años más después de Barcelona. En mi cabeza tenía la sensación de no estar cumpliendo con mis objetivos y no estar ganando tantas medallas como quería", dijo. Para una adolescente, cuatro años más de duro esfuerzo y compromiso debieron ser como una eternidad. Pero Strug tenía asuntos pendientes.
Había una preocupación evidente: Karolyi, que había cumplido 50 años, decidió retirarse después de los Juegos de 1992. Strug de repente se encontró sin un entrenador o mentor. Las cosas pronto se descontrolaron. Fue un período repleto de inestabilidad y dudas - "los peores años de mi vida" – en el que Strug dejó Houston por temporadas para instalarse en Edmond, regresó a su casa en la soleada Tuscon, para luego irse a Colorado Springs. Incluso intentó regresar con su primer entrenador, Jim Gault. Pero nada cuajó. Su estado de forma y su confianza se hundieron, y las lesiones la devastaron.
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Kerri Strug, Barcelona 1992

Fuente de la imagen: Eurosport

Fue en Edmond, a finales del invierno de 1993, donde sufrió un revés que no le habría deseado ni a su mayor rival. Un desgarro en un músculo del abdomen le apartó de la gimnasia durante seis largos meses. Esto coincidió con una pérdida severa de peso y luego, cuando regresó a su casa de Arizona, tuvo que descansar otros seis meses tras lesionarse la espalda en una caída de las barras asimétricas. Un espíritu más débil se habría rendido, pero el coraje y la excepcional resistencia de Strug la empujaron a permanecer concentrada en un objetivo que parecía muy lejano a pesar de estar tan cerca.
El punto de inflexión en su búsqueda olímpica llegó cuando Karolyi decidió volver para entrenar a Zmeskal y al nuevo prodigio, Moceanu, que había ganado la competición all around en los campeonatos nacionales de 1995. Strug comenzó a entrenar de nuevo con Karolyi. Aunque la que albergaba mayores esperanzas era Moceanu, Strug recuperó su confianza y con el regreso de su entrenador, hizo lo suficiente para ganar su billete a Atlanta.

El Este contra el Oeste

Los Juegos de Atlanta fueron los Juegos del Centenario. La capital del estado de Georgia se había impuesto a Atenas para albergar el histórico acontecimiento, tirando por la borda todo el simbolismo y el romanticismo. El Olimpismo había entrado en una era de realismo. Cuatro años y todo un mundo separaban a Barcelona de Atlanta. Esto no pararía a Strug, que había despertado de su letargo con ilusiones renovadas.
Cuatro años después, el silencioso ambiente del Palau Sant Jordi en la montaña de Montjuïc había dado paso a una olla a presión en el Georgia Dome que había sido transformado para albergar las pruebas de gimnasia con el anhelo de ser testigo de las medallas de oro estadounidenses. Esta sed de gloria sirvió de acicate a una multitud entregada que quería crear un clima completamente diferente al que se había vivido en otras citas olímpicas. Los competidores del Este, entre otros, se sintieron claramente en desventaja.
La Unión Soviética había ganado todas las medallas de oro por equipos en categoría femenina entre 1952 y 1988, a excepción de los Juegos Olímpicos boicoteados en 1984 en Los Ángeles, cuando fue Rumanía la que se vistió de dorado. En 1992, el Equipo Unificado postsoviético regresaría a lo más alto del podio en Barcelona.
Por el contrario, el mejor resultado de los estadounidenses había llegado en casa en 1984 cuando se hicieron con la plata en ausencia de las soviéticas. El bronce en 1992 había dado al equipo de EE. UU. una esperanza mesurada, no en vano el equipo estadounidense había dejado a las rusas fuera de las medallas en el Campeonato Mundial de 1995. Aunque nadie esperaba que ganasen, al menos podrían tener una oportunidad, y eso ya era algo.
Como parte de las llamadas "Siete Magníficas" o "Mag 7", un equipo que mezclaba veteranía con la ilusión de las recién llegadas, Strugg se había convertido en una ocurrencia de última hora. La tímida e introvertida gimnasta de 18 años a la que Karolyi había llamado alguna vez “pájaro sagrado” y que a menudo rompía a llorar en un abrir y cerrar de ojos, era quizás más conocida por no ser capaz de rendir cuando era el foco de atención. Pero su versatilidad, solidez y espíritu de equipo la convirtieron en una componente ideal. Strug podría ser más sensible y retraída que las demás, pero era una jugadora de equipo.
"Kerri era como un motor en funcionamiento, pero no un motor de funcionamiento suave sino un motor duro, fuerte y de funcionamiento agresivo", dijo Karolyi. "La he visto como nunca antes la había visto. Vi en sus ojos el fuego, el deseo y el hambre como nunca antes. Estaba decidida a lograrlo, y lo demostró con sus actuaciones todos los días en el gimnasio".
Strug recibió muy poca atención de los medios en un equipo cuyas estrellas eran la recién llegada Moceanu y la cinco veces medallista olímpica y cinco veces campeona mundial, Shannon Miller. A los 14 años, Moceanu representaba tanto el presente como el futuro de la gimnasia estadounidense. Las chicas del equipo de EE. UU. no vivían en la Villa Olímpica sino que se prepararon en la Universidad de Emory alejadas de los focos.

