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Los viernes de Iván Castelló: La vida deportiva en un instante

Iván Castelló

Publicado 04/02/2022 a las 09:01 GMT+1

Hay veces en la vida, pocas, porque es agotador, donde pasa como aquello que dicen que pasa. No lo de la luz al final del túnel. Tampoco lo de verte a ti mismo desde lo alto cuando levitas. Quita, quita.

Beijing 2022

Fuente de la imagen: Eurosport

Pero sí que se produce lo de ver la vida en un instante, un repaso mental de los momentos elegidos por el subsconciente a modo de digamos recordatorio de lo que queda, lo elegido no al azar sino por algo: lo trascendente, lo que cuenta, lo dejó poso.
Es entonces, al menos en mi caso, cuando la vida deportiva se funde con la personal. No hay vida de Iván Castelló sin el deporte de Iván Castelló. Es así como he recordado que los míos, míos son como soy. Y están ahí. Y mi primer partido de fútbol en directo, un Ujpest Dozsa-Estrella Roja del que para mí siempre será el mejor torneo del mundo, el Villa de Madrid, que también me lo robaron. O mi primer partido internacional cubierto gracias a mi maestro en la profesión, Julián García Candau, un España-Escocia en el Bernabéu con Miguel Muñoz de seleccionador. O mi primer día en todos mis trabajos fijos que merece la pena recordar, EFE, el AS del grupo Semana y Eurosport.
También mi primer balón, precioso, con sus imperfectas costuras que dolía ver deshilacharse; el Mundial del 74 en chapas de Mirinda y Cinzano, hacerme del Feyenoord al ver a un holandés con la camiseta en la libre Ibiza de los años 70. Y mi primer abono para el Calderón, con el cuadradito que se cortaba como un trocito de corazón. O el del Magariños con la Demencia, tres años iniciáticos felices con Pinone y compañía. Como mis primeras crónicas, que fueron de ¡baloncesto!
Y el gol de Rubén Cano a Yugoslavia (las primeras pellas del colegio), el desastre del 82, el 5-1 a Dinamarca, la expulsión por protestar del sordomudo del Rijeka, los directos de radio de Héctor del Mar, las noches de José María García, la Moviola en la tele, las voces sensatas de José Félix Pons y José Ángel de la Casa.
Ese primer viaje de enviado especial con 22 años a seguir a la Argentina de Maradona en el Mundial 1990, sobreponerme a que casi me pega por su mal humor cuando traté de hacerme una foto, ser el cronista del Atlético en EFE y en el diario AS (unos relatos que eran bien literarios antes de que el género muriera, que ha muerto). No sé. Todo son deportes.
Mis Juegos en Barcelona 92, Perico Delgado a Induráin, el día de Banesto, el accidente de Fernando Martín, el Mundial de fútbol de Estados Unidos vivido en Chicago, Boston y donde hiciera falta, el doblete del Atleti, la Eurocopa de Inglaterra, mi primer partido en lo que ahora es Movistar + (un Feyenoord-Groningen en 1997 gracias a Maldini) y, pocos años después, una sequía emocional que me hizo abandonar mis deportes queridos para recomponerme en mi otro territorio alfa, la música y la cultura. En esa época conocí que mucho cuidado con los lobos con piel (que no miel) de cordero, que existen como los Tassottis en el campo. También lo recordé en esos segundos recientes.
Y la vuelta a la rueda del tiempo del periodismo de deporte gracias nada más que a buena gente en el bendito Eurosport, un lugar donde no estar sino quedarse. Que no es lo mismo y es hasta llamativo con la que cae. Los Juegos de Tokio, ahora los de Pekín, el mejor tenis, todo el ciclismo, la UFC y un mucho de todo alrededor. Ese totum revolutum (cómo odio el latín) que volvió entonces a su lugar encajando un cubo de Rubik sin ninguna prisa y poca pausa. Como la felicidad retomada.
Sigue el partido a partido. Que no hay quien pare a Castelló.
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