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Blog De la Calle: El cardo y la rosa, 1990

Fermín de la Calle

Actualizado 01/12/2015 a las 12:42 GMT+1

Aquel sábado 17 de marzo el londinense diario The Guardian lanzaba su última edición de la semana con un titular afilado 'Scotland will start as underdogs'.

Selección escocesa de rugby

Fuente de la imagen: Eurosport

Los del cardo no eran favoritos para ganar el V Naciones así lo recordaba el cronista en un hueco de la reputada primera del diario, que por entonces aún no había adoptado el renovado formato berlinés. "Inglaterra es favorita en la apuestas por 3-1 en una temporada que ha mantenido con una curva ascendente. Si el rugby internacional tiene algo de racional, entonces las actuaciones de los escoceses ante irlandeses y galeses invitan a pensar en una severa paliza de Inglaterra. Hasta el momento, el equipo de David Sole ha anotado sólo cinco ensayos frente a los 11 de Inglaterra, dos de ellos contra 14 hombres ante Francia. Además, los escoceses han desperdiciado un número preocupante de golpes de castigo, mientras que el zaguero inglés, Simon Hodgkinson, ha pateado 74 puntos en cinco partidos para su país", advertía desafiante el artículo que en lugar de glosar las excelencias inglesas, ponía el foco en las debilidades caledonias.
Inglaterra desbordaba exuberancia en su línea de tres cuartos con Rob Andrew como apertura, una aristocrática pareja de centros formada por Will Carling y Jeremy Guscott, y en las alas el afilado Rory Underwood. Por entonces se rumoreaba que Carling mantenía un affaire con Lady Di. Ese era el status de aquella selección inglesa, que por contra presentaba una fiera delantera en la que sobresalía una segunda línea salvaje formada por el mítico Wade Anthony Dooley, un gigantón de más de dos metros que formaba pareja con Paul Ackford, ejemplar policía en su vida diaria. Junto a ellos se alineaba uno de los tipos más odiados del rugby: Brian Moore. Un talonador bocazas y pendenciero que hoy se ha convertido en reputado comentarista. Junto a él completaban la primera línea el indescifrable Jeff Probyn, un pilier de físico extraño y hombros anchos que bajaba más que nadie las melés, y Paul Rendall, pilar de los antiguos que en ocho años con el XV de la Rosa nunca logró un ensayo. No se metía donde no le llamaban.
Sin embargo, el partido era mucho más que un enfrentamiento deportivo. Habían ocurrido demasiadas cosas entre ambas naciones como para pasarlas por alto. El gobierno conservador de Margaret Thatcher había instaurado un impuesto en Escocia a modo de 'gastos de comunidad' el 1 de abril de 1989, utilizándo a sus vecinos del norte como conejillos de indias de una gravosa iniciativa que aplicó en otras partes de Gran Bretaña un año más tarde. Desde Escocia se entendió como una ofensa y un sistema para desplazar la carga fiscal de los ricos a los pobres. Pero había más ingredientes. El aplazamiento del partido anual de fútbol las selecciones de Inglaterra-Escocia por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, el insoportable peso del 15% de desempleo que sufría Escocia y la aparición en Murrayfield de algunos de los jugadores más odiados por la parroquia escocesa como Will Carling o el lenguaraz Brian Moore, convertían el partido en un cóctel molotov.
El grado de odio hacia Carling era superlativo. Al jugador, que por entonces contaba 24 años, se le acabó bautizando como "el capitán de Thatcher", por más que él mismo asegurase que nunca la había votado, como después reveló al escritor Tom English, autor del libro 'The Grudge: Escocia vs Inglaterra, 1990'. Un magnífico ensayo sobre aquel histórico partido. Carling recuerda que fueron escupidos en el aeropuerto tras el partido y que años después se encontró en un pub escocés su foto pegada sobre un urinario junto a otra de Saddam Hussein. La clientela prefería miccionar sobre la suya, porque como le dijo el dueño del pub "nuestros clientes son más condescendientes con su genocidio que con lo que nos hiciste tú a nosotros en el campo". El legendario Bill McLaren, escocés de Hawick, llegó a bautizar en su día a Carling como "el jugador más famoso en el mundo". Con todo lo peyorativo que pueda contener la palabra 'famoso'.
En lo deportivo era la tercera ocasión en que las ambas selecciones se topaban en la última jornada empatadas a victorias jugándose el título, además del Grand Slam, la Triple Corona y, por supuesto, la Calcutta Cup. Escocia sólo podía presumir de dos títulos de Grand Slam, el del 84, y el obtenido 21 de marzo de 1925. Aquel día se inauguró el estadio de Murrayfield con unas gradas enfervorizadas que llevaron en volandas a los del cardo. Fue un partido trepidante con constantes cambios de marcador en el que los ingleses llegaron a ponerse 5-11 arriba. Pero un ensayo de Wallace y un drop de Wadell le dieron el triunfo y la Calcutta a los escoceses en el histórico estreno de su fortín.
El partido comenzó a ganarse en el túnel de vestuarios. Cuando el árbitro dio la orden de saltar al campo, Sole frenó a sus compañeros. Los ingleses salieron en carrera siguiendo a Will Carling, que lideraba la inmaculada estampida de polos blancos con la rosa bordada en el pecho. Entonces David Sole tomó una de las decisiones más celebradas de la historia del rugby escocés: en lugar de salir a la carrera, inició un tenso y agónico camino hacia el césped. Con la adrenalina por las nubes y los corazones galopando a más de cien latidos por minuto, Sole eligió salir caminando. Con su cabeza rodeada por una ancha venda blanca, unas calzonas que apenas le cubrían un palmo de sus descomunales piernas y el balón a la derecha, el capitán inició un largo y calculado paseo hasta el centro del campo. Para el periodista Hugh Richards, "aquello operó en los aficionados un efecto espectacular. Fue como si Escocia se hubiese puesto a bailar la haka ante Inglaterra".
Will Carling estaba a 50 metros del túnel cuando vio salir a Sole: "David lo hizo muy bien. Fue un golpe de efecto para ellos y para su afición. Como si hubieran regado con gasolina un campo en llamas. Creo que aquel día muchos aprendimos cómo se pueden canalizar las emociones en la buena dirección". Uno de los protagonistas, Gavin Hastings, lo recuerda así: "Necesitábamos liberar la tensión como fuese, pero David lo canalizó muy bien y nos mantuvo un rato más a punto de liberar esa adrenalina. Decidió que esperásemos un poco tras la salida y entonces dio la orden. Lento, deliberadamente lento. Mirando fijamente a los rivales. Con las gradas estallando. Fue algo inolvidable e indudablemente aquello nos dio cierta ventaja psicológica de inicio".
A eso se sumó otro hecho litúrgicamente decisivo. Escocia estrenó himno, el Flower of Scotland. Aunque la canción ya fue utilizada por el delantero Billy Steele, que animó a sus compañeros a cantarla en la gira de los British & Irish Lions en Sudáfrica en 1974, ese día se oficializó como himno del X del cardo. La interpretación inflamó aún más el ambiente de Murrayfield, que estalló cuando Rob Andrew arrancó la batalla con una patada que se quedó a mitad de camino entre la línea de 40 y la de 22. La delantera escocesa pescó la almendra, que llegó a Gavin Hastings y el 15 la sacó al lateral ante el estruendo general. "Daba igual lo que hiceras. Cada jugada, cada decisión, cada acción era vitoreada por el público", recuerda el zaguero de Edimburgo.
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Escocia vs Inglaterra