Objetivo: 9.493

El gran día había llegado. Todo había ido a las mil maravillas para el equipo de Estados Unidos el 23 de julio de 1996 hasta la rotación final, con las rusas en el ejercicio de suelo y las estadounidenses en salto. Las favoritas del público local tenían una ventaja de 0,897 puntos sobre sus rivales; sólo un cataclismo se podía interponer entre ellas y el oro ¿Pero era el momento de las Siete Magníficas?
Las primeras cuatro componentes del equipo, Jaycie Phelps, Amy Chow, Shannon Miller y Dominique Dawes, habían aterrizado bien pero sus saltos estaban lejos de ser limpios. Luego llegaría el turno de Moceanu, que podría haber dejado la final vista para sentencia para Estados Unidos, que necesitaba una puntuación de 9.493 puntos. A pesar de llegar a los Juegos con una fractura por estrés en la tibia, la niña prodigio de la gimnasia estadounidense recorrió el pasillo con una confianza que iba disminuyendo con cada uno de sus pasos. Acabó sentada en el suelo en sus dos saltos ante la incredulidad de la multitud. Sus puntuaciones de 9.137 y 9.200 configuraron un escenario inimaginable.
La multitud presente en el Georgia Dome, contenía la respiración, tenía el corazón en un puño cuando llegó el turno de Strug. Ella también comenzó a tener dudas. "Cuando Dom se cayó por primera vez, pensé: 'No es posible, ella nunca se cae'", explicó Strug después de la competición. El salto era algo que Moceanu había repetido mil veces sin fallar. Excepto esa noche, cuando el peso de las expectativas superó las leyes de la gravedad y a su salto le faltó rotación.
"Pensé, 'Es imposible que se caiga dos veces'. Luego la vi hacer exactamente el mismo salto otra vez, y se volvió a caer, y, oh Dios mío, las mariposas en mi estómago empezaron a agitarse un poco más". Strug dijo más tarde durante su carrera como oradora motivacional: "Todo se estaba torciendo para Estados Unidos. Así que pensé, 'has entrenado muy duro para esto, durante mucho tiempo, y eres perfectamente capaz de hacer este salto, así que rehazte e inténtalo una vez más'".
Se podría decir que ese fue el momento que Strug había estado esperando toda su vida. Por una vez, era el centro de atención, ocupando un lugar protagonista. Pero entonces, volvió a suceder por tercera vez. Con todo el público puesto en pie, Strug también acabaría en el suelo al aterrizar como le había sucedido a Moceanu.
"Hice exactamente lo que había hecho mi compañera de equipo y abrí demasiado pronto. Y yo también me caí. Pareció casi como si la estuviera imitando. Fue como una pesadilla, en serio, estaba avergonzada. Estaba en los Juegos Olímpicos, tenía la oportunidad de mostrarle al mundo entero cuánto había trabajado, y se me estaba atragantado".
Pero fue aún peor, mientras Moceanu se había caído sin consecuencias, Strug se había lesionado gravemente el tobillo en la caída. Incluso se había escuchado un chasquido. El dolor recorrió su pierna e inmediatamente intentó poner algo de peso en su pie izquierdo. Haciendo una mueca de dolor, volvió cojeando a lo largo de la pista, haciendo de tripas corazón. Pero, como dijo el comentarista deportivo John Tesh en la televisión estadounidense: "Kerri está lesionada. Está cojeando. Esto podría ser una muy mala noticia. Kerri Strug está en apuros".
La puntuación de Strug de 9.162 significaba que EE. UU. aún no tenía garantizada matemáticamente la medalla de oro, con las rusas aún en la pelea. El pabellón enmudeció. Lo que parecía un mero trámite se había convertido en una muerte súbita. Daba la impresión de que la lesionada Strug iba a lanzar el quinto y último penalti de la final del Mundial. Un murmullo se extendió por todo el pabellón. Algunos rusos ya estaban llorando emocionados ante la repentina perspectiva de que, después de todo, pudieran llevarse a casa otro oro.

'¿Lo necesitamos?'

