Los chicos no lloran, pero Andy sí

PorEFE

Publicado 21/10/2019 a las 13:44 GMT+2

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Fuente de la imagen: EFE

Londres, 21 oct (EFE).- "Boys Don't Cry" (Los chicos no lloran) fue la sentencia, más o menos discutible, que lanzó Robert Smith y su grupo, The Cure, allá por el lejano 1979. Enfundados en una estética post-punk, escribían un alegato tantas veces roto y denostado. La última prueba de ello fue bañada por las lágrimas de Andy Murray.
Más de 700 kilómetros separan Crawley, la ciudad natal de The Cure, de Dunblane, lugar de nacimiento de Murray. 700 kilómetros que se quedan en nada al comparar lo que escribió Smith en una partitura y lo que relató Murray sobre una pista de tenis.
Aquella canción hablaba sobre el intento de un hombre de ocultar sus sentimientos ante el rechazo de una mujer, de esconder la tristeza, de aguantar el llanto. "Intenté reírme, esconder las lágrimas en mis ojos, porque los chicos no lloran".
Murray es el ejemplo de todo lo contrario. Tres llantos marcan su carrera. La trayectoria de un hombre que ha tenido que soportar más presión que la mayoría, porque el Reino Unido no perdona. Siempre quiere éxitos. Quemaron a Tim Henman, quemaron a la selección inglesa, que lleva más de 50 años sin ganar nada, e intentaron quemar a Andy.
El escocés cuando pierde y británico cuando gana, como él mismo reconoció, lloró por primera vez en Wimbledon 2013. Rompió por entonces la maldición que arrastraban los británicos desde Fred Perry en los años 30 y rompió a llorar después de despedirse en la red de su rival, Novak Djokovic.
Andy aguantaba sobre sus hombros el peso de toda una nación y las emociones escaparon a su control.
La historia se repetiría casi seis años después en un escenario y circunstancias muy diferentes. Enero en Melbourne y Murray se desmoronaba en rueda de prensa. Tenía que abandonar la comparecencia ante los medios porque no podía aguantar. Estaba anunciando su retirada. La maldita cadera que le venía atormentando durante casi dos años le martirizó y obligó a declarar su adiós.
La tercera parte de esta historia, la que cierra el círculo, ocurrió este domingo en Amberes (Bélgica). Nueve meses después de aquella retirada, Murray veía ante sus ojos como un golpe de Stan Wawrinka se marchaba largo, entregándole el título número 46. "Uno de los más grandes de mi vida", reconoció minutos después de echarse a llorar en una imagen muy parecida a la vivida en la Catedral del tenis seis años antes.
El exnúmero uno, el hijo de Judy y hermano de Jamie, el doble campeón olímpico, había expuesto que era humano en tres escenarios del mundo, que ocultar las emociones es cosa del pasado y que quizás The Cure llevaban cuarenta años equivocándose.
Porque los chicos no lloran, pero Andy sí.
Manuel Sánchez Gómez
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