Fuente de la imagen: Eurosport

Escocia fue un huracán en los primeros minutos liderada por sus dos flankers: el inimitable Jonh Jefrrey y la fiabilidad hecha tercera línea (Finlay Calder). El segundo llegó a capitanerar a los Lions un año antes, mientras que el Tiburón Blanco era respetado y temido a partes iguales por los adversarios. Junto a ellos el enorme Dereck White, un 8 con mucho ritmo para su enorme corpachón y con un notable poder ofensivo (11 ensayos en 42 caps). La segunda era cosa de Cronin, que no se iba a arrugar ante los bulldogs ingleses y la primera era negociado de Sole. De hecho, el primero llegó a la selección gracias al segundo. Cronin era hijo de un médico del ejército que llegó a jugar un partido en Lansdowne Road representando al Trinity College. Su hijo Damian nació en Alemania y vivió en Países Bajos antes de asistir a la Escuela en Essex. Allí pasó a formar parte del equipo del Prior Park College en Bath, siendo reclutado por el club de la ciudad, donde coincidió con Sole. Una abuela de origen escocés fue la llave. Cronin jugaba indistintamente de 8 o de segunda, por sus grandes aptitudes en el salto. Del Boy, como se le conocía en el vestuario, era capaz de demoler a cualquier delantera que se interpusiera entre él y la bola. Sole, por su parte, es parte de la mitología escocesa. Como jugador se trataba de un pilar poco convencional, podría decirse que un delantero moderno para la época, con excelente manejo de balón, un inusual cambio de ritmo y una ferocidad competitiva que le hizo ganarse el respeto y la autoridad de sus compatriotas.
Pasaron muchas cosas antes del ensayo del tierno Tony Stanger, al que Sole abroncó por su celebración en la marca mientras Bill McLaren, el popular locutor de la BBC y descubridor suyo en su natal Hawick, narraba el ensayo más famoso de la historia del rugby escocés. Una de esas cosas fue que Hodgkinson, el pateador inglés se achicó, ante el viento y el terrible ambiente en contra, y dejó la responsabilidad de patear a Carling, lo que se entendió como una señal más de arrogancia del capitán inglés. Las carreras de Guscott, los placajes de Jeffreys, las piñas de Dooley, las patadas de Chalmers con Gavin Hastings tumbado en el suelo sujetando la bola, los gritos de Calder desde el fondo del pasillo de la touch provocando a los ingleses... "Fue un día que quedará grabado para siempre en la memoria de los escoseses". Y todo eso que ocurrió podrán verlo el próximo jueves a las 21: 30 en Teledeporte en el programa Conexión Vintage, en el que Paco Grande tiene a bien recuperar ese histórico partido con los comentarios originales que Ramón Trecet y Tarugo Márquez realizaron aquella tarde fría y desapacible desde Edimburgo.
Enfríen cerveza. O mejor dicho, desempolven esa botella de whisky que tenían escondida por algún lado para una ocasión que lo mereciera. Les contaré un secreto. No he visto emocionarse a Ramón muchas veces recordando grandes momentos del deporte de los muchos que ha vivido. Quizás sólo una vez. En efecto, fue cuando echó la vista atrás y se volvió a sentar en la vieja tribuna de prensa de Murrayfield aquel frío y ventoso 17 de marzo de 1990. Entonces asomaron lágrimas a sus ojos. La ocasión lo merece.
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