Strug era una luchadora. Sus puntuaciones en cada uno de los aparatos habían ayudado a poner a Estados Unidos al borde de una victoria sin precedentes y estaba preparada para ser una mártir para terminar el trabajo. Además, no podía decepcionar a sus compañeras de equipo y a toda una nación. El dolor no era nada nuevo para ella, y Karolyi, al menos en apariencia, no tenía ninguna duda de que haría lo que fuera necesario. "¡Vamos! ¡Puedes hacerlo!" le gritó a su protegida.
A pesar de todo cuando Strug se palpó el tobillo y se puso hielo preguntó, '¿Lo necesitamos?' La respuesta puede que estuviera en la misma pregunta, pero el desertor rumano insistió: "Kerri, te necesitamos una vez más para lograr el oro. Puedes hacerlo, es mejor que lo hagas".
Más tarde, Strug respondió que las palabras de Karolyi no habían hecho nada para cambiar su perspectiva. Sentía que su destino dorado siempre había estado en sus manos. Ella ya había decidido que iba a saltar por última vez. Costara lo que costara. "Tengo 18 años y puedo tomar mis propias decisiones", dijo. "Sabía que cuando Dominique se cayó en ambos saltos el oro se estaba escapando. No quería que todo nuestro arduo trabajo se esfumara en unos segundos. Sentí que tenía que hacerlo, que se lo debía a todos. Dejé que la adrenalina me llevara en volandas".
El fin justificaría los medios. Sacrificio, trabajo duro y dolor equivaldrían a triunfo: ese era el pacto fáustico que había firmado. Aunque vale la pena añadir que su entrenador no tenía tanta confianza. "Nunca pensé que Kerri pudiera hacerlo", admitió Karolyi más tarde. "Ella era sólo una niña. Nunca fue la niña más dura, la más aguerrida. Pensaba que sería la última chica capaz de superar el dolor y la tristeza".
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Equipo estadounidense de gimnasia en Atlanta 1996

Fuente de la imagen: Eurosport

Corrió con determinación; su salto, un Yurchenko de pirueta y media cercano a la perfección; su salida, de un valor excepcional. "Fue como si hubiera estallado una bomba", recuerda. El aterrizaje lo realizó prácticamente con una pierna: Strug levantó su pie izquierdo tan pronto como tocó el suelo. Visiblemente dolorida, saludó a la multitud y a los jueces, muchos de los cuales estaban claramente horrorizados por su valentía.
En medio de los aplausos, Strug se derrumbó y las lágrimas afloraron. Más tarde le diagnosticaron una distensión lateral de tercer grado del tobillo izquierdo y el desgarro de dos ligamentos. Los médicos concluyeron que la mayor parte del daño se produjo en el primer salto y el segundo solo agravó la lesión.
La puntuación: 9,712. Para gran alivio y alegría del Georgia Dome, Estados Unidos se iba a proclamar campeón olímpico por primera vez. Las celebraciones de las compañeras de equipo de Strug se vieron atenuadas, dado el estado de su salvadora, que se apoyaba en dos miembros del equipo estadounidense. Ella, que siempre había soñado con una medalla individual, había ganado un oro por equipos, lo que también la clasificó para la final general individual a expensas de Moceanu. Pero sus Juegos habían terminado. Había soportado un país sobre sus hombros, para ser más precisos, sobre sus pies, y uno de ellos finalmente había cedido.
"Sentía el peso de ser esa niña sensible que siempre se preocupaba por lo que los demás pensaban de ella", decía su padre. "Creo que no quería que la recordaran por caer sobre su trasero, iba a ser recordada por hacer el mejor salto que pudo hacer, para conseguir la medalla para el equipo".
Estados Unidos tiene la costumbre de primar la leyenda sobre la realidad, especialmente cuando eso embellece la historia. Aquel día no iba a ser diferente. Puede que ella no lo supiera en ese momento, pero el equipo de EE. UU. habría ganado la medalla de oro incluso si Strug no hubiera hecho su segundo salto. Dina Kochetkova y Rozalia Galiyeva, dos referentes de la gimnasia rusa, se estaban derrumbando en sus rutinas de suelo, algo completamente impredecible, como todo lo que había sucedido aquella noche.

Llevada al podio en brazos de Karolyi

Todavía no era el momento de ir al hospital. Strug tampoco estaba preparada para que le quitaran las zapatillas de gimnasia: todavía las necesitaría para las finales individuales, de suelo y de salto, pensó con excesivo optimismo. Por ahora, Strug simplemente quería estar en el podio con su medalla. Por eso hizo todos esos sacrificios, hasta la noche en que el dolor se fusionó con la alegría. Strug estaba decidida a subir al podio sola, no en silla de ruedas, una vez que su tobillo y su tibia estuvieran cubiertos con una férula.
Pero pronto se dio cuenta de que no podría caminar sin ayuda. Por una vez, encontró algún tipo de consuelo en los brazos de un hombre que rara vez se sentía inclinado a ofrecerlo: Bela Karolyi. "No te preocupes, estarás en el podio, te lo garantizo", le prometió, con una sonrisa que transformó su habitual comportamiento gélido. Agarró a su atleta y la llevó en brazos al podio en un Georgia Dome entregado. Con las prisas, se había olvidado de ponerse los pantalones del chándal. Sonriendo y con gestos de dolor, se colocó junto a sus compañeras de equipo, las victoriosas Siete Magníficas.
"Kerri era la niña más tímida. Actuaba completamente en contra de la naturaleza. La gente siempre piensa que las gimnastas son agradables y alegres, que lloran cuando las cosas se ponen difíciles. Me aburre... Kerri tuvo una última oportunidad de demostrar que tenía el corazón de un tigre. Y lo hizo", se regocijó Karolyi más tarde.
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Kerri Strug abandona el podio cargada en brazos de su entrenador debido a su lesión, Atlanta 1996

Fuente de la imagen: Eurosport

Cuatro años después del icónico encogimiento de hombros de Michael Jordan, el salto de Strug se convirtió instantáneamente en un hito del deporte estadounidense y en un icono del Olimpismo. Pero el arquitecto de esa medalla de oro se negó a reproducir la escena durante meses. Si el dolor físico no era lo suficientemente fuerte, la angustia continua era demasiado. "Es genial que Estados Unidos haya obtenido el oro", admitió. "Todavía no puedo creerlo. Hicimos historia. Estoy exultante por eso. Al mismo tiempo, estoy un poco molesta por mi aspecto físico".
Strug tampoco tuvo tiempo para pensar en el pasado. La lesión pudo haber precipitado el final de su carrera, pero de la noche a la mañana, la joven de 18 años y sus compañeras de equipo se habían convertido en las novias de América. Y su estrella brillaría más que las demás, lo que provocaría algunas fisuras. Porque ella nunca fue la más talentosa; ella nunca fue la destinada a ser el centro de atención. Pero fue Strug quien obtuvo la mayor atención, quien obtuvo la mayor cantidad de recompensas y amasó la mayor cantidad de dinero gracias al respaldo de algunas celebridades. Se estima que en el año siguiente a los Juegos, ingresó un millón de dólares, para ser precisos.

Bill Clinton, Jay Leno y Sensación de vivir

Los padres de Strug hicieron todo lo posible para impulsar a su hija hacia una vida normal. Se inscribió en UCLA como estudiante y entrenadora asistente, pero era difícil permanecer en el anonimato en el campus con tu cara estampada en las cajas de los cereales Wheaties, un honor del que disfrutaban todos los grandes atletas estadounidenses desde 1934.
Fue invitada a la fiesta del quincuagésimo cumpleaños del presidente Bill Clinton, acudió como invitada al programa de Jay Leno e incluso se burló de su voz aguda y caricaturesca en Saturday Night Live. Apareció en la portada de Sports Illustrated y en un episodio de Sensación de Vivir, una de las series más legendarias de los noventa. Strug protagonizaría una escena olvidada (y olvidable) en la que aparecía inscribiéndose en un campus universitario. David Silver, uno de los protagonistas de la serie, le preguntaba si llevaba consigo la medalla de oro a lo que Kerri respondía: “No, me encantaría usarla en todas partes, pero quedaría un poco ridículo, no crees?"
¿Qué pasó con las otras seis integrantes de las Siete Magníficas? Salieron de gira juntas y actuaron por todo Estados Unidos, pero sin Strug. ¿Por qué? Porque la nueva novia de Estados Unidos estaba ocupada con demasiadas cosas y la universidad la mantenía ocupada durante la semana. Ella quiso incorporarse a la gira los fines de semana, pero los promotores rechazaron la solicitud. Así que Strug siguió acudiendo a programas de entrevistas mientras realizaba exhibiciones con Nadia Comaneci y otras gimnastas retiradas. Mientras ella podía llegar a cobrar 24.000 dólares por actuación, sus compañeras de equipo se llevaban a casa solo 6.000.
"Ella tuvo otras oportunidades, y eso es bueno, pero nos separó", explicaba Moceanu, con un toque de amargura. "Éramos un equipo, así es como deberíamos haber seguido", añadió Shannon Miller: "Lo único que nos molesta es que el equipo se haya descuidado. Todas fueron esenciales". A lo que Leigh Steinberg, agente de Strug, respondía sin rodeos: "Las otras chicas están celosas".
Para conmemorar el primer aniversario de su coronación en Atlanta, Strug admitió que le escribió una carta a cada una de sus compañeras. Seis cartas a las que no recibió ninguna respuesta. Todo por las consecuencias de un salto. Ahí estaba el otro lado de la medalla de oro; la otra cara del sueño americano. Pero fue un sueño que valió la pena vivir.